En este pequeño artículo, os quiero comentar algo sobre un nombre que estoy seguro de que os suena mucho, debido a las famosas películas: La Momia y El Retorno de la Momia. Me refiero al nombre de Imhotep, el nombre de la susodicha momia. Imhotep, no fue, ni un sacerdote renegado, ni vivió al servicio de Seti I. Aquí os expongo algo sobre su vida y su deificación por parte de los egipcios.
Imhotep, o Imutes, sabio, médico, astrólogo, y el primer arquitecto conocido en la historia (aprox. 2690 - 2610 adC).
Fue Sumo sacerdote de Heliópolis, visir del faraón Necherjet Dyeser (Zoser), y diseñó la Pirámide escalonada de Saqqara, durante la dinastía III.
Es el primer "científico" cuyo nombre nos ha llegado. No sólo era médico, también era arquitecto y astrónomo: esto nos indica que tenía los conocimientos de cálculo y geometría necesarios para dominar estas ciencias.
Los títulos honoríficos atribuidos a Imhotep son:
Tesorero del rey del Bajo Egipto, Primero después del rey del Alto Egipto, Administrador del Gran Palacio, Señor hereditario, Sumo sacerdote de Heliópolis, Imhotep el constructor, escultor, hacedor de vasijas de piedra...
Antes de él, nadie había tenido su nombre inscrito al lado del de un faraón, y en sus títulos no se menciona el de médico, pero sí el de productor de recipientes: quizá sólo constan los que usó para la construcción.
Imhotep está considerado como el fundador de la medicina egipcia, y autor del papiro Edwin Smith acerca de curaciones, dolencias y observaciones anatómicas (aunque este texto probablemente fue escrito alrededor del 1700 adC, con añadidos de otros médicos). En este texto Imhotep recomienda el uso de vahos de opiáceos como anestésico. Describe observaciones anatómicas, el examen, diagnóstico, tratamiento y pronóstico de numerosas heridas con todo detalle. Los tratamientos son racionales, y en un sólo caso se recurre a remedios mágicos. El papiro contiene las primeras descripciones de suturas craneales, de la meninge, la superficie externa del cerebro, del líquido cefalorraquídeo, y de las pulsaciones intracraneanas. Según un grabado de una losa sepulcral en Saqqara, Imhotep preconizaba la aplicación de presión en las arterias carótidas para calmar la cefalea, al disminuir el flujo de sangre al cerebro.
Es citado en el Canto del Arpista, composición literaria datada en el Imperio Medio:
"He oído sentencias de Imutes y de Dyedefhor, que se citan como proverbios...Hazte por tanto el día dichoso, y no te canses nunca de esto".
Canto del Arpista.
La pirámide escalonada de Saqqara necesitó la extracción, transporte y montaje de miles de toneladas de piedra caliza, desafío notable ya que nunca se había utilizado en grandes construcciones, para las que se usaban los ladrillos de adobe, fáciles de hacer y baratos. Un gran problema técnico era el peso de la piedra: Imhotep lo solucionó en parte usando bloques pequeños, más fáciles de transportar y manejar. Por otra parte, las columnas son de adorno o están adosadas a los muros, sin sustentar mucho peso. Es necesario tener en cuenta que en esta época el único metal conocido era el cobre, poco adecuado como herramienta para estos trabajos.
Tuvo que organizar todo el proceso de construcción, controlar el trabajo de cientos de obreros, y realizar la primera ciudad funeraria: rodeada por una muralla de unos mil quinientos metros de perímetro, construyó diferentes edificaciones, como decorado, y en el centro erigió una pirámide de seis gradas con una altura de sesenta metros. A su vez, excavó en la roca del terreno, bajo la pirámide, la que sería la tumba de Dyeser (Zoser) y un conjunto de galerías para almacenar miles de vasijas funerarias grabadas con los nombres de sus predecesores.
Durante siglos, los egipcios consideraron a Imhotep como el dios de la medicina y la sabiduría y se le representa sentado, como a los escribas, con un papiro desplegado sobre sus rodillas, tocado con un casquete.
En el Imperio Nuevo fue venerado como patrón de los escribas y deificado en el periodo tardía de Egipto, para lo cual fue identificado con Nefertum, hijo de Ptah y Nut (o Sejmet). Posteriormente se le vinculó al dios Thot –una práctica común en el Antiguo Egipto.
Su culto principal estaba en Menfis. También fue venerado en Tebas, Filae y Deir el-Medina en la época ptolemaica junto a Hathor, Maat y Amenhotep (hijo de Hapu), otro arquitecto deificado. Su prestigio era tan grande, que su fama llegó hasta los griegos, que lo conocían como Imutes y le asimilaron a su dios Asclepio, el Esculapio romano.
Imhotep ha inspirado diversos personajes de la cultura popular. Pero en la mayoría de casos tan sólo ha sido utilizado su nombre y el origen egipcio, desvirtuando su personalidad real y logros.
Imhotep es un personaje de ficción interpretado por Boris Karloff en la película La Momia (1932). Imhotep es un personaje de ficción interpretado por Arnold Vosloo en la película de La Momia (1999).
El nombre Imhotep era usado por un Goa'uld menor en el episodio “El Guerrero” de la serie Stargete SG-1.
Imhotep es también el nombre del sacerdote en la novela Death Comes as the End de Agatha Christie.
viernes, 16 de mayo de 2008
Un poco de Historia: Los Einherjer
Alguna vez he hablado a los miembros de mi Hermandad de WoW sobre los Einherjer, ya que el nombre de uno de mis personajes, Wulbaif, era el nombre de un antiguo jefe vikingo, que al morir en batalla, según su creencia, renacería en el Valhalla, como miembro del ejército de espíritus de los dioses nórdicos. Aquí os explico un poco qué era un Einherjer.
