martes, 6 de mayo de 2008

2. Acampando en la oscuridad

Tras abandonar el campamento ogro en la Cuenca de la Matanza, el grupo de aventureros puso de nuevo rumbo a Costasur.
Abrían la peculiar comitiva la joven elfa Namis y Jezabell, la poderosa bruja. Un poco más atrás les seguían Torvald, el enano con cabello ígneo del clan Macleod, y Zadhar el guerrero que antaño perteneció a una de las familias más ricas y poderosas de Azeroth. El enigmático paladín Wulbaif cubría la retaguardia al grupo.
Todos habían permanecido en silencio desde que abandonaron la Cuenca de la Matanza. Todos menos uno. El gnomo al que habían salvado de ser la cena de los ogros, no había parado de hablar desde que abandonaron las Montañas de Alterac. El pequeño humanoide respondía al nombre de Grits y era muy nervioso. Era un gnomo joven, con una enmarañada melena negra y con unos ojos verdes muy vivos que dejaban entrever una mente inquieta.
Zadhar, tras abandonar el campamento de los ogros y comprobar que no se encontraba herido, lo acomodó en la grupa de su montura. Una hora después comenzó a arrepentirse de haber decidido ser él quien portara aquella pesadísima carga.
El rescatado no paró de hablar desde que fue rescatado y a estas alturas el guerrero se sabía de memoria su nombre, el de sus padres, su profesión, su lugar de nacimiento y estaba comenzado a sentir un terrible dolor de cabeza.
Para Torvald, que cabalgaba junto al guerrero, era evidente el malestar de éste, lo cual le hacía sonreír aliviado al no ser él aquel que tuviera que soportar al pequeño ser tirando de su capa y parloteando sin parar tras su oreja.
Zadhar no hacía mucho caso a la incesante verborrea del gnomo, estaba demasiado ocupado pensando en sus problemas.
La aventura a la que se enfrentaban esta vez quizás fuera peligrosa, pero no era aquello lo que más le preocupaba, pues su maestría en el manejo de las armas, la habilidad de sus compañeros de viaje y el buen trabajo en equipo darían buena cuenta de cuantos enemigos y dificultades salieran a su paso. Lo que le preocupaba era aquello que pudiera descubrir sobre el pasado de su familia en el Castillo del Colmillo Oscuro.
Había otro problema que le corroía por dentro, aún no sabía si la pista que seguía era de fiar.

