Con el undécimo capítulo llega a su fin el primer cuento sobre algunos de los principales personajes de la Hermandad de los Caballeros del Grifo. Espero que os haya gustado. Con posterioridad, iré añadiendo más historias sobre ellos.
Un saludo.
Wulbaif, Protector y Gran Maestro de la Hermandad de los Caballeros del Grifo.
jueves, 8 de mayo de 2008
11. Sinceridad
Tres noches después, los compañeros estaban acampados en el campamento de los magos de Dalaran. Zhuomar había quedado impresionado con la historia de lo que había ocurrido en el castillo. Y, sobre todo, le había agradado mucho que el mal de aquel sitio hubiera recibido aquel fantástico golpe.
Zadhar estaba en el límite del campamento, solo. Intentaba asimilar todo lo que había vivido aquellos días.
- ¿Porqué no me lo dijiste, Mirklo?,- se preguntaba el guerrero. ¿Porqué no me lo contaste?
- ¿Estás bien?,- preguntó Wulbaif.
El guerrero se giró sobresaltado.
- Sí. No pasa nada. Es que…
- Lo entiendo,- dijo el paladín. Han sido demasiadas emociones, demasiados asuntos ocultos. Necesitas tiempo para adaptarte…
- Tú lo has dicho, Wulf,- dijo Jezabell acercándose al paladín desde atrás. Demasiados asuntos ocultos.
El paladín se giró y vio a sus amigos acercarse a ellos.
- Sí,- dijo Torvald. ¿Cómo conocías ese veneno?
- ¿Y a qué se refería mi… hermano con lo de que tú volverías a ser la criatura que eras antes?,- dijo Zadhar.
Wulbaif se quedó pensativo, con la mirada perdida. La niña, que no se había separado del paladín en ningún momento, se cogió de sus manos.
- Wulf,- dijo Namis. Ha llegado la hora de que nos cuentes todo, ¿no crees?
- No podéis pedirme eso,- dijo el paladín.
- Vamos, muchacho,- dijo Torvald. Somos compañeros, hermanos de armas. ¿Aún no has aprendido a confiar en nosotros?
- Confío plenamente en vosotros, Torvald,- dijo Wulbaif. Os confiaría mi vida a todos vosotros, sin dudarlo. Pero, esto…
- Por favor, Wulf,- dijo Jezabell. No vuelvas a decir que tu pasado es muy complicado. Cuéntanos, ¿qué te atormenta? ¿De qué tienes miedo?
- ¿Tienes miedo de nosotros?,- preguntó Zadhar.
- No. Temo vuestra reacción a saber la verdad de mi pasado.
Wulbaif volvió a quedarse callado, pensativo, hundido en sus pensamientos. Tal vez había llegado la hora de sincerarse con sus amigos, al menos, con aquellos.
- ¿Qué visteis en los vampiros del castillo?,- preguntó de repente Wulbaif. ¿Qué visteis en sus ojos?
- ¿A qué te refieres?,- dijo Zadhar. Vimos vampiros, vimos seres malignos.
- Yo me vi a mí mismo,- dijo Wulbaif con una amarga sonrisa en sus labios. Vi mi pasado.
Sus amigos se quedaron callados.
- Fui el General del Batallón de Sangre de Arthas,- dijo Wulbaif. Fui un vampiro al servicio de la Plaga.
Sus compañeros estaban en silencio, conmocionados por lo que el paladín acababa de decir. De repente, Namis se acercó a él, con lágrimas en los ojos.
- Maldito,- dijo la elfa. ¡Tú mataste a mi pueblo!
La mujer elfa abofeteó el rostro del paladín, que recibió los golpes con estoicismo, sin defenderse. Fue Jezabell quien apartó a la elfa de Wulbaif. Namis cayó al suelo llorando, mientras el resto miraba a Wulbaif con miedo, tal y como el paladín había sospechado que pasaría. Un hilo de sangre le salía de su boca, consecuencia de los golpes de Namis.
- Por eso no quería contaros nada,- dijo Wulbaif. Ahora me teméis, aunque no hay motivo. Aún así, os contaré todo.
Wulbaif les contó todo lo ocurrido durante el final de la Gran Guerra, su caída en el Abismo y su resurrección, a cargo de los dioses. Les contó todo sobre su condena y su maldición. Ellos escucharon todo en silencio, excepto por Namis, que seguía llorando.
- Eso es todo lo que queríais saber,- dijo Wulbaif quitándose el destrozado tabardo de la Hermandad.
- ¿Porqué te quitas el tabardo?,- preguntó Jezabell.
La bruja fue la única en poder articular palabra, tras unos segundos. Wulbaif permanecía en silencio, mientras doblaba el tabardo con cariño. Tras doblarlo, el paladín observó el símbolo que había dirigido los últimos años de su vida. El grifo dorado, desgarrado por los últimos combates. Wulbaif lo acarició con los dedos, después, se lo tendió a Jezabell, en silencio.
- Pero, ¿qué haces?,- preguntó Jezabell.
- He perdido vuestra confianza,- dijo Wulbaif mientras se giraba para marcharse. Eso es algo que nunca voy a poder recuperar. Es mejor que me marche, que me aleje de vosotros. Estaréis mejor sin mí. Ya no tengo derecho a volver con vosotros a la Hermandad. Buscaré mi perdón en otro sitio.
Zadhar vio como su amigo se marchaba, internándose en al oscuridad del bosque, con un nudo en la garganta. Jezabell lloraba también, igual que Namis. Torvald, el enano del clan Macleod, se quedó sin hablar, sin saber qué decir, mientras Wulbaif se marchaba.
La niña seguía cogida de la mano de Wulbaif. El paladín intentó que se marchara, que volviera con los otros.
- Tienes que ir con ellos,- dijo Wulbaif. Estarás más segura que conmigo.
Pero la niña no hacía caso. Lo miraba con calma y tranquilidad, sin soltar su mano.
- Has escuchado lo que fui una vez,- dijo el paladín. ¿No me tienes miedo?
La niña negó con la cabeza y, con una sonrisa, se abrazó a Wulbaif.
- Está bien,- dijo Wulbaif. Ven conmigo. Junto a mí, no tienes nada que temer.
Wulbaif siguió andando, en la oscuridad. Se dirigiría hacia el sur, hacia las montañas. Intentaría buscar un nuevo hogar en Forjaz, la capital del gran reino de los enanos.
Namis se levantó, con lágrimas en los ojos. Se dio cuenta de que Wulbaif se había marchado. Sin decir nada, la elfa corrió, detrás del paladín. Tras varios minutos de carrera, Namis alcanzó a Wulbaif en el bosque, cortándole el camino. Wulbaif se quedó parado, en pie, sin hacer nada, mientras Namis le apuntaba con una flecha preparada en su arco. La niña miraba asustada a Namis.
- Adelante, Namis,- dijo Wulbaif. Apunta bien al corazón. No vaciles.
Namis temblaba y lloraba al mismo tiempo. La elfa luchaba por no disparar al paladín.
- Vamos, Namis. Hazlo,- dijo Wulbaif con calma. Acaba con tu sufrimiento y con el mío. Lo único que te pido es que cuides de esta niña, nada más.
Namis lloraba amargamente. La elfa bajó el arco, disparando la flecha hacia el suelo, donde quedó clavada. Namis cayó de rodillas al suelo, mientras lloraba. Wulbaif se acercó a ella y se arrodilló a su lado.
- No llores, Namis,- dijo Wulbaif. ¿Por qué no lo has hecho? Tenías todo el derecho de acabar con mi vida.
- No podía matarte,- dijo Namis entre sollozos.
- Debiste hacerlo. Debes hacerlo.
- No…,- dijo Namis. No…
- Lo siento. Siento mucho todo el mal que le causé a tu pueblo, Namis. No hay dolor suficiente en el mundo para pagar por todo aquello. Cada día que me levanto, imploro el perdón para mí, y admito mi castigo por mi pasado.
- No te vayas,- dijo Namis. Quédate con nosotros.
- No puedo, Namis. Ahora no. Tengo que marcharme.
- No te dejaré. No voy a dejar que te vayas.
- No, Namis. No puedo quedarme. Ya no. No volveréis a confiar en mí. Ya no puedo estar a vuestro lado sin que me miréis con desprecio y odio.
- No has perdido nuestra confianza. La mía no.
- Ni la nuestra,- dijo Jezabell detrás de ellos.
Ambos se giraron. Jezabell, Zadhar y Torvald estaban allí, de pie, observando la escena.
- Quédate,- dijo Zadhar. Tu secreto estará a salvo con nosotros.
- Sí,- dijo el enano. No se lo diremos a nadie. Tú eres nuestro hermano de armas. No creas que vamos a dejar que te diviertas tú solo por ahí, sin contar con nosotros.
Jezabell se acercó a ellos y le tendió el tabardo a Wulbaif.
- Ten,- dijo la mujer,- creo que se te ha caído. Mañana te lo coseré.
Wulbaif cogió el tabardo, mientras las lágrimas afloraban a sus ojos. Se levantó y se lo volvió a poner.
- Gracias,- dijo Wulbaif.
Zadhar estaba en el límite del campamento, solo. Intentaba asimilar todo lo que había vivido aquellos días.
- ¿Porqué no me lo dijiste, Mirklo?,- se preguntaba el guerrero. ¿Porqué no me lo contaste?
- ¿Estás bien?,- preguntó Wulbaif.
El guerrero se giró sobresaltado.
- Sí. No pasa nada. Es que…
- Lo entiendo,- dijo el paladín. Han sido demasiadas emociones, demasiados asuntos ocultos. Necesitas tiempo para adaptarte…
- Tú lo has dicho, Wulf,- dijo Jezabell acercándose al paladín desde atrás. Demasiados asuntos ocultos.
El paladín se giró y vio a sus amigos acercarse a ellos.
- Sí,- dijo Torvald. ¿Cómo conocías ese veneno?
- ¿Y a qué se refería mi… hermano con lo de que tú volverías a ser la criatura que eras antes?,- dijo Zadhar.
Wulbaif se quedó pensativo, con la mirada perdida. La niña, que no se había separado del paladín en ningún momento, se cogió de sus manos.
- Wulf,- dijo Namis. Ha llegado la hora de que nos cuentes todo, ¿no crees?
- No podéis pedirme eso,- dijo el paladín.
- Vamos, muchacho,- dijo Torvald. Somos compañeros, hermanos de armas. ¿Aún no has aprendido a confiar en nosotros?
- Confío plenamente en vosotros, Torvald,- dijo Wulbaif. Os confiaría mi vida a todos vosotros, sin dudarlo. Pero, esto…
- Por favor, Wulf,- dijo Jezabell. No vuelvas a decir que tu pasado es muy complicado. Cuéntanos, ¿qué te atormenta? ¿De qué tienes miedo?
- ¿Tienes miedo de nosotros?,- preguntó Zadhar.
- No. Temo vuestra reacción a saber la verdad de mi pasado.
Wulbaif volvió a quedarse callado, pensativo, hundido en sus pensamientos. Tal vez había llegado la hora de sincerarse con sus amigos, al menos, con aquellos.
- ¿Qué visteis en los vampiros del castillo?,- preguntó de repente Wulbaif. ¿Qué visteis en sus ojos?
- ¿A qué te refieres?,- dijo Zadhar. Vimos vampiros, vimos seres malignos.
- Yo me vi a mí mismo,- dijo Wulbaif con una amarga sonrisa en sus labios. Vi mi pasado.
Sus amigos se quedaron callados.
- Fui el General del Batallón de Sangre de Arthas,- dijo Wulbaif. Fui un vampiro al servicio de la Plaga.
Sus compañeros estaban en silencio, conmocionados por lo que el paladín acababa de decir. De repente, Namis se acercó a él, con lágrimas en los ojos.
- Maldito,- dijo la elfa. ¡Tú mataste a mi pueblo!
La mujer elfa abofeteó el rostro del paladín, que recibió los golpes con estoicismo, sin defenderse. Fue Jezabell quien apartó a la elfa de Wulbaif. Namis cayó al suelo llorando, mientras el resto miraba a Wulbaif con miedo, tal y como el paladín había sospechado que pasaría. Un hilo de sangre le salía de su boca, consecuencia de los golpes de Namis.
- Por eso no quería contaros nada,- dijo Wulbaif. Ahora me teméis, aunque no hay motivo. Aún así, os contaré todo.
Wulbaif les contó todo lo ocurrido durante el final de la Gran Guerra, su caída en el Abismo y su resurrección, a cargo de los dioses. Les contó todo sobre su condena y su maldición. Ellos escucharon todo en silencio, excepto por Namis, que seguía llorando.
- Eso es todo lo que queríais saber,- dijo Wulbaif quitándose el destrozado tabardo de la Hermandad.
- ¿Porqué te quitas el tabardo?,- preguntó Jezabell.
La bruja fue la única en poder articular palabra, tras unos segundos. Wulbaif permanecía en silencio, mientras doblaba el tabardo con cariño. Tras doblarlo, el paladín observó el símbolo que había dirigido los últimos años de su vida. El grifo dorado, desgarrado por los últimos combates. Wulbaif lo acarició con los dedos, después, se lo tendió a Jezabell, en silencio.
- Pero, ¿qué haces?,- preguntó Jezabell.
- He perdido vuestra confianza,- dijo Wulbaif mientras se giraba para marcharse. Eso es algo que nunca voy a poder recuperar. Es mejor que me marche, que me aleje de vosotros. Estaréis mejor sin mí. Ya no tengo derecho a volver con vosotros a la Hermandad. Buscaré mi perdón en otro sitio.
Zadhar vio como su amigo se marchaba, internándose en al oscuridad del bosque, con un nudo en la garganta. Jezabell lloraba también, igual que Namis. Torvald, el enano del clan Macleod, se quedó sin hablar, sin saber qué decir, mientras Wulbaif se marchaba.
La niña seguía cogida de la mano de Wulbaif. El paladín intentó que se marchara, que volviera con los otros.
- Tienes que ir con ellos,- dijo Wulbaif. Estarás más segura que conmigo.
Pero la niña no hacía caso. Lo miraba con calma y tranquilidad, sin soltar su mano.
- Has escuchado lo que fui una vez,- dijo el paladín. ¿No me tienes miedo?
La niña negó con la cabeza y, con una sonrisa, se abrazó a Wulbaif.
- Está bien,- dijo Wulbaif. Ven conmigo. Junto a mí, no tienes nada que temer.
Wulbaif siguió andando, en la oscuridad. Se dirigiría hacia el sur, hacia las montañas. Intentaría buscar un nuevo hogar en Forjaz, la capital del gran reino de los enanos.
Namis se levantó, con lágrimas en los ojos. Se dio cuenta de que Wulbaif se había marchado. Sin decir nada, la elfa corrió, detrás del paladín. Tras varios minutos de carrera, Namis alcanzó a Wulbaif en el bosque, cortándole el camino. Wulbaif se quedó parado, en pie, sin hacer nada, mientras Namis le apuntaba con una flecha preparada en su arco. La niña miraba asustada a Namis.
- Adelante, Namis,- dijo Wulbaif. Apunta bien al corazón. No vaciles.
Namis temblaba y lloraba al mismo tiempo. La elfa luchaba por no disparar al paladín.
- Vamos, Namis. Hazlo,- dijo Wulbaif con calma. Acaba con tu sufrimiento y con el mío. Lo único que te pido es que cuides de esta niña, nada más.
Namis lloraba amargamente. La elfa bajó el arco, disparando la flecha hacia el suelo, donde quedó clavada. Namis cayó de rodillas al suelo, mientras lloraba. Wulbaif se acercó a ella y se arrodilló a su lado.
- No llores, Namis,- dijo Wulbaif. ¿Por qué no lo has hecho? Tenías todo el derecho de acabar con mi vida.
- No podía matarte,- dijo Namis entre sollozos.
- Debiste hacerlo. Debes hacerlo.
- No…,- dijo Namis. No…
- Lo siento. Siento mucho todo el mal que le causé a tu pueblo, Namis. No hay dolor suficiente en el mundo para pagar por todo aquello. Cada día que me levanto, imploro el perdón para mí, y admito mi castigo por mi pasado.
- No te vayas,- dijo Namis. Quédate con nosotros.
- No puedo, Namis. Ahora no. Tengo que marcharme.
- No te dejaré. No voy a dejar que te vayas.
- No, Namis. No puedo quedarme. Ya no. No volveréis a confiar en mí. Ya no puedo estar a vuestro lado sin que me miréis con desprecio y odio.
- No has perdido nuestra confianza. La mía no.
- Ni la nuestra,- dijo Jezabell detrás de ellos.
Ambos se giraron. Jezabell, Zadhar y Torvald estaban allí, de pie, observando la escena.
- Quédate,- dijo Zadhar. Tu secreto estará a salvo con nosotros.
- Sí,- dijo el enano. No se lo diremos a nadie. Tú eres nuestro hermano de armas. No creas que vamos a dejar que te diviertas tú solo por ahí, sin contar con nosotros.
Jezabell se acercó a ellos y le tendió el tabardo a Wulbaif.
- Ten,- dijo la mujer,- creo que se te ha caído. Mañana te lo coseré.
Wulbaif cogió el tabardo, mientras las lágrimas afloraban a sus ojos. Se levantó y se lo volvió a poner.
- Gracias,- dijo Wulbaif.
10. El final del Maestro Kler
Wulbaif se lanzó hacia el foso, aterrizando entre los vampiros. En su caída, arrastró a algunos hacia el suelo. Cuando se levantó, degolló a uno de los vampiros con su espada. Mientras el vampiro se deshacía, absorbido por la espada, el resto se apartó de ambos guerreros. Zadhar miró a Wulbaif, mientras el paladín le tendía su hacha. El guerrero la cogió. Una sonrisa apareció en sus labios. Ambos se pusieron espalda contra espalda, mientras volvían a atacar a los vampiros.
Mientras Jezabell había creado un campo de fuerza mágico, que impedía que las gárgolas les atacasen desde todos los lados. Las gárgolas se estrellaban una y otra vez contra el campo de fuerza. Jezabell mantenía las manos levantadas, para que el campo de fuerza no cayera. Pero no podría aguantar mucho tiempo más.
- ¡Daos prisa!,- gritó la bruja. No puedo aguantar eternamente.
Alzando las manos, Namis se concentró en las fuerzas de la naturaleza. Invocó el poder de las plantas de la zona. Tras un temblor del suelo, varias raíces gruesas surgieron de la roca, atrapando a dos de las gárgolas, que quedaron aprisionadas en el suelo, luchando por liberarse. Aún quedaban seis más. Era el momento de Torvald. El enano extrajo una de sus hachas arrojadizas. Torvald la lanzó con rapidez hacia una de las gárgolas que les sobrevolaban. El hacha hendió el cráneo del monstruo, que cayó al suelo muerto, donde se hizo añicos. Después, empuñando su espada, se lanzó hacia las cinco que quedaban.
En el foso, Wulbaif y Zadhar luchaban contra los vampiros. La destreza de ambos luchadores era muy superior a la de sus enemigos. Mientras las hachas encantadas del guerrero cercenaban cabezas, la espada mágica del paladín les absorbía la fuerza vital. En el suelo se amontonaban los montones de ceniza de los vampiros, con los cadáveres de los zombies y las víctimas del horrendo placer del Maestro Kler.
Torvald, al salir del campo de fuerza, hizo que las gárgolas le atacaran todas a él. Aquello hizo que Jezabell pudiera liberar el hechizo y lanzar otro contra aquellos seres de piedra, para ayudar al enano. La bruja dirigió sus manos hacia el grupo de gárgolas que sobrevolaba a Torvald, y se concentró en su siguiente conjuro.
- Gradork thain gamarc athiarii,- dijo la bruja en el extraño idioma de la magia negra.
Dos formas espectrales surgieron de sus manos. Dos fantasmas de sombras, que se dirigieron hacia el grupo de gárgolas. Los espectros consumían el pétreo cuerpo de las gárgolas, allí donde les tocaban. Torvald, mientras, luchaba contra dos de ellas, manteniéndolas a raya con su espada. A pesar de la ayuda de Jezabell, Namis sabía que el enano necesitaría más ayuda. Pero la elfa sabía que su magia estaba limitada allí dentro. Lo único que podía hacer era intentar distraer a las gárgolas de su objetivo principal: Torvald. Pero, aquello no funcionaría. Lo único que se le ocurrió…
Namis puso una flecha en su arco y disparó, pero no contra las gárgolas, sino contra una de las ventanas superiores. La flecha atravesó el aire y el cristal, rompiéndolo en mil trozos. Una ligera luz entró por la estrecha ventana. La luz de la luna. Era suficiente para su propósito. Dirigiendo las manos hacia las gárgolas, invocó el poder de los elfos nocturnos. Un rayo de luz lunar entró por la ventana rota, impactando contra dos de las gárgolas. Con un aullido de dolor, las gárgolas cayeron muertas al suelo.
Los enemigos estaban derrotados. En el foso, Wulbaif y Zadhar habían acabado con los vampiros, mientras que fuera, solo quedaban tres gárgolas. Dos de ellas estaban aprisionadas en las raíces que Namis había invocado, mientras que la otra, luchaba contra el enano. Torvald hundió la punta de su espada en el cuello de la gárgola, acabando con ella.
Lleno de ira, el Maestro Kler dio un fuerte grito de odio. Wulbaif fue levantado en el aire por una fuerza misteriosa, lanzado contra la pared del foso. El paladín se quedó allí, suspendido por alguna extraña fuerza mágica. Debido al golpe, su espada cayó al suelo. El paladín vio como, lentamente, la espada caía y se clavaba en el suelo del foso. Inmediatamente, la espada comenzó a generar la peligrosa niebla morada, al darse cuenta de que su dueño no podía luchar. Zadhar se acercó a Wulbaif, en una intención de ayudarle, pero el paladín le gritó para que no lo hiciera.
- ¡No!,- gritó Wulbaif. ¡No lo hagas! ¡No te acerques, Zadhar! ¡Sal de aquí, sal del foso! ¡No toques la niebla!
Zadhar miró a su amigo. El guerrero lanzó sus hachas por encima de la pared del foso y saltó, justo cuando la niebla llegaba a donde estaba él. Zadhar se cogió al borde del foso y, flexionando sus brazos, se levantó, hasta salir de allí.
- Quietos, o le mato,- gritó el brujo, cuando vio que los compañeros se dirigían hacia él.
Con un movimiento de sus manos, el brujo había hecho levitar una lanza que había junto a la pared, situándola frente a Wulbaif.
- No os paréis,- dijo Wulbaif. Matadlo. No os preocupéis por mí.
- Si lo hacéis, él morirá.
- De eso nada,- dijo Jezabell.
La bruja lanzó un rápido conjuro hacia el Maestro Kler. Una bola de fuego surgió de sus manos. Pero explotó antes de que llegase a su destino. Con una cruel risa, el Maestro Kler lanzó la lanza hacia Wulbaif. El arma atravesó el hombro derecho del paladín, haciendo que éste gritara de dolor.
- No podéis hacerme nada,- dijo el brujo. Mi campo de fuerza es impenetrable.
El brujo hizo levitar otra lanza, hacia el otro hombro de Wulbaif. El paladín gritó. Wulbaif estaba colgado en la pared, sangrando de sus heridas.
- Quédate ahí, General,- dijo el brujo. Te brindaré un fabuloso espectáculo con la tortura, el dolor y la muerte de tus amigos. Quizás así, sepas apreciar lo que una vez tuviste.
El brujo se giró hacia los compañeros.
- ¿A quién torturo primero?,- dijo el Maestro Kler. ¿A la bruja? ¿Al enano? ¿A la niña? No…., a la elfa, ¿verdad, General? Eran tus preferidas.
Wulbaif forcejeaba para soltarse, pero no podía. Las lanzas y el hechizo lo tenían aprisionado contra la pared.
- Ven hacia mí,- dijo el brujo a Namis.
La elfa comenzó a andar hacia el brujo, como sonámbula, sin poder detenerse.
- ¡No lo hagas, Namis!,- gritó Zadhar. ¡No vayas hacia él!
Pero la elfa no parecía oírle.
- ¡Para de una vez!,- gritó el guerrero. ¡Deja en paz a mis amigos, maldito!
El brujo reía mientras Namis se acercaba hacia él. Zadhar gritó desesperado. El guerrero se lanzó hacia sus hachas. Tras cogerlas, lanzó una hacia su hermano. El hacha voló directa hacia el campo de fuerza. El brujo sonreía, confiado en el poder de su magia, pero algo sucedió. El hacha tocó el campo de fuerza mágico y lo rompió, debido al poder del encantamiento que los magos de Dalaran habían efectuado sobre ella. Ante la mirada atónita del Maestro Kler, el hacha siguió su vuelo hacia él, clavándose brutalmente en su pecho. El brujo cayó al suelo, boqueando, mientras Namis despertaba de su extraño sueño. Zadhar se levantó del suelo y se dirigió hacia el trono. El Maestro Kler estaba allí. Aún vivía, intentando quitarse el hacha.
- No.., puede ser…,- dijo el brujo. Esto… no pue…de ocurrir…
- Estás muerto, hermano,- dijo Zadhar con desprecio mientras alzaba su otra hacha.