En la mitología nórdica los einherjer o einheriar eran los espíritus de los guerreros que habían muerto en batalla. El nombre significa "armada-de-uno-solo" en nórdico antiguo (en singular sería einheri y la etimología sería de un alemán común aina-harj-arja). Frecuentemente se interpreta como "luchador extraordinario", debido a que cuando estos estaban con vida en la tierra se encontraban en diversos grupos y ejercitos, pero ahora todos ellos estaban en una misma armada de los muertos, como se describe a continuación.
Los vikingos creían que si morían en batalla, eran llevados hasta el Valhalla por las Valkirias, para que se unan al ejército de Einherjer (guerreros muertos) y así, ayuden a los dioses en su lucha contra las criaturas del mal (gigantes, demonios...) en la batalla final del Ragnarok.
En la mitología nórdica los einherjer o einheriar eran los espíritus de los guerreros que habían muerto en batalla. El nombre significa "armada-de-uno-solo" en nórdico antiguo (en singular sería einheri y la etimología sería de un alemán común aina-harj-arja). Frecuentemente se interpreta como "luchador extraordinario", debido a que cuando estos estaban con vida en la tierra se encontraban en diversos grupos y ejercitos, pero ahora todos ellos estaban en una misma armada de los muertos, como se describe a continuación.
Los vikingos creían que si morían en batalla, eran llevados hasta el Valhalla por las Valkirias, para que se unan al ejército de Einherjer (guerreros muertos) y así, ayuden a los dioses en su lucha contra las criaturas del mal (gigantes, demonios...) en la batalla final del Ragnarok.
Un poco de Historia: La Batalla del Paso de las Termópilas
Quizás sea la batalla de la época griega que más me ha atraído desde siempre. El valor de los guerreros espartanos siempre ha sido uno de mis ideales. Aunque he de decir, que en aquella batalla había más griegos provinientes de otras ciudades-estado que no eran Esparta, y que eran más de 300 los que lucharon contra el gran ejército persa del Rey-dios Jerjes I.
La expansión constante de los griegos por el Mediterraneo, tanto oriental como occidental, llevó a crear colonias en las costas de Asia Menor. Estas colonias estaban en territorios controlados por el Imperio Persa que siempre les concedió un elevado grado de autonomía, pero los colonos helenos siempre quisieron la absoluta libertad, se sublevaron contra el poder imperial y obtuvieron algunas victorias iniciales, pero conocían su inferioridad ante el coloso asiático, por lo que pidieron ayuda a los griegos continentales. Pese a que los espartanos se negaron en un principio, los atenienses sí los apoyaron, dando comienzo a las Guerras Médicas.
El soberano persa Jerjes I se propuso terminar con la sublevación de los griegos asiáticos y conquistar Grecia para cortar definitivamente los apoyos que aquellos recibían.
Ante la llegada de los persas a territorio europeo las reacciones fueron diferentes. Atenas quería detener la invasión como fuese y solicitó ayuda a los espartanos para luchar en Maratón (septiembre del 490 adC). Sin embargo, como se ha dicho, el origen del problema residía en las colonias griegas en Asia y Esparta no había fundado ninguna ni tampoco las había ayudado, como se ha indicado, por tanto los lacedemonios (ciudadanos de Esparta) no se sentían implicados, tanto es así que a la Batalla de Maratón no acudieron por estar celebrando unos juegos sagrados, la festividad llamada Carnegia.
Sin embargo, la situación cambió cuando el Gran Rey de Reyes o Dios de Dioses, como era nombrado por los soberanos persas, se presentó frente a la Hélade con su ejército. En ese momento, y ante la necesidad, se unieron las distintas polis griegas que tradicionalmente se habían enfrentado entre ellas haciendo realidad la frase griega de:
Los hombres podrán cansarse de comer, de beber e incluso de hacer el amor; pero no de hacer la guerra.
La primera batalla se libraría en un lugar llamado el Paso de las Termópilas, un angosto desfiladero de unos 12 metros de anchura. Allí esperó a los persas un ejército compuesto por 300 hoplitas espartanos (a los que hay que sumar otros 600 ilotas, pues cada espartano llevaba dos siervos a su servicio), 500 de Tegea, otros 500 de Mantinea, 120 de Orcómeno y 1.000 hoplitas del resto de la Arcadia: 400 de Corinto, 200 de Fliunte, 80 de Micenas, 700 de Tepia y 400 de Tebas, además de 1.000 focenses y todos los locros. Por tanto, los lacedemonios o espartanos constituían una de las fuerzas más pequeñas, pero debido a su reputación y a ser los únicos soldados profesionales, los demás griegos delegaron en ellos de forma espontánea el mando del contingente.
Según las fuentes clásicas griegas, los soldados persas conformaban un ejército que oscilaba entre los 250.000 y el millón de efectivos, Heródoto incluso lo eleva a varios millones de soldados.
Los datos sobre los efectivos griegos la historiografía actual los considera más o menos realistas y, durante muchos años, la cantidad ofrecida por Heródoto sobre los persas no fue puesta en duda. No obstante, a principios del siglo XX el historiador militar Hans Delbrück calculó que la longitud de las columnas para abastecer a una fuerza de combate millonaria sería tan larga que los últimos carros estarían saliendo de Susa cuando los primeros persas llegaran a las Termopilas. Cálculos actuales, comenta Quesada, sitúan la cifra de persas en unos 200.000 o incluso 250.000, un ejército colosal para los medios logísticos de la época.