Unos días atrás el guerrero había estado tomando más de una cerveza con un viejo amigo enano llamado Mirlok. A Zadhar le gustaba charlar con el viejo enano que regentaba la posada El Cerdo Borracho en el casco antiguo de Ventormenta. Disfrutaba con las historias de sus viajes y oía con atención los sabios consejos del enano. Esa noche en aquella taberna, Mirlok bebía y hablaba sin parar. Fue tanta la cantidad de alcohol ingerida por el viejo enano, que a la hora del cierre fue Zadhar el que tuvo que encargarse de despachar a los pocos parroquianos, casi todos tanto o más borrachos que su amigo enano, y echar el cierre a la taberna.
Mirlok casi no podía dar dos pasos sin perder el equilibrio así que a Zadhar no le quedó más remedio que cargarlo al hombro y llevarlo hasta su casa.
Zadhar lo llevó a su casa, lo subió a su habitación y lo tumbó en la cama. Ya se disponía a salir de la estancia cuando el enano se incorporó en la cama torpemente.
- Zadhar, mi joven amigo Zadhar Kler,- dijo el enano desde el lecho
- Vamos Mirlok, necesitas dormir un poco. Esta noche la cerveza te ha ganado la partida
El guerrero sentía por aquel viejo enano un cariño especial. Él perdió a su padre siendo muy joven y aquel viejo enano, en muchas ocasiones, hacía las veces de padre.
- Zadhar, eres un buen amigo...
Los ojos del enano comenzaban a llenarse de lágrimas.
- Pero que demonios ...
El guerrero se acercó a la cama y se sentó junto a su amigo.
- Mirlok, sabes que no me gustan estas sensiblerías ebrias. ¿Qué demonios te pasa ahora?
Mirlok no pudo contener el llanto y comenzó a hablar entre sollozos.
- No, Zadhar, no son sensiblerías de borracho.
El enano colocó sus manos sobre el hombro del guerrero.
- Todos estos años hemos sido amigos, hemos compartido secretos, historias y tú me has confesado tus sueños. El sueño de recuperar el nombre y todo aquello que antaño perteneció a tu familia.
El enano se limpió las lágrimas con la manga de su camisa. Zadhar fue a abrir la boca con la vana intención de finalizar aquella patética conversación, pero el enano se lo impidió adelantándose a sus palabras.
- Has sido mi amigo, Zadhar y me lo has demostrado en más de una ocasión.
El enano guardó silenció un instante, pero no el suficiente para que su joven amigo zanjará la conversación. Tenía cosas importantes que contarle y gracias a la cerveza había reunido el valor suficiente para hacerlo.
- Hace años que sé cosas, cosas que a ti te gustaría saber, cosas sobre tu familia.
De repente, el joven guerrero mostraba interés, pese a su perplejidad. ¿Acaso eran simples delirios de borracho o realmente sabía aquel viejo enano cosas sobre su familia? Quería hablar, saber y escuchar todo a una misma vez, estaba aturdido.
- Es por eso, por ese secreto que llevo dentro que ahora no sé si acaso soy digno de que me llames amigo.
La voz del enano volvía a ahogarse en un sollozo. No obstante recuperó rápidamente el hilo de la conversación.
- En mi juventud fui muy amigo de tu padre. Conocí a tu madre y a tu hermano. Incluso a ti, pero eras muy pequeño por eso no me recuerdas.
Un recuerdo fugaz abordó la mente de Zadhar. Se vio a sí mismo en el patio de una lujosa casa, en un precioso jardín. Su padre le miraba sonriente y lleno de orgullo. Veía claramente a su padre, alto, fuerte y noble. Veía su cara y era como mirarse en un espejo. Aquel bigote y el pelo castaño cortado al estilo de los nobles, sus ojos marrones llenos de seguridad. Se vía a él mismo en el regazo de alguien, de alguien que era casi como un familiar. Jugaba con las barbas de ese familiar y tiraba de ellas mientras reían juntos. Se veía con cuatro años, sentado en el regazo y tirándole de las barbas a Mirlok.
De pronto el guerrero sintió como un sinfín de sentimientos inundaban su alma. Sentía añoranza, rabia, ternura... todo un amplio abanico de sentimientos canalizados hacia aquel enano borracho que le hablaba entre lágrimas.
El enano volvió a hablar antes de que pudiera decir nada.
- Debes buscar a tu hermano y debes hacerlo pronto,- dijo el enano sin dejar de llorar.
- Mi hermano murió, no llegó a la edad adulta
El guerrero notó como poco a poco se iba sumergiendo en una enorme espiral. Se sentía mareado y no sabía que era todo aquello. Estaba perplejo.
- Busca a tu hermano Zadhar Kler. Busca en el Castillo del Colmillo Oscuro y, cuando vuelvas de la búsqueda, perdóname si puedes.
Dicho esto el enano se volvió a tumbar y pronto sus sollozos dejaron paso a los ronquidos.
Zadhar quiso por un momento despertarlo, quería saber más. Más su perplejidad le impedía reaccionar. Además su amigo estaba más borracho que el vino y cualquiera sabe qué podía haber de cierto y qué de leyenda en aquellas palabras. Pero por otro lado estaba ese recuerdo, el recuerdo de él mismo jugando con un Mirlok mucho más joven, en la casa de su familia y bajo la orgullosa mirada de su padre.
Aquella noche no pudo dormir y, bajo la taciturna mirada de la luna, pasó el tiempo paseando por los canales del distrito de Mercaderes de la ciudad de Ventormenta.
Fue un guardia, que realizaba su patrulla, el que le despertó bien entrada la mañana. Se había quedado dormido en un banco del parque de la ciudad.
Fue a toda prisa a casa de Mirlok. Tenía que volver a hablar con él y esta vez con la compañía inestimable de la sobriedad. No encontró a su viejo amigo en casa. A pesar de la resaca, aquella mañana había madrugado. Se encaminó entonces a la taberna, dándose de bruces con la frustración al encontrarla cerrada a cal y canto. Finalmente, fue un vecino de Mirlok el que le contó que esa mañana lo vio salir temprano, equipado igual que siempre que salía para emprender un largo viaje.
Zadhar estuvo dos días desaparecido. Dos días en los que nadie supo de él y en lo que él solo supo de aquellos recuerdos. Las dudas lo embargaban y tenía que tomar una decisión. El viaje al Castillo era largo y peligroso, aunque sabía que podía contar con la ayuda de la hermandad y de sus habituales compañeros de viaje. Aunque no estaba seguro de si estaría bien arrastrar a sus amigos en esta búsqueda. Ni siquiera sabía qué tan fiable podía ser la pista de un enano borracho que le mintió desde el primer día de conocerse y que tras confesar sus culpas había huido.
No tardó en ponerse en contacto con sus amigos, sus compañeros de viaje, aquellos a los que podía llamar hermanos. No quiso desvelarles gran cosa, pero ellos tampoco hicieron preguntas. Solo les dijo que había descubierto una pista que podría ayudarle a saber que fue lo que pasó con su familia, el porqué de aquella terrible maldición.