El arma bajó con rapidez, cortando el cuello del Maestro Kler. Aquel zombie que había matado a su familia llegó al final de su vida. La venganza de Zadhar se había cumplido. El guerrero sintió como un gran peso desaparecía de su corazón. Zadhar se dirigió hacia Wulbaif, para ayudarle.
- Ahora te saco,- dijo el guerrero.
- Aaaahh, no toquéis la niebla,- dijo Wulbaif.
- Esto te va a doler,- dijo Torvald.
Entre el enano y el guerrero, quitaron las lanzas que aprisionaban al paladín. Con un grito de dolor, Wulbaif fue alzado y sacado del foso. La sangre manaba de sus heridas, manchando su pecho y su espalda. La niña, que durante el combate había estado detrás de Jezabell y Namis, corrió hacia el paladín. Namis se arrodilló junto a él y, poniendo sus manos sobre las heridas, le curó con el poder de su magia. Una vez curado, Wulbaif se levantó.
Los pocos vampiros y hombres lobo que quedaban en el castillo, habían huido. Los compañeros liberaron al resto de los prisioneros y escaparon de aquel lugar maldito.
Mientras Jezabell había creado un campo de fuerza mágico, que impedía que las gárgolas les atacasen desde todos los lados. Las gárgolas se estrellaban una y otra vez contra el campo de fuerza. Jezabell mantenía las manos levantadas, para que el campo de fuerza no cayera. Pero no podría aguantar mucho tiempo más.
- ¡Daos prisa!,- gritó la bruja. No puedo aguantar eternamente.
Alzando las manos, Namis se concentró en las fuerzas de la naturaleza. Invocó el poder de las plantas de la zona. Tras un temblor del suelo, varias raíces gruesas surgieron de la roca, atrapando a dos de las gárgolas, que quedaron aprisionadas en el suelo, luchando por liberarse. Aún quedaban seis más. Era el momento de Torvald. El enano extrajo una de sus hachas arrojadizas. Torvald la lanzó con rapidez hacia una de las gárgolas que les sobrevolaban. El hacha hendió el cráneo del monstruo, que cayó al suelo muerto, donde se hizo añicos. Después, empuñando su espada, se lanzó hacia las cinco que quedaban.
En el foso, Wulbaif y Zadhar luchaban contra los vampiros. La destreza de ambos luchadores era muy superior a la de sus enemigos. Mientras las hachas encantadas del guerrero cercenaban cabezas, la espada mágica del paladín les absorbía la fuerza vital. En el suelo se amontonaban los montones de ceniza de los vampiros, con los cadáveres de los zombies y las víctimas del horrendo placer del Maestro Kler.
Torvald, al salir del campo de fuerza, hizo que las gárgolas le atacaran todas a él. Aquello hizo que Jezabell pudiera liberar el hechizo y lanzar otro contra aquellos seres de piedra, para ayudar al enano. La bruja dirigió sus manos hacia el grupo de gárgolas que sobrevolaba a Torvald, y se concentró en su siguiente conjuro.
- Gradork thain gamarc athiarii,- dijo la bruja en el extraño idioma de la magia negra.
Dos formas espectrales surgieron de sus manos. Dos fantasmas de sombras, que se dirigieron hacia el grupo de gárgolas. Los espectros consumían el pétreo cuerpo de las gárgolas, allí donde les tocaban. Torvald, mientras, luchaba contra dos de ellas, manteniéndolas a raya con su espada. A pesar de la ayuda de Jezabell, Namis sabía que el enano necesitaría más ayuda. Pero la elfa sabía que su magia estaba limitada allí dentro. Lo único que podía hacer era intentar distraer a las gárgolas de su objetivo principal: Torvald. Pero, aquello no funcionaría. Lo único que se le ocurrió…
Namis puso una flecha en su arco y disparó, pero no contra las gárgolas, sino contra una de las ventanas superiores. La flecha atravesó el aire y el cristal, rompiéndolo en mil trozos. Una ligera luz entró por la estrecha ventana. La luz de la luna. Era suficiente para su propósito. Dirigiendo las manos hacia las gárgolas, invocó el poder de los elfos nocturnos. Un rayo de luz lunar entró por la ventana rota, impactando contra dos de las gárgolas. Con un aullido de dolor, las gárgolas cayeron muertas al suelo.
Los enemigos estaban derrotados. En el foso, Wulbaif y Zadhar habían acabado con los vampiros, mientras que fuera, solo quedaban tres gárgolas. Dos de ellas estaban aprisionadas en las raíces que Namis había invocado, mientras que la otra, luchaba contra el enano. Torvald hundió la punta de su espada en el cuello de la gárgola, acabando con ella.
Lleno de ira, el Maestro Kler dio un fuerte grito de odio. Wulbaif fue levantado en el aire por una fuerza misteriosa, lanzado contra la pared del foso. El paladín se quedó allí, suspendido por alguna extraña fuerza mágica. Debido al golpe, su espada cayó al suelo. El paladín vio como, lentamente, la espada caía y se clavaba en el suelo del foso. Inmediatamente, la espada comenzó a generar la peligrosa niebla morada, al darse cuenta de que su dueño no podía luchar. Zadhar se acercó a Wulbaif, en una intención de ayudarle, pero el paladín le gritó para que no lo hiciera.
- ¡No!,- gritó Wulbaif. ¡No lo hagas! ¡No te acerques, Zadhar! ¡Sal de aquí, sal del foso! ¡No toques la niebla!
Zadhar miró a su amigo. El guerrero lanzó sus hachas por encima de la pared del foso y saltó, justo cuando la niebla llegaba a donde estaba él. Zadhar se cogió al borde del foso y, flexionando sus brazos, se levantó, hasta salir de allí.
- Quietos, o le mato,- gritó el brujo, cuando vio que los compañeros se dirigían hacia él.
Con un movimiento de sus manos, el brujo había hecho levitar una lanza que había junto a la pared, situándola frente a Wulbaif.
- No os paréis,- dijo Wulbaif. Matadlo. No os preocupéis por mí.
- Si lo hacéis, él morirá.
- De eso nada,- dijo Jezabell.
La bruja lanzó un rápido conjuro hacia el Maestro Kler. Una bola de fuego surgió de sus manos. Pero explotó antes de que llegase a su destino. Con una cruel risa, el Maestro Kler lanzó la lanza hacia Wulbaif. El arma atravesó el hombro derecho del paladín, haciendo que éste gritara de dolor.
- No podéis hacerme nada,- dijo el brujo. Mi campo de fuerza es impenetrable.
El brujo hizo levitar otra lanza, hacia el otro hombro de Wulbaif. El paladín gritó. Wulbaif estaba colgado en la pared, sangrando de sus heridas.
- Quédate ahí, General,- dijo el brujo. Te brindaré un fabuloso espectáculo con la tortura, el dolor y la muerte de tus amigos. Quizás así, sepas apreciar lo que una vez tuviste.
El brujo se giró hacia los compañeros.
- ¿A quién torturo primero?,- dijo el Maestro Kler. ¿A la bruja? ¿Al enano? ¿A la niña? No…., a la elfa, ¿verdad, General? Eran tus preferidas.
Wulbaif forcejeaba para soltarse, pero no podía. Las lanzas y el hechizo lo tenían aprisionado contra la pared.
- Ven hacia mí,- dijo el brujo a Namis.
La elfa comenzó a andar hacia el brujo, como sonámbula, sin poder detenerse.
- ¡No lo hagas, Namis!,- gritó Zadhar. ¡No vayas hacia él!
Pero la elfa no parecía oírle.
- ¡Para de una vez!,- gritó el guerrero. ¡Deja en paz a mis amigos, maldito!
El brujo reía mientras Namis se acercaba hacia él. Zadhar gritó desesperado. El guerrero se lanzó hacia sus hachas. Tras cogerlas, lanzó una hacia su hermano. El hacha voló directa hacia el campo de fuerza. El brujo sonreía, confiado en el poder de su magia, pero algo sucedió. El hacha tocó el campo de fuerza mágico y lo rompió, debido al poder del encantamiento que los magos de Dalaran habían efectuado sobre ella. Ante la mirada atónita del Maestro Kler, el hacha siguió su vuelo hacia él, clavándose brutalmente en su pecho. El brujo cayó al suelo, boqueando, mientras Namis despertaba de su extraño sueño. Zadhar se levantó del suelo y se dirigió hacia el trono. El Maestro Kler estaba allí. Aún vivía, intentando quitarse el hacha.
- No.., puede ser…,- dijo el brujo. Esto… no pue…de ocurrir…
- Estás muerto, hermano,- dijo Zadhar con desprecio mientras alzaba su otra hacha.
El arma bajó con rapidez, cortando el cuello del Maestro Kler. Aquel zombie que había matado a su familia llegó al final de su vida. La venganza de Zadhar se había cumplido. El guerrero sintió como un gran peso desaparecía de su corazón. Zadhar se dirigió hacia Wulbaif, para ayudarle.
- Ahora te saco,- dijo el guerrero.
- Aaaahh, no toquéis la niebla,- dijo Wulbaif.
- Esto te va a doler,- dijo Torvald.
Entre el enano y el guerrero, quitaron las lanzas que aprisionaban al paladín. Con un grito de dolor, Wulbaif fue alzado y sacado del foso. La sangre manaba de sus heridas, manchando su pecho y su espalda. La niña, que durante el combate había estado detrás de Jezabell y Namis, corrió hacia el paladín. Namis se arrodilló junto a él y, poniendo sus manos sobre las heridas, le curó con el poder de su magia. Una vez curado, Wulbaif se levantó.
Los pocos vampiros y hombres lobo que quedaban en el castillo, habían huido. Los compañeros liberaron al resto de los prisioneros y escaparon de aquel lugar maldito.
9. La ira de Zadhar
Zadhar había llegado a su destino. El castillo del Colmillo Oscuro. Extrañamente, el puente estaba bajado y el rastrillo abierto. Zadhar intentó cruzar, pero su montura se negó a seguir adelante. Algo asustaba al caballo, haciendo que reculara y se encabritara. Al guerrero no le quedó más remedio que bajar del caballo y entrar a pie en el castillo. Cogió su hacha, la única que le quedaba y entró en el patio de armas del castillo. No recordaba lo que le había pasado a su otra hacha. Recordaba que la última vez que la tuvo en la mano, fue cuando amenazó a Wulbaif, pero luego…, no recordaba donde la había dejado. Cuando cruzó la puerta de la muralla del castillo, el rastrilló bajó haciendo un chirriante sonido, hasta que se cerró completamente. Zadhar estaba atrapado en el interior. Pero aquello no lo amedrentó. El guerrero siguió caminando a través de la espesa y mortecina niebla que inundaba el patio de armas.
El guerrero presentía que no estaba solo en aquel patio de armas. Podía oír susurros, y el sonido de pisadas leves sobre el suelo de piedra. De repente, un hombre lobo surgió de la niebla, rugiendo con fiereza. El licántropo atacó a Zadhar con rapidez, pero la defensa del guerrero fue más rápida que la de la criatura. La cabeza del hombre lobo cayó al suelo, cercenada por el hacha encantada de Zadhar.
- No vas a continuar vivo mucho tiempo, humano,- dijo una voz femenina.
Zadhar intentaba descubrir el origen de la voz. No veía nada a través de la niebla.
- Vas a morir, humano.
- Ven a por mí, zorra.
- Matadlo,- dijo la voz.
Varios hombres lobo surgieron de la niebla, atacando al guerrero. Zadhar se defendía con rapidez y fuerza, deteniendo los zarpazos de los licántropos. El guerrero hería a sus enemigos, con su hacha encantada, cercenando brazos y piernas, atravesando los pechos de los mismos. Matándolos uno a uno. Uno de ellos atravesó la defensa de Zadhar, dando un fuerte zarpazo en el pecho del guerrero. Un sonido chirriante avisó a Zadhar de que su coraza había resultado dañada, aunque las garras no habían llegado a herirle. El tabardo de la hermandad había quedado hecho trizas. Zadhar miró al hombre lobo que le había herido, el único que quedaba. El licántropo gruñó y atacó a Zadhar con furia. El movimiento del guerrero fue rápido y contundente. Cercenó la pierna del hombre lobo. El licántropo cayó al suelo aullando de dolor. Zadhar lo remató con un hachazo en la cabeza. El hombre lobo expiró su último aliento, con la cabeza partida por la mitad. Zadhar recuperó su hacha, mientras la mujer que mandaba a los licántropos, aparecía lentamente detrás del guerrero.
De rostro bello y fiero, la mujer abrió la boca, mostrando sus colmillos, dispuesta a atacar a Zadhar por la espalda. Pero en un movimiento sorpresivo, Zadhar se giró y lanzó su hacha hacia la vampira. El impacto fue brutal. El hacha se clavó en su pecho, lanzándola hacia atrás en la niebla. La vampira gritaba de dolor. Zadhar no podía ver nada, debido a la niebla, pero se acercó lentamente hacia el origen de los gritos. Cuando pudo ver su hacha, la encontró clavada en un poste de madera. En el suelo, había un montón de cenizas, donde antes había estado el cuerpo de la vampira. Zadhar recogió el hacha y se dirigió hacia el interior del castillo.
Durante bastante rato, los compañeros habían vagado por los pasillos de las mazmorras del castillo, en busca de la salida. De cuando en cuando, eran atacados por licántropos, vampiros y zombies. Jezabell se había ido recuperando de los efectos del veneno. De repente, llegaron a la sala de guardia. Había allí varios licántropos, comandados por un enorme hombre lobo de pelo negro, que portaba un látigo. Antes de que pudieran reaccionar, uno de los hombres lobo se lanzó contra Wulbaif, tirándolo al suelo. El licántropo intentaba morder al paladín, pero Wulbaif detenía sus dentelladas con las cadenas. Por su parte, Namis, aún en forma de oso, se lanzó al centro de la sala, embistiendo contra el resto de los hombres lobo, destrozándolos con sus zarpas y sus colmillos. Torvald se dirigió hacia el jefe de los guardias, el gran hombre lobo del látigo.
El licántropo movió el látigo, haciéndolo chasquear, pero el enano no se arredró. Torvald cerró los puños con fuerza y se lanzó hacia el hombre lobo. El licántropo atacó al enano con su látigo, produciendo dos cortes en sus brazos y uno en su frente. El látigo era largo y el hombre lobo lo usaba con gran habilidad. Era difícil acercarse a él para matarlo. A Torvald se le ocurrió una sola idea. Cuando el licántropo volvió a atacar con el látigo, el enano colocó su brazo izquierdo en la trayectoria del mismo. El látigo se enroscó en su muñeca. Torvald sujetaba con fuerza el látigo, tirando de él, al mismo tiempo que el hombre lobo intentaba derribar al enano con su fuerza. Pero Torvald era demasiado fuerte para el hombre lobo. Poco a poco, el enano fue acercándose al licántropo, hasta que, de un fuerte tirón, lo derribó al suelo. Entonces, se lanzó hacia él y, poniéndose sobre su pecho, comenzó a lanzar fuertes puñetazos a su rostro, con la intención de debilitarle y aturdirle, hasta que Namis o Wulbaif pudieran matarlo.
Por su parte, Wulbaif, luchaba contra el hombre lobo que le había derribado. Las garras habían destrozado el tabardo del paladín y la cota de mallas también había resultado afectada, mientras que el licántropo seguía lanzando dentelladas hacia el cuello de Wulbaif. El paladín estaba herido por las garras de la bestia. La niña, que estaba a cargo de Jezabell, gritaba y chillaba de horror, al ver que el paladín tenía problemas para salir victorioso de aquella lucha.
- ¡Wulf!,- gritó Jezabell. ¡Intenta apartarte de él!
Wulbaif sabía que Jezabell lanzaría un hechizo contra el licántropo, y le avisaba para que el hechizo no le afectara también a él. Pero, ¿cómo escapar de aquella situación? La presa que el licántropo mantenía sobre él, era demasiado fuerte. Entonces, reuniendo fuerzas de flaqueza, Wulbaif cogió las mandíbulas del hombre lobo y comenzó a tirar de ellas, con fuerza. El licántropo intentaba escapar de aquella situación, pero el paladín mantenía sus manos aferradas con fuerza a las mandíbulas del hombre lobo. Tras varios segundos de forcejeo, se oyeron crujidos de huesos, mientras el licántropo aullaba de dolor, cuando su mandíbula fue desencajada por los fuertes brazos del paladín.
El hombre lobo se levantó, mientras movía la cabeza, intentando colocar de nuevo la mandíbula en su sitio. Fue lo que Jezabell necesitaba para matarlo. La bruja recitó las palabras de un hechizo. Un vórtice de sombras apareció en el suelo, a los pies del hombre lobo. Largos tentáculos negros surgieron del vórtice, aprisionando al licántropo, tirando de él, hacia el mundo de las sombras, mientras el hombre lobo aullaba, intentando escapar. El licántropo fue engullido por el vórtice, antes de que éste se cerrase.
Wulbaif se levantó y vio que Torvald tenía problemas con el gran hombre lobo. El paladín, rezando de nuevo a los dioses, atacó al licántropo.
- Que la ira de los dioses de Azeroth caiga sobre ti, criatura maligna.
Un rayo de luz dorada surgió de las manos de Wulbaif, impactando sobre el hombre lobo. Torvald se retiró a tiempo, mientras la luz impactaba en el pecho del gran licántropo. El hombre lobo estaba muerto en el suelo, mientras su cuerpo se consumía por la magia divina de Wulbaif.
La niña se soltó de la mano de Jezabell y corrió hacia el paladín, para abrazarse a él, asustada. Namis, había acabado con el resto de los hombres lobo. Con grandes convulsiones, el oso comenzó a aullar de dolor, mientras su cuerpo volvía a transformarse en la bella elfa. Tras varios segundos, Namis estaba en el suelo, arrodillada y desnuda, jadeando por el esfuerzo. Jezabell le alcanzó su ropa, para que la elfa se vistiese. Mientras Namis se vestía, Torvald observó que sus armas y posesiones estaban allí, en aquella sala. El enano también cogió las llaves de las celdas y quitó los grilletes de Wulbaif con ellas. Wulbaif se fijó en que el hacha de Zadhar estaba allí también. El hacha con la que el guerrero lo había amenazado. El paladín cogió el hacha, para devolvérsela a su dueño. Cada uno cogió sus armas y se las colocó. La niña seguía abrazada al paladín.
- Tranquila, pequeña,- dijo Wulbaif. No pasará nada.
Aún así, la niña no soltaba su capa. Wulbaif se la quitó y la arropó con ella, pues la niña parecía tener frío. Después, desenvainando la espada, se dirigió hacia la salida de las mazmorras, seguido por la niña y sus amigos.
Una vez dentro del castillo, Zadhar avanzaba despacio por los oscuros pasillos. Oía gritos y aullidos de dolor y agonía. El guerrero no sabía hacia donde dirigirse, por lo que decidió seguir aquellos gritos, para ver a donde le llevaban. El castillo estaba abandonado. La mugre, la suciedad y las telarañas inundaban todos los espacios posibles en las paredes, tapando los tapices que, tiempo atrás, habían adornado con opulencia aquel sitio. Poco a poco, Zadhar se acercaba al origen de los gritos.
Tras girar en una esquina, el guerrero vio una luz al final del pasillo. Los gritos eran ahora muy fuertes. El guerrero estaba llegando a su destino. Lentamente, con el arma preparada, Zadhar avanzó por el pasillo, hacia la luz y el origen de aquel tremendo jaleo.
Cuando llegó al final del pasillo, Zadhar miró horrorizado la escena que se le presentaba ante él. Había llegado a una gran sala rectangular. La luz provenía de multitud de antorchas encendidas y distribuidas por toda la pared. Alrededor de la sala, había varias columnas, rematadas con diversas gárgolas de piedra, que miraban amenazantes a toda la sala. En el centro de la sala, había un gran foso circular, rodeado por varios vampiros, que jaleaban el espectáculo que había en él. Al otro lado del foso, había un trono oscuro, donde un ser encapuchado se sentaba.
Fue la escena del foso lo que horrorizó al guerrero. En el interior de aquel horrible foso, varios zombies se alimentaban de personas. Personas vivas, que gritaban y aullaban de dolor, mientras los zombies los despedazaban y destripaban, ante la divertida mirada de los vampiros. Hombres, mujeres, niños, todos eran arrojados al foso, desnudos y desarmados. Aquella pobre gente no tenía ninguna posibilidad de salvación.
Una arcada de bilis inundó la garganta del guerrero. Zadhar dobló su cuerpo para vomitar, asqueado por aquella visión. Cuando se recuperó, el guerrero se levantó, dispuesto a acabar con aquella escena tan horrenda.
El ser del trono no parecía haber reparado en él, pues estaba absorto, mirando el espectáculo que se le ofrecía a sus pies. Zadhar lanzó dos ataques con su hacha hacia los dos vampiros más cercanos, cortándoles la cabeza. Sus cuerpos se convirtieron en ceniza, mientras Zadhar saltaba al interior del foso, gritando. Los vampiros, sorprendidos, comenzaron a gritar, mientras el ser del trono, observaba todo con mucha atención.
Zadhar lanzaba ataques a todos lados, decapitando zombies. Algunos de ellos se volvieron hacia él, ante la nueva amenaza, otros, morían mientras se comían a aquellas infelices personas. En poco tiempo, Zadhar acabó con todos los zombies. Ahora le quedaba el trabajo más duro. Aquellas personas aún estaban vivas, pero no había salvación para ellas. Era tarde. Lo único que Zadhar podía hacer por ellos es darles una muerte rápida e indolora. Levantando el hacha, el guerrero decapitó al primer hombre que gritaba de dolor. El guerrero fue acabando con todas las víctimas, una a una, decapitando sus cabezas, mientras las lágrimas afloraban a sus ojos.
Un leve aplauso se oyó cuando Zadhar acabó con aquella terrible faena. El guerrero miró hacia arriba, hacia el trono, pues era el ser que lo ocupaba quien aplaudía.
- Bien hecho, hermano,- dijo el brujo.
Zadhar lo miró sorprendido.
- ¿Hermano?,- preguntó el guerrero. ¿Ilgor?
El brujo comenzó a reír.
- ¿Qué te hace pensar que soy el pequeño Ilgor?,- dijo el brujo.
- Me has llamado hermano. ¿Quién eres?
- No es extraño que no me conozcas, hermano. Pero dime, ¿nunca te pareció extraño que tus padres fuesen tan mayores? ¿Nunca te preguntaste porqué tardaron tanto en tenerte a ti?
- ¿Quién eres?,- volvió a preguntar Zadhar.
- Mi nombre es Aldan, y soy el primogénito de la familia Kler.
- Mientes. Yo soy el primogénito, yo era el hijo mayor…
La cruel risa del brujo cortó las palabras de Zadhar.
- Eras muy pequeño, Zadhar, cuando nuestro estúpido padre me desheredó y me echó de las tierras de la familia.
Zadhar lo miraba con una expresión idiotizada, asimilando todo lo que aquel ser le contaba.
- Cuando tenía trece años,- siguió el brujo,- nuestro padre me… sorprendió con una de mis aficiones más queridas. Me encantaba el sufrimiento y el dolor. Me gustaba oír como los mortales gemían y gritaban con el dolor que yo les administraba. Padre me sorprendió torturando a una de las criadas de la hacienda. Me expulsó de la familia. Tú tenías dos años, Zadhar. No creo que lo recuerdes. Durante mucho tiempo, vagué por el mundo, en busca de un lugar donde poder realizar mis deseos, hasta que llegué a un lugar, donde el dolor y la tortura eran el pan de cada día. El gran nigromante Khel’tuzad me ayudó. Me dio los poderes que yo andaba buscando. Me convirtió en lo que ahora soy.
Con estas palabras, el brujo se quitó la capucha, dejando que Zadhar viera su rostro horrorizado.
- ¿Te asusta mi aspecto, hermano? Con mis nuevos poderes, regresé. Fui yo quien asesinó a nuestro padre y a nuestra madre. Los torturé hasta la muerte. Y el pequeño Ilgor…, sus gritos y chillidos…, aún los recuerdo… No imaginas el placer que me dieron aquellas tres muertes, Zadhar. Y de no ser por aquel estúpido enano…, tú también me lo habrías dado.
Zadhar entendió que Mirklo le había salvado la vida. Con una furia inmensa, nacida dentro de su corazón, Zadhar apretó su mano sobre el mango de su hacha, dispuesto a acabar con aquel maldito ser.
- Noto tu furia, hermano. Lo veo en tus ojos. Quieres acabar conmigo. Pero, no podrás. Morirás, de una forma lenta y muy dolorosa, igual que nuestros padres. Morirás, para darme placer a mí. Pero, antes de que mueras, verás algo mucho más divertido. Verás como aquel en quien más confías, se convierte en el ser maligno más poderoso que jamás haya existido. Tu amigo Wulbaif, volverá a ser la criatura que era. Lo doblegaré a mi voluntad.
- ¡Nooooooo!,- gritó Zadhar. ¡Te mataré!
El brujo volvió a reír de forma tenebrosa.