Se observa la desproporción de las fuerzas enfrentadas; pero lo estrecho del paso anulaba la diferencia numérica y la formación de falange de los helenos les concedía cierta ventaja sobre los persas, equipados con una panoplia mucho más ligera y por tanto menos protectora, además sus largas dory (lanzas de falange, más cortas que las sarisas) podrían ensartar a los enemigos antes incluso de que estos pudieran tocarlos; así había sucedido en la pequeña confrontación de la Batalla de Maratón. Por tanto inicialmente la lucha no tenía por qué ser suicida.
Heródoto de Halicarnaso indica que el más valiente de los griegos fue el espartano Dienekes, pues antes de entablarse el combate dijo a los suyos que le habían dado buenas noticias, que le habían dicho que los arqueros de los persas eran tantos que «sus flechas cubrían el sol» y «volvían el día en noche» y que de este modo, si los persas les tapaban el sol, en lugar de tener que combatir bajo él, podrían luchar a la sombra. Dienekes, y los espartanos en general, consideraban el arco como un arma poco honorable, ya que evadía el enfrentamiento cuerpo a cuerpo.
Se dice que Jerjes I, al toparse con los soldados griegos, pese a la advertencia de Demarato consideró inverosímil que un ejército griego tan pequeño fuese a plantar cara al suyo (Her. VII, 209). Pasaron cuatro días y Jerjes, impaciente, envió un emisario exigiendo a los griegos que entregasen sus armas inmediatamente para no ser aniquilados. Leónidas respondió: «Ven a buscarlas tú mismo». Así dio comienzo la batalla.
Fila tras fila los persas se estrellaron contra las lanzas y escudos espartanos sin que estos cedieran un centímetro. De esta forma, a pesar de la grave desventaja numérica, Leónidas y sus hombres se opusieron a las oleadas de soldados enemigos con un número mínimo de bajas, mientras que las pérdidas de Jerjes —aunque minúsculas en proporción a sus fuerzas— suponían un golpe para la moral de sus tropas. Durante las noches, Leónidas solía decirles a sus hombres: «Jerjes tiene muchos hombres, pero ningún soldado».
Frustrado e impaciente, Jerjes envió al frente a sus diez mil Inmortales, su fuerza de élite, llamados así porque cada vez que un Inmortal caía, otro corría a reemplazarlo, manteniéndose en la cantidad fija de diez mil hombres. Sin embargo, los resultados fueron los mismos. Los persas morían a cientos, la moral del ejército decaía y los griegos no mostraban signos de cansancio. La batalla continuó de esta forma durante tres días. Fue entonces cuando Jerjes, abatido, recibió la ayuda que necesitaba.
Un griego llamado Efialtes (que en griego significa «pesadilla») ofreció mostrarle a Jerjes un paso alternativo que rodeaba el lugar donde estaba Leónidas para acabar con su resistencia de una vez por todas. Sin dudarlo, Jerjes envió un importante número de sus fuerzas por ese paso. Este paso se encontraba defendido por los focios, pero al verse sorprendidos durante la noche por los persas, huyeron al primer contacto, sellando de esta manera la suerte de los defensores de las Termópilas.
El desfiladero de las Termópilas, es un pequeño paso que limitaba en un extremo con el Golfo Maliaco y en otro con los montes Oeta y Calídromo. Comunicaba Lócrida con Tesalia.
Cuando Leónidas detectó la maniobra del enemigo y se dio cuenta de que le atacarían por dos frentes, reunió un consejo de guerra, donde ofreció a los griegos dos opciones: podían irse por mar a Atenas o permanecer en las Termópilas hasta el final. Es en este punto donde Heródoto menciona su creencia de que Leónidas permitiera la marcha de los aliados influenciado por «la consulta previa que, a propósito de aquella guerra, realizaron los espartiatas al Oráculo nada más estallar la misma. La respuesta que recibieron de labios de la Pitia fue que Lacedemón (Esparta) sería devastada por los bárbaros o que su rey moriría. Esa respuesta la dictó a los lacedemonios en versos hexámetros y rezaba así: "Mirad, habitantes de la extensa Esparta, o bien vuestra poderosa y eximia ciudad es arrasada por los descendientes de Perseo, o no lo es; pero, en ese caso, la tierra de Lacedemón llorará la muerte de un rey de la estirpe de Heracles. Pues al invasor no lo detendrá la fuerza de los toros o de los leones, ya que posee la fuerza de Zeus. Proclamo, en fin, que no se detendrá hasta haber devorado a una u otro hasta los huesos".
Quedaron el Rey Leónidas I, los lacedemonios y algunos tebanos. Mientras el resto de la fuerza que había decidido irse se retiraba hacia Atenas, los 300 soldados de la guardia de Leónidas y mil griegos leales (los tespios y los de Tebas) se quedaron a presentar batalla y resistencia hasta el final; la suerte estaba echada. Al despuntar el alba del cuarto día, Leónidas dijo a sus hombres: «Tomad un buen desayuno, puesto que hoy cenaremos en el Hades». Fue tal el ímpetu con el que los espartanos lucharon que Jerjes decidió abatirlos de lejos con sus arqueros para no seguir perdiendo hombres. Leónidas fue alcanzado por una flecha y los últimos espartanos murieron intentando recuperar su cuerpo para que no cayera en manos enemigas.
La batalla duró cinco días y los persas consiguieron derrotar a los temidos espartanos, pero éstos ya habían retrasado notablemente el avance persa, diezmado la moral de su ejército, causando considerables pérdidas y dando tiempo a los demás griegos para evacuar sus ciudades y preparar la defensa.