-¿Sabes una cosa, Zadhar? Una vez, en Forjaz vi a un enano que...
La voz del gnomo sacó al guerrero de sus pensamientos una vez más. Estaba harto de oírlo contar historias.
- ¡Ya está bien!,- gritó el guerrero girándose hacia el gnomo.- Estoy más que harto de tus historias. ¿Por qué no te callas de una maldita vez? Me está empezando a doler la cabeza y me enfado mucho cuando me duele la cabeza.
El guerrero parecía estar lleno de ira y la penetrante mirada de rabia que lanzó al gnomo hizo que este callara de inmediato. El guerrero se preguntaba cuanto tiempo disfrutaría del silencio. Su pregunta fue respondida en menos de un minuto.
- Mi abuelo, que era un famoso ingeniero, tenía un remedio infalible contra el dolor de cabeza. Sufría continuos dolores de cabeza...
El guerrero hizo parar bruscamente su corcel y se giró de nuevo hacia el gnomo.
- ¡Maldita sea! Me importa un rábano el remedio de tu abuelo. Si no te callas de una maldita vez harás el resto del viaje a pie... así que, tú mismo.
En este punto Torvald estalló en una sonora carcajada al más puro estilo de los enanos.
- Vamos Zad, no seas gruñón. ¿No sería ese mi papel?,- comentó el enano entre risas.
- Tú no tienes que aguantarlo,- contestó el guerrero.
- A mí no me molestan sus historias, tienen su gracia.
El guerrero lanzó una inquisidora mirada al enano de cabello de fuego. Justo cuando Zadhar se disponía a contestarle, Namis se les acercó.
- Creo que deberíamos pensar en acampar. Aún quedan unas horas hasta que amanezca y deberíamos descansar un poco. Más adelante hay un lugar perfecto junto al río. Estamos lejos del Molino de Tarren y el lugar parece seguro.
- No es mala idea,- contestó el guerrero,- así podremos descansar, comer algo y calentarnos junto a buen fuego.
- Lo del fuego será difícil,- comentó Namis.- Con las lluvias y esta maldita humedad, toda la madera estará mojada.
- Eso no es problema,- intervino Torvald.- En una de las alforjas de mi carnero siempre llevo algo de madera seca para estas situaciones.
- Tú siempre tan previsor.
Namis sonrió a Torvald.