- Dadle una lección, pero no le matéis aún. Lo quiero vivo.
Los vampiros saltaron al foso. Nueve vampiros rodearon al guerrero, que levantó su arma, presto a combatir contra ellos. Pero, una fuerte explosión los dejó a todos parados. Una de las puertas laterales de la sala, estalló, levantando una gran cantidad de polvo y trozos de piedra y madera. Cuando el polvo bajó al suelo, el brujo observó a Jezabell, con las manos en su dirección. La bruja acababa de lanzar un hechizo de explosión de fuego contra la puerta. Jezabell bajó las manos. En aquel instante, los compañeros entraron en la sala. Wulbaif iba primero. El brujo gritó con odio hacia los recién llegados.
- Moriréis, todos,- dijo el brujo. Sométete, General.
- Jamás,- dijo Wulbaif. Soy un paladín. Yo lucho por la libertad y la justicia, brujo. Lucho por unos ideales que están más allá de tu comprensión. Prefiero morir a unirme a tu causa.
- Que así sea, paladín,- dijo el brujo con desprecio. Tenías el poder en tus manos. Tenías todo ante ti, y lo has tirado. Has defraudado a nuestro Amo. Mereces morir de forma lenta. Todos moriréis. Aznag zoth gumtark, arkons.
Tras aquellas extrañas palabras, las gárgolas de las paredes cobraron vida y se lanzaron en picado hacia los compañeros, mientras los vampiros, volvían a la carga contra Zadhar.
- ¡Ayuda a Zadhar!,- gritó Torvald. ¡Nosotros nos ocupamos de las gárgolas!
El guerrero presentía que no estaba solo en aquel patio de armas. Podía oír susurros, y el sonido de pisadas leves sobre el suelo de piedra. De repente, un hombre lobo surgió de la niebla, rugiendo con fiereza. El licántropo atacó a Zadhar con rapidez, pero la defensa del guerrero fue más rápida que la de la criatura. La cabeza del hombre lobo cayó al suelo, cercenada por el hacha encantada de Zadhar.
- No vas a continuar vivo mucho tiempo, humano,- dijo una voz femenina.
Zadhar intentaba descubrir el origen de la voz. No veía nada a través de la niebla.
- Vas a morir, humano.
- Ven a por mí, zorra.
- Matadlo,- dijo la voz.
Varios hombres lobo surgieron de la niebla, atacando al guerrero. Zadhar se defendía con rapidez y fuerza, deteniendo los zarpazos de los licántropos. El guerrero hería a sus enemigos, con su hacha encantada, cercenando brazos y piernas, atravesando los pechos de los mismos. Matándolos uno a uno. Uno de ellos atravesó la defensa de Zadhar, dando un fuerte zarpazo en el pecho del guerrero. Un sonido chirriante avisó a Zadhar de que su coraza había resultado dañada, aunque las garras no habían llegado a herirle. El tabardo de la hermandad había quedado hecho trizas. Zadhar miró al hombre lobo que le había herido, el único que quedaba. El licántropo gruñó y atacó a Zadhar con furia. El movimiento del guerrero fue rápido y contundente. Cercenó la pierna del hombre lobo. El licántropo cayó al suelo aullando de dolor. Zadhar lo remató con un hachazo en la cabeza. El hombre lobo expiró su último aliento, con la cabeza partida por la mitad. Zadhar recuperó su hacha, mientras la mujer que mandaba a los licántropos, aparecía lentamente detrás del guerrero.
De rostro bello y fiero, la mujer abrió la boca, mostrando sus colmillos, dispuesta a atacar a Zadhar por la espalda. Pero en un movimiento sorpresivo, Zadhar se giró y lanzó su hacha hacia la vampira. El impacto fue brutal. El hacha se clavó en su pecho, lanzándola hacia atrás en la niebla. La vampira gritaba de dolor. Zadhar no podía ver nada, debido a la niebla, pero se acercó lentamente hacia el origen de los gritos. Cuando pudo ver su hacha, la encontró clavada en un poste de madera. En el suelo, había un montón de cenizas, donde antes había estado el cuerpo de la vampira. Zadhar recogió el hacha y se dirigió hacia el interior del castillo.
Durante bastante rato, los compañeros habían vagado por los pasillos de las mazmorras del castillo, en busca de la salida. De cuando en cuando, eran atacados por licántropos, vampiros y zombies. Jezabell se había ido recuperando de los efectos del veneno. De repente, llegaron a la sala de guardia. Había allí varios licántropos, comandados por un enorme hombre lobo de pelo negro, que portaba un látigo. Antes de que pudieran reaccionar, uno de los hombres lobo se lanzó contra Wulbaif, tirándolo al suelo. El licántropo intentaba morder al paladín, pero Wulbaif detenía sus dentelladas con las cadenas. Por su parte, Namis, aún en forma de oso, se lanzó al centro de la sala, embistiendo contra el resto de los hombres lobo, destrozándolos con sus zarpas y sus colmillos. Torvald se dirigió hacia el jefe de los guardias, el gran hombre lobo del látigo.
El licántropo movió el látigo, haciéndolo chasquear, pero el enano no se arredró. Torvald cerró los puños con fuerza y se lanzó hacia el hombre lobo. El licántropo atacó al enano con su látigo, produciendo dos cortes en sus brazos y uno en su frente. El látigo era largo y el hombre lobo lo usaba con gran habilidad. Era difícil acercarse a él para matarlo. A Torvald se le ocurrió una sola idea. Cuando el licántropo volvió a atacar con el látigo, el enano colocó su brazo izquierdo en la trayectoria del mismo. El látigo se enroscó en su muñeca. Torvald sujetaba con fuerza el látigo, tirando de él, al mismo tiempo que el hombre lobo intentaba derribar al enano con su fuerza. Pero Torvald era demasiado fuerte para el hombre lobo. Poco a poco, el enano fue acercándose al licántropo, hasta que, de un fuerte tirón, lo derribó al suelo. Entonces, se lanzó hacia él y, poniéndose sobre su pecho, comenzó a lanzar fuertes puñetazos a su rostro, con la intención de debilitarle y aturdirle, hasta que Namis o Wulbaif pudieran matarlo.
Por su parte, Wulbaif, luchaba contra el hombre lobo que le había derribado. Las garras habían destrozado el tabardo del paladín y la cota de mallas también había resultado afectada, mientras que el licántropo seguía lanzando dentelladas hacia el cuello de Wulbaif. El paladín estaba herido por las garras de la bestia. La niña, que estaba a cargo de Jezabell, gritaba y chillaba de horror, al ver que el paladín tenía problemas para salir victorioso de aquella lucha.
- ¡Wulf!,- gritó Jezabell. ¡Intenta apartarte de él!
Wulbaif sabía que Jezabell lanzaría un hechizo contra el licántropo, y le avisaba para que el hechizo no le afectara también a él. Pero, ¿cómo escapar de aquella situación? La presa que el licántropo mantenía sobre él, era demasiado fuerte. Entonces, reuniendo fuerzas de flaqueza, Wulbaif cogió las mandíbulas del hombre lobo y comenzó a tirar de ellas, con fuerza. El licántropo intentaba escapar de aquella situación, pero el paladín mantenía sus manos aferradas con fuerza a las mandíbulas del hombre lobo. Tras varios segundos de forcejeo, se oyeron crujidos de huesos, mientras el licántropo aullaba de dolor, cuando su mandíbula fue desencajada por los fuertes brazos del paladín.
El hombre lobo se levantó, mientras movía la cabeza, intentando colocar de nuevo la mandíbula en su sitio. Fue lo que Jezabell necesitaba para matarlo. La bruja recitó las palabras de un hechizo. Un vórtice de sombras apareció en el suelo, a los pies del hombre lobo. Largos tentáculos negros surgieron del vórtice, aprisionando al licántropo, tirando de él, hacia el mundo de las sombras, mientras el hombre lobo aullaba, intentando escapar. El licántropo fue engullido por el vórtice, antes de que éste se cerrase.
Wulbaif se levantó y vio que Torvald tenía problemas con el gran hombre lobo. El paladín, rezando de nuevo a los dioses, atacó al licántropo.
- Que la ira de los dioses de Azeroth caiga sobre ti, criatura maligna.
Un rayo de luz dorada surgió de las manos de Wulbaif, impactando sobre el hombre lobo. Torvald se retiró a tiempo, mientras la luz impactaba en el pecho del gran licántropo. El hombre lobo estaba muerto en el suelo, mientras su cuerpo se consumía por la magia divina de Wulbaif.
La niña se soltó de la mano de Jezabell y corrió hacia el paladín, para abrazarse a él, asustada. Namis, había acabado con el resto de los hombres lobo. Con grandes convulsiones, el oso comenzó a aullar de dolor, mientras su cuerpo volvía a transformarse en la bella elfa. Tras varios segundos, Namis estaba en el suelo, arrodillada y desnuda, jadeando por el esfuerzo. Jezabell le alcanzó su ropa, para que la elfa se vistiese. Mientras Namis se vestía, Torvald observó que sus armas y posesiones estaban allí, en aquella sala. El enano también cogió las llaves de las celdas y quitó los grilletes de Wulbaif con ellas. Wulbaif se fijó en que el hacha de Zadhar estaba allí también. El hacha con la que el guerrero lo había amenazado. El paladín cogió el hacha, para devolvérsela a su dueño. Cada uno cogió sus armas y se las colocó. La niña seguía abrazada al paladín.
- Tranquila, pequeña,- dijo Wulbaif. No pasará nada.
Aún así, la niña no soltaba su capa. Wulbaif se la quitó y la arropó con ella, pues la niña parecía tener frío. Después, desenvainando la espada, se dirigió hacia la salida de las mazmorras, seguido por la niña y sus amigos.
Una vez dentro del castillo, Zadhar avanzaba despacio por los oscuros pasillos. Oía gritos y aullidos de dolor y agonía. El guerrero no sabía hacia donde dirigirse, por lo que decidió seguir aquellos gritos, para ver a donde le llevaban. El castillo estaba abandonado. La mugre, la suciedad y las telarañas inundaban todos los espacios posibles en las paredes, tapando los tapices que, tiempo atrás, habían adornado con opulencia aquel sitio. Poco a poco, Zadhar se acercaba al origen de los gritos.
Tras girar en una esquina, el guerrero vio una luz al final del pasillo. Los gritos eran ahora muy fuertes. El guerrero estaba llegando a su destino. Lentamente, con el arma preparada, Zadhar avanzó por el pasillo, hacia la luz y el origen de aquel tremendo jaleo.
Cuando llegó al final del pasillo, Zadhar miró horrorizado la escena que se le presentaba ante él. Había llegado a una gran sala rectangular. La luz provenía de multitud de antorchas encendidas y distribuidas por toda la pared. Alrededor de la sala, había varias columnas, rematadas con diversas gárgolas de piedra, que miraban amenazantes a toda la sala. En el centro de la sala, había un gran foso circular, rodeado por varios vampiros, que jaleaban el espectáculo que había en él. Al otro lado del foso, había un trono oscuro, donde un ser encapuchado se sentaba.
Fue la escena del foso lo que horrorizó al guerrero. En el interior de aquel horrible foso, varios zombies se alimentaban de personas. Personas vivas, que gritaban y aullaban de dolor, mientras los zombies los despedazaban y destripaban, ante la divertida mirada de los vampiros. Hombres, mujeres, niños, todos eran arrojados al foso, desnudos y desarmados. Aquella pobre gente no tenía ninguna posibilidad de salvación.
Una arcada de bilis inundó la garganta del guerrero. Zadhar dobló su cuerpo para vomitar, asqueado por aquella visión. Cuando se recuperó, el guerrero se levantó, dispuesto a acabar con aquella escena tan horrenda.
El ser del trono no parecía haber reparado en él, pues estaba absorto, mirando el espectáculo que se le ofrecía a sus pies. Zadhar lanzó dos ataques con su hacha hacia los dos vampiros más cercanos, cortándoles la cabeza. Sus cuerpos se convirtieron en ceniza, mientras Zadhar saltaba al interior del foso, gritando. Los vampiros, sorprendidos, comenzaron a gritar, mientras el ser del trono, observaba todo con mucha atención.
Zadhar lanzaba ataques a todos lados, decapitando zombies. Algunos de ellos se volvieron hacia él, ante la nueva amenaza, otros, morían mientras se comían a aquellas infelices personas. En poco tiempo, Zadhar acabó con todos los zombies. Ahora le quedaba el trabajo más duro. Aquellas personas aún estaban vivas, pero no había salvación para ellas. Era tarde. Lo único que Zadhar podía hacer por ellos es darles una muerte rápida e indolora. Levantando el hacha, el guerrero decapitó al primer hombre que gritaba de dolor. El guerrero fue acabando con todas las víctimas, una a una, decapitando sus cabezas, mientras las lágrimas afloraban a sus ojos.
Un leve aplauso se oyó cuando Zadhar acabó con aquella terrible faena. El guerrero miró hacia arriba, hacia el trono, pues era el ser que lo ocupaba quien aplaudía.
- Bien hecho, hermano,- dijo el brujo.
Zadhar lo miró sorprendido.
- ¿Hermano?,- preguntó el guerrero. ¿Ilgor?
El brujo comenzó a reír.
- ¿Qué te hace pensar que soy el pequeño Ilgor?,- dijo el brujo.
- Me has llamado hermano. ¿Quién eres?
- No es extraño que no me conozcas, hermano. Pero dime, ¿nunca te pareció extraño que tus padres fuesen tan mayores? ¿Nunca te preguntaste porqué tardaron tanto en tenerte a ti?
- ¿Quién eres?,- volvió a preguntar Zadhar.
- Mi nombre es Aldan, y soy el primogénito de la familia Kler.
- Mientes. Yo soy el primogénito, yo era el hijo mayor…
La cruel risa del brujo cortó las palabras de Zadhar.
- Eras muy pequeño, Zadhar, cuando nuestro estúpido padre me desheredó y me echó de las tierras de la familia.
Zadhar lo miraba con una expresión idiotizada, asimilando todo lo que aquel ser le contaba.
- Cuando tenía trece años,- siguió el brujo,- nuestro padre me… sorprendió con una de mis aficiones más queridas. Me encantaba el sufrimiento y el dolor. Me gustaba oír como los mortales gemían y gritaban con el dolor que yo les administraba. Padre me sorprendió torturando a una de las criadas de la hacienda. Me expulsó de la familia. Tú tenías dos años, Zadhar. No creo que lo recuerdes. Durante mucho tiempo, vagué por el mundo, en busca de un lugar donde poder realizar mis deseos, hasta que llegué a un lugar, donde el dolor y la tortura eran el pan de cada día. El gran nigromante Khel’tuzad me ayudó. Me dio los poderes que yo andaba buscando. Me convirtió en lo que ahora soy.
Con estas palabras, el brujo se quitó la capucha, dejando que Zadhar viera su rostro horrorizado.
- ¿Te asusta mi aspecto, hermano? Con mis nuevos poderes, regresé. Fui yo quien asesinó a nuestro padre y a nuestra madre. Los torturé hasta la muerte. Y el pequeño Ilgor…, sus gritos y chillidos…, aún los recuerdo… No imaginas el placer que me dieron aquellas tres muertes, Zadhar. Y de no ser por aquel estúpido enano…, tú también me lo habrías dado.
Zadhar entendió que Mirklo le había salvado la vida. Con una furia inmensa, nacida dentro de su corazón, Zadhar apretó su mano sobre el mango de su hacha, dispuesto a acabar con aquel maldito ser.
- Noto tu furia, hermano. Lo veo en tus ojos. Quieres acabar conmigo. Pero, no podrás. Morirás, de una forma lenta y muy dolorosa, igual que nuestros padres. Morirás, para darme placer a mí. Pero, antes de que mueras, verás algo mucho más divertido. Verás como aquel en quien más confías, se convierte en el ser maligno más poderoso que jamás haya existido. Tu amigo Wulbaif, volverá a ser la criatura que era. Lo doblegaré a mi voluntad.
- ¡Nooooooo!,- gritó Zadhar. ¡Te mataré!
El brujo volvió a reír de forma tenebrosa.
- Dadle una lección, pero no le matéis aún. Lo quiero vivo.
Los vampiros saltaron al foso. Nueve vampiros rodearon al guerrero, que levantó su arma, presto a combatir contra ellos. Pero, una fuerte explosión los dejó a todos parados. Una de las puertas laterales de la sala, estalló, levantando una gran cantidad de polvo y trozos de piedra y madera. Cuando el polvo bajó al suelo, el brujo observó a Jezabell, con las manos en su dirección. La bruja acababa de lanzar un hechizo de explosión de fuego contra la puerta. Jezabell bajó las manos. En aquel instante, los compañeros entraron en la sala. Wulbaif iba primero. El brujo gritó con odio hacia los recién llegados.
- Moriréis, todos,- dijo el brujo. Sométete, General.
- Jamás,- dijo Wulbaif. Soy un paladín. Yo lucho por la libertad y la justicia, brujo. Lucho por unos ideales que están más allá de tu comprensión. Prefiero morir a unirme a tu causa.
- Que así sea, paladín,- dijo el brujo con desprecio. Tenías el poder en tus manos. Tenías todo ante ti, y lo has tirado. Has defraudado a nuestro Amo. Mereces morir de forma lenta. Todos moriréis. Aznag zoth gumtark, arkons.
Tras aquellas extrañas palabras, las gárgolas de las paredes cobraron vida y se lanzaron en picado hacia los compañeros, mientras los vampiros, volvían a la carga contra Zadhar.
- ¡Ayuda a Zadhar!,- gritó Torvald. ¡Nosotros nos ocupamos de las gárgolas!
8. La Huida
Zadhar cabalgaba sin descanso. Lo había hecho durante toda la noche. Sentía su caballo agotado, pero tenía una necesidad imperiosa por llegar a su destino. Poco a poco, su ira se había ido apagando, hasta que llegó a cuestionarse su actuación frente a sus amigos. ¿Por qué había golpeado a Wulbaif? El guerrero no lo sabía. No recordaba lo que el paladín había dicho. Solo recordaba que, de repente, había sentido una necesidad de golpear a Wulbaif, incluso de matarlo. Zadhar aún no se explicaba porqué había ocurrido aquello. Jamás se le habría ocurrido atentar contra la vida de su amigo. Pero…, algo en su mente le había incitado a hacerlo.
Zadhar siguió cabalgando, refrenando un poco a su montura. No quería matarla de agotamiento, al menos, hasta que llegase al castillo.
Jezabell se despertó. Estaba en la oscuridad de la celda. Tenía frío y su brazo izquierdo estaba entumecido. Apenas podía moverse y no veía casi nada. La mujer no sabía si era causa de la celda, o de su herida. Oía los ronquidos de Torvald en la oscuridad. Jezabell intentó levantarse, pero no pudo. Un punzante dolor le laceraba el hombro. Un gemido de dolor alertó a Namis de que Jezabell se había despertado. La elfa se acercó a la bruja.
- No te levantes,- dijo Namis. Estás débil.
- ¿Qué ha sucedido?,- preguntó Jezabell con voz débil.
- Nos atraparon.
- Me duele el hombro.
- Te dispararon una flecha con un veneno paralizante,- dijo la elfa. Te extraje la flecha, pero no he podido curarte la herida. Algo en esta celda bloquea la magia. Te he vendado la herida. Espero que no se te infecte.
- Intenté lanzar un hechizo, pero…
- Lo sé, Jezabell. Lo sé. No te culpes. Ninguno de nosotros pudo resistir.
- Solo Wulbaif,- dijo Torvald, que se acababa de despertar. Con él no pudieron. Le atraparon, porque el brujo que mandaba a los no-muertos amenazó con matarte.
- ¿Dónde está?
- No lo sabemos,- dijo Namis. No le han encerrado con nosotros.
- Tengo frío,- dijo la bruja.
Namis puso una mano sobre la frente de Jezabell.
- Tienes un poco de fiebre,- dijo la elfa. Creo que se te ha infectado la herida. Aguanta. Pronto saldremos de aquí.
- No estoy preocupada,- dijo Jezabell. Wulf vendrá a por nosotros. Estoy segura.
Wulbaif se despertó de repente. El paladín se había quedado dormido. Sus brazos le dolían, debido a que estaba colgado del techo. ¿Cuánto tiempo hacía ya? El paladín había perdido la cuenta de las horas que llevaba allí. ¿Horas? Tal vez días. Wulbaif tenía que salir de allí. Eso lo tenía claro. Y cuanto antes mejor. El paladín observó sus grilletes y las cadenas. Demasiado fuertes para romperlas. Quizás pudiera arrancarlas del techo de la celda. El paladín flexionó sus brazos, levantando su cuerpo. Wulbaif fue trepando por las cadenas, hasta llegar al techo. La celda estaba tan oscura, que no podía ver bien el estado del anclaje de las cadenas al techo, pero confiaba en que su fuerza le ayudaría a arrancarlas de allí. Wulbaif giró en el aire, colocando sus pies en el techo. El paladín comenzó a hacer fuerza con sus piernas, tirando de las cadenas con sus manos. Sus músculos se tensaron al máximo, y las venas de su cuello se dilataron, debido al esfuerzo que realizaba. Durante largos segundos, no ocurrió nada, pero, de repente, los anclajes de las cadenas se soltaron. Wulbaif cayó al suelo, de espaldas.
Durante un rato se quedó en el suelo, frotándose la dolorida espalda. Después, se levantó y se acercó a la puerta. Era una sólida puerta de madera, revestida de metal. No había forma de que pudiera echarla abajo. Wulbaif exploró toda la celda, en busca de algo que pudiera utilizar, pero, salvo alguna rata, no encontró absolutamente nada. Sin saber qué hacer, comenzó a observar las cadenas que aprisionaban sus muñecas. Eran sólidas y gruesas. Podría utilizarlas como arma contundente, aunque no haría verdadero daño a las criaturas del aquel castillo, tal vez, le dieran el tiempo suficiente para escapar y recuperar su espada.
Wulbaif se volvió a acercar a la puerta. Intentó mirar por la rendija que había entre la puerta y el marco de la misma. Un hombre lobo, como el que les visitó la otra noche en el bosque, estaba de pie, haciendo guardia ante la puerta de su celda. El paladín no podía ver más, con lo cual, no sabía si había más enemigos cerca de su puerta. Pero tenía que arriesgarse. Además, tenía la certeza de que aquel maldito brujo no lo quería muerto.
Decidido, Wulbaif comenzó a dar patadas a la puerta, con todas sus fuerzas, gritando.
- ¡Eh! ¡Licántropo! ¡Abre la puerta!
El hombre lobo observaba la puerta de la celda sin moverse.
- ¿Es que no me oyes, imbécil? ¡Abre esta maldita puerta! ¡Obedece!
El licántropo seguía sin hacer nada.
- ¡Abre la puerta! Soy el jefe del Batallón de Sangre. Debes obedecerme…
El hombre lobo se acercó a la puerta y la golpeó con fuerza.
- ¡Silencio!,- gritó el hombre lobo con una voz siniestra y oscura.
- Abre la puerta,- dijo Wulbaif. Dile a tu Amo que acepto su propuesta. Quiero recuperar mi poder y mi inmortalidad.
El hombre lobo se quedó unos segundos pensando, para después, desaparecer del campo de visión de Wulbaif.
- ¡Eh! ¿A dónde vas? ¡Vuelve aquí y abre esta maldita puerta!
Tras largos segundos, el hombre lobo volvió, acompañado de alguien más.
- Retírate de la puerta,- dijo el acompañante.
Wulbaif se retiró, hacia el centro de la celda. La puerta se abrió y entraron el hombre lobo y su acompañante, un humanoide.
- Vaya, te has soltado. Veo que sigues teniendo parte de tu fuerza,- dijo. Soy Ilvatar, vampiro al servicio del Maestro Kler.
- Sí, te conozco,- dijo Wulbaif. Eres el que descendió en la nube de oscuridad en el bosque.
- Así es. ¿Qué es lo que quieres?
- Acepto la propuesta de tu Maestro,- dijo Wulbaif. Quiero volver a ser el que era.
- Vaya. Esto es una sorpresa. El Maestro Kler aseguraba que tardarías más en doblegarte. Veamos si es cierto. Tráela,- dijo volviendo la mirada hacia el hombre lobo.
El licántropo salió de la celda y volvió a los dos minutos. Traía consigo a una niña de unos doce años. La niña lloraba. Estaba aterrada y sucia. Debía de ser una cautiva de aquellas mazmorras, como Wulbaif y sus amigos. Tras aquella máscara de mugre, la niña debía de ser preciosa. El paladín la miraba con ternura en sus ojos.
- Adelante,- dijo Ilvatar. Aliméntate de ella.
Wulbaif lo miró enfurecido. No iba a matar a aquella preciosa niña.
- Cuando los dioses me quitaron la Sed, también me quitaron los colmillos, Ilvatar. No puedo morderla. Préstame un cuchillo y la degollaré para poder beber su sangre.
Ante aquellas palabras, la niña se arrodilló al suelo, llorando, totalmente aterrada. Ilvatar golpeó a la niña con su pie varias veces, ordenándole que se callara. Después, dirigió su vista hacia Wulbaif, que lo observaba todo con ira.