Paso de las Termópilas. Se cree que la línea de costa en tiempos de la batalla se encontraba donde ahora pasa la carretera, o incluso más cerca de las montañas.
El tiempo durante el que los retuvieron fue bien utilizado para evacuar la ciudad y reunir un gran ejército que después lograría la victoria en la Llanura de Platea por tierra y en la Batalla de Salamina por mar, tras lo cual las aspiraciones persas de dominar la Hélade quedarían deshechas. No obstante, los ejércitos de Jerjes causarían serios daños a las ciudades griegas y muchas de ellas serían quemadas y arrasadas, como le sucedió a la propia Atenas, que fue pasto de las llamas, incluyendo los principales templos de su Acrópolis.
Según algunos historiadores, sólo sobrevivieron dos soldados espartanos de los que habían quedado en Las Termopilas, Alejandro y Antígono de Esparta, quienes vieron la muerte de su rey y tras la lluvia de flechas se escondieron bajo sus escudos para aparentar que estaban muertos. Alejandro, más tarde, fue uno de los mejores guerreros de Esparta, pero no se le recordó como a otros héroes. Tras las Termópilas combatió en Platea, otra vez contra los Persas. Allí murió, tras recibir cuatro flechas en el pecho.
Se cree que ningún griego logró sobrevivir; pero, quizá por el mito espartano o por alguna otra razón, la cultura popular se ha centrado más en el esfuerzo lacedemonio (un 5% de sus fuerzas) que en el de los 700 hoplitas de Tespia, quienes constituían casi el 100% de los hombres útiles. Un ejemplo de este ostracismo popular puede ser la película 300, basada en la novela gráfica del mismo título, en la cual ni siquiera se menciona que los tespios eran la mayoría de las fuerzas ni que también lucharon hasta el fin.
Esta abnegación resulta aún más sobresaliente si tenemos en cuenta el carácter no militarista de su sociedad. En la idiosincrasia espartana, rendirse o huir ante el enemigo resultaba una de las mayores bajezas que un ciudadano podía cometer, tanto es así que las madres lacedemonias decían a sus hijos al entregarles su gran escudo hoplos "vuelve con él o sobre él", eufemismo para decir que victorioso o muerto pero no sin él por haberlo tirado para correr más ligero; los espartanos que lo hacían sufrían un desprecio y abandono terrible; cosa que no les sucedería a los Tespios y pese a todo se quedaron junto a Leónidas.
El sacrificio de los griegos tuvo amplias repercusiones en la Grecia de la Antigüedad. Tal fue su fama que hasta el día de hoy es considerado como uno de los ejemplos máximos de sacrificio ante una tarea imposible, en la cual unos pocos valientes se opusieron a la maquinaria de guerra más poderosa conocida, y dieron sus vidas luchando por su tierra, su honor y su libertad. Es una de las batallas más memorables, decisivas y célebres que presenció el mundo.
La hazaña fue recordada en una lápida conmemorativa escrita por el poeta Simónides y referida por Heródoto (VII 228), que decía así: "Extranjero, informa a los espartanos, que aquí yacemos obedeciendo a sus preceptos".
La expansión constante de los griegos por el Mediterraneo, tanto oriental como occidental, llevó a crear colonias en las costas de Asia Menor. Estas colonias estaban en territorios controlados por el Imperio Persa que siempre les concedió un elevado grado de autonomía, pero los colonos helenos siempre quisieron la absoluta libertad, se sublevaron contra el poder imperial y obtuvieron algunas victorias iniciales, pero conocían su inferioridad ante el coloso asiático, por lo que pidieron ayuda a los griegos continentales. Pese a que los espartanos se negaron en un principio, los atenienses sí los apoyaron, dando comienzo a las Guerras Médicas.
El soberano persa Jerjes I se propuso terminar con la sublevación de los griegos asiáticos y conquistar Grecia para cortar definitivamente los apoyos que aquellos recibían.
Ante la llegada de los persas a territorio europeo las reacciones fueron diferentes. Atenas quería detener la invasión como fuese y solicitó ayuda a los espartanos para luchar en Maratón (septiembre del 490 adC). Sin embargo, como se ha dicho, el origen del problema residía en las colonias griegas en Asia y Esparta no había fundado ninguna ni tampoco las había ayudado, como se ha indicado, por tanto los lacedemonios (ciudadanos de Esparta) no se sentían implicados, tanto es así que a la Batalla de Maratón no acudieron por estar celebrando unos juegos sagrados, la festividad llamada Carnegia.
Sin embargo, la situación cambió cuando el Gran Rey de Reyes o Dios de Dioses, como era nombrado por los soberanos persas, se presentó frente a la Hélade con su ejército. En ese momento, y ante la necesidad, se unieron las distintas polis griegas que tradicionalmente se habían enfrentado entre ellas haciendo realidad la frase griega de:
Los hombres podrán cansarse de comer, de beber e incluso de hacer el amor; pero no de hacer la guerra.
La primera batalla se libraría en un lugar llamado el Paso de las Termópilas, un angosto desfiladero de unos 12 metros de anchura. Allí esperó a los persas un ejército compuesto por 300 hoplitas espartanos (a los que hay que sumar otros 600 ilotas, pues cada espartano llevaba dos siervos a su servicio), 500 de Tegea, otros 500 de Mantinea, 120 de Orcómeno y 1.000 hoplitas del resto de la Arcadia: 400 de Corinto, 200 de Fliunte, 80 de Micenas, 700 de Tepia y 400 de Tebas, además de 1.000 focenses y todos los locros. Por tanto, los lacedemonios o espartanos constituían una de las fuerzas más pequeñas, pero debido a su reputación y a ser los únicos soldados profesionales, los demás griegos delegaron en ellos de forma espontánea el mando del contingente.