Media hora más tarde llegaron al lugar que Namis había elegido para acampar. Zadhar desmontó y consiguió deshacerse del gnomo, al cual dejó a cargo de Torvald. Torvald hizo que Grits le ayudara a encender el fuego, mientras el resto del grupo extendía sus mantas y se preparaban para pasar el resto de la fría noche a la intemperie. Zadhar observó con detenimiento a sus amigos. Estaban allí por él, por ayudarle en su causa y en parte se sentía responsable de lo que pudiera pasarles a cualquiera de ellos.
Torvald y Grits habían terminado su fogata y se encontraban sentados junto a ella. Ambos parecían disfrutar de la compañía mutua y se pasaban uno a otro un odre de aguardiente enano que Torvald había extraído de su mochila. Zadhar se sentó alejado de aquel binomio, pues temía que el aguardiente soltara aún más la lengua del gnomo y este reparara en su persona. El guerrero comenzó a afilar sus hachas sin dejar de observar al grupo.
Namis y Jezabel hablaban en voz baja y la curiosidad se apoderaba del guerrero, pues desde donde estaba, no podía escucharlas, más no quería pecar de entrometido, así que siguió observándolas. El guerrero había aprendido a observar el comportamiento de la gente y era consciente de que si sabías observar a la gente, esta podía desvelarte aquello que quisieras saber sin que tuvieras que ir a preguntar. Entre sus cuchicheos, la elfa y la bruja lanzaban miradas de soslayo al paladín, con lo que el guerrero descubrió que, sin duda alguna, hablaban de él, como la gran mayoría de los miembros de la Hermandad. Wulbaif casi siempre era el centro de las conversaciones y rumores de todos en Villadorada y en Ventormenta.
Zadhar estaba más que acostumbrado al halo de misterio que envolvía al paladín y a su carácter afable, aunque taciturno. Pero también se había dado cuenta de que, quizás, estaba más raro de lo normal. Además estaba empezando a pensar que las dos féminas del grupo sabían algo que él no sabía. Y eso no le gustaba.
A Zadhar le gustaba saber que era lo que pasaba a su alrededor, pues pensaba que esto le ayudaba a estar prevenido para cualquier circunstancia que pudiera surgir, y odiaba que algo escapara a su conocimiento.
Él tenía plena confianza en sus compañeros, pero siempre sintió que Wulbaif no acababa de confiar en él. Muchos dirían que Wulbaif no confiaba casi en nadie, pero eso a Zadhar le traía sin cuidado. Él confiaba en Wulbaif y esperaba de éste lo mismo. El ver a Namis y Jezabel hablando entre ellas y el pensar que quizás ellas supieran algo, que él no sabía lo irritaba y afianzaba su creencia de que el paladín no terminaba de confiar en él.
Zadhar buscó con la mirada a Wulbaif para encontrarlo mirando al río, como si durmiera con los ojos abiertos. Se levantó despacio y se encaminó hacia su amigo.
- Wulf,- comenzó a decir el guerrero,- ¿Por qué estás aquí?
El paladín lo miró, como si acabara de salir de un trance.
- Solo estaba pensando. Me relaja mirar el agua.
El guerrero lo miró en silencio.
- No me refiero a eso, amigo... ¿Por qué me acompañas? ¿Por qué te embarcas en este viaje?
- Porque necesitas de mi ayuda, amigo. Tú viniste a mí en busca de ayuda y yo nunca niego mi ayuda a aquellos a los que puedo llamar amigos.
- Eso es,- contestó el guerrero satisfecho.- Por eso os pedí ayuda a vosotros. Sabes bien, Wulf, que éste es un asunto delicado para mí y que solo puedo recurrir a aquellos que tienen mi confianza. No sé que es lo que puedo descubrir allí. Quizás sea algo de lo que me arrepienta toda mi vida, algo sucio, oscuro... y si es así deberá permanecer enterrado. Sois de mi plena confianza y el mero hecho de que me hayáis acompañado lo demuestra. Pero dime Wulf... ¿Tu, realmente me consideras tu amigo?
Esta pregunta perforó el corazón del paladín y quedo perplejo.
- ¡Pues claro!,- le contestó el paladín indignado.- No sé a que diablos viene semejante pregunta y me ofende.
- Siento ofenderte Wulf, pero espero que me comprendas. Sé que últimamente tienes pesadillas y deben ser horribles, por como gritas por las noches. Hemos compartido habitación y sé por eso de esas pesadillas.
El paladín guardó silencio unos instantes mientras los ojos de su amigo le escrutaban. El guerrero lo tomó del hombro.
- Wulf... Sé que siempre has sido así de raro y perdona la expresión, sé que no te gusta, pero sabes que es mi forma de describirte. Pero, últimamente estás más raro de lo normal. ¿Y sabes porqué te veo más raro de lo normal?
El paladín lo miró, consciente de que su amigo no esperaba que le respondiera. Zadhar seguía con sus ojos castaños clavados en los suyos.
- Porque hay una palabra que te define. Valentía. Nunca te he visto tener miedo a nada, pero últimamente veo el miedo en tus ojos, y no es el miedo a lo que podamos encontrar en este viaje. Es un miedo que va más allá, un miedo a algo que sólo tú sabes. No sé cómo ni porqué, pero tú notas algo... algo que te asusta
Los dos se quedaron callados con las miradas clavadas el uno en el otro, y continuaron así un minuto que se tornó eternidad. Finalmente fue el guerrero el que rompió el silencio.
- Ha llegado la hora de que me cuentes que pasa, que es eso que sientes. Si va a pasar, algo quiero estar prevenido.

1. Rescate en la cumbre

La tormenta azotaba sin piedad a los cinco aventureros. La noche, cerrada, era iluminada de cuando en cuando por los relámpagos que surcaban el negro cielo. Los jinetes cabalgaban rumbo a Costasur. Acababan de pasar por el último desvío y distaban poco más de dos kilómetros hasta la pequeña ciudad costera de Azeroth. Cuatro caballos y un gran carnero de las montañas, que cabalgaban con paso inseguro por el embarrado camino. Los jinetes llevaban las gruesas capas de viaje abrochadas, resguardándose de la fría lluvia y del viento.