- No voy a darte ningún arma, hasta estar seguro de tus intenciones. Si no tienes los colmillos, muerde su cuello, desgárraselo hasta que la sangre mane. Arranca su carne y bebe su sangre, y yo te sacaré de aquí.
Wulbaif estaba acorralado. La niña seguía llorando. El paladín tenía que pensar con rapidez. Se acercó a la niña y se agachó junto a ella. La rodeó con sus brazos y la cogió. Mientras se levantaba con la niña en sus brazos, ésta lloraba amargamente. Wulbaif besó el delicado cuello de la niña. Cuando sus labios estuvieron cerca de su oreja, Wulbaif le susurró:
- No te preocupes,- dijo el paladín en susurros. Yo te voy a proteger.
Al haber rodeado a la niña con sus brazos, Wulbaif había permitido tener las cadenas totalmente sueltas, para atacar. Con una rapidez inusitada, Wulbaif atacó al vampiro. Lanzó una patada hacia sus testículos, haciendo que Ilvatar se doblara de dolor. Pero antes de que Ilvatar pudiera hacer nada, Wulbaif lanzó una fuerte patada hacia su rostro. El vampiro cayó al suelo, con la nariz rota y sangrando. Wulbaif sabía que en pocos segundos, el vampiro atacaría, totalmente curado, pero su ataque había sido tan rápido, tan sorpresivo, que el licántropo miraba al vampiro totalmente desprevenido. Wulbaif se lanzó hacia el hombre lobo y lo derribó de un fuerte empujón. Después salió de la celda, justo cuando el vampiro se levantaba.
Wulbaif no sabía en qué dirección correr. Con la niña en brazos, corrió por el pasillo de las mazmorras, seguido de cerca por el vampiro y el hombre lobo.
Namis daba vueltas en la celda, pensativa. No había parado de hacerlo desde que Jezabell se había despertado.
- ¿Quieres parar de una vez?,- dijo Torvald enfadado. Me estás poniendo nervioso.
- Cállate, Torvald,- dijo Namis. Tal vez pueda sacarnos de aquí.
- ¿Quién?
- Yo.
- ¿Tú? ¿Cómo? Tu magia no sirve aquí dentro.
- Mi magia curativa no,- dijo Namis. Pero, mis transformaciones, funcionan de otra manera.
- Podrías transformarte y derribar la puerta, Namis,- dijo Jezabell. ¿Por qué no lo intentas?
Torvald se levantó y se acercó a la puerta. Madera sólida y revestida de metal.
- Haría falta mucha fuerza para derribar esta puerta,- dijo el enano.
- Puedo transformarme en oso,-dijo la elfa. Tendré la fuerza suficiente para derribar la puerta y encontraremos a Wulbaif. Apártate de la puerta, Torvald.
Rezando para que funcionara, Namis se concentró. La transformación en oso siempre era la más dolorosa de todas. La elfa se quitó la ropa, para no destrozarla. Aquello ya lo había hecho otras veces, y no le avergonzaba estar desnuda frente a sus amigos. Buscó en su interior el espíritu del bosque, el espíritu del oso y lo dejó fluir a través de su sangre. Inmediatamente, la fuerza del poderoso animal inundó su cuerpo, comenzando la transformación. Namis gritaba de dolor, mientras su cuerpo se retorcía. Sus huesos se estiraban, sus músculos se fortalecían. Su cuerpo se transformaba en un enorme oso pardo. Los gritos de dolor se cambiaron por feroces aullidos de bestia. Cuando la transformación acabó, el oso que ahora era Namis, se lanzó hacia la puerta.
La puerta aguantó el primer embiste de la bestia. Y el segundo. Pero al tercer golpe, los goznes saltaron de la pared de roca y la puerta voló por los aires, dejando el camino abierto para los compañeros.
Una pesada puerta estuvo a punto de aplastar a Wulbaif y a la niña contra la pared del pasillo. El paladín frenó a tiempo, mientras la puerta se estrellaba frente a él. De repente, un enorme oso pardo salió de la celda que cerraba la puerta, seguido por Torvald y Jezabell. La bruja se apoyaba en el enano, mientras el oso, rugía enfurecido en dirección a Wulbaif. El paladín comprendió que aquel oso era Namis y, que no le rugía a él, sino a sus perseguidores. Con ferocidad, el oso se lanzó hacia el licántropo, embistiéndole y destrozando su pecho con sus poderosas zarpas, mientras Ilvatar, levitaba sobre ellos, poniéndose lejos del alcance del oso. Wulbaif tenía que reaccionar rápido. Namis no podría con los dos a la vez.
El paladín soltó a la niña, dejándola a cargo de Torvald. Entonces, lanzó las cadenas hacia uno de los tobillos de Ilvatar. La cadena se enredó en la pierna del vampiro y Wulbaif tiró de ella. Cuando el vampiro estuvo en el suelo, Wulbaif comenzó a pelear con él, con sus manos desnudas, intercambiando puñetazos. Mientras, Namis mordía con fuerza el cuello del hombre lobo, haciendo que la criatura aullara de dolor.
Wulbaif enredó la cadena alrededor del cuello del Ilvatar, en un intento de asfixiarle, para debilitarlo, pero el vampiro era muy fuerte.
- No me matarás así,- dijo Ilvatar con la voz forzada por la cadena.
Mientras luchaban, Wulbaif había notado algo nuevo en su interior. Sentía que la fuerza de los dioses volvía a su cuerpo. Tal vez, fuera de las celdas, su magia funcionaría de nuevo.
- Tal vez, no, vampiro,- dijo Wulbaif. O tal vez sí.
Sin soltar la presa que hacía sobre el cuello del vampiro, Wulbaif colocó su mano derecha en la espalda de Ilvatar, abierta, y rezó a los dioses.
- Dioses de Azeroth, prestadme vuestro poder purificador. Yo te exorcizo de esta tierra, criatura del mal.
Ilvatar comenzó a gritar de dolor, mientras por su boca, su nariz y sus ojos, surgían estelas de luz amarillenta. El vampiro aullaba, mientras su malvado espíritu abandonaba su cuerpo para siempre, ahuyentado por el poder del paladín. Entre aullidos de dolor, el cuerpo de Ilvatar comenzó a desintegrarse, convirtiéndose en cenizas, entre los brazos de Wulbaif. Cuando el cuerpo del vampiro desapareció, Namis había acabado con el hombre lobo. El oso había destrozado tanto el cuerpo del licántropo, que era imposible que se recuperara, sobretodo, porque Namis le había arrancado y destrozado el corazón a mordiscos. Wulbaif la miró. El oso relamía la sangre de su hocico y miraba en busca de más presas que no tardarían en llegar.
Wulbaif se acercó a Jezabell y la abrazó con cariño.
- ¿Estás bien?,- dijo el paladín.
- Tengo frío,- dijo la mujer. Pero estoy bien.
- No, no lo estás,- dijo Wulbaif tocando el rostro de la mujer. Tienes demasiada fiebre.
- La herida se le ha infectado,- dijo Torvald. Tal vez…
- No es la herida,- dijo Wulbaif. Es el veneno. La está matando lentamente.
- Pero…, Namis dijo que era un veneno paralizante…,- dijo Jezabell.
- Tiéndete en el suelo,- ordenó Wulbaif.
La mujer le obedeció, mientras el paladín retiraba las improvisadas vendas que Namis había hecho con su capa. El hombro de Jezabell se veía ennegrecido y su carne había empezado a pudrirse alrededor de la herida de la flecha.
- Que infección más extraña,- dijo Torvald.
- No es una infección,- dijo Wulbaif. Son los efectos del veneno. La matará y la convertirá en una no-muerta.
- ¿Qué?,- dijo Jezabell asustada.
- No te asustes,- dijo Wulbaif. Sabes que conmigo no te pasará nada. No usaron un veneno paralizante normal. Es ragzakre, un raro veneno que paraliza los músculos poco a poco, hasta que llega al corazón. Al mismo tiempo, convierte a las víctimas en zombies.
- ¿Cómo sabes eso?,- preguntó el enano.
El paladín no contestó la pregunta de Torvald. Wulbaif colocó sus manos sobre el hombro de Jezabell y volvió a rezar a los dioses.
- Dioses de Azeroth, purificad este cuerpo con vuestro poder, libradlo del mal que lo consume.
Las manos del paladín comenzaron a brillar. Jezabell gimió de dolor, mientras el veneno comenzó a salir de su cuerpo por la herida del hombro. Poco a poco, la carne del hombro de la bruja volvió a tener su color normal, mientras el veneno abandonaba su cuerpo. Por último, la herida de Jezabell se cerró completamente, sin dejar marca alguna de la herida.
Antes de que Jezabell pudiese dar las gracias a Wulbaif, oyeron gritos y aullidos por el pasillo.
- Preparaos,- dijo Torvald. Tenemos compañía.
Zadhar siguió cabalgando, refrenando un poco a su montura. No quería matarla de agotamiento, al menos, hasta que llegase al castillo.
Jezabell se despertó. Estaba en la oscuridad de la celda. Tenía frío y su brazo izquierdo estaba entumecido. Apenas podía moverse y no veía casi nada. La mujer no sabía si era causa de la celda, o de su herida. Oía los ronquidos de Torvald en la oscuridad. Jezabell intentó levantarse, pero no pudo. Un punzante dolor le laceraba el hombro. Un gemido de dolor alertó a Namis de que Jezabell se había despertado. La elfa se acercó a la bruja.
- No te levantes,- dijo Namis. Estás débil.
- ¿Qué ha sucedido?,- preguntó Jezabell con voz débil.
- Nos atraparon.
- Me duele el hombro.
- Te dispararon una flecha con un veneno paralizante,- dijo la elfa. Te extraje la flecha, pero no he podido curarte la herida. Algo en esta celda bloquea la magia. Te he vendado la herida. Espero que no se te infecte.
- Intenté lanzar un hechizo, pero…
- Lo sé, Jezabell. Lo sé. No te culpes. Ninguno de nosotros pudo resistir.
- Solo Wulbaif,- dijo Torvald, que se acababa de despertar. Con él no pudieron. Le atraparon, porque el brujo que mandaba a los no-muertos amenazó con matarte.
- ¿Dónde está?
- No lo sabemos,- dijo Namis. No le han encerrado con nosotros.
- Tengo frío,- dijo la bruja.
Namis puso una mano sobre la frente de Jezabell.
- Tienes un poco de fiebre,- dijo la elfa. Creo que se te ha infectado la herida. Aguanta. Pronto saldremos de aquí.
- No estoy preocupada,- dijo Jezabell. Wulf vendrá a por nosotros. Estoy segura.
Wulbaif se despertó de repente. El paladín se había quedado dormido. Sus brazos le dolían, debido a que estaba colgado del techo. ¿Cuánto tiempo hacía ya? El paladín había perdido la cuenta de las horas que llevaba allí. ¿Horas? Tal vez días. Wulbaif tenía que salir de allí. Eso lo tenía claro. Y cuanto antes mejor. El paladín observó sus grilletes y las cadenas. Demasiado fuertes para romperlas. Quizás pudiera arrancarlas del techo de la celda. El paladín flexionó sus brazos, levantando su cuerpo. Wulbaif fue trepando por las cadenas, hasta llegar al techo. La celda estaba tan oscura, que no podía ver bien el estado del anclaje de las cadenas al techo, pero confiaba en que su fuerza le ayudaría a arrancarlas de allí. Wulbaif giró en el aire, colocando sus pies en el techo. El paladín comenzó a hacer fuerza con sus piernas, tirando de las cadenas con sus manos. Sus músculos se tensaron al máximo, y las venas de su cuello se dilataron, debido al esfuerzo que realizaba. Durante largos segundos, no ocurrió nada, pero, de repente, los anclajes de las cadenas se soltaron. Wulbaif cayó al suelo, de espaldas.
Durante un rato se quedó en el suelo, frotándose la dolorida espalda. Después, se levantó y se acercó a la puerta. Era una sólida puerta de madera, revestida de metal. No había forma de que pudiera echarla abajo. Wulbaif exploró toda la celda, en busca de algo que pudiera utilizar, pero, salvo alguna rata, no encontró absolutamente nada. Sin saber qué hacer, comenzó a observar las cadenas que aprisionaban sus muñecas. Eran sólidas y gruesas. Podría utilizarlas como arma contundente, aunque no haría verdadero daño a las criaturas del aquel castillo, tal vez, le dieran el tiempo suficiente para escapar y recuperar su espada.
Wulbaif se volvió a acercar a la puerta. Intentó mirar por la rendija que había entre la puerta y el marco de la misma. Un hombre lobo, como el que les visitó la otra noche en el bosque, estaba de pie, haciendo guardia ante la puerta de su celda. El paladín no podía ver más, con lo cual, no sabía si había más enemigos cerca de su puerta. Pero tenía que arriesgarse. Además, tenía la certeza de que aquel maldito brujo no lo quería muerto.
Decidido, Wulbaif comenzó a dar patadas a la puerta, con todas sus fuerzas, gritando.
- ¡Eh! ¡Licántropo! ¡Abre la puerta!
El hombre lobo observaba la puerta de la celda sin moverse.
- ¿Es que no me oyes, imbécil? ¡Abre esta maldita puerta! ¡Obedece!
El licántropo seguía sin hacer nada.
- ¡Abre la puerta! Soy el jefe del Batallón de Sangre. Debes obedecerme…
El hombre lobo se acercó a la puerta y la golpeó con fuerza.
- ¡Silencio!,- gritó el hombre lobo con una voz siniestra y oscura.
- Abre la puerta,- dijo Wulbaif. Dile a tu Amo que acepto su propuesta. Quiero recuperar mi poder y mi inmortalidad.
El hombre lobo se quedó unos segundos pensando, para después, desaparecer del campo de visión de Wulbaif.
- ¡Eh! ¿A dónde vas? ¡Vuelve aquí y abre esta maldita puerta!
Tras largos segundos, el hombre lobo volvió, acompañado de alguien más.
- Retírate de la puerta,- dijo el acompañante.
Wulbaif se retiró, hacia el centro de la celda. La puerta se abrió y entraron el hombre lobo y su acompañante, un humanoide.
- Vaya, te has soltado. Veo que sigues teniendo parte de tu fuerza,- dijo. Soy Ilvatar, vampiro al servicio del Maestro Kler.
- Sí, te conozco,- dijo Wulbaif. Eres el que descendió en la nube de oscuridad en el bosque.
- Así es. ¿Qué es lo que quieres?
- Acepto la propuesta de tu Maestro,- dijo Wulbaif. Quiero volver a ser el que era.
- Vaya. Esto es una sorpresa. El Maestro Kler aseguraba que tardarías más en doblegarte. Veamos si es cierto. Tráela,- dijo volviendo la mirada hacia el hombre lobo.
El licántropo salió de la celda y volvió a los dos minutos. Traía consigo a una niña de unos doce años. La niña lloraba. Estaba aterrada y sucia. Debía de ser una cautiva de aquellas mazmorras, como Wulbaif y sus amigos. Tras aquella máscara de mugre, la niña debía de ser preciosa. El paladín la miraba con ternura en sus ojos.
- Adelante,- dijo Ilvatar. Aliméntate de ella.
Wulbaif lo miró enfurecido. No iba a matar a aquella preciosa niña.
- Cuando los dioses me quitaron la Sed, también me quitaron los colmillos, Ilvatar. No puedo morderla. Préstame un cuchillo y la degollaré para poder beber su sangre.
Ante aquellas palabras, la niña se arrodilló al suelo, llorando, totalmente aterrada. Ilvatar golpeó a la niña con su pie varias veces, ordenándole que se callara. Después, dirigió su vista hacia Wulbaif, que lo observaba todo con ira.
- No voy a darte ningún arma, hasta estar seguro de tus intenciones. Si no tienes los colmillos, muerde su cuello, desgárraselo hasta que la sangre mane. Arranca su carne y bebe su sangre, y yo te sacaré de aquí.
Wulbaif estaba acorralado. La niña seguía llorando. El paladín tenía que pensar con rapidez. Se acercó a la niña y se agachó junto a ella. La rodeó con sus brazos y la cogió. Mientras se levantaba con la niña en sus brazos, ésta lloraba amargamente. Wulbaif besó el delicado cuello de la niña. Cuando sus labios estuvieron cerca de su oreja, Wulbaif le susurró:
- No te preocupes,- dijo el paladín en susurros. Yo te voy a proteger.
Al haber rodeado a la niña con sus brazos, Wulbaif había permitido tener las cadenas totalmente sueltas, para atacar. Con una rapidez inusitada, Wulbaif atacó al vampiro. Lanzó una patada hacia sus testículos, haciendo que Ilvatar se doblara de dolor. Pero antes de que Ilvatar pudiera hacer nada, Wulbaif lanzó una fuerte patada hacia su rostro. El vampiro cayó al suelo, con la nariz rota y sangrando. Wulbaif sabía que en pocos segundos, el vampiro atacaría, totalmente curado, pero su ataque había sido tan rápido, tan sorpresivo, que el licántropo miraba al vampiro totalmente desprevenido. Wulbaif se lanzó hacia el hombre lobo y lo derribó de un fuerte empujón. Después salió de la celda, justo cuando el vampiro se levantaba.
Wulbaif no sabía en qué dirección correr. Con la niña en brazos, corrió por el pasillo de las mazmorras, seguido de cerca por el vampiro y el hombre lobo.
Namis daba vueltas en la celda, pensativa. No había parado de hacerlo desde que Jezabell se había despertado.
- ¿Quieres parar de una vez?,- dijo Torvald enfadado. Me estás poniendo nervioso.
- Cállate, Torvald,- dijo Namis. Tal vez pueda sacarnos de aquí.
- ¿Quién?
- Yo.
- ¿Tú? ¿Cómo? Tu magia no sirve aquí dentro.
- Mi magia curativa no,- dijo Namis. Pero, mis transformaciones, funcionan de otra manera.
- Podrías transformarte y derribar la puerta, Namis,- dijo Jezabell. ¿Por qué no lo intentas?
Torvald se levantó y se acercó a la puerta. Madera sólida y revestida de metal.
- Haría falta mucha fuerza para derribar esta puerta,- dijo el enano.
- Puedo transformarme en oso,-dijo la elfa. Tendré la fuerza suficiente para derribar la puerta y encontraremos a Wulbaif. Apártate de la puerta, Torvald.
Rezando para que funcionara, Namis se concentró. La transformación en oso siempre era la más dolorosa de todas. La elfa se quitó la ropa, para no destrozarla. Aquello ya lo había hecho otras veces, y no le avergonzaba estar desnuda frente a sus amigos. Buscó en su interior el espíritu del bosque, el espíritu del oso y lo dejó fluir a través de su sangre. Inmediatamente, la fuerza del poderoso animal inundó su cuerpo, comenzando la transformación. Namis gritaba de dolor, mientras su cuerpo se retorcía. Sus huesos se estiraban, sus músculos se fortalecían. Su cuerpo se transformaba en un enorme oso pardo. Los gritos de dolor se cambiaron por feroces aullidos de bestia. Cuando la transformación acabó, el oso que ahora era Namis, se lanzó hacia la puerta.
La puerta aguantó el primer embiste de la bestia. Y el segundo. Pero al tercer golpe, los goznes saltaron de la pared de roca y la puerta voló por los aires, dejando el camino abierto para los compañeros.
Una pesada puerta estuvo a punto de aplastar a Wulbaif y a la niña contra la pared del pasillo. El paladín frenó a tiempo, mientras la puerta se estrellaba frente a él. De repente, un enorme oso pardo salió de la celda que cerraba la puerta, seguido por Torvald y Jezabell. La bruja se apoyaba en el enano, mientras el oso, rugía enfurecido en dirección a Wulbaif. El paladín comprendió que aquel oso era Namis y, que no le rugía a él, sino a sus perseguidores. Con ferocidad, el oso se lanzó hacia el licántropo, embistiéndole y destrozando su pecho con sus poderosas zarpas, mientras Ilvatar, levitaba sobre ellos, poniéndose lejos del alcance del oso. Wulbaif tenía que reaccionar rápido. Namis no podría con los dos a la vez.
El paladín soltó a la niña, dejándola a cargo de Torvald. Entonces, lanzó las cadenas hacia uno de los tobillos de Ilvatar. La cadena se enredó en la pierna del vampiro y Wulbaif tiró de ella. Cuando el vampiro estuvo en el suelo, Wulbaif comenzó a pelear con él, con sus manos desnudas, intercambiando puñetazos. Mientras, Namis mordía con fuerza el cuello del hombre lobo, haciendo que la criatura aullara de dolor.
Wulbaif enredó la cadena alrededor del cuello del Ilvatar, en un intento de asfixiarle, para debilitarlo, pero el vampiro era muy fuerte.
- No me matarás así,- dijo Ilvatar con la voz forzada por la cadena.
Mientras luchaban, Wulbaif había notado algo nuevo en su interior. Sentía que la fuerza de los dioses volvía a su cuerpo. Tal vez, fuera de las celdas, su magia funcionaría de nuevo.
- Tal vez, no, vampiro,- dijo Wulbaif. O tal vez sí.
Sin soltar la presa que hacía sobre el cuello del vampiro, Wulbaif colocó su mano derecha en la espalda de Ilvatar, abierta, y rezó a los dioses.
- Dioses de Azeroth, prestadme vuestro poder purificador. Yo te exorcizo de esta tierra, criatura del mal.
Ilvatar comenzó a gritar de dolor, mientras por su boca, su nariz y sus ojos, surgían estelas de luz amarillenta. El vampiro aullaba, mientras su malvado espíritu abandonaba su cuerpo para siempre, ahuyentado por el poder del paladín. Entre aullidos de dolor, el cuerpo de Ilvatar comenzó a desintegrarse, convirtiéndose en cenizas, entre los brazos de Wulbaif. Cuando el cuerpo del vampiro desapareció, Namis había acabado con el hombre lobo. El oso había destrozado tanto el cuerpo del licántropo, que era imposible que se recuperara, sobretodo, porque Namis le había arrancado y destrozado el corazón a mordiscos. Wulbaif la miró. El oso relamía la sangre de su hocico y miraba en busca de más presas que no tardarían en llegar.
Wulbaif se acercó a Jezabell y la abrazó con cariño.
- ¿Estás bien?,- dijo el paladín.
- Tengo frío,- dijo la mujer. Pero estoy bien.
- No, no lo estás,- dijo Wulbaif tocando el rostro de la mujer. Tienes demasiada fiebre.
- La herida se le ha infectado,- dijo Torvald. Tal vez…
- No es la herida,- dijo Wulbaif. Es el veneno. La está matando lentamente.
- Pero…, Namis dijo que era un veneno paralizante…,- dijo Jezabell.
- Tiéndete en el suelo,- ordenó Wulbaif.
La mujer le obedeció, mientras el paladín retiraba las improvisadas vendas que Namis había hecho con su capa. El hombro de Jezabell se veía ennegrecido y su carne había empezado a pudrirse alrededor de la herida de la flecha.
- Que infección más extraña,- dijo Torvald.
- No es una infección,- dijo Wulbaif. Son los efectos del veneno. La matará y la convertirá en una no-muerta.
- ¿Qué?,- dijo Jezabell asustada.
- No te asustes,- dijo Wulbaif. Sabes que conmigo no te pasará nada. No usaron un veneno paralizante normal. Es ragzakre, un raro veneno que paraliza los músculos poco a poco, hasta que llega al corazón. Al mismo tiempo, convierte a las víctimas en zombies.
- ¿Cómo sabes eso?,- preguntó el enano.
El paladín no contestó la pregunta de Torvald. Wulbaif colocó sus manos sobre el hombro de Jezabell y volvió a rezar a los dioses.
- Dioses de Azeroth, purificad este cuerpo con vuestro poder, libradlo del mal que lo consume.
Las manos del paladín comenzaron a brillar. Jezabell gimió de dolor, mientras el veneno comenzó a salir de su cuerpo por la herida del hombro. Poco a poco, la carne del hombro de la bruja volvió a tener su color normal, mientras el veneno abandonaba su cuerpo. Por último, la herida de Jezabell se cerró completamente, sin dejar marca alguna de la herida.
Antes de que Jezabell pudiese dar las gracias a Wulbaif, oyeron gritos y aullidos por el pasillo.
- Preparaos,- dijo Torvald. Tenemos compañía.
7. Revelaciones del pasado
Torvald forcejeaba con la puerta del calabozo. Se hallaba encerrado junto con Namis y con Jezabell. La bruja aún no se había despertado. Namis había asegurado que la flecha tenía un veneno paralizante, no letal. Aunque la dosis parecía demasiado alta. La elfa había extraído la flecha y había intentado curar la herida, pero algo no iba bien. Su magia curativa no funcionaba dentro de aquella celda. Lo que más preocupaba a la elfa era que la herida se infectase.
- Maldita sea,- dijo Namis. No sé que ocurre, pero no la puedo curar.
- Debemos salir de aquí cuanto antes,- dijo Torvald.
Namis desgarró su capa, improvisando algunas vendas para tapar la herida de Jezabell.
- Al menos la hemorragia se detendrá,- dijo la elfa, acariciando el cabello de la bruja.
- No te preocupes,- dijo el enano. Zadhar está de camino. Aunque creo que está como una cabra, aún no me explico lo que le pasó.
- Un simple hechizo,- dijo Namis. Alguien lanzó un conjuro para confundir su mente. Jamás se atrevería a golpear a Wulbaif, ni a atacarnos a nosotros.
- Lo sé,- dijo Torvald. Lo sé.
- Pronto vendrá. Pero está solo. Debemos idear la manera de escapar de aquí.
Torvald volvió a golpear la puerta con sus puños. Era de madera recia, demasiado recia para su fuerza.
- Maldita sea,- dijo el enano. ¿Y dónde demonios han llevado a Wulbaif? ¿Por qué no le han encerrado con nosotros?
- No lo sé,- dijo Namis entristecida. Temo por él.
- Ah, Wulbaif no se dejará matar tan fácilmente.
- Lo sé. No es eso lo que me preocupa.
Torvald miró a la elfa.
- Ya sabes lo que cuentan de él,- dijo Namis. ¿Y si algo de lo que dicen es cierto?
- Vamos, Namis. Si tuviéramos que creer todo lo que dicen de él…, entonces Wulbaif sería desde un demonio antiguo, hasta un ángel vengador enviado por los dioses.
- Ya lo sé, Torvald. Pero…, ¿y si su mente está dividida? ¿Y si fue siervo del mal? Recuerda lo que Zhuomar nos dijo.
- ¿Temes que se vuelva malvado? ¿Temes que se vuelva contra nosotros?
- Espero que no,- dijo Namis abrazándose las piernas. Si eso ocurriera, no creo que ninguno de nosotros fuera capaz de derrotarle.
- Él no se volverá malvado. Estoy seguro de que escapará y nos sacará de este tremendo lío, como casi siempre.
- Espero que tengas razón, Torvald.
Wulbaif permanecía colgado en una celda, solo. Las cadenas aprisionaban sus muñecas. El frío inundaba su cuerpo. Le habían quitado la armadura y su espada. En la soledad de la celda, el paladín estaba preocupado por sus amigos. Sobretodo por Jezabell y por Zadhar. El guerrero estaba solo. Era un buen luchador. Pero no podría con todos en aquel castillo. Además, Wulbaif sospechaba que la mente del guerrero estaba ofuscada por algún hechizo. No había otra explicación para su comportamiento. Tenía que salir de allí, pero ¿cómo? Había intentado usar su fuerza y su magia, pero era imposible. Había algo en aquella celda que bloqueaba todo tipo de magia, incluso la magia divina.
En aquellos pensamientos, Wulbaif oyó como alguien abría la puerta de la celda. El brujo que los atrapara entró, con la capucha echada sobre la cabeza, apoyándose en un bastón de madera negra. Un olor a podredumbre inundó las fosas nasales de Wulbaif, cuando el brujo se acercó a él.
- ¿General?,- dijo el brujo. Celebro ser vuestro anfitrión.
Wulbaif lo miraba en silencio.
- Seguramente, no me recuerdes,- dijo el brujo. Hace mucho que nos vimos por última vez y…, mi aspecto era algo distinto.
El brujo se quitó la capucha para dejarse ver. Wulbaif vio horrorizado que aquel brujo estaba muerto. Al menos su cara lo estaba. Era un zombie. La cara de aquel ser estaba medio podrida, mostrando partes del hueso de la mandíbula entre su piel ennegrecida. Sus ojos, vacíos y sin vida, miraban al paladín atentamente.
- No sé quién eres,- dijo Wulbaif arrugando la nariz. No sé de qué me hablas.
El brujo rió.
- Vamos, General. No insultes mi inteligencia. Tú eres el gran Wulbaif, General y Jefe del Batallón de Sangre, el Cuerpo de Élite de Arthas.
Wulbaif miró al brujo sorprendido. ¿Cómo sabía quién era?
- Imagínate mi sorpresa, cuando nuestro Amo se puso en contacto conmigo, para comunicarme que vendrías a mis dominios. Me encargó la misión de volver a acogerte en nuestro seno. Todos te tomaban por muerto, General. Se decía que caíste ante los elfos en la noche de la última batalla. Pero veo que no fue así.
- Te equivocas. No soy quien dices. Soy Wulbaif, paladín de la Hermandad de los Caballeros del Grifo. Soy defensor de la…
- ¡Cállate!,- gritó el brujo de repente. Quizás esa falsa identidad, esa falsa apariencia, sirva para los estúpidos mortales, General, pero no para mí.
El brujo observaba a Wulbaif detenidamente.
- Sí,- dijo el brujo. No me explico como, pero has anulado la Sed. Has podido viajar en compañía de los mortales, sin que éstos supieran lo que de verdad eres… Increíble. Tú y yo sabemos quién eres en realidad, General.
- ¿Qué es lo que quieres?
El brujo volvió a reír.
- No se trata de lo que yo quiero, General, sino de lo que nuestro Amo desea. El rey Exánime está formando un nuevo ejército en el norte, General. Él desea que tú lo mandes hacia la victoria sobre la Alianza. Ah, los buenos tiempos volverán…
- No.
- ¿Cómo?
- No volveré atrás. Me libré de mi maldición. Los dioses me la quitaron.
- Claro que sí. Volverás con nosotros. Los dioses te quitaron tu poder, te quitaron la inmortalidad, pero yo puedo volver a dártelo todo. Solo tienes que desearlo.
- No.
- No estás en disposición de negarte, General.
- Yo no soy general. No me llames así.
El brujo lo miró enfurecido.
- Tú volverás a nosotros, General,- dijo el brujo de forma despectiva. Tus amigos siguen aquí, atrapados. Sus vidas no me importan en absoluto. Regresa a nosotros, y yo te los daré a todos, para que sean tus esclavos. Estoy seguro de que las mujeres serán buenas esclavas, ¿verdad, General?
- Tócalas y te mato,- dijo Wulbaif.
- Si no te conviertes a nosotros, los verás morir a todos, y luego, morirás tú. Tienes hasta mañana por la noche, General. Decide bien.
El brujo se giró para marcharse.
- ¿Qué le hiciste a Zadhar?,- preguntó Wulbaif. Confundiste su mente. ¿Por qué?
- La mente de mi hermano no es asunto tuyo, General.
- ¿Tu hermano?
- Sí, mi hermano menor.
- Tú no eres su hermano. Zadhar es el primogénito de su familia.
- Eso es lo que él cree, como todos. Mis padres tuvieron un hijo antes de Zadhar. Me tuvieron a mí. Pero, digamos que… mis aficiones, no eran del agrado de mi padre. Zadhar tenía dos años cuando mi padre me desheredó y me echó de casa. Aquel día juré que me vengaría de mi familia. Fue Khel’tuzad, el nigromante, quien me dio el poder y la posibilidad de efectuar mi venganza. Fui yo quien asesinó a toda mi familia, excepto a Zadhar. De no haber sido por aquel estúpido enano, amigo de mi padre, Zadhar ya estaría muerto. Pero eso pronto estará solucionado. Mi hermano llegará mañana por la noche y mi venganza será completa.
El brujo se marchó, dejando a Wulbaif sumido en la desesperación. La vida de sus amigos estaba en sus manos, pero el precio…, era demasiado alto. No volvería atrás. No podía. Tenía que escapar de allí, pero… ¿cómo? Wulbaif lloraba, implorando a los dioses su ayuda.
- Ayudadme, por favor, ayudadme. No lo hagáis por mí, hacedlo por ellos. No dejéis que mueran…
Wulbaif se despertó. Su cuerpo estaba dolorido y maltratado. Poco a poco, se levantó del frío suelo en el que se hallaba. Estaba en un lugar extraño. Una gran sala dorada, con columnas y un trono en el centro. El trono estaba vacío. Junto al trono, había un pequeño altar, y sobre el altar, reposaba una extraña espada.
Wulbaif estaba desnudo. Su cuerpo estaba surcado por cientos de cicatrices. No sabía de donde habían salido. Entonces, recordó el atroz dolor que sufrió cuando aquel Ser le dijo que estaba condenado. ¿Habría sido un sueño?
Wulbaif se fijó de nuevo en la espada. Había algo en ella que lo asustaba. Era de factura nórdica, como la que él había usado hacía muchos años, antes de que la Oscuridad se adueñara de él, antes de que la Sed del Vampiro se adueñara de su corazón. Wulbaif no había sido siempre vampiro. Antes, fue un gran caballero de la Mano de Plata, una antigua orden de caballeros, ahora extinguida, que protegía el norte de Azeroth del Mal.
Wulbaif observó que una extraña niebla morada envolvía la hoja de la espada. Oía una extraña voz en su mente. Una voz femenina. Wulbaif creyó que era la espada. Aquello lo asustó más. Wulbaif se apartó de ella, como si fuera una serpiente venenosa. Entonces, un fajo de ropa cayó a sus pies.
- Vístete,- dijo alguien.
Wulbaif levantó la mirada y se encontró con un extraño ser. Un hombre, alto, con ojos plateados y brillantes. Vestía una armadura de oro, muy decorada. En su rostro había una inmensa paz y sus ojos reflejaban una sabiduría infinita.
Wulbaif cogió la ropa y se vistió lentamente, ante la atenta mirada de aquel ser.
- ¿Quién eres?,- preguntó Wulbaif después de vestirse. ¿Por qué me has traído a este lugar?
- Soy Einjerth, Campeón de los dioses. Soy tu guardián y tu condena.
- Pero, estoy muerto. ¿Por qué?
- ¿Aún te atreves a preguntar? No estás muerto, Wulbaif. Los dioses te han vuelto a traer de entre los muertos. Han anulado la Sed, para que puedas ir por el mundo, aunque aún hay una pequeña parte en tu alma, que sigue sirviendo al Mal. Los dioses te han condenado por tus asesinatos, Wulbaif.
- Pero..., yo era un vampiro. ¿Qué podía hacer? Tenía que alimentarme, no podía…
- Silencio,- dijo Einjerth. No hablo de tus actos para alimentarte. Has sembrado la devastación por donde has pasado. Has destruido ciudades enteras. Has masacrado a poblaciones enteras, torturado hasta la muerte a toda clase de criaturas. No lo hacías para alimentarte, Wulbaif, sino por placer. Por el placer de una venganza vana y fútil, que nada tenía que ver con la gente a la que tú y tus tropas asesinasteis.
Wulbaif callaba. Lo que decía Einjerth era cierto. Había saciado su sed de venganza asesinando a cuantos seres vivos se ponían a su alcance. Andorhal, Stratholme y muchas otras ciudades habían caído bajo sus huestes. Había torturado a miles de personas, en un ansia vana de saciar su venganza. Una venganza que no tenía nada que ver con la Alianza.
- Descubrirás que has recuperado todos tus poderes anteriores, de cuando eras un Caballero de la Mano de Plata. Puedes usar tu poder para sanar a los demás, los dioses escucharán tus plegarias de nuevo. A medida que te vayas redimiendo, tu poder aumentará. Ahora, coge esa espada.
- No…,- dijo Wulbaif con miedo.
- Coge la espada.
- No. Le tengo miedo. No la quiero.
- Coge…la…espada,- dijo Einjerth mirando a los ojos de Wulbaif.
Algo entró en la mente de Wulbaif. El hombre se vio a sí mismo alargando la mano hacia la empuñadura de la espada. Wulbaif intentaba parar, pero no podía. Su mano se cerró alrededor de la empuñadura. En aquel instante, un intenso dolor recorrió su brazo, hasta su pecho. Wulbaif gritó de dolor, intentando soltar la espada, pero no pudo. Durante lo que a Wulbaif le pareció una eternidad, soportó un dolor inmenso, hasta que, poco a poco, el dolor fue remitiendo.
Wulbaif cayó al suelo jadeando, con la espada en su mano.
- Esta espada está forjada con un fragmento de Froustmourne, la espada maldita de Arthas. Absorberá la vida de todo lo vivo que toque. Tú eres el único que es inmune a su poder. Ahora, levántate.
Wulbaif se levantó con cierto esfuerzo. Cogió la vaina que aquel ser le tendía y envainó la espada.
- El tiempo que lleves tu espada determinará el tiempo de tu condena. Llegará un día, en el que el legítimo dueño de esta espada la reclame. Ese día, tu condena habrá concluido y tú te habrás redimido.
Resignado, Wulbaif se colocó el cinto alrededor de su cintura. Einjerth le tendió un pequeño disco plateado con un símbolo. Un grifo dorado de dos cabezas.
- Viaja a Ventormenta.
- Ventormenta está arrasada,- dijo Wulbaif. Cayó durante la guerra.
- Han pasado algunos años desde la guerra, Wulbaif. Descubrirás que algunas cosas han cambiado. Ventormenta ha sido reconstruida y nuevas hermandades están surgiendo para ayudar a la Alianza a luchar contra la Plaga.
- ¿La Plaga aún existe?
- Sí. No fue totalmente destruida. Un nuevo poder se alza en el norte, Wulbaif. Viaja a Ventormenta y busca la hermandad a la que pertenece este símbolo. Será entre sus filas donde obtengas tu perdón.
Wulbaif cogió el símbolo y se dispuso a partir. A una orden de Einjerth, salió por un pequeño portal mágico, que lo transportó a otro lugar. Y fue allí, en mitad de las montañas de Cretagrana, donde Wulbaif volvió a renacer como Caballero Paladín.
- Maldita sea,- dijo Namis. No sé que ocurre, pero no la puedo curar.
- Debemos salir de aquí cuanto antes,- dijo Torvald.
Namis desgarró su capa, improvisando algunas vendas para tapar la herida de Jezabell.
- Al menos la hemorragia se detendrá,- dijo la elfa, acariciando el cabello de la bruja.
- No te preocupes,- dijo el enano. Zadhar está de camino. Aunque creo que está como una cabra, aún no me explico lo que le pasó.
- Un simple hechizo,- dijo Namis. Alguien lanzó un conjuro para confundir su mente. Jamás se atrevería a golpear a Wulbaif, ni a atacarnos a nosotros.
- Lo sé,- dijo Torvald. Lo sé.
- Pronto vendrá. Pero está solo. Debemos idear la manera de escapar de aquí.
Torvald volvió a golpear la puerta con sus puños. Era de madera recia, demasiado recia para su fuerza.
- Maldita sea,- dijo el enano. ¿Y dónde demonios han llevado a Wulbaif? ¿Por qué no le han encerrado con nosotros?
- No lo sé,- dijo Namis entristecida. Temo por él.
- Ah, Wulbaif no se dejará matar tan fácilmente.
- Lo sé. No es eso lo que me preocupa.
Torvald miró a la elfa.
- Ya sabes lo que cuentan de él,- dijo Namis. ¿Y si algo de lo que dicen es cierto?
- Vamos, Namis. Si tuviéramos que creer todo lo que dicen de él…, entonces Wulbaif sería desde un demonio antiguo, hasta un ángel vengador enviado por los dioses.
- Ya lo sé, Torvald. Pero…, ¿y si su mente está dividida? ¿Y si fue siervo del mal? Recuerda lo que Zhuomar nos dijo.
- ¿Temes que se vuelva malvado? ¿Temes que se vuelva contra nosotros?
- Espero que no,- dijo Namis abrazándose las piernas. Si eso ocurriera, no creo que ninguno de nosotros fuera capaz de derrotarle.
- Él no se volverá malvado. Estoy seguro de que escapará y nos sacará de este tremendo lío, como casi siempre.
- Espero que tengas razón, Torvald.
Wulbaif permanecía colgado en una celda, solo. Las cadenas aprisionaban sus muñecas. El frío inundaba su cuerpo. Le habían quitado la armadura y su espada. En la soledad de la celda, el paladín estaba preocupado por sus amigos. Sobretodo por Jezabell y por Zadhar. El guerrero estaba solo. Era un buen luchador. Pero no podría con todos en aquel castillo. Además, Wulbaif sospechaba que la mente del guerrero estaba ofuscada por algún hechizo. No había otra explicación para su comportamiento. Tenía que salir de allí, pero ¿cómo? Había intentado usar su fuerza y su magia, pero era imposible. Había algo en aquella celda que bloqueaba todo tipo de magia, incluso la magia divina.
En aquellos pensamientos, Wulbaif oyó como alguien abría la puerta de la celda. El brujo que los atrapara entró, con la capucha echada sobre la cabeza, apoyándose en un bastón de madera negra. Un olor a podredumbre inundó las fosas nasales de Wulbaif, cuando el brujo se acercó a él.
- ¿General?,- dijo el brujo. Celebro ser vuestro anfitrión.
Wulbaif lo miraba en silencio.
- Seguramente, no me recuerdes,- dijo el brujo. Hace mucho que nos vimos por última vez y…, mi aspecto era algo distinto.
El brujo se quitó la capucha para dejarse ver. Wulbaif vio horrorizado que aquel brujo estaba muerto. Al menos su cara lo estaba. Era un zombie. La cara de aquel ser estaba medio podrida, mostrando partes del hueso de la mandíbula entre su piel ennegrecida. Sus ojos, vacíos y sin vida, miraban al paladín atentamente.
- No sé quién eres,- dijo Wulbaif arrugando la nariz. No sé de qué me hablas.
El brujo rió.
- Vamos, General. No insultes mi inteligencia. Tú eres el gran Wulbaif, General y Jefe del Batallón de Sangre, el Cuerpo de Élite de Arthas.
Wulbaif miró al brujo sorprendido. ¿Cómo sabía quién era?
- Imagínate mi sorpresa, cuando nuestro Amo se puso en contacto conmigo, para comunicarme que vendrías a mis dominios. Me encargó la misión de volver a acogerte en nuestro seno. Todos te tomaban por muerto, General. Se decía que caíste ante los elfos en la noche de la última batalla. Pero veo que no fue así.
- Te equivocas. No soy quien dices. Soy Wulbaif, paladín de la Hermandad de los Caballeros del Grifo. Soy defensor de la…
- ¡Cállate!,- gritó el brujo de repente. Quizás esa falsa identidad, esa falsa apariencia, sirva para los estúpidos mortales, General, pero no para mí.
El brujo observaba a Wulbaif detenidamente.
- Sí,- dijo el brujo. No me explico como, pero has anulado la Sed. Has podido viajar en compañía de los mortales, sin que éstos supieran lo que de verdad eres… Increíble. Tú y yo sabemos quién eres en realidad, General.
- ¿Qué es lo que quieres?
El brujo volvió a reír.
- No se trata de lo que yo quiero, General, sino de lo que nuestro Amo desea. El rey Exánime está formando un nuevo ejército en el norte, General. Él desea que tú lo mandes hacia la victoria sobre la Alianza. Ah, los buenos tiempos volverán…
- No.
- ¿Cómo?
- No volveré atrás. Me libré de mi maldición. Los dioses me la quitaron.
- Claro que sí. Volverás con nosotros. Los dioses te quitaron tu poder, te quitaron la inmortalidad, pero yo puedo volver a dártelo todo. Solo tienes que desearlo.
- No.
- No estás en disposición de negarte, General.
- Yo no soy general. No me llames así.
El brujo lo miró enfurecido.
- Tú volverás a nosotros, General,- dijo el brujo de forma despectiva. Tus amigos siguen aquí, atrapados. Sus vidas no me importan en absoluto. Regresa a nosotros, y yo te los daré a todos, para que sean tus esclavos. Estoy seguro de que las mujeres serán buenas esclavas, ¿verdad, General?
- Tócalas y te mato,- dijo Wulbaif.
- Si no te conviertes a nosotros, los verás morir a todos, y luego, morirás tú. Tienes hasta mañana por la noche, General. Decide bien.
El brujo se giró para marcharse.
- ¿Qué le hiciste a Zadhar?,- preguntó Wulbaif. Confundiste su mente. ¿Por qué?
- La mente de mi hermano no es asunto tuyo, General.
- ¿Tu hermano?
- Sí, mi hermano menor.
- Tú no eres su hermano. Zadhar es el primogénito de su familia.
- Eso es lo que él cree, como todos. Mis padres tuvieron un hijo antes de Zadhar. Me tuvieron a mí. Pero, digamos que… mis aficiones, no eran del agrado de mi padre. Zadhar tenía dos años cuando mi padre me desheredó y me echó de casa. Aquel día juré que me vengaría de mi familia. Fue Khel’tuzad, el nigromante, quien me dio el poder y la posibilidad de efectuar mi venganza. Fui yo quien asesinó a toda mi familia, excepto a Zadhar. De no haber sido por aquel estúpido enano, amigo de mi padre, Zadhar ya estaría muerto. Pero eso pronto estará solucionado. Mi hermano llegará mañana por la noche y mi venganza será completa.
El brujo se marchó, dejando a Wulbaif sumido en la desesperación. La vida de sus amigos estaba en sus manos, pero el precio…, era demasiado alto. No volvería atrás. No podía. Tenía que escapar de allí, pero… ¿cómo? Wulbaif lloraba, implorando a los dioses su ayuda.
- Ayudadme, por favor, ayudadme. No lo hagáis por mí, hacedlo por ellos. No dejéis que mueran…
Wulbaif se despertó. Su cuerpo estaba dolorido y maltratado. Poco a poco, se levantó del frío suelo en el que se hallaba. Estaba en un lugar extraño. Una gran sala dorada, con columnas y un trono en el centro. El trono estaba vacío. Junto al trono, había un pequeño altar, y sobre el altar, reposaba una extraña espada.
Wulbaif estaba desnudo. Su cuerpo estaba surcado por cientos de cicatrices. No sabía de donde habían salido. Entonces, recordó el atroz dolor que sufrió cuando aquel Ser le dijo que estaba condenado. ¿Habría sido un sueño?
Wulbaif se fijó de nuevo en la espada. Había algo en ella que lo asustaba. Era de factura nórdica, como la que él había usado hacía muchos años, antes de que la Oscuridad se adueñara de él, antes de que la Sed del Vampiro se adueñara de su corazón. Wulbaif no había sido siempre vampiro. Antes, fue un gran caballero de la Mano de Plata, una antigua orden de caballeros, ahora extinguida, que protegía el norte de Azeroth del Mal.
Wulbaif observó que una extraña niebla morada envolvía la hoja de la espada. Oía una extraña voz en su mente. Una voz femenina. Wulbaif creyó que era la espada. Aquello lo asustó más. Wulbaif se apartó de ella, como si fuera una serpiente venenosa. Entonces, un fajo de ropa cayó a sus pies.
- Vístete,- dijo alguien.
Wulbaif levantó la mirada y se encontró con un extraño ser. Un hombre, alto, con ojos plateados y brillantes. Vestía una armadura de oro, muy decorada. En su rostro había una inmensa paz y sus ojos reflejaban una sabiduría infinita.
Wulbaif cogió la ropa y se vistió lentamente, ante la atenta mirada de aquel ser.
- ¿Quién eres?,- preguntó Wulbaif después de vestirse. ¿Por qué me has traído a este lugar?
- Soy Einjerth, Campeón de los dioses. Soy tu guardián y tu condena.
- Pero, estoy muerto. ¿Por qué?
- ¿Aún te atreves a preguntar? No estás muerto, Wulbaif. Los dioses te han vuelto a traer de entre los muertos. Han anulado la Sed, para que puedas ir por el mundo, aunque aún hay una pequeña parte en tu alma, que sigue sirviendo al Mal. Los dioses te han condenado por tus asesinatos, Wulbaif.
- Pero..., yo era un vampiro. ¿Qué podía hacer? Tenía que alimentarme, no podía…
- Silencio,- dijo Einjerth. No hablo de tus actos para alimentarte. Has sembrado la devastación por donde has pasado. Has destruido ciudades enteras. Has masacrado a poblaciones enteras, torturado hasta la muerte a toda clase de criaturas. No lo hacías para alimentarte, Wulbaif, sino por placer. Por el placer de una venganza vana y fútil, que nada tenía que ver con la gente a la que tú y tus tropas asesinasteis.
Wulbaif callaba. Lo que decía Einjerth era cierto. Había saciado su sed de venganza asesinando a cuantos seres vivos se ponían a su alcance. Andorhal, Stratholme y muchas otras ciudades habían caído bajo sus huestes. Había torturado a miles de personas, en un ansia vana de saciar su venganza. Una venganza que no tenía nada que ver con la Alianza.
- Descubrirás que has recuperado todos tus poderes anteriores, de cuando eras un Caballero de la Mano de Plata. Puedes usar tu poder para sanar a los demás, los dioses escucharán tus plegarias de nuevo. A medida que te vayas redimiendo, tu poder aumentará. Ahora, coge esa espada.
- No…,- dijo Wulbaif con miedo.
- Coge la espada.
- No. Le tengo miedo. No la quiero.
- Coge…la…espada,- dijo Einjerth mirando a los ojos de Wulbaif.
Algo entró en la mente de Wulbaif. El hombre se vio a sí mismo alargando la mano hacia la empuñadura de la espada. Wulbaif intentaba parar, pero no podía. Su mano se cerró alrededor de la empuñadura. En aquel instante, un intenso dolor recorrió su brazo, hasta su pecho. Wulbaif gritó de dolor, intentando soltar la espada, pero no pudo. Durante lo que a Wulbaif le pareció una eternidad, soportó un dolor inmenso, hasta que, poco a poco, el dolor fue remitiendo.
Wulbaif cayó al suelo jadeando, con la espada en su mano.
- Esta espada está forjada con un fragmento de Froustmourne, la espada maldita de Arthas. Absorberá la vida de todo lo vivo que toque. Tú eres el único que es inmune a su poder. Ahora, levántate.
Wulbaif se levantó con cierto esfuerzo. Cogió la vaina que aquel ser le tendía y envainó la espada.
- El tiempo que lleves tu espada determinará el tiempo de tu condena. Llegará un día, en el que el legítimo dueño de esta espada la reclame. Ese día, tu condena habrá concluido y tú te habrás redimido.
Resignado, Wulbaif se colocó el cinto alrededor de su cintura. Einjerth le tendió un pequeño disco plateado con un símbolo. Un grifo dorado de dos cabezas.
- Viaja a Ventormenta.
- Ventormenta está arrasada,- dijo Wulbaif. Cayó durante la guerra.
- Han pasado algunos años desde la guerra, Wulbaif. Descubrirás que algunas cosas han cambiado. Ventormenta ha sido reconstruida y nuevas hermandades están surgiendo para ayudar a la Alianza a luchar contra la Plaga.
- ¿La Plaga aún existe?
- Sí. No fue totalmente destruida. Un nuevo poder se alza en el norte, Wulbaif. Viaja a Ventormenta y busca la hermandad a la que pertenece este símbolo. Será entre sus filas donde obtengas tu perdón.
Wulbaif cogió el símbolo y se dispuso a partir. A una orden de Einjerth, salió por un pequeño portal mágico, que lo transportó a otro lugar. Y fue allí, en mitad de las montañas de Cretagrana, donde Wulbaif volvió a renacer como Caballero Paladín.
6. Atrapados
El amanecer de aquel día fue igual de tenebroso que el anterior. La niebla persistía, al igual que el frío. Tras un frugal desayuno, recogieron el pequeño campamento y montaron, para continuar su viaje. Wulbaif les relató su encuentro con el licántropo la noche pasada.
- ¿Cómo fue que no os atacó?,- preguntó Torvald.
- No lo sabemos,- dijo Zadhar. Igual estaba solo.
- No lo creo,- dijo Jezabell. Nunca van solos. Tal vez había otra causa para que no atacara.
- Creo que nos vigilaba,- dijo Wulbaif.
El paladín se había decidido a contar todo lo referente al vampiro y al Maestro Kler.
- Creo que ha llegado el momento de que os cuente algo.
Todos se quedaron pendientes de Wulbaif, mientras cabalgaban.
- ¿Recordáis lo que dijo Zhuomar sobre el vampiro que buscaban? Nos visitó la noche que volvíamos a Costasur.
- ¿De qué estás hablando?,- dijo Zadhar. Yo no lo vi.
- Ninguno de vosotros lo vio. Os dejó incapacitados con magia negra. Luché con él y lo maté.
- ¿Porqué no nos habías dicho nada?,- preguntó Jezabell.
- No quise asustaros. No sabía que repercusiones iba a tener aquella lucha. Zad, el vampiro, antes de morir, dijo que lo enviaba el Maestro Kler.
- ¿Cómo que el Maestro Kler? ¿A qué te refieres?,- preguntó Zadhar.
- Zhuomar me dijo que el Maestro Kler controla el Castillo del Colmillo Oscuro y que es el Amo de todas las criaturas malvadas del bosque. Pero no supo decirme quien era, porque no lo sabía.
Zadhar iba callado.
- Tal vez, sea algún familiar tuyo…
Wulbaif no pudo terminar la frase. El puñetazo de Zadhar le cogió por sorpresa, tirándolo del caballo.
- ¡No te consiento que digas eso!,- gritó Zadhar enfurecido. ¡Ni a ti ni a nadie!
- ¿Estás loco?,- dijo Jezabell indignada. ¿Qué diablos te pasa?
- Déjalo, Jezabell,- dijo Wulbaif mientras se levantaba del suelo. Tiene derecho a ponerse así.
- Si vuelves a insinuar que mi familia servía al Mal, te mataré yo mismo,- dijo Zadhar amenazando con una de sus hachas al paladín.
- Lo siento, Zadhar,- dijo Wulbaif. Pero lo que te he dicho, es la verdad.
- ¡Cállate!,- gritó el guerrero levantando el hacha.
La intención del guerrero era descargar un potente golpe contra la cabeza de Wulbaif, pero aquel golpe nunca llegó. Una flecha, lanzada por el arco de Namis, hizo que Zadhar soltara el hacha.
- Cálmate, Zad,- dijo la elfa.
- ¿Tú también te opones a mí?
- Nadie se opone a ti, muchacho,- dijo Torvald. Calma tus nervios.
Jezabell miraba asustada a su amigo. Nunca lo había visto así. Nunca lo había visto atacar a uno de ellos. Tal vez, Wulbaif tenía razón y había algo maligno que influía en la familia de Zadhar en aquel bosque.
La furia invadía el rostro del guerrero.
- ¿Sabéis qué? No os necesito. No necesito a nadie.
- Pero, ¿qué estás diciendo?,- dijo Namis.
- Dejadme en paz.
Zadhar espoleó su caballo y se marchó al galope, en dirección este, ante la mirada atónita de sus amigos.
- ¿Qué diablos le pasa?,- preguntó Torvald. ¿Se ha vuelto loco?
- Tenemos que seguirle,- dijo Wulbaif mientras montaba en el caballo. Está en peligro.
Pero, cuando iban a partir, el ataque se produjo. Infinidad de zombies y esqueletos surgieron de los árboles, asustando a los caballos y al carnero.
- ¡Es una emboscada!,- gritó Jezabell.
Wulbaif saltó del caballo, poniéndose ante la mujer. El paladín sabía que tenía que darle tiempo para preparar su hechizo, pues el ataque fue demasiado rápido. Wulbaif lanzó estocadas hacia todos los lados, hiriendo a sus enemigos, que caían fulminados por el poder de la espada, mientras Namis y Torvald se abrían paso hacia ellos. Jezabell, montada en su caballo, preparaba un hechizo que los sacara de aquel tremendo lío. Pero cuando iba a lanzarlo, un punzante dolor en su hombro izquierdo le hizo perder la concentración y el hechizo se anuló. La bruja pudo observar, antes de caer del caballo, a un enorme zombie en la linde del camino, con un gran arco. Jezabell tenía una flecha clavada en el hombro. La mujer cayó al embarrado suelo. Instantes después, su cuerpo comenzó a convulsionarse.
Namis vio caer a Jezabell. La elfa decidió que había llegado el momento de utilizar sus poderes sagrados. La elfa era una druida muy experimentada entre los suyos, capaz de adoptar diversas formas animales para combatir. Pero cuando comenzó a transformarse, una espesa tela de araña cayó sobre ella, inmovilizándola. Antes de caer en un profundo sueño mágico, la bella elfa pudo ver a un brujo entre las filas de sus atacantes.
Torvald tampoco lo tenía fácil. El enano tenía a sus pies varios enemigos muertos, pero era tal la superioridad numérica de sus enemigos, que sus diestros ataques no surtían efecto ante la avalancha de esqueletos y zombies que le rodearon. Aún así, el valiente enano siguió luchando y forcejeando contra ellos, incluso cuando una pesada red lo envolvió e inmovilizó.
Sólo quedaba Wulbaif. El paladín estaba totalmente rodeado. Pero su destreza con la espada, unida al poder de la misma, hacía casi imposible que los no-muertos pudieran capturarlo. Había varios montones de ceniza en el suelo, alrededor de Wulbaif, restos de los enemigos que habían sido alcanzados por la espada del paladín. Aún así, el paladín estaba aterrado. Sus amigos habían caído, como en su sueño. No sabía si seguían vivos o no. Había intentado en más de una ocasión, lanzar algún hechizo sagrado, pero lo atacaban constantemente, imposibilitando que pudiera rezar a los dioses. Aún así, gracias a la espada, Wulbaif había podido resistir al ataque.
El líder de la tropa de asaltantes era el brujo que había atrapado a Namis bajo su telaraña mágica. Observó que capturar al paladín costaría muchas bajas. Era algo que no iba a permitir. Aquel ser lanzó un bramido aterrador, mientras levantaba una de sus manos. Al instante, todos los zombies y esqueletos de la zona dejaron de atacar a Wulbaif. El paladín se quedó con la guardia en alto, jadeando por el esfuerzo, mientras observaba a sus enemigos. El brujo dijo algo al gran zombie del arco, en un idioma que Wulbaif no entendía.
El zombie, se acercó a Jezabell, mientras sacaba una flecha de su carcaj. Cuando estuvo a la altura de la mujer, apoyo la punta de la flecha en el cuello de la bruja, y esperó la siguiente orden.
- Depón tu arma, paladín,- dijo el brujo,- o la mujer muere.
Wulbaif miró la escena aterrado. La voz de aquel ser era rasposa y siseante. Wulbaif no podía ver al brujo, pues llevaba una capucha que le tapaba el rostro, pero su voz no era humana. El paladín no tenía más remedio que rendirse. Envainó la espada y levantó las manos, mientras rezaba a sus dioses por que sus amigos estuviesen bien.
Zadhar galopaba a toda velocidad por el camino del bosque. Su mente estaba ofuscada. Al principio, había oído a lo lejos, los sonidos de una batalla, pero no le dio importancia. Lo único importante para él era llegar al castillo. Y aún le quedaba un día para hacerlo. Cabalgaría sin descanso hasta llegar a su destino.
Desarmado y atado, Wulbaif observaba a sus compañeros. Sabía que Torvald estaba vivo, pues no dejaba de forcejear contra la red que lo aprisionaba. Namis dormía plácidamente bajo la telaraña mágica. La elfa había comenzado a cambiar de forma cuando la red la atrapó. Sus manos se habían convertido en garras y su cara tenía rasgos felinos. El paladín sabía que cuando se despertara, Namis volvería a su forma natural. Pero era Jezabell quien más le preocupaba. La bruja tenía una respiración entrecortada y la tez pálida. Estaba inconsciente. Mientras, a su alrededor, los esqueletos y los zombies se preparaban para partir.
Una nube de oscuridad bajó del cielo. Cuando tocó el suelo, un vampiro salió de ella. Tenía la apariencia de un joven humano, de largo pelo negro. El vampiro se arrodilló ante el brujo.
- Mi Señor,- dijo el vampiro. Vuestro plan ha dado resultado. El guerrero cabalga hacia el castillo. Mañana habrá llegado.
- Muy bien, muy bien,- dijo el brujo con su voz rasposa. Abriré un portal y regresaremos. Le prepararemos la bienvenida que se merece, como miembro de mi familia.
Aquellas palabras fueron como una losa para Wulbaif. Aquel ser era el Maestro Kler, de eso no tenía ninguna duda. Y tampoco la tenía sobre su identidad. Era un miembro de la familia de Zadhar. Mientras los sirvientes no-muertos del brujo recogían a sus amigos, el Maestro Kler abrió un portal mágico, por el que fueron pasando todos. El destino del portal: el Castillo del Colmillo Oscuro.
- ¿Cómo fue que no os atacó?,- preguntó Torvald.
- No lo sabemos,- dijo Zadhar. Igual estaba solo.
- No lo creo,- dijo Jezabell. Nunca van solos. Tal vez había otra causa para que no atacara.
- Creo que nos vigilaba,- dijo Wulbaif.
El paladín se había decidido a contar todo lo referente al vampiro y al Maestro Kler.
- Creo que ha llegado el momento de que os cuente algo.
Todos se quedaron pendientes de Wulbaif, mientras cabalgaban.
- ¿Recordáis lo que dijo Zhuomar sobre el vampiro que buscaban? Nos visitó la noche que volvíamos a Costasur.
- ¿De qué estás hablando?,- dijo Zadhar. Yo no lo vi.
- Ninguno de vosotros lo vio. Os dejó incapacitados con magia negra. Luché con él y lo maté.
- ¿Porqué no nos habías dicho nada?,- preguntó Jezabell.
- No quise asustaros. No sabía que repercusiones iba a tener aquella lucha. Zad, el vampiro, antes de morir, dijo que lo enviaba el Maestro Kler.
- ¿Cómo que el Maestro Kler? ¿A qué te refieres?,- preguntó Zadhar.
- Zhuomar me dijo que el Maestro Kler controla el Castillo del Colmillo Oscuro y que es el Amo de todas las criaturas malvadas del bosque. Pero no supo decirme quien era, porque no lo sabía.
Zadhar iba callado.
- Tal vez, sea algún familiar tuyo…
Wulbaif no pudo terminar la frase. El puñetazo de Zadhar le cogió por sorpresa, tirándolo del caballo.
- ¡No te consiento que digas eso!,- gritó Zadhar enfurecido. ¡Ni a ti ni a nadie!
- ¿Estás loco?,- dijo Jezabell indignada. ¿Qué diablos te pasa?
- Déjalo, Jezabell,- dijo Wulbaif mientras se levantaba del suelo. Tiene derecho a ponerse así.
- Si vuelves a insinuar que mi familia servía al Mal, te mataré yo mismo,- dijo Zadhar amenazando con una de sus hachas al paladín.
- Lo siento, Zadhar,- dijo Wulbaif. Pero lo que te he dicho, es la verdad.
- ¡Cállate!,- gritó el guerrero levantando el hacha.
La intención del guerrero era descargar un potente golpe contra la cabeza de Wulbaif, pero aquel golpe nunca llegó. Una flecha, lanzada por el arco de Namis, hizo que Zadhar soltara el hacha.
- Cálmate, Zad,- dijo la elfa.
- ¿Tú también te opones a mí?
- Nadie se opone a ti, muchacho,- dijo Torvald. Calma tus nervios.
Jezabell miraba asustada a su amigo. Nunca lo había visto así. Nunca lo había visto atacar a uno de ellos. Tal vez, Wulbaif tenía razón y había algo maligno que influía en la familia de Zadhar en aquel bosque.
La furia invadía el rostro del guerrero.
- ¿Sabéis qué? No os necesito. No necesito a nadie.
- Pero, ¿qué estás diciendo?,- dijo Namis.
- Dejadme en paz.
Zadhar espoleó su caballo y se marchó al galope, en dirección este, ante la mirada atónita de sus amigos.
- ¿Qué diablos le pasa?,- preguntó Torvald. ¿Se ha vuelto loco?
- Tenemos que seguirle,- dijo Wulbaif mientras montaba en el caballo. Está en peligro.
Pero, cuando iban a partir, el ataque se produjo. Infinidad de zombies y esqueletos surgieron de los árboles, asustando a los caballos y al carnero.
- ¡Es una emboscada!,- gritó Jezabell.
Wulbaif saltó del caballo, poniéndose ante la mujer. El paladín sabía que tenía que darle tiempo para preparar su hechizo, pues el ataque fue demasiado rápido. Wulbaif lanzó estocadas hacia todos los lados, hiriendo a sus enemigos, que caían fulminados por el poder de la espada, mientras Namis y Torvald se abrían paso hacia ellos. Jezabell, montada en su caballo, preparaba un hechizo que los sacara de aquel tremendo lío. Pero cuando iba a lanzarlo, un punzante dolor en su hombro izquierdo le hizo perder la concentración y el hechizo se anuló. La bruja pudo observar, antes de caer del caballo, a un enorme zombie en la linde del camino, con un gran arco. Jezabell tenía una flecha clavada en el hombro. La mujer cayó al embarrado suelo. Instantes después, su cuerpo comenzó a convulsionarse.
Namis vio caer a Jezabell. La elfa decidió que había llegado el momento de utilizar sus poderes sagrados. La elfa era una druida muy experimentada entre los suyos, capaz de adoptar diversas formas animales para combatir. Pero cuando comenzó a transformarse, una espesa tela de araña cayó sobre ella, inmovilizándola. Antes de caer en un profundo sueño mágico, la bella elfa pudo ver a un brujo entre las filas de sus atacantes.
Torvald tampoco lo tenía fácil. El enano tenía a sus pies varios enemigos muertos, pero era tal la superioridad numérica de sus enemigos, que sus diestros ataques no surtían efecto ante la avalancha de esqueletos y zombies que le rodearon. Aún así, el valiente enano siguió luchando y forcejeando contra ellos, incluso cuando una pesada red lo envolvió e inmovilizó.
Sólo quedaba Wulbaif. El paladín estaba totalmente rodeado. Pero su destreza con la espada, unida al poder de la misma, hacía casi imposible que los no-muertos pudieran capturarlo. Había varios montones de ceniza en el suelo, alrededor de Wulbaif, restos de los enemigos que habían sido alcanzados por la espada del paladín. Aún así, el paladín estaba aterrado. Sus amigos habían caído, como en su sueño. No sabía si seguían vivos o no. Había intentado en más de una ocasión, lanzar algún hechizo sagrado, pero lo atacaban constantemente, imposibilitando que pudiera rezar a los dioses. Aún así, gracias a la espada, Wulbaif había podido resistir al ataque.
El líder de la tropa de asaltantes era el brujo que había atrapado a Namis bajo su telaraña mágica. Observó que capturar al paladín costaría muchas bajas. Era algo que no iba a permitir. Aquel ser lanzó un bramido aterrador, mientras levantaba una de sus manos. Al instante, todos los zombies y esqueletos de la zona dejaron de atacar a Wulbaif. El paladín se quedó con la guardia en alto, jadeando por el esfuerzo, mientras observaba a sus enemigos. El brujo dijo algo al gran zombie del arco, en un idioma que Wulbaif no entendía.
El zombie, se acercó a Jezabell, mientras sacaba una flecha de su carcaj. Cuando estuvo a la altura de la mujer, apoyo la punta de la flecha en el cuello de la bruja, y esperó la siguiente orden.
- Depón tu arma, paladín,- dijo el brujo,- o la mujer muere.
Wulbaif miró la escena aterrado. La voz de aquel ser era rasposa y siseante. Wulbaif no podía ver al brujo, pues llevaba una capucha que le tapaba el rostro, pero su voz no era humana. El paladín no tenía más remedio que rendirse. Envainó la espada y levantó las manos, mientras rezaba a sus dioses por que sus amigos estuviesen bien.
Zadhar galopaba a toda velocidad por el camino del bosque. Su mente estaba ofuscada. Al principio, había oído a lo lejos, los sonidos de una batalla, pero no le dio importancia. Lo único importante para él era llegar al castillo. Y aún le quedaba un día para hacerlo. Cabalgaría sin descanso hasta llegar a su destino.
Desarmado y atado, Wulbaif observaba a sus compañeros. Sabía que Torvald estaba vivo, pues no dejaba de forcejear contra la red que lo aprisionaba. Namis dormía plácidamente bajo la telaraña mágica. La elfa había comenzado a cambiar de forma cuando la red la atrapó. Sus manos se habían convertido en garras y su cara tenía rasgos felinos. El paladín sabía que cuando se despertara, Namis volvería a su forma natural. Pero era Jezabell quien más le preocupaba. La bruja tenía una respiración entrecortada y la tez pálida. Estaba inconsciente. Mientras, a su alrededor, los esqueletos y los zombies se preparaban para partir.
Una nube de oscuridad bajó del cielo. Cuando tocó el suelo, un vampiro salió de ella. Tenía la apariencia de un joven humano, de largo pelo negro. El vampiro se arrodilló ante el brujo.
- Mi Señor,- dijo el vampiro. Vuestro plan ha dado resultado. El guerrero cabalga hacia el castillo. Mañana habrá llegado.
- Muy bien, muy bien,- dijo el brujo con su voz rasposa. Abriré un portal y regresaremos. Le prepararemos la bienvenida que se merece, como miembro de mi familia.
Aquellas palabras fueron como una losa para Wulbaif. Aquel ser era el Maestro Kler, de eso no tenía ninguna duda. Y tampoco la tenía sobre su identidad. Era un miembro de la familia de Zadhar. Mientras los sirvientes no-muertos del brujo recogían a sus amigos, el Maestro Kler abrió un portal mágico, por el que fueron pasando todos. El destino del portal: el Castillo del Colmillo Oscuro.
5. Una extraña visita
El amanecer fue oscuro. Una espesa niebla cubría toda la zona y el frío era muy intenso. Los compañeros estaban preparados para partir. Esperaban a que los magos de Dalaran les encantaran las armas.
- El sol nunca sale en esta tierra maldita,- dijo Thanariël acercándose a Wulbaif.
El paladín esperaba pacientemente, a que los magos terminaran su trabajo. Apenas había dormido durante la noche, aunque no había tenido ningún sueño más.
- La niebla nos ocultará de posibles enemigos,- dijo Wulbaif.
- Tampoco podréis verlos.
- Pasaremos sin peligro,- dijo el paladín. Pero gracias por tu preocupación.
- Vivo para luchar contra la Plaga, Wulbaif, igual que tú. Tened cuidado ahí. El bosque no es un lugar para pasear.
- Gracias,- dijo Wulbaif estrechando la mano del elfo.
Minutos después, los compañeros montaron y salieron del campamento en dirección este, hacia el Castillo del Colmillo Oscuro. Durante toda la mañana, viajaron a través de la niebla. No se oía ningún sonido excepto el de los cascos de sus monturas y el de sus respiraciones. Todo estaba en silencio, como si nada vivo existiera en aquel lugar.
Wulbaif cabalgaba junto a Jezabell, en el centro del grupo. Namis y Torvald iban delante. En la retaguardia, Zadhar iba solo, oteando a ambos lados. El guerrero estaba nervioso, con la mano en la empuñadura de una de sus hachas, como si temiera que en cualquier momento, algún ser diabólico saltara de entre los árboles para atacarlos.
- El aire es tan oprimente aquí,- dijo Torvald en voz baja, como si temiera alzar demasiado la voz y despertar a los espíritus malignos que habitaban aquel maldito bosque.
- Tiene un olor extraño,- dijo Namis. Huele a…
- Muerte,- dijo Wulbaif, terminando la frase de la bella elfa.
Jezabell miró a su amigo. Estaba un poco asustada, debido a la atmósfera del bosque. Pero Wulbaif parecía muy tranquilo. Todo el grupo estaba nervioso y asustado, incluso el valeroso Zadhar. Pero el paladín seguía apacible.
- ¿No te da miedo este ambiente?,- dijo Jezabell.
- No demasiado,- contestó Wulbaif. No debes preocuparte. Yo estoy a tu lado y sabes que te protegeré. Therzeon jamás me perdonaría si te ocurriese algo, y yo tampoco.
- Lo se, Wulf,- dijo Jezabell con un tono de voz más calmado. Pero no puedo evitar sentir pavor en este lugar. Es todo tan…extraño.
- No nos pasará nada, Jezabell. Te lo prometo. Yo no voy a permitirlo.
Jezabell sonrió a su amigo.
- Tenemos que pensar en como pasar las noches. Zhuomar nos advirtió sobre los licántropos.
- Yo me encargo de eso,- dijo Wulbaif.
- Ya sabes que no me gusta que estés tanto tiempo sin dormir, Wulf,- dijo Jezabell. Te debilita. Y últimamente no has dormido demasiado. Vuelves a tener ojeras.
- Anoche no dormí bien, pero no tuve ningún sueño.
- No me engañes, Wulf.
- Te lo juro. No soñé.
La mujer le miró con cara de preocupación.
Durante todo el día, cabalgaron sin descanso, hasta que un descenso brusco de la temperatura, les indicó que la noche llegaba. Decidieron acampar en el camino. Torvald extrajo madera seca de sus alforjas y encendió una hoguera, cuyo fuego apenas les calentó el cuerpo y los corazones. Tras una frugal cena, se echaron a dormir, excepto Wulbaif que decidió hacer guardia y Jezabell, que se ofreció para hacerle compañía durante un rato.
Ambos permanecían sentados junto al fuego, mientras sus amigos dormían. En el silencio de la noche, no se oía nada, excepto los ronquidos de Torvald y el crepitar del fuego.
- ¿Cuándo, Wulbaif?,- dijo Jezabell de repente. ¿Cuándo vas a sincerarte conmigo?
- ¿A qué te refieres?
- ¿Cuándo vas a hablarme de ti? ¿Cuándo vas a hablarme de tu vida, de tu pasado? Te veo triste, Wulf. Tus ojos te delatan. Y eso me apena a mí, y al resto. ¿Qué es lo que tanto te atormenta, Wulf?
- Por favor, Jezabell,- dijo Wulbaif,- deja de preguntarme.
- Pero…
- No puedo,- dijo Wulbaif en tono tajante. Libera tu mente de preguntas para las que no quieres oír la respuesta. Eres la persona en la que más confío. Te confiaría mi vida sin pensarlo ni una sola vez, pero… esto…, no puedo confiártelo, Jezabell.
- Pero, ¿porqué no? No lo entiendo.
- Porque no puede ser, Jezabell. Sé que quieres ayudarme y que te preocupas por mí. Pero…, mi vida…, mi pasado es…, demasiado complicado.
El silencio volvió a imperar en el pequeño campamento, mientras Jezabell se abrazaba al brazo del paladín.
- Namis y yo vimos tus cicatrices,- dijo Jezabell tras unos minutos de silencio.
- ¿Cuándo?
- En la posada, cuando te tomaste la poción. Te quitamos la armadura para que estuvieras más cómodo y las vimos.
- No debisteis hacerlo,- dijo Wulbaif.
- Namis no tiene la culpa. Fui yo la que quiso verlas.
- Son… viejas heridas de guerra,- dijo Wulbaif.
- No me lo creo…
- He luchado en muchas batallas, Jezabell. Tantas, que no puedo ni contarlas ya… Por favor, créeme.
- Entonces, ¿por qué temes mostrarlas? Cualquier guerrero estaría orgulloso de sus heridas de guerra. ¿Por qué tú no?
- Porque me recuerdan algo que no quiero recordar.
- ¿El qué te recuerdan?
- Mis pecados.
- Tus…
- Duérmete, Jezabell,- dijo Wulbaif. Mañana será un día muy largo. Necesitas descansar.
El paladín miró a los ojos de la mujer. En su mirada había una petición. Jezabell besó la mano de Wulbaif y se acostó a su lado. Le reconfortaba dormir cerca del paladín cuando viajaban, le hacía sentir más segura. Una lágrima recorría su mejilla, mientras se dormía. Tenía miedo por su amigo.
Mientras Jezabell se dormía, Wulbaif fijó su mirada en el fuego, reprochándose su actitud frente a la mujer.
“Lo siento, Jezabell”, se dijo, “pero si supieras mi verdadero pasado, te aterrarías”. Mientras tenía estos pensamientos, la mente del paladín se hundía en el pasado…
El alma de Wulbaif caía en el Vacío. Aún sentía el dolor de la muerte, pero era un dolor que lo abandonaba poco a poco. Sentía algo extraño, algo que ansiaba tener desde hacía mucho tiempo. Sentía la paz de la muerte. Por fin podría descansar en paz, en compañía de su familia, fallecida ya, hacía años. Ansiaba poder descansar en paz junto a su esposa y a su hija, asesinadas hacía mucho tiempo por una vil criatura…
Pero en su caída al Vacío, había algo más con él. No sabía precisar el que, pero le acompañaba hacia las profundidades del Abismo. De repente, su caída se vio frenada por algo. Algo o alguien le impedía llegar a su deseado descanso eterno. Suspendida en la Nada, el alma del general del ejército de Arthas intentaba abandonarse en el descanso y el olvido eternos de la muerte, sin conseguirlo
- No vas a morir,- dijo una voz. Hoy no vas a morir, Wulbaif.
- Déjame morir en paz…
- ¿En paz?,- dijo la voz. ¿Quieres morir en paz? ¿Acaso los que han muerto por tus manos han muerto en paz?
- Déjame…
- No vas a encontrar la paz de la muerte, Wulbaif. Aún no. ¿Cuánta sangre has derramado, Wulbaif? Los dioses quieren que pagues, Wulbaif, quieren que pagues tu deuda de sangre.
- Estoy muerto…
- Aún no, Wulbaif, aún no. Volverás a la vida y servirás a los dioses hasta que tu deuda se haya saldado.
- No…
- ¿Qué has dicho?
- No…, no volveré a ser el títere de nadie…
Una mano ardiente y fuerte le cogió del cuello, izándolo en la oscuridad del Vacío.
- ¡Estás condenado, Wulbaif!,- gritó la voz. ¡Sentirás cada muerte pasada y presente como si fuera tuya!
Un dolor intenso recorrió el alma de Wulbaif. El que fuera general del ejército de Arthas gritó de dolor.
- ¡Pagarás por cada muerte que has provocado en tu larga vida de asesinatos, Wulbaif! Lo único que tendrás en tu vida será el dolor, Wulbaif, el dolor y la agonía de todo lo que te rodee.
Wulbaif gritaba. El dolor que sentía era mucho más fuerte que el que había sentido en la hora de su muerte. El Vacío, la Nada, se llenaron con los aullidos de dolor de un alma condenada…
Un sonido sacó a Wulbaif de sus recuerdos. El paladín se alertó, llevando su mano hacia la empuñadura de su espada. No había cogido su martillo de guerra, pues era inútil contra las criaturas que poblaban aquel bosque. De nuevo sonó el ruido. Era una especie de gruñido. Wulbaif se levantó, desenvainando la espada, dispuesto a repeler cualquier ataque.
En silencio, Wulbaif observó todo el límite del campamento, girando la cabeza lentamente, hasta hallar el origen del gruñido. Volvió a sonar otro gruñido, y algunas ramas se movieron.
- Muéstrate, bestia,- dijo Wulbaif en tono amenazador.
Tras otro gruñido más fuerte, un hombre lobo apareció frente a él. Era una criatura enorme, de pelo blanco y colmillos amarillentos. Sus ojos rojos le miraban impasibles y amenazantes, mientras el paladín le esperaba con paciencia. Pero el licántropo no atacó. Tras gruñir un par de veces más, se giró y volvió a perderse en la oscuridad de la noche.
- ¿Porqué no ha atacado?,- preguntó Zadhar que se había despertado.
- No lo sé,- dijo Wulbaif mientras envainaba la espada. Tal vez no se ha atrevido a atacarnos a todos. Vuelve a dormirte.
- No creo que pueda ya,- dijo el guerrero acercándose al fuego. Descansa tú, yo continuaré la guardia.
- Como quieras,- dijo Wulbaif.
El paladín se tendió en el suelo, junto a Jezabell y en poco rato se quedó dormido, esperando no tener ninguna pesadilla. Había decidido guardar el licor gnomo, pues ya se le estaba acabando.
- El sol nunca sale en esta tierra maldita,- dijo Thanariël acercándose a Wulbaif.
El paladín esperaba pacientemente, a que los magos terminaran su trabajo. Apenas había dormido durante la noche, aunque no había tenido ningún sueño más.
- La niebla nos ocultará de posibles enemigos,- dijo Wulbaif.
- Tampoco podréis verlos.
- Pasaremos sin peligro,- dijo el paladín. Pero gracias por tu preocupación.
- Vivo para luchar contra la Plaga, Wulbaif, igual que tú. Tened cuidado ahí. El bosque no es un lugar para pasear.
- Gracias,- dijo Wulbaif estrechando la mano del elfo.
Minutos después, los compañeros montaron y salieron del campamento en dirección este, hacia el Castillo del Colmillo Oscuro. Durante toda la mañana, viajaron a través de la niebla. No se oía ningún sonido excepto el de los cascos de sus monturas y el de sus respiraciones. Todo estaba en silencio, como si nada vivo existiera en aquel lugar.
Wulbaif cabalgaba junto a Jezabell, en el centro del grupo. Namis y Torvald iban delante. En la retaguardia, Zadhar iba solo, oteando a ambos lados. El guerrero estaba nervioso, con la mano en la empuñadura de una de sus hachas, como si temiera que en cualquier momento, algún ser diabólico saltara de entre los árboles para atacarlos.
- El aire es tan oprimente aquí,- dijo Torvald en voz baja, como si temiera alzar demasiado la voz y despertar a los espíritus malignos que habitaban aquel maldito bosque.
- Tiene un olor extraño,- dijo Namis. Huele a…
- Muerte,- dijo Wulbaif, terminando la frase de la bella elfa.
Jezabell miró a su amigo. Estaba un poco asustada, debido a la atmósfera del bosque. Pero Wulbaif parecía muy tranquilo. Todo el grupo estaba nervioso y asustado, incluso el valeroso Zadhar. Pero el paladín seguía apacible.
- ¿No te da miedo este ambiente?,- dijo Jezabell.
- No demasiado,- contestó Wulbaif. No debes preocuparte. Yo estoy a tu lado y sabes que te protegeré. Therzeon jamás me perdonaría si te ocurriese algo, y yo tampoco.
- Lo se, Wulf,- dijo Jezabell con un tono de voz más calmado. Pero no puedo evitar sentir pavor en este lugar. Es todo tan…extraño.
- No nos pasará nada, Jezabell. Te lo prometo. Yo no voy a permitirlo.
Jezabell sonrió a su amigo.
- Tenemos que pensar en como pasar las noches. Zhuomar nos advirtió sobre los licántropos.
- Yo me encargo de eso,- dijo Wulbaif.
- Ya sabes que no me gusta que estés tanto tiempo sin dormir, Wulf,- dijo Jezabell. Te debilita. Y últimamente no has dormido demasiado. Vuelves a tener ojeras.
- Anoche no dormí bien, pero no tuve ningún sueño.
- No me engañes, Wulf.
- Te lo juro. No soñé.
La mujer le miró con cara de preocupación.
Durante todo el día, cabalgaron sin descanso, hasta que un descenso brusco de la temperatura, les indicó que la noche llegaba. Decidieron acampar en el camino. Torvald extrajo madera seca de sus alforjas y encendió una hoguera, cuyo fuego apenas les calentó el cuerpo y los corazones. Tras una frugal cena, se echaron a dormir, excepto Wulbaif que decidió hacer guardia y Jezabell, que se ofreció para hacerle compañía durante un rato.
Ambos permanecían sentados junto al fuego, mientras sus amigos dormían. En el silencio de la noche, no se oía nada, excepto los ronquidos de Torvald y el crepitar del fuego.
- ¿Cuándo, Wulbaif?,- dijo Jezabell de repente. ¿Cuándo vas a sincerarte conmigo?
- ¿A qué te refieres?
- ¿Cuándo vas a hablarme de ti? ¿Cuándo vas a hablarme de tu vida, de tu pasado? Te veo triste, Wulf. Tus ojos te delatan. Y eso me apena a mí, y al resto. ¿Qué es lo que tanto te atormenta, Wulf?
- Por favor, Jezabell,- dijo Wulbaif,- deja de preguntarme.
- Pero…
- No puedo,- dijo Wulbaif en tono tajante. Libera tu mente de preguntas para las que no quieres oír la respuesta. Eres la persona en la que más confío. Te confiaría mi vida sin pensarlo ni una sola vez, pero… esto…, no puedo confiártelo, Jezabell.
- Pero, ¿porqué no? No lo entiendo.
- Porque no puede ser, Jezabell. Sé que quieres ayudarme y que te preocupas por mí. Pero…, mi vida…, mi pasado es…, demasiado complicado.
El silencio volvió a imperar en el pequeño campamento, mientras Jezabell se abrazaba al brazo del paladín.
- Namis y yo vimos tus cicatrices,- dijo Jezabell tras unos minutos de silencio.
- ¿Cuándo?
- En la posada, cuando te tomaste la poción. Te quitamos la armadura para que estuvieras más cómodo y las vimos.
- No debisteis hacerlo,- dijo Wulbaif.
- Namis no tiene la culpa. Fui yo la que quiso verlas.
- Son… viejas heridas de guerra,- dijo Wulbaif.
- No me lo creo…
- He luchado en muchas batallas, Jezabell. Tantas, que no puedo ni contarlas ya… Por favor, créeme.
- Entonces, ¿por qué temes mostrarlas? Cualquier guerrero estaría orgulloso de sus heridas de guerra. ¿Por qué tú no?
- Porque me recuerdan algo que no quiero recordar.
- ¿El qué te recuerdan?
- Mis pecados.
- Tus…
- Duérmete, Jezabell,- dijo Wulbaif. Mañana será un día muy largo. Necesitas descansar.
El paladín miró a los ojos de la mujer. En su mirada había una petición. Jezabell besó la mano de Wulbaif y se acostó a su lado. Le reconfortaba dormir cerca del paladín cuando viajaban, le hacía sentir más segura. Una lágrima recorría su mejilla, mientras se dormía. Tenía miedo por su amigo.
Mientras Jezabell se dormía, Wulbaif fijó su mirada en el fuego, reprochándose su actitud frente a la mujer.
“Lo siento, Jezabell”, se dijo, “pero si supieras mi verdadero pasado, te aterrarías”. Mientras tenía estos pensamientos, la mente del paladín se hundía en el pasado…
El alma de Wulbaif caía en el Vacío. Aún sentía el dolor de la muerte, pero era un dolor que lo abandonaba poco a poco. Sentía algo extraño, algo que ansiaba tener desde hacía mucho tiempo. Sentía la paz de la muerte. Por fin podría descansar en paz, en compañía de su familia, fallecida ya, hacía años. Ansiaba poder descansar en paz junto a su esposa y a su hija, asesinadas hacía mucho tiempo por una vil criatura…
Pero en su caída al Vacío, había algo más con él. No sabía precisar el que, pero le acompañaba hacia las profundidades del Abismo. De repente, su caída se vio frenada por algo. Algo o alguien le impedía llegar a su deseado descanso eterno. Suspendida en la Nada, el alma del general del ejército de Arthas intentaba abandonarse en el descanso y el olvido eternos de la muerte, sin conseguirlo
- No vas a morir,- dijo una voz. Hoy no vas a morir, Wulbaif.
- Déjame morir en paz…
- ¿En paz?,- dijo la voz. ¿Quieres morir en paz? ¿Acaso los que han muerto por tus manos han muerto en paz?
- Déjame…
- No vas a encontrar la paz de la muerte, Wulbaif. Aún no. ¿Cuánta sangre has derramado, Wulbaif? Los dioses quieren que pagues, Wulbaif, quieren que pagues tu deuda de sangre.
- Estoy muerto…
- Aún no, Wulbaif, aún no. Volverás a la vida y servirás a los dioses hasta que tu deuda se haya saldado.
- No…
- ¿Qué has dicho?
- No…, no volveré a ser el títere de nadie…
Una mano ardiente y fuerte le cogió del cuello, izándolo en la oscuridad del Vacío.
- ¡Estás condenado, Wulbaif!,- gritó la voz. ¡Sentirás cada muerte pasada y presente como si fuera tuya!
Un dolor intenso recorrió el alma de Wulbaif. El que fuera general del ejército de Arthas gritó de dolor.
- ¡Pagarás por cada muerte que has provocado en tu larga vida de asesinatos, Wulbaif! Lo único que tendrás en tu vida será el dolor, Wulbaif, el dolor y la agonía de todo lo que te rodee.
Wulbaif gritaba. El dolor que sentía era mucho más fuerte que el que había sentido en la hora de su muerte. El Vacío, la Nada, se llenaron con los aullidos de dolor de un alma condenada…
Un sonido sacó a Wulbaif de sus recuerdos. El paladín se alertó, llevando su mano hacia la empuñadura de su espada. No había cogido su martillo de guerra, pues era inútil contra las criaturas que poblaban aquel bosque. De nuevo sonó el ruido. Era una especie de gruñido. Wulbaif se levantó, desenvainando la espada, dispuesto a repeler cualquier ataque.
En silencio, Wulbaif observó todo el límite del campamento, girando la cabeza lentamente, hasta hallar el origen del gruñido. Volvió a sonar otro gruñido, y algunas ramas se movieron.
- Muéstrate, bestia,- dijo Wulbaif en tono amenazador.
Tras otro gruñido más fuerte, un hombre lobo apareció frente a él. Era una criatura enorme, de pelo blanco y colmillos amarillentos. Sus ojos rojos le miraban impasibles y amenazantes, mientras el paladín le esperaba con paciencia. Pero el licántropo no atacó. Tras gruñir un par de veces más, se giró y volvió a perderse en la oscuridad de la noche.
- ¿Porqué no ha atacado?,- preguntó Zadhar que se había despertado.
- No lo sé,- dijo Wulbaif mientras envainaba la espada. Tal vez no se ha atrevido a atacarnos a todos. Vuelve a dormirte.
- No creo que pueda ya,- dijo el guerrero acercándose al fuego. Descansa tú, yo continuaré la guardia.
- Como quieras,- dijo Wulbaif.
El paladín se tendió en el suelo, junto a Jezabell y en poco rato se quedó dormido, esperando no tener ninguna pesadilla. Había decidido guardar el licor gnomo, pues ya se le estaba acabando.
4. Los Magos de Dalaran
Durante cuatro días, cabalgaron hacia el este, hacia el bosque de los Argénteos, donde se encontraba su destino. Durante aquellos cuatro días, aprovecharon el calor del sol en los últimos días del otoño, mientras, al acercarse, podían ver unas negras nubes sobre el bosque.
Wulbaif no volvió a tener ninguna pesadilla más, gracias al brebaje del gnomo que habían rescatado en las cumbres de Alterac. Incluso el humor del paladín, otras veces, triste y taciturno, se había vuelto un poco más relajado, más distendido, compartiendo las bromas de sus compañeros. Jezabell tampoco había vuelto a soñar con las cicatrices del cuerpo de su amigo, pero le preocupaban todos los rumores que circulaban sobre él, no porque le tuviera miedo, sino por el afecto que sentía por Wulbaif.
La mujer quería al extraño paladín. No de forma amorosa, pues Jezabell estaba prometida con Therzeon, uno de los magos de más poder de la Hermandad, y que ostentaba uno de los rangos más altos dentro de la jerarquía de la misma. Pero Jezabell sentía una afinidad con Wulbaif que no sentía con nadie más. Y le asustaba que alguno de los rumores que hablaban sobre el pasado del paladín fuesen verdad.
Durante las jornadas de viaje, Zadhar les habló de lo poco que recordaba de su familia. Sus padres, su hermano, su hogar… Cada vez que lo hacía, Wulbaif se sumía en la tristeza, recordando el combate con el vampiro y de la revelación que le había hecho. El Maestro Kler gobernaba en el Castillo del Colmillo Oscuro. ¿Sería un familiar de Zadhar? Si era así, sería un golpe muy duro para el valiente guerrero. Wulbaif seguía pensando en la forma de decirle a su amigo lo que había descubierto. Pero aún no les había dicho nada a ninguno sobre la visita del vampiro al campamento en las laderas de Trabalomas, cuando volvían a Costasur después de rescatar al gnomo.
Al atardecer del cuarto día de viaje, los compañeros llegaron a la linde del bosque de los Argénteos. Se encontraron con un gran campamento lleno de actividad. Humanos, elfos y gnomos se movían por doquier. Todos llevaban una túnica roja, que los delataba como miembros de la Orden de Dalaran, una antigua cofradía de magos, que luchaba contra la Plaga.
Uno de los elfos se les acercó.
- Sha matthra, Hul-lud,- dijo el elfo saludándoles con la mano. Bienvenidos.
- Gracias,- dijo Wulbaif, que iba el primero.
- ¿Qué os trae a estas tierras desoladas?
- Una misión,- dijo Wulbaif. ¿Podríamos pasar la noche en vuestro campamento? No queremos continuar de noche por el bosque.
- Por supuesto,- dijo el elfo. Avisaré a Zhuomar, el jefe del destacamento. Estoy seguro de que querrá hablar con vosotros. Por favor, seguidme.
Los compañeros desmontaron y llevaron las monturas a un pequeño establo habilitado entre las tiendas de campaña. Tras dejar a los animales, el elfo les guió hasta una de las tiendas centrales.
- Zhuomar,- dijo el elfo en la entrada,- un grupo de viajeros ha llegado al campamento. Solicitan pasar la noche aquí.
Un humano salió de la tienda. Era un hombre mayor, de unos sesenta años. De largo pelo blanco y mirada pálida. El hombre les miró a todos y los saludó con la mirada. Imperceptiblemente, la mirada del viejo mago se detuvo en el rostro de Wulbaif.
- Será un placer compartir nuestra cena con los miembros de la Hermandad de los Caballeros del Grifo,- dijo el mago. Por favor, pasad a la tienda y descansad de vuestro viaje.
Los cinco entraron en la tienda, acompañados de Zhuomar y del elfo.
- Thanariël,- dijo Zhuomar,- envía a alguien con comida y bebida para nuestros huéspedes.
El elfo se retiró, tras hacer una reverencia.
- Bien,- dijo el mago una vez solos. ¿Qué os trae a esta tierra maldita?
- Vamos hacia el Castillo del Colmillo Oscuro,- dijo Jezabell. Tenemos algo que hacer allí.
El mago los miró con cara de asombro.
- No me imagino qué negocios tiene una hermandad como la vuestra en un lugar tan siniestro y maligno como el Castillo del Colmillo Oscuro.
- Es un asunto particular,- dijo Zadhar.
El guerrero no quería desvelar todo a un desconocido.
- Supongo que tendréis vuestras razones para ir allí,- dijo Zhuomar. Aunque en mi opinión, es una locura. Esta noche podéis descansar aquí. No hay problema. Tenemos sitio de sobra. Aunque os sugiero que no os alejéis de los límites del campamento durante la noche. Cuando la luz del sol se desvanece, oscuras criaturas nos acechan. No se atreven a entrar al campamento, debido a los hechizos de mis magos, pero no puedo garantizar vuestra seguridad fuera de los límites del campamento.
- Gracias,- dijo Jezabell. Estaremos en deuda con vosotros.
- No tiene importancia. Como ya he dicho tenemos sitio de sobra. Varios de mis hombres están buscando a una criatura que salió del bosque hace seis noches y aún no ha vuelto.
- ¿Una criatura?,- dijo Namis. ¿Qué criatura?
- No lo sabemos con seguridad. Volaba muy alto y envuelto en una nube de oscuridad, pero pensamos que podría ser un vampiro. Es extraño que no haya regresado aún. Esa criatura es demasiado lista como para que le sorprenda el amanecer fuera de su refugio.
Wulbaif seguía la conversación en silencio. Sabía a quien se refería Zhuomar. Era el vampiro que les había atacado aquella noche. ¿Cómo había podido ir tan lejos? ¿Tal vez los buscaba a ellos? ¿Le habría enviado el tal Maestro Kler? Eran demasiadas preguntas para las que no quería saber la respuesta. Y una cosa más estaba por llegar. Wulbaif sentía el dolor pasado de la gente que murió en el interior del bosque. Sabía que lo peor estaba por llegar. El ataque de dolor estaba próximo y no quería que sus amigos viesen aquello. Tenía que buscar una excusa para alejarse del campamento.
En aquel momento, Thanariël y dos magos más entraron en la tienda portando comida y bebida para ellos. Wulbaif aprovechó el momento para salir de la tienda y alejarse del campamento, pero Jezabell salió detrás de él.
- ¿A dónde vas?,- preguntó la mujer.
- A dar un paseo,- dijo Wulbaif. No tengo hambre.
- ¿Te ocurre algo?
- No, tranquila. Estoy bien. Es que necesito estirar las piernas. Llevamos muchos días cabalgando.
Jezabell le miró a los ojos. Wulbaif rezaba por que el dolor esperase a que estuviese solo. Presentía que aquel ataque sería muy fuerte y no sabía si podría aguantar lo suficiente para que la mujer no lo viese.
- Esta bien,- dijo Jezabell sonriendo. Pero no te alejes demasiado. Ya has oído a Zhuomar.
- Estaré de vuelta antes de que anochezca, te lo prometo. Además,- dijo Wulbaif agarrando su espada,- no voy a estar desarmado.
Tras acariciar el rostro del paladín, Jezabell volvió a la tienda, mientras Wulbaif se apresuraba a salir del campamento y a alejarse todo lo posible. Sentía en su estómago el inicio del dolor.
Apenas se había alejado unos cien metros, cuando el dolor se intensificó y cayó de rodillas al suelo. Wulbaif desenvainó la espada y la clavó en el suelo, con fuerza. Otro de los poderes de aquella maldita espada era el de proteger a su dueño cuando éste no podía luchar por sí mismo.
Instantes después de clavar la espada, una corriente de dolor recorrió su espina dorsal. Wulbaif apoyó sus manos en el suelo, mientras un dolor intenso inundaba su cuerpo. Mientras, la espada comenzaba a realizar su tarea. Una neblina morada surgió de la hoja, creando un área de protección alrededor del paladín.
Wulbaif boqueaba, intentando respirar. Los pulmones le ardían de dolor, el cerebro le martilleaba, sus músculos se agarrotaban, impidiendo que se moviera. Aquel ataque era demasiado fuerte. En aquel bosque había habido demasiadas muertes, demasiado dolor acumulado. Wulbaif luchaba para que su cuerpo se adaptara al dolor, pero en aquella ocasión le estaba costando más de la cuenta. Una bocanada de sangre inundó su garganta. Lo último que el paladín vio antes de desmayarse por el dolor, fue su sangre brotando de la boca, hacia el suelo…
- ¿Dónde está?,- dijo Zadhar.
- Ha ido a pasear,- dijo Jezabell sentándose junto a sus amigos. Dice que necesita estirar las piernas.
- Vuestro amigo es muy temerario,- dijo Zhuomar.
- Es muy diestro en la lucha,- dijo Torvald mientras arrancaba un gran pedazo de carne asada de la fuente.
- No lo pongo en duda,- dijo el mago. Aún así, me ha parecido ver algo extraño en él.
- ¿Extraño?,- dijo Namis. ¿En qué sentido?
- No estoy seguro. He visto una pena y una tristeza en él poco comunes. Como si el dolor de esta tierra cayera sobre él como una losa.
Ninguno dijo nada. Todos siguieron comiendo. Jezabell supo ahora porqué Wulbaif se había marchado del campamento. El dolor y la muerte del lugar lo agobiaban.
Wulbaif se despertó. Aún jadeaba por el dolor. No sabía cuanto llevaba inconsciente, pero la noche se cerraba sobre él y una extraña niebla inundaba el claro del bosque en el que se hallaba. El paladín se levantó con cierto esfuerzo. Miró a su alrededor. No parecía el mismo bosque en el que se desmayara y su espada había desaparecido. Eso fue lo que más lo alarmó. Nadie la había podido coger. Extrañado, Wulbaif observó la oscuridad entre los árboles, cuando de pronto, se vio a sí mismo, corriendo, con una espada de hoja negra en su mano, mientras cuatro elfos nocturnos le perseguían. Las plateadas hojas mágicas de las lanzas de los elfos brillaban en la oscuridad de la noche.
De repente, Wulbaif recordó aquella escena. La tenía grabada a fuego en su mente. Fue la noche de la última batalla de la Gran Guerra. La noche en la que la Alianza derrotó a las fuerzas de Arthas. La noche en la que debió morir.
El Wulbaif del pasado dejó de correr y se giró, para enfrentarse a los elfos nocturnos que le perseguían. Con un gesto de odio en su rostro, Wulbaif atacó a sus perseguidores con rápidas estocadas de su espada negra. Los elfos paraban y desviaban todos los ataques de su enemigo. Wulbaif recordaba aquella pelea, la última de su vida anterior. Durante unos minutos, el Wulbaif del pasado resistió ante sus enemigos, pero al final, su espada se rompió, y las lanzas élficas atravesaron su cuerpo. Wulbaif sintió el dolor de aquella noche. Recordó el punzante dolor que sintió cuando las lanzas de plata le arrebataban la vida.
Aquella noche debió morir, pero los dioses no se lo permitieron. No entraba en los planes de los dioses que uno de los generales más temibles del ejército de Arthas muriese sin más. Debía pagar su castigo por la sangre que había derramado.
Mientras tres de los elfos nocturnos despedazaban el cadáver inerte del Wulbaif del pasado, el cuarto se giró hacia él, como si pudiese verlo.
- Debes volver a casa,- dijo el elfo mirando hacia el paladín. Tu Amo te reclama.
Wulbaif se despertó sobresaltado. Un sudor frío recorría su piel. El paladín jadeaba, presa del miedo. Se hallaba en el interior del círculo de niebla morada que su espada había creado para protegerle. La noche cerrada inundaba el bosque. Wulbaif se levantó, temblando. Jamás había tenido un sueño como aquél. El paladín estaba aterrado. Su cuerpo ya se había adaptado al dolor de aquella tierra, pero le inquietaba el extraño sueño que acababa de tener. Sacó su espada de la tierra y volvió a envainarla. La neblina morada que lo rodeaba desapareció. Wulbaif se dirigió hacia el campamento, para pasar la noche. Le esperaban unos días muy duros.
Cuando llegó al campamento, el silencio imperaba en él. Había guardias y centinelas vigilando el perímetro. Algunos le saludaron cuando pasó a su lado, otros, en cambio, apenas le dirigieron la mirada. El paladín tenía frío. Se acercó a una de las hogueras que ardían en el centro del campamento. Era tarde y tenía hambre. Pero no quería despertar a nadie. Se sentó junto al fuego para calentarse. Al menos eso, lo podía conseguir sin molestar a sus amigos ni a los magos. El paladín alimentó un poco el fuego con más madera.
- Ha sido un largo paseo,- dijo una voz a sus espaldas.
Wulbaif se giró. Zhuomar estaba de pie, tras él.
- ¿Puedo sentarme a tu lado?
- Claro,- dijo Wulbaif.
El viejo mago se sentó a su lado, en una piedra, y tendió las manos hacia el fuego, para calentarlas.
- Jamás había conocido a nadie como tú,- dijo Zhuomar.
- ¿A qué te refieres?
- Nunca conocí a nadie que paseara por este bosque tan tranquilamente como tú. Ni siquiera mis hombres se atreven a hacerlo durante la noche.
- No he estado alejado del campamento.
- ¿Estáis dispuestos a seguir hacia Colmillo Oscuro?
- Sí. No podemos regresar hasta terminar nuestro trabajo allí. Se lo prometimos a Zadhar.
- Ya veo. Será un viaje muy peligroso. Puedo daros algunas indicaciones.
- Serán bienvenidas.
- Seguid por el camino hacia el este, hasta que lleguéis a la aldea Piroleño, está en la falda de la montaña en la que se encuentra el castillo. Tardaréis unos tres días en llegar, más o menos. Pero debéis de tener mucho cuidado, sobretodo por las noches. El bosque se llena de hombres lobo.
- ¿Hombres lobo?
- Si. Hemos dedicado mucho tiempo a saber de donde vienen. No hemos podido concretarlo con seguridad, pero todo parece indicar que proceden del castillo.
- Entiendo,- dijo Wulbaif. ¿Hay algún pueblo antes de llegar a Piroleño?
- Amistoso no. Hay algunas granjas y el antiguo Sepulcro de Valnar, pero están bajo el control de la Plaga. No os aconsejo que os acerquéis allí. No deberíais abandonar el camino. Cerca de Piroleño hay un pequeño campamento de mi Orden. Os daré una misiva para ellos. Os ayudarán en lo que puedan.
- Gracias, Zhuomar,- dijo Wulbaif.
- Haremos algo más,- dijo el mago. Necesitaréis mejores armas para enfrentaros a los hombres lobo y vampiros que pueblan el bosque. Os encantaremos las armas para…
- La mía no será necesario encantarla,- dijo Wulbaif. Ya lo está. Pero te agradeceré que encantes las de mis amigos.
- Claro. No hay problema. Bueno, creo que es hora de que me vaya a dormir. Mi viejo cuerpo ya no aguanta trasnochar tanto.
- Antes de que te vayas, me gustaría preguntarte algo,- dijo Wulbaif.
- Por supuesto.
- ¿Has oído alguna vez el nombre de Maestro Kler?
Zhuomar miró a Wulbaif con una extraña expresión en sus ojos.
- ¿Dónde has oído ese nombre?
- El vampiro del que hablabas esta tarde,- dijo el paladín,- no regresará nunca. Yo le maté.
- ¿Cómo dices?
Wulbaif le relató al mago el combate con el vampiro y la extraña revelación que hizo antes de morir.
- Eres aún más increíble de lo que había imaginado, Wulbaif,- dijo Zhuomar. Por tu descripción, ese vampiro debía de ser Nalthross, uno de los más poderosos del castillo. Y le derrotaste tú solo.
- Sí,- dijo Wulbaif. Había dejado incapacitados a mis amigos. Tenía que ayudarles.
- El Maestro Kler es el amo del castillo,- dijo Zhuomar tras unos segundos de silencio. Controla a cada vampiro y licántropo de este bosque.
- ¿Es un vampiro?
- No lo sabemos. Nadie ha podido verle jamás. Al menos, nadie que estuviese vivo. Lo único que se sabe de él es que apareció de repente hace algunos años, justo al final de la Gran Guerra, y se adueñó del bosque. Hay muchas historias de ese castillo, Wulbaif. Y todas son horribles. Os pido que no vayáis.
- El apellido de Zadhar es Kler,- dijo Wulbaif mientras miraba fijamente las llamas de la hoguera. Si algún familiar suyo está sembrando el terror en esta tierra, es su deber destruirlo. Por eso hemos venido hasta aquí.
- Entiendo,- dijo el anciano. Tenéis una misión muy complicada ante vosotros. Os deseo toda la suerte del mundo. Hasta mañana, Wulbaif.
- Hasta mañana, Zhuomar. Que descanses.
El mago se marchó hacia su tienda, con paso cansado. Thanariël le esperaba dentro.
- ¿Debemos actuar contra él, Zhuomar?,- dijo el elfo cuando el viejo mago entró en la tienda.
- No,- dijo Zhuomar. Tal vez, en un tiempo, fue un servidor del mal. Pero ahora solo es un alma atormentada. Dejemos que sigan su camino. Si es miembro de los Caballeros del Grifo, no puede ser malvado.
- Aún así, es un ser extraño,- dijo el elfo observando a Wulbaif desde lejos.
- Es un ser consumido por el dolor y la culpa,- dijo el anciano.
Wulbaif no volvió a tener ninguna pesadilla más, gracias al brebaje del gnomo que habían rescatado en las cumbres de Alterac. Incluso el humor del paladín, otras veces, triste y taciturno, se había vuelto un poco más relajado, más distendido, compartiendo las bromas de sus compañeros. Jezabell tampoco había vuelto a soñar con las cicatrices del cuerpo de su amigo, pero le preocupaban todos los rumores que circulaban sobre él, no porque le tuviera miedo, sino por el afecto que sentía por Wulbaif.
La mujer quería al extraño paladín. No de forma amorosa, pues Jezabell estaba prometida con Therzeon, uno de los magos de más poder de la Hermandad, y que ostentaba uno de los rangos más altos dentro de la jerarquía de la misma. Pero Jezabell sentía una afinidad con Wulbaif que no sentía con nadie más. Y le asustaba que alguno de los rumores que hablaban sobre el pasado del paladín fuesen verdad.
Durante las jornadas de viaje, Zadhar les habló de lo poco que recordaba de su familia. Sus padres, su hermano, su hogar… Cada vez que lo hacía, Wulbaif se sumía en la tristeza, recordando el combate con el vampiro y de la revelación que le había hecho. El Maestro Kler gobernaba en el Castillo del Colmillo Oscuro. ¿Sería un familiar de Zadhar? Si era así, sería un golpe muy duro para el valiente guerrero. Wulbaif seguía pensando en la forma de decirle a su amigo lo que había descubierto. Pero aún no les había dicho nada a ninguno sobre la visita del vampiro al campamento en las laderas de Trabalomas, cuando volvían a Costasur después de rescatar al gnomo.
Al atardecer del cuarto día de viaje, los compañeros llegaron a la linde del bosque de los Argénteos. Se encontraron con un gran campamento lleno de actividad. Humanos, elfos y gnomos se movían por doquier. Todos llevaban una túnica roja, que los delataba como miembros de la Orden de Dalaran, una antigua cofradía de magos, que luchaba contra la Plaga.
Uno de los elfos se les acercó.
- Sha matthra, Hul-lud,- dijo el elfo saludándoles con la mano. Bienvenidos.
- Gracias,- dijo Wulbaif, que iba el primero.
- ¿Qué os trae a estas tierras desoladas?
- Una misión,- dijo Wulbaif. ¿Podríamos pasar la noche en vuestro campamento? No queremos continuar de noche por el bosque.
- Por supuesto,- dijo el elfo. Avisaré a Zhuomar, el jefe del destacamento. Estoy seguro de que querrá hablar con vosotros. Por favor, seguidme.
Los compañeros desmontaron y llevaron las monturas a un pequeño establo habilitado entre las tiendas de campaña. Tras dejar a los animales, el elfo les guió hasta una de las tiendas centrales.
- Zhuomar,- dijo el elfo en la entrada,- un grupo de viajeros ha llegado al campamento. Solicitan pasar la noche aquí.
Un humano salió de la tienda. Era un hombre mayor, de unos sesenta años. De largo pelo blanco y mirada pálida. El hombre les miró a todos y los saludó con la mirada. Imperceptiblemente, la mirada del viejo mago se detuvo en el rostro de Wulbaif.
- Será un placer compartir nuestra cena con los miembros de la Hermandad de los Caballeros del Grifo,- dijo el mago. Por favor, pasad a la tienda y descansad de vuestro viaje.
Los cinco entraron en la tienda, acompañados de Zhuomar y del elfo.
- Thanariël,- dijo Zhuomar,- envía a alguien con comida y bebida para nuestros huéspedes.
El elfo se retiró, tras hacer una reverencia.
- Bien,- dijo el mago una vez solos. ¿Qué os trae a esta tierra maldita?
- Vamos hacia el Castillo del Colmillo Oscuro,- dijo Jezabell. Tenemos algo que hacer allí.
El mago los miró con cara de asombro.
- No me imagino qué negocios tiene una hermandad como la vuestra en un lugar tan siniestro y maligno como el Castillo del Colmillo Oscuro.
- Es un asunto particular,- dijo Zadhar.
El guerrero no quería desvelar todo a un desconocido.
- Supongo que tendréis vuestras razones para ir allí,- dijo Zhuomar. Aunque en mi opinión, es una locura. Esta noche podéis descansar aquí. No hay problema. Tenemos sitio de sobra. Aunque os sugiero que no os alejéis de los límites del campamento durante la noche. Cuando la luz del sol se desvanece, oscuras criaturas nos acechan. No se atreven a entrar al campamento, debido a los hechizos de mis magos, pero no puedo garantizar vuestra seguridad fuera de los límites del campamento.
- Gracias,- dijo Jezabell. Estaremos en deuda con vosotros.
- No tiene importancia. Como ya he dicho tenemos sitio de sobra. Varios de mis hombres están buscando a una criatura que salió del bosque hace seis noches y aún no ha vuelto.
- ¿Una criatura?,- dijo Namis. ¿Qué criatura?
- No lo sabemos con seguridad. Volaba muy alto y envuelto en una nube de oscuridad, pero pensamos que podría ser un vampiro. Es extraño que no haya regresado aún. Esa criatura es demasiado lista como para que le sorprenda el amanecer fuera de su refugio.
Wulbaif seguía la conversación en silencio. Sabía a quien se refería Zhuomar. Era el vampiro que les había atacado aquella noche. ¿Cómo había podido ir tan lejos? ¿Tal vez los buscaba a ellos? ¿Le habría enviado el tal Maestro Kler? Eran demasiadas preguntas para las que no quería saber la respuesta. Y una cosa más estaba por llegar. Wulbaif sentía el dolor pasado de la gente que murió en el interior del bosque. Sabía que lo peor estaba por llegar. El ataque de dolor estaba próximo y no quería que sus amigos viesen aquello. Tenía que buscar una excusa para alejarse del campamento.
En aquel momento, Thanariël y dos magos más entraron en la tienda portando comida y bebida para ellos. Wulbaif aprovechó el momento para salir de la tienda y alejarse del campamento, pero Jezabell salió detrás de él.
- ¿A dónde vas?,- preguntó la mujer.
- A dar un paseo,- dijo Wulbaif. No tengo hambre.
- ¿Te ocurre algo?
- No, tranquila. Estoy bien. Es que necesito estirar las piernas. Llevamos muchos días cabalgando.
Jezabell le miró a los ojos. Wulbaif rezaba por que el dolor esperase a que estuviese solo. Presentía que aquel ataque sería muy fuerte y no sabía si podría aguantar lo suficiente para que la mujer no lo viese.
- Esta bien,- dijo Jezabell sonriendo. Pero no te alejes demasiado. Ya has oído a Zhuomar.
- Estaré de vuelta antes de que anochezca, te lo prometo. Además,- dijo Wulbaif agarrando su espada,- no voy a estar desarmado.
Tras acariciar el rostro del paladín, Jezabell volvió a la tienda, mientras Wulbaif se apresuraba a salir del campamento y a alejarse todo lo posible. Sentía en su estómago el inicio del dolor.
Apenas se había alejado unos cien metros, cuando el dolor se intensificó y cayó de rodillas al suelo. Wulbaif desenvainó la espada y la clavó en el suelo, con fuerza. Otro de los poderes de aquella maldita espada era el de proteger a su dueño cuando éste no podía luchar por sí mismo.
Instantes después de clavar la espada, una corriente de dolor recorrió su espina dorsal. Wulbaif apoyó sus manos en el suelo, mientras un dolor intenso inundaba su cuerpo. Mientras, la espada comenzaba a realizar su tarea. Una neblina morada surgió de la hoja, creando un área de protección alrededor del paladín.
Wulbaif boqueaba, intentando respirar. Los pulmones le ardían de dolor, el cerebro le martilleaba, sus músculos se agarrotaban, impidiendo que se moviera. Aquel ataque era demasiado fuerte. En aquel bosque había habido demasiadas muertes, demasiado dolor acumulado. Wulbaif luchaba para que su cuerpo se adaptara al dolor, pero en aquella ocasión le estaba costando más de la cuenta. Una bocanada de sangre inundó su garganta. Lo último que el paladín vio antes de desmayarse por el dolor, fue su sangre brotando de la boca, hacia el suelo…
- ¿Dónde está?,- dijo Zadhar.
- Ha ido a pasear,- dijo Jezabell sentándose junto a sus amigos. Dice que necesita estirar las piernas.
- Vuestro amigo es muy temerario,- dijo Zhuomar.
- Es muy diestro en la lucha,- dijo Torvald mientras arrancaba un gran pedazo de carne asada de la fuente.
- No lo pongo en duda,- dijo el mago. Aún así, me ha parecido ver algo extraño en él.
- ¿Extraño?,- dijo Namis. ¿En qué sentido?
- No estoy seguro. He visto una pena y una tristeza en él poco comunes. Como si el dolor de esta tierra cayera sobre él como una losa.
Ninguno dijo nada. Todos siguieron comiendo. Jezabell supo ahora porqué Wulbaif se había marchado del campamento. El dolor y la muerte del lugar lo agobiaban.
Wulbaif se despertó. Aún jadeaba por el dolor. No sabía cuanto llevaba inconsciente, pero la noche se cerraba sobre él y una extraña niebla inundaba el claro del bosque en el que se hallaba. El paladín se levantó con cierto esfuerzo. Miró a su alrededor. No parecía el mismo bosque en el que se desmayara y su espada había desaparecido. Eso fue lo que más lo alarmó. Nadie la había podido coger. Extrañado, Wulbaif observó la oscuridad entre los árboles, cuando de pronto, se vio a sí mismo, corriendo, con una espada de hoja negra en su mano, mientras cuatro elfos nocturnos le perseguían. Las plateadas hojas mágicas de las lanzas de los elfos brillaban en la oscuridad de la noche.
De repente, Wulbaif recordó aquella escena. La tenía grabada a fuego en su mente. Fue la noche de la última batalla de la Gran Guerra. La noche en la que la Alianza derrotó a las fuerzas de Arthas. La noche en la que debió morir.
El Wulbaif del pasado dejó de correr y se giró, para enfrentarse a los elfos nocturnos que le perseguían. Con un gesto de odio en su rostro, Wulbaif atacó a sus perseguidores con rápidas estocadas de su espada negra. Los elfos paraban y desviaban todos los ataques de su enemigo. Wulbaif recordaba aquella pelea, la última de su vida anterior. Durante unos minutos, el Wulbaif del pasado resistió ante sus enemigos, pero al final, su espada se rompió, y las lanzas élficas atravesaron su cuerpo. Wulbaif sintió el dolor de aquella noche. Recordó el punzante dolor que sintió cuando las lanzas de plata le arrebataban la vida.
Aquella noche debió morir, pero los dioses no se lo permitieron. No entraba en los planes de los dioses que uno de los generales más temibles del ejército de Arthas muriese sin más. Debía pagar su castigo por la sangre que había derramado.
Mientras tres de los elfos nocturnos despedazaban el cadáver inerte del Wulbaif del pasado, el cuarto se giró hacia él, como si pudiese verlo.
- Debes volver a casa,- dijo el elfo mirando hacia el paladín. Tu Amo te reclama.
Wulbaif se despertó sobresaltado. Un sudor frío recorría su piel. El paladín jadeaba, presa del miedo. Se hallaba en el interior del círculo de niebla morada que su espada había creado para protegerle. La noche cerrada inundaba el bosque. Wulbaif se levantó, temblando. Jamás había tenido un sueño como aquél. El paladín estaba aterrado. Su cuerpo ya se había adaptado al dolor de aquella tierra, pero le inquietaba el extraño sueño que acababa de tener. Sacó su espada de la tierra y volvió a envainarla. La neblina morada que lo rodeaba desapareció. Wulbaif se dirigió hacia el campamento, para pasar la noche. Le esperaban unos días muy duros.
Cuando llegó al campamento, el silencio imperaba en él. Había guardias y centinelas vigilando el perímetro. Algunos le saludaron cuando pasó a su lado, otros, en cambio, apenas le dirigieron la mirada. El paladín tenía frío. Se acercó a una de las hogueras que ardían en el centro del campamento. Era tarde y tenía hambre. Pero no quería despertar a nadie. Se sentó junto al fuego para calentarse. Al menos eso, lo podía conseguir sin molestar a sus amigos ni a los magos. El paladín alimentó un poco el fuego con más madera.
- Ha sido un largo paseo,- dijo una voz a sus espaldas.
Wulbaif se giró. Zhuomar estaba de pie, tras él.
- ¿Puedo sentarme a tu lado?
- Claro,- dijo Wulbaif.
El viejo mago se sentó a su lado, en una piedra, y tendió las manos hacia el fuego, para calentarlas.
- Jamás había conocido a nadie como tú,- dijo Zhuomar.
- ¿A qué te refieres?
- Nunca conocí a nadie que paseara por este bosque tan tranquilamente como tú. Ni siquiera mis hombres se atreven a hacerlo durante la noche.
- No he estado alejado del campamento.
- ¿Estáis dispuestos a seguir hacia Colmillo Oscuro?
- Sí. No podemos regresar hasta terminar nuestro trabajo allí. Se lo prometimos a Zadhar.
- Ya veo. Será un viaje muy peligroso. Puedo daros algunas indicaciones.
- Serán bienvenidas.
- Seguid por el camino hacia el este, hasta que lleguéis a la aldea Piroleño, está en la falda de la montaña en la que se encuentra el castillo. Tardaréis unos tres días en llegar, más o menos. Pero debéis de tener mucho cuidado, sobretodo por las noches. El bosque se llena de hombres lobo.
- ¿Hombres lobo?
- Si. Hemos dedicado mucho tiempo a saber de donde vienen. No hemos podido concretarlo con seguridad, pero todo parece indicar que proceden del castillo.
- Entiendo,- dijo Wulbaif. ¿Hay algún pueblo antes de llegar a Piroleño?
- Amistoso no. Hay algunas granjas y el antiguo Sepulcro de Valnar, pero están bajo el control de la Plaga. No os aconsejo que os acerquéis allí. No deberíais abandonar el camino. Cerca de Piroleño hay un pequeño campamento de mi Orden. Os daré una misiva para ellos. Os ayudarán en lo que puedan.
- Gracias, Zhuomar,- dijo Wulbaif.
- Haremos algo más,- dijo el mago. Necesitaréis mejores armas para enfrentaros a los hombres lobo y vampiros que pueblan el bosque. Os encantaremos las armas para…
- La mía no será necesario encantarla,- dijo Wulbaif. Ya lo está. Pero te agradeceré que encantes las de mis amigos.
- Claro. No hay problema. Bueno, creo que es hora de que me vaya a dormir. Mi viejo cuerpo ya no aguanta trasnochar tanto.
- Antes de que te vayas, me gustaría preguntarte algo,- dijo Wulbaif.
- Por supuesto.
- ¿Has oído alguna vez el nombre de Maestro Kler?
Zhuomar miró a Wulbaif con una extraña expresión en sus ojos.
- ¿Dónde has oído ese nombre?
- El vampiro del que hablabas esta tarde,- dijo el paladín,- no regresará nunca. Yo le maté.
- ¿Cómo dices?
Wulbaif le relató al mago el combate con el vampiro y la extraña revelación que hizo antes de morir.
- Eres aún más increíble de lo que había imaginado, Wulbaif,- dijo Zhuomar. Por tu descripción, ese vampiro debía de ser Nalthross, uno de los más poderosos del castillo. Y le derrotaste tú solo.
- Sí,- dijo Wulbaif. Había dejado incapacitados a mis amigos. Tenía que ayudarles.
- El Maestro Kler es el amo del castillo,- dijo Zhuomar tras unos segundos de silencio. Controla a cada vampiro y licántropo de este bosque.
- ¿Es un vampiro?
- No lo sabemos. Nadie ha podido verle jamás. Al menos, nadie que estuviese vivo. Lo único que se sabe de él es que apareció de repente hace algunos años, justo al final de la Gran Guerra, y se adueñó del bosque. Hay muchas historias de ese castillo, Wulbaif. Y todas son horribles. Os pido que no vayáis.
- El apellido de Zadhar es Kler,- dijo Wulbaif mientras miraba fijamente las llamas de la hoguera. Si algún familiar suyo está sembrando el terror en esta tierra, es su deber destruirlo. Por eso hemos venido hasta aquí.
- Entiendo,- dijo el anciano. Tenéis una misión muy complicada ante vosotros. Os deseo toda la suerte del mundo. Hasta mañana, Wulbaif.
- Hasta mañana, Zhuomar. Que descanses.
El mago se marchó hacia su tienda, con paso cansado. Thanariël le esperaba dentro.
- ¿Debemos actuar contra él, Zhuomar?,- dijo el elfo cuando el viejo mago entró en la tienda.
- No,- dijo Zhuomar. Tal vez, en un tiempo, fue un servidor del mal. Pero ahora solo es un alma atormentada. Dejemos que sigan su camino. Si es miembro de los Caballeros del Grifo, no puede ser malvado.
- Aún así, es un ser extraño,- dijo el elfo observando a Wulbaif desde lejos.
- Es un ser consumido por el dolor y la culpa,- dijo el anciano.
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