Según las fuentes clásicas griegas, los soldados persas conformaban un ejército que oscilaba entre los 250.000 y el millón de efectivos, Heródoto incluso lo eleva a varios millones de soldados.
Los datos sobre los efectivos griegos la historiografía actual los considera más o menos realistas y, durante muchos años, la cantidad ofrecida por Heródoto sobre los persas no fue puesta en duda. No obstante, a principios del siglo XX el historiador militar Hans Delbrück calculó que la longitud de las columnas para abastecer a una fuerza de combate millonaria sería tan larga que los últimos carros estarían saliendo de Susa cuando los primeros persas llegaran a las Termopilas. Cálculos actuales, comenta Quesada, sitúan la cifra de persas en unos 200.000 o incluso 250.000, un ejército colosal para los medios logísticos de la época.
Se observa la desproporción de las fuerzas enfrentadas; pero lo estrecho del paso anulaba la diferencia numérica y la formación de falange de los helenos les concedía cierta ventaja sobre los persas, equipados con una panoplia mucho más ligera y por tanto menos protectora, además sus largas dory (lanzas de falange, más cortas que las sarisas) podrían ensartar a los enemigos antes incluso de que estos pudieran tocarlos; así había sucedido en la pequeña confrontación de la Batalla de Maratón. Por tanto inicialmente la lucha no tenía por qué ser suicida.
Heródoto de Halicarnaso indica que el más valiente de los griegos fue el espartano Dienekes, pues antes de entablarse el combate dijo a los suyos que le habían dado buenas noticias, que le habían dicho que los arqueros de los persas eran tantos que «sus flechas cubrían el sol» y «volvían el día en noche» y que de este modo, si los persas les tapaban el sol, en lugar de tener que combatir bajo él, podrían luchar a la sombra. Dienekes, y los espartanos en general, consideraban el arco como un arma poco honorable, ya que evadía el enfrentamiento cuerpo a cuerpo.
Se dice que Jerjes I, al toparse con los soldados griegos, pese a la advertencia de Demarato consideró inverosímil que un ejército griego tan pequeño fuese a plantar cara al suyo (Her. VII, 209). Pasaron cuatro días y Jerjes, impaciente, envió un emisario exigiendo a los griegos que entregasen sus armas inmediatamente para no ser aniquilados. Leónidas respondió: «Ven a buscarlas tú mismo». Así dio comienzo la batalla.
Fila tras fila los persas se estrellaron contra las lanzas y escudos espartanos sin que estos cedieran un centímetro. De esta forma, a pesar de la grave desventaja numérica, Leónidas y sus hombres se opusieron a las oleadas de soldados enemigos con un número mínimo de bajas, mientras que las pérdidas de Jerjes —aunque minúsculas en proporción a sus fuerzas— suponían un golpe para la moral de sus tropas. Durante las noches, Leónidas solía decirles a sus hombres: «Jerjes tiene muchos hombres, pero ningún soldado».
Frustrado e impaciente, Jerjes envió al frente a sus diez mil Inmortales, su fuerza de élite, llamados así porque cada vez que un Inmortal caía, otro corría a reemplazarlo, manteniéndose en la cantidad fija de diez mil hombres. Sin embargo, los resultados fueron los mismos. Los persas morían a cientos, la moral del ejército decaía y los griegos no mostraban signos de cansancio. La batalla continuó de esta forma durante tres días. Fue entonces cuando Jerjes, abatido, recibió la ayuda que necesitaba.
Un griego llamado Efialtes (que en griego significa «pesadilla») ofreció mostrarle a Jerjes un paso alternativo que rodeaba el lugar donde estaba Leónidas para acabar con su resistencia de una vez por todas. Sin dudarlo, Jerjes envió un importante número de sus fuerzas por ese paso. Este paso se encontraba defendido por los focios, pero al verse sorprendidos durante la noche por los persas, huyeron al primer contacto, sellando de esta manera la suerte de los defensores de las Termópilas.
El desfiladero de las Termópilas, es un pequeño paso que limitaba en un extremo con el Golfo Maliaco y en otro con los montes Oeta y Calídromo. Comunicaba Lócrida con Tesalia.
Cuando Leónidas detectó la maniobra del enemigo y se dio cuenta de que le atacarían por dos frentes, reunió un consejo de guerra, donde ofreció a los griegos dos opciones: podían irse por mar a Atenas o permanecer en las Termópilas hasta el final. Es en este punto donde Heródoto menciona su creencia de que Leónidas permitiera la marcha de los aliados influenciado por «la consulta previa que, a propósito de aquella guerra, realizaron los espartiatas al Oráculo nada más estallar la misma. La respuesta que recibieron de labios de la Pitia fue que Lacedemón (Esparta) sería devastada por los bárbaros o que su rey moriría. Esa respuesta la dictó a los lacedemonios en versos hexámetros y rezaba así: "Mirad, habitantes de la extensa Esparta, o bien vuestra poderosa y eximia ciudad es arrasada por los descendientes de Perseo, o no lo es; pero, en ese caso, la tierra de Lacedemón llorará la muerte de un rey de la estirpe de Heracles. Pues al invasor no lo detendrá la fuerza de los toros o de los leones, ya que posee la fuerza de Zeus. Proclamo, en fin, que no se detendrá hasta haber devorado a una u otro hasta los huesos".