Cuando llegaron a la ciudad, se encaminaron, directamente, hacia la posada. Al llegar, tres mozos de cuadra salieron de ella, para hacerse cargo de las monturas, mientras ellos desmontaban. Uno de ellos cogió una espada de su silla antes de dejar que los mozos se llevasen a los caballos y al carnero hacia los establos. Encogidos, avanzaron hacia la puerta de la posada. Cuatro figuras altas y una pequeña y rechoncha, lo que denotaba que eran un enano y humanos o elfos.

Cuando entraron en la posada, el humo y la luz inundaron sus sentidos, así como los olores de la cerveza, el vino y la carne asada. Uno a uno, se fueron quitando las capuchas y las capas de viaje, dejando que el calor de la sala entrase en sus fríos cuerpos. Tres humanos, una elfa y un enano, eran los componentes de aquel variopinto grupo. Una de las humanas, una bella mujer de pelo corto del color del trigo, se acercó al posadero para pedir alojamiento y cena para los cinco, mientras el resto, se sentaba en una mesa cercana a la gran chimenea. Los cinco llevaban en su pecho un pequeño símbolo que los identificaba como miembros de la Hermandad de los Caballeros del Grifo, una de las más famosas de todo Azeroth. Aquella Hermandad era conocida como gran defensora de la corona. Lo que hubiese llevado a cinco de sus miembros a aquella parte de Azeroth era un misterio para los parroquianos que se encontraban aquella noche en la posada.
- Ya tenemos habitaciones para esta noche y cena,- dijo la mujer que se había separado del grupo. Pero casi no nos queda dinero.
La mujer se sentó junto a sus compañeros, mientras una camarera se acercó a ellos para tomar nota de lo que querían cenar.
- Yo tomaré una copa de vino caliente,- dijo la mujer rubia, de nombre Jezabel.
Jezabel era una de las pocas brujas que había entre las filas de la Hermandad, de un poder muy superior al resto.
- Yo quiero una jarra de vino darnassiano,- dijo la elfa, cuyo nombre era Namis.
- Los demás tomaremos cerveza,- dijo uno de los humanos.
El que había hablado era un guerrero llamado Zadhar. A sus treinta años, en sus ojos había una nobleza poco típica de los guerreros. Quizá se debía a su ascendencia noble, aunque hacía años que su familia había perdido toda su fortuna y Zadhar había tenido que emplearse como mercenario. Un mostacho a la antigua usanza recorría su labio superior, dándole cierto aire de duque. El enano, pelirrojo, los miraba a todos con cara de ansiedad. Odiaba no tener dinero. Tendrían que buscar algo de trabajo para poder continuar con su viaje. El otro miembro del grupo era un humano de rostro apacible y taciturno. De pelo negro y largo, su mirada parecía perdida en las llamas del fuego que ardía en la chimenea.
- Nos estamos quedando sin dinero,- dijo Torvald Macleod, el enano. Si no conseguimos más, no vamos a poder llegar a nuestro destino.
- Siento mucho haberos arrastrado a esto,- dijo Zadhar. Tal vez deberíais volver a Villadorada. Seguiré yo solo.
- Nada de eso,- dijo Namis. Somos un equipo. Estaremos contigo hasta el final. ¿No es cierto, Wulbaif?
- Cada día que pasa, siento que os he embarcado en una misión estúpida,- dijo Zadhar.
- Ninguna misión es estúpida,- dijo Wulbaif volviendo el rostro hacia sus compañeros.
- Wulbaif tiene razón,- dijo Jezabel. Somos compañeros de armas. Tú necesitas nuestra ayuda. Comida no va a faltarnos, pues Namis puede cazar para nosotros. Y seguro que sale algo que hacer antes de que lleguemos al castillo.
En aquel momento, la camarera regresó con las bebidas y carne asada para todos. Torvald cogió un buen trozo de carne y comenzó a comer, ruidosamente, como siempre. Mientras comían y bebían, permanecían callados, en sus pensamientos.
Hacía varios días que Zadhar había descubierto algo sobre el pasado de su familia y quería investigarlo. Había pedido ayuda a sus amigos de la Hermandad, que no habían dudado en negársela. Pero era un viaje largo y peligroso, pues tenían que atravesar territorios que estaban bajo el control de los restos de la Plaga. Había llegado un rumor de que en el Castillo del Comillo Oscuro quedaba un pequeño legado de la familia de Zadhar. El guerrero quería recuperarlo a toda costa. El castillo estaba en el centro del Bosque de los Argénteos. Una zona peligrosa para viajar en solitario.
Cuando acababan de comer, un gnomo se les acercó a ellos. