Tras unos momentos de silencio, Wulbaif se levantó y se acercó a la orilla del río. Zadhar le siguió en silencio. Cuando ambos llegaron a la orilla, Wulbaif se sentó en una de las rocas que había cerca del agua. El paladín metió su mano desnuda en la fría corriente. El frescor del agua en su piel fue como un bálsamo para su cerebro.
- Hace casi un mes que tengo esas pesadillas,- dijo Wulbaif de repente. Noche tras noche, se repiten una y otra vez.
- ¿Qué es lo que sueñas?,- dijo Zadhar.
- Con la muerte.
- Tonterías,- dijo Zadhar. Tú no le temes a nada, ni siquiera tu propia muerte…
- No es con mi muerte con lo que sueño,- dijo Wulbaif,- sino con la vuestra.
Zadhar se lo quedó mirando desconcertado.
- Una y otra vez os veo morir a todos. Veo tu muerte. Veo morir a Jezabel, a Namis, a Torvald. Os veo morir y no puedo hacer nada para protegeros. Veo morir todo lo vivo a mi paso. Y tengo miedo de que se haga real.
El silencio se hizo entre ellos durante unos segundos.
- Nada nos va a suceder,- dijo Zadhar tranquilizando a su amigo. Formamos un equipo excepcional. Nada puede pararnos.
- Ya,- dijo Wulbaif. Pero me aterra que de nuevo vuelva a…
- ¿A qué?
- Nada,- dijo Wulbaif. No debes preocuparte. Regresa al campamento. Aún quedan un par de horas hasta que amanezca. Descansa. Yo haré guardia mientras.
- ¿Seguro que estás bien?
- Sí, no te preocupes.
Zadhar regresó al campamento, convencido de que Wulbaif no le había contado todo. Pero, de todas formas, confiaba ciegamente en él. Lo más seguro era que lo que le aterraba tenía que ver con su pasado, y en ese tema, Wulbaif era mucho más reservado que de costumbre.
Cuando llegó al campamento, sus compañeros dormían ya. Torvald roncaba ruidosamente, tendido en el suelo, con el odre de aguardiente vacío sobre su barriga.
Cuando Wulbaif se quedó solo, volvió a mirar la corriente del río. Se reprochó a sí mismo su falta de fortaleza. Había estado a punto de confesar su pasado a Zadhar y eso no podía ser. Nadie sabía nada de su pasado y así debía seguir. Le avergonzaba lo que sus compañeros pudiesen pensar de él si descubrían su vida anterior y, sobretodo, temía su reacción.
El paladín se sentía cansado. Llevaba dos noches sin dormir, aunque sus compañeros no lo sabían, pues la noche anterior, en la posada, había tenido la habitación para él solo. Tenía que encontrar un remedio para las pesadillas. Pero lo peor de todo habían sido las voces y los lamentos del lugar. Cuando se acercó al lugar donde Alterac y Strahnbrad se habían levantado una vez, un millar de lamentos inundaron su cerebro. Había sido un suplicio hasta que pudo aislarlos en el interior de su mente, y volver a ver el entorno que le rodeaba. No había dicho nada a sus compañeros, pero no sabía cuanto podía aguantar.
Wulbaif sabía que no se estaba volviendo loco. Aquello era una parte de su maldición. Tenía que expiar sus pecados y el sentir el dolor de la muerte de todo aquello que le rodeaba, era parte de su castigo. Un recordatorio del dolor que él mismo había causado hacía años.
El recordar su vida anterior, hizo que Wulbaif desenvainara la espada lentamente. Era una bellísima hoja brillante, de factura nórdica. Fabricada en la lejana tierra de Northrend, le fue entregada a Wulbaif por uno de sus castigadores. Una ligera neblina morada recubría la hoja, dándole un tacto frío, demasiado frío para el metal corriente. Aquella espada había sido forjada a partir de un trozo del metal de una antigua espada maldita, que se había destruido en el final de la Gran Guerra. Por ende, aquella espada había heredado parte del poder maldito de su antecesora. Wulbaif se había convertido en su portador, hasta el día en el que el verdadero dueño al que la espada estaba destinada, la reclamara. Entonces, Wulbaif quedaría libre de la espada y de su maldición. Aquel día, sus pecados le serían perdonados. Aquella espada tenía el poder de arrebatar la fuerza vital de la criatura que la tocase. El único que era inmune a su poder era Wulbaif. Era por aquella razón, que el paladín nunca dejaba que nadie la tocase.
En aquellos pensamientos estaba, cuando Wulbaif volvió a sentir la extraña presencia que había sentido en el campamento de los ogros. Pero ahora, era mucho más fuerte, más cercana. Wulbaif se giró, oteando la oscuridad del bosque, en busca de lo que le ponía nervioso. No fue hasta pasados unos segundos, que el paladín sintió que algo iba mal en su campamento. Fuera lo que fuese aquella extraña presencia, estaba en el campamento. Sus compañeros corrían peligro.
Wulbaif corrió, como alma que lleva el diablo, de vuelta al campamento, con el temor en su corazón de que sus sueños se hiciesen realidad. El paladín irrumpió en el campamento, con la espada en la mano. Sus amigos seguían dormidos, ajenos a todo. Pero fue lo que Wulbaif vio sobre ellos, lo que le puso en alerta. Una extraña neblina oscura levitaba sobre ellos, deteniéndose sobre Jezabel y Namis. Una forma oscura se podía ver dentro de la niebla. Wulbaif no sabía de qué se trataba, pero estaba seguro de que no era amistoso.
La extraña presencia notó que Wulbaif le miraba. La nube bajó lentamente hasta el suelo, en el centro del campamento. Poco a poco, la niebla se difuminó. En su interior, se hallaba un hombre, o al menos lo parecía. Un humanoide de ojos amarillos y pelo blanco. A pesar del color de su cabello, no había ni una sola arruga en su piel. Aquel ser se inclinó ante Wulbaif, haciendo una reverencia.
- Celebro nuestro encuentro, hermano,- dijo la criatura.
- ¿Hermano?,- dijo Wulbaif.- ¿Quién eres?
- Mi nombre no tiene importancia, por ahora, hermano. Solo importa nuestro encuentro.
- ¿A qué te refieres?
- Bueno,- dijo el ser. Has llegado a tiempo para nuestro festín. Hay sangre suficiente para los dos.
Wulbaif se alarmó ante las palabras de aquella criatura. Era un vampiro. El paladín levantó la espada, amenazando al ser.
- Por encima de mi cadáver, vampiro.
Una señal de alarma brilló en los amarillentos ojos del vampiro.
- ¿Cómo? ¿La quieres toda para ti? ¿Es por eso que viajas con ellos?
- Viajo con ellos porque son mis amigos. No te acerques a ellos, o morirás.
Una sonora carcajada surgió de la garganta del vampiro. Wulbaif observó extrañado que sus amigos no se despertaban, a pesar del ruido de la voz del vampiro.
- No te preocupes,- dijo el vampiro leyendo la mente del paladín. Tus amigos no van a despertarse. Les he dormido con magia. Vaya, vaya. Así que has abandonado tus antiguas aficiones. No sé como lo has hecho,- dijo la criatura. Pero has conseguido vencer la sed y vivir como un humano. No importa. Te mataré a ti y luego me alimentaré con la sangre de tus amigos.
- No sé de qué me hablas,- dijo Wulbaif.
- ¿No? Tus amigos son simples mortales, necios y ciegos, incapaces de ver la realidad. Pero yo, puedo ver en tu interior. Sé lo que fuiste. Sé que tu alma sigue siendo negra, aunque te empeñes en negártelo a ti mismo.
Con una velocidad inusitada, el vampiro se lanzó contra Wulbaif. Fue tan rápido, que aquel ataque cogió al paladín por sorpresa. El pecho de Wulbaif recibió un fuerte golpe, que lo lanzó hacia atrás. El paladín cayó al suelo y rodó sobre sí mismo, levantándose con rapidez y preparándose para el siguiente ataque del vampiro. Éste había desenvainado una espada larga y se acercaba a él, lanzando estocadas. Wulbaif paró todos los ataques de su enemigo, retrocediendo hacia el río, a cada ataque del vampiro.
El vampiro era un diestro espadachín, pero no tanto como para superar en maestría a Wulbaif. El paladín se dio cuenta de ello, por lo que decidió perder terreno hacia el río, para alejar al vampiro de sus indefensos amigos. Poco a poco, ambos se fueron acercando a la orilla, entrechocando las armas, fintando y esquivando los ataques del contrincante. Cuando Wulbaif estuvo seguro del lugar, comenzó a atacar con fuerza y rapidez al vampiro.
Los ataques del paladín eran muy rápidos, incluso para el vampiro. En pocos movimientos, Wulbaif había alcanzado al vampiro, hiriéndole en el pecho y el vientre.
- No puedes matarme,- dijo el vampiro con una sonrisa. Necesitas…
Las palabras se ahogaron en su garganta, cuando el vampiro sintió algo extraño en su cuerpo. Sorprendido, observó como de las heridas que el paladín le había infligido, surgía una extraña infección que se extendía por todo su cuerpo, pudriendo su carne a medida que avanzaba. Al mismo tiempo, una niebla morada surgía de las heridas, avanzando hacia la espada, que parecía absorberla.
- No puede ser…,- dijo el vampiro cayendo al suelo debilitado.
El paladín se acercó a él con la espada en alto.
- Tal vez me mates,- dijo el vampiro. Pero te aseguro que el Maestro Kler te las hará pagar muy caro.
- ¿El Maestro Kler?,- dijo Wulbaif sorprendido. ¿Quién es? ¿Qué es?
El vampiro volvió a reír.
- Pronto lo averiguarás,- dijo el vampiro, mientras la sangre se agolpaba en su garganta.
El paladín, enfurecido, cercenó la cabeza del vampiro. Poco a poco, su cuerpo se disolvió, absorbido por la espada.
Kler. Ese era el apellido de la familia de Zadhar. Tenía que prevenir a su amigo de lo que pudieran encontrar en el castillo del Colmillo Oscuro. El problema era cómo hacerlo.
Al amanecer, Wulbaif les despertó a todos para proseguir el viaje. El paladín decidió no contar nada, hasta estar seguro de lo que debía decir. Grits viajaba con Torvald en su gran carnero de las montañas. Pocas horas después, llegaron a Costasur. En la posada, encontraron a Grildur, que les agradeció el rescate de su amigo y, tras pagarles la suma convenida, les invitó a comer.
Tras la comida, Wulbaif se levantó y salió de la posada. Mientras caminaba, Namis le llamó desde atrás.
- ¿Puedo acompañarte?,- dijo la elfa.
- Claro. Voy a la herrería. Tengo que reponer mi armadura. No puedo ir al castillo sin protección. No sabemos lo que nos podemos encontrar.
Durante varios minutos, ambos caminaron por las calles de la pequeña ciudad, hacia la herrería.
- Te veo cansado,- dijo Namis.
- No duermo bien últimamente,- dijo Wulbaif.
- Ya, por las pesadillas. Pero tampoco comes. No creas que no me he dado cuenta.
- Estoy bien.
- No, no lo estás. Necesitas descansar y alimentarte. No nos sirves de nada medio muerto.
- Intentaré dormir esta noche, te lo prometo.
Mientras, en la posada, Jezabel, Zadhar y Torvald hablaban de su amigo.
- ¿Y qué vamos a hacer cuando se caiga del caballo muerto por el cansancio?,- dijo el enano.
- No lo sé,- dijo la mujer. ¿Cómo vamos a conseguir que duerma? ¿Le obligarás tú?
- ¿Yo?,- dijo el enano. Ni en sueños. Lo vas a hacer tú.
- ¿Yo? ¿Cómo?,- dijo Jezabel.
- ¿No eres hechicera? Embrújale.
- No creo que a Wulf le haga ilusión que practique mi magia con él,- dijo Jezabel. ¿Estás dispuesto a enfrentarte tú con él cuando se despierte malhumorado?
- Además, el problema no es el sueño,- dijo Zadhar,- sino los sueños que tiene mientras duerme. ¿Podrías hacer que no soñara?
- No,- dijo Jezabel. Eso no puedo hacerlo.
- Disculpad,- dijo en aquel momento Grits. No he podido evitar escucharos. Puedo ayudaros.
- ¿Cómo?,- dijo Torvald.
- Bueno, tengo una poción que ayudará a vuestro amigo a dormir sin tener ningún sueño. Es una receta de familia, creada por mi abuelo…
- ¿Y funciona?,- dijo Zadhar.
- Por supuesto que funciona,- dijo el gnomo. Esperad.
Grits comenzó a rebuscar en su gran mochila, revolviendo cosas, sacando todo tipo de objetos del interior, hasta que encontró lo que buscaba.
- Ajá, aquí está.
Grits sacó una vieja y sucia redoma de cristal negro. El gnomo se la tendió a Jezabel.
- Que beba un trago de esto y dormirá plácidamente.
Jezabel cogió la sucia redoma y la miró indecisa.
- Supongo que no le envenenaremos, ¿verdad?,- dijo Zadhar con un tono amenazante.
- Os aseguro que funciona,- dijo Grits.
- Está bien,- dijo Jezabel. Cuando vuelva, se lo daremos. Que duerma hasta mañana.
A media tarde, Wulbaif y Namis regresaron a la posada. El paladín había adquirido una cota de mallas de acero, para suplir su coraza destrozada por el ogro en el combate de la noche anterior. Namis se había comprado un par de cuchillos de caza de factura élfica. Después, ambos habían paseado por la ciudad y la costa, hablando de todo. La elfa se había propuesto a que Wulf descargara sus ansias en alguien, hablando. Y había surgido efecto. Después de pasar la tarde con la elfa, el paladín se veía más relajado, aunque sus ojeras iban en aumento, debido a la falta de sueño. Cuando entraron en la posada, Jezabel se les acercó.
- Vamos a tu habitación,- dijo la hechicera.
Al ver la cara que ponía Wulbaif, Jezabel hizo una mueca de disgusto bastante cómica.
- No te hagas ilusiones,- dijo la mujer golpeando al paladín en la cara de forma suave. Es para que duermas y descanses.
- No tengo sueño…
- Sí que tienes,- dijo Namis. Estás extenuado.
- Además,- dijo Jezabel,- Grits nos ha dado una poción que hará que no tengas pesadillas mientras duermes. Necesitas descansar.
Wulf miró horrorizado la vieja redoma que Jezabel tenía en la mano.
- No te asustes,- dijo Jezabel al ver la cara del paladín. El gnomo asegura que funciona de verdad.
- Está bien,- dijo Wulbaif. Puede que tengáis razón y necesite echar un sueño.
Los tres subieron hacia la habitación que el paladín tenía asignada. Una vez dentro, Jezabel le dio la poción para que Wulbaif la tomara.
- ¿Tengo que tomarla entera?
- No,- dijo Jezabel. Solo un trago.
Wulbaif destapó la botella. Un olor agrio y fuerte surgía de ella. Wulbaif arrugó la nariz y bebió un trago largo.
- Dioses,- dijo el paladín. Esto está asqueroso.
- Grits nos ha dicho que el sabor era malo, pero que sería buena para ti y tus sueños.
Instantes después, Wulbaif caía en la cama, fulminado por la poción. Namis comprobó que el paladín dormía plácidamente.
- Menuda poción,- dijo la elfa.
- Quitémosle la armadura, para que descanse mejor.
Entre las dos, le quitaron la cota de mallas, el pantalón y las botas, acomodándole en la cama. Justo antes de taparle con la sábana y la manta, Jezabel comenzó a desabrocharle la camisa.
- ¿Qué haces?,- preguntó Namis.
- Necesito saber una cosa,- dijo la hechicera.
La mujer descubrió el pecho del paladín. Wulbaif tenía el pecho y el vientre muy musculados, debido al ejercicio físico que realizaba todos los días. Pero no fue eso lo que dejó a ambas mujeres impresionadas, sino la cantidad de cicatrices que recorrían su torso. Jezabel comprobó que las cicatrices también recorrían su espalda y gran parte de su cintura.
- Por todos los dioses,- dijo Namis. ¿Dónde se habrá hecho todo esto?
- No lo sé. Pero, al menos, sabemos que los rumores de sus cicatrices son ciertos.
Jezabel volvió a abrocharle la camisa y le tapó con la ropa de la cama, para que el paladín no pasase frío mientras dormía.
- Dejémosle dormir,- dijo Namis.
Jezabel le acarició el cabello y le besó la frente.
- Duerme en paz, amigo.
Tras dejar al paladín en su habitación, Jezabel y Namis decidieron no contar nada sobre las cicatrices de Wulbaif, ni siquiera el resto de la compañía. Lo mantendrían en secreto. Si algún día, llegaba el momento de que Wulbaif se sincerara con ellos y les contaba su pasado, ellas esperarían a ese día para enterarse de todo.
Aquella noche, Wulbaif durmió plácidamente, sin ninguna pesadilla. La que sí tuvo pesadillas fue Jezabel. La joven hechicera veía a Wulbaif en varias situaciones, en las que el paladín era torturado por todo tipo de criaturas, ocasionándole la multitud de cicatrices que Wulbaif tenía en su cuerpo.
miércoles, 7 de mayo de 2008
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