Quedaron el Rey Leónidas I, los lacedemonios y algunos tebanos. Mientras el resto de la fuerza que había decidido irse se retiraba hacia Atenas, los 300 soldados de la guardia de Leónidas y mil griegos leales (los tespios y los de Tebas) se quedaron a presentar batalla y resistencia hasta el final; la suerte estaba echada. Al despuntar el alba del cuarto día, Leónidas dijo a sus hombres: «Tomad un buen desayuno, puesto que hoy cenaremos en el Hades». Fue tal el ímpetu con el que los espartanos lucharon que Jerjes decidió abatirlos de lejos con sus arqueros para no seguir perdiendo hombres. Leónidas fue alcanzado por una flecha y los últimos espartanos murieron intentando recuperar su cuerpo para que no cayera en manos enemigas.
La batalla duró cinco días y los persas consiguieron derrotar a los temidos espartanos, pero éstos ya habían retrasado notablemente el avance persa, diezmado la moral de su ejército, causando considerables pérdidas y dando tiempo a los demás griegos para evacuar sus ciudades y preparar la defensa.
Paso de las Termópilas. Se cree que la línea de costa en tiempos de la batalla se encontraba donde ahora pasa la carretera, o incluso más cerca de las montañas.
El tiempo durante el que los retuvieron fue bien utilizado para evacuar la ciudad y reunir un gran ejército que después lograría la victoria en la Llanura de Platea por tierra y en la Batalla de Salamina por mar, tras lo cual las aspiraciones persas de dominar la Hélade quedarían deshechas. No obstante, los ejércitos de Jerjes causarían serios daños a las ciudades griegas y muchas de ellas serían quemadas y arrasadas, como le sucedió a la propia Atenas, que fue pasto de las llamas, incluyendo los principales templos de su Acrópolis.
Según algunos historiadores, sólo sobrevivieron dos soldados espartanos de los que habían quedado en Las Termopilas, Alejandro y Antígono de Esparta, quienes vieron la muerte de su rey y tras la lluvia de flechas se escondieron bajo sus escudos para aparentar que estaban muertos. Alejandro, más tarde, fue uno de los mejores guerreros de Esparta, pero no se le recordó como a otros héroes. Tras las Termópilas combatió en Platea, otra vez contra los Persas. Allí murió, tras recibir cuatro flechas en el pecho.
Se cree que ningún griego logró sobrevivir; pero, quizá por el mito espartano o por alguna otra razón, la cultura popular se ha centrado más en el esfuerzo lacedemonio (un 5% de sus fuerzas) que en el de los 700 hoplitas de Tespia, quienes constituían casi el 100% de los hombres útiles. Un ejemplo de este ostracismo popular puede ser la película 300, basada en la novela gráfica del mismo título, en la cual ni siquiera se menciona que los tespios eran la mayoría de las fuerzas ni que también lucharon hasta el fin.
Esta abnegación resulta aún más sobresaliente si tenemos en cuenta el carácter no militarista de su sociedad. En la idiosincrasia espartana, rendirse o huir ante el enemigo resultaba una de las mayores bajezas que un ciudadano podía cometer, tanto es así que las madres lacedemonias decían a sus hijos al entregarles su gran escudo hoplos "vuelve con él o sobre él", eufemismo para decir que victorioso o muerto pero no sin él por haberlo tirado para correr más ligero; los espartanos que lo hacían sufrían un desprecio y abandono terrible; cosa que no les sucedería a los Tespios y pese a todo se quedaron junto a Leónidas.
El sacrificio de los griegos tuvo amplias repercusiones en la Grecia de la Antigüedad. Tal fue su fama que hasta el día de hoy es considerado como uno de los ejemplos máximos de sacrificio ante una tarea imposible, en la cual unos pocos valientes se opusieron a la maquinaria de guerra más poderosa conocida, y dieron sus vidas luchando por su tierra, su honor y su libertad. Es una de las batallas más memorables, decisivas y célebres que presenció el mundo.
La hazaña fue recordada en una lápida conmemorativa escrita por el poeta Simónides y referida por Heródoto (VII 228), que decía así: "Extranjero, informa a los espartanos, que aquí yacemos obedeciendo a sus preceptos".
Un poco de Historia
Ya sabéis lo que me gusta la historia, en concreto, la historia antigua, como la civilización griega y romana, la nórdica y la egipcia. Con las entradas tituladas "Un poco de Historia", quiero poner algunos artículos sobre las batallas históricas, culturas, civilizaciones antiguas y mitologías desaparecidas, para daros un poquito de culturilla general.
Anales de la Hermandad: 4. De como Nanai-Shai es salvado por un humano
El cansancio y la pérdida de sangre habían debilitado al grifo durante su vuelo hacia el sur. No recordaba en qué momento había cambiado el rumbo de su vuelo, pero de repente, Nanai-Shai se encontró sobrevolando los pantanos de los Humedales. Su único ojo sano, se cerraba. El grifo se adormecía en pleno vuelo. Luchaba por no dormirse, por resistir, hasta que el cansancio le venció. Cayó en picado sobre los pantanos, sin posibilidad de detener el desastre.
Nurion esperaba con paciencia, de pie sobre su pequeña barca, con la lanza presta, a que uno de los crocoliscos del pantano pasara cerca de él. El joven cazador se dedicaba a cazar los grandes reptiles de los Humedales, para vender su carne y su piel en la ciudad portuaria de Menethil. Había heredado el oficio de su padre y se había convertido en un cazador excelente y en un buen explorador y rastreador, experto en moverse en bosques y pantanos. En silencio, con la lanza levantada, Nurion observó como un crocolisco se acercaba a la barca, sumergido en el agua del pantano. Cuando estuvo lo suficientemente cerca como para no fallar, Nurion lanzó el arma hacia el dorso del reptil. La lanza atravesó su dura piel y su carne, clavándose en el corazón del animal, que en pocos segundos, murió. Su cuerpo inerte, ascendió en el agua, hasta llegar a la superficie, donde un sonriente Nurion le esperaba. Era la segunda pieza que se cobraba aquel día. Uno más, y podría volver a casa para despellejarlos y descuartizarlos para su venta.
Mientras recogía la lanza con la cuerda a la que iba atada, acercando el crocolisco muerto hacia la barca, un estruendo de ramas le distrajo de su tarea. Nurion levantó la mirada, justo a tiempo para ver un extraño y pesado cuerpo caer desde el cielo, rompiendo las ramas de los árboles, hasta estrellarse contra el agua, a pocos metros de él. El cuerpo quedó en la superficie, flotando, sin moverse, mientras varios crocoliscos, alertados por la posibilidad de una nueva presa, se lanzaron al agua. El joven sabía que no tenía mucho tiempo. Olvidando al crocolisco muerto, Nurion acercó la barca con rapidez hacia el cuerpo del agua. Una vez a su lado, cogió una lanza y comenzó a gritar, para distraer a los reptiles que se acercaban a su inesperada presa. Nurion atacó a uno de ellos, clavándole la lanza en la cabeza. El crocolisco se quedó junto a la barca, convulsionándose, mientras la muerte se adueñaba de su cuerpo. El resto de reptiles, viendo que su comida tenía un guardián peligroso, desistieron de avanzar y volvieron a la seguridad de las profundidades del agua.
Nurion observó que el cuerpo que había caído del cielo era un grifo. El joven había oído hablar de ellos, pero nunca había visto ninguno. Sabía que en el reino del norte, los criaban para realizar duros trabajos, pero jamás había tenido uno tan cerca. Nurion no sabía si la criatura habría sobrevivido a la caída, ya que se la veían malherida y magullada por varias zonas de su cuerpo. Aún así, el joven ató una cuerda al grifo y lo acercó con su barca a la orilla. Una vez fuera del agua, Nurion observó que el grifo aún respiraba, pues su poderoso pecho subía y bajaba con el ritmo de su respiración.
Después, volvió al agua para cobrarse sus dos crocoliscos que había matado. Necesitaba llegar a su cabaña en el pantano, allí podría curar al grifo herido y trabajar en los crocoliscos. Su caballo le esperaba cerca, pastando. El joven tendría que improvisar unas parihuelas grandes, para poder llevar al grifo, pues como pudo comprobar por él mismo, pesaba demasiado para subirlo al pequeño carro en el que siempre llevaba sus presas.
En pocos minutos, Nurion cortó varias ramas y un par de troncos, con los que hizo unas parihuelas decentes. Después, ató la cuerda a la silla del caballo y arrastró al grifo durante unos pocos metros, hasta que consiguió situarlo sobre la improvisada camilla. Tras atar la camilla al carro y volver a colocar el caballo en el yugo del mismo, Nurion se dirigió hacia su cabaña.
- No te preocupes, extraña criatura,- dijo Nurion refiriéndose al grifo. Pronto estaremos en mi casa y podré curarte las heridas. Espero que no sea demasiado tarde.
Una vez en la cabaña de Nurion, lo primero que hizo el joven cazador fue sacar todos sus utensilios de primeros auxilios del baúl en el que los guardaba. Con un pequeño cuchillo afilado, Nurion extrajo las flechas que atravesaban el emplumado cuerpo del grifo, lavando las heridas después con agua limpia. Durante un buen rato, cosió con delicadeza todas las heridas del grifo, aplicándoles un extraño ungüento que las protegería de las infecciones. Después, vendó bien las heridas y lavó el rostro del grifo con agua caliente. Hubiera deseado lavar todo su cuerpo, pero al estar el grifo inconsciente, Nurion no podía levantarlo él solo. Tras terminar de curarle, encendió un agradable fuego junto al grifo, para que estuviese caliente, ya que la pérdida de sangre, provocaba la hipotermia, como su padre le había enseñado hacía años.
- Tengo alguna poción de curación,- dijo Nurion, como si el grifo pudiese oírle. Las compro en el mercado de Menethil, pero no sé si te servirán. Nunca oí que se pudiesen utilizar con los animales o con los grifos. Pero con lo que te he hecho, podrás aguantar hasta que lo sepa.
Tras estas palabras, Nurion se dirigió hacia el carro, de donde bajó los tres crocoliscos que había capturado aquel día. Cogiendo un largo cuchillo muy afilado, se dispuso a iniciar la tarea de despellejarlos. La piel de aquellos reptiles haría que al día siguiente, en el mercado de la ciudad, pudiese comprar más víveres y alguna poción más que el grifo pudiese necesitar. La carne serviría para alimentarles y con lo que vendiera, el joven pensaba comprar ropa y algún arma nueva. En aquel momento, Nurion paró lo que estaba haciendo. En realidad, el joven no tenía ni idea de lo que comía un grifo. No sabía si aquella criatura se comería la carne de un crocolisco, cruda o cocinada.
- Mañana tendré que ir a la ciudad. Sé de alguien que me podrá ayudar contigo.
Nurion esperaba con paciencia, de pie sobre su pequeña barca, con la lanza presta, a que uno de los crocoliscos del pantano pasara cerca de él. El joven cazador se dedicaba a cazar los grandes reptiles de los Humedales, para vender su carne y su piel en la ciudad portuaria de Menethil. Había heredado el oficio de su padre y se había convertido en un cazador excelente y en un buen explorador y rastreador, experto en moverse en bosques y pantanos. En silencio, con la lanza levantada, Nurion observó como un crocolisco se acercaba a la barca, sumergido en el agua del pantano. Cuando estuvo lo suficientemente cerca como para no fallar, Nurion lanzó el arma hacia el dorso del reptil. La lanza atravesó su dura piel y su carne, clavándose en el corazón del animal, que en pocos segundos, murió. Su cuerpo inerte, ascendió en el agua, hasta llegar a la superficie, donde un sonriente Nurion le esperaba. Era la segunda pieza que se cobraba aquel día. Uno más, y podría volver a casa para despellejarlos y descuartizarlos para su venta.
Mientras recogía la lanza con la cuerda a la que iba atada, acercando el crocolisco muerto hacia la barca, un estruendo de ramas le distrajo de su tarea. Nurion levantó la mirada, justo a tiempo para ver un extraño y pesado cuerpo caer desde el cielo, rompiendo las ramas de los árboles, hasta estrellarse contra el agua, a pocos metros de él. El cuerpo quedó en la superficie, flotando, sin moverse, mientras varios crocoliscos, alertados por la posibilidad de una nueva presa, se lanzaron al agua. El joven sabía que no tenía mucho tiempo. Olvidando al crocolisco muerto, Nurion acercó la barca con rapidez hacia el cuerpo del agua. Una vez a su lado, cogió una lanza y comenzó a gritar, para distraer a los reptiles que se acercaban a su inesperada presa. Nurion atacó a uno de ellos, clavándole la lanza en la cabeza. El crocolisco se quedó junto a la barca, convulsionándose, mientras la muerte se adueñaba de su cuerpo. El resto de reptiles, viendo que su comida tenía un guardián peligroso, desistieron de avanzar y volvieron a la seguridad de las profundidades del agua.
Nurion observó que el cuerpo que había caído del cielo era un grifo. El joven había oído hablar de ellos, pero nunca había visto ninguno. Sabía que en el reino del norte, los criaban para realizar duros trabajos, pero jamás había tenido uno tan cerca. Nurion no sabía si la criatura habría sobrevivido a la caída, ya que se la veían malherida y magullada por varias zonas de su cuerpo. Aún así, el joven ató una cuerda al grifo y lo acercó con su barca a la orilla. Una vez fuera del agua, Nurion observó que el grifo aún respiraba, pues su poderoso pecho subía y bajaba con el ritmo de su respiración.
Después, volvió al agua para cobrarse sus dos crocoliscos que había matado. Necesitaba llegar a su cabaña en el pantano, allí podría curar al grifo herido y trabajar en los crocoliscos. Su caballo le esperaba cerca, pastando. El joven tendría que improvisar unas parihuelas grandes, para poder llevar al grifo, pues como pudo comprobar por él mismo, pesaba demasiado para subirlo al pequeño carro en el que siempre llevaba sus presas.
En pocos minutos, Nurion cortó varias ramas y un par de troncos, con los que hizo unas parihuelas decentes. Después, ató la cuerda a la silla del caballo y arrastró al grifo durante unos pocos metros, hasta que consiguió situarlo sobre la improvisada camilla. Tras atar la camilla al carro y volver a colocar el caballo en el yugo del mismo, Nurion se dirigió hacia su cabaña.
- No te preocupes, extraña criatura,- dijo Nurion refiriéndose al grifo. Pronto estaremos en mi casa y podré curarte las heridas. Espero que no sea demasiado tarde.
Una vez en la cabaña de Nurion, lo primero que hizo el joven cazador fue sacar todos sus utensilios de primeros auxilios del baúl en el que los guardaba. Con un pequeño cuchillo afilado, Nurion extrajo las flechas que atravesaban el emplumado cuerpo del grifo, lavando las heridas después con agua limpia. Durante un buen rato, cosió con delicadeza todas las heridas del grifo, aplicándoles un extraño ungüento que las protegería de las infecciones. Después, vendó bien las heridas y lavó el rostro del grifo con agua caliente. Hubiera deseado lavar todo su cuerpo, pero al estar el grifo inconsciente, Nurion no podía levantarlo él solo. Tras terminar de curarle, encendió un agradable fuego junto al grifo, para que estuviese caliente, ya que la pérdida de sangre, provocaba la hipotermia, como su padre le había enseñado hacía años.
- Tengo alguna poción de curación,- dijo Nurion, como si el grifo pudiese oírle. Las compro en el mercado de Menethil, pero no sé si te servirán. Nunca oí que se pudiesen utilizar con los animales o con los grifos. Pero con lo que te he hecho, podrás aguantar hasta que lo sepa.
Tras estas palabras, Nurion se dirigió hacia el carro, de donde bajó los tres crocoliscos que había capturado aquel día. Cogiendo un largo cuchillo muy afilado, se dispuso a iniciar la tarea de despellejarlos. La piel de aquellos reptiles haría que al día siguiente, en el mercado de la ciudad, pudiese comprar más víveres y alguna poción más que el grifo pudiese necesitar. La carne serviría para alimentarles y con lo que vendiera, el joven pensaba comprar ropa y algún arma nueva. En aquel momento, Nurion paró lo que estaba haciendo. En realidad, el joven no tenía ni idea de lo que comía un grifo. No sabía si aquella criatura se comería la carne de un crocolisco, cruda o cocinada.
- Mañana tendré que ir a la ciudad. Sé de alguien que me podrá ayudar contigo.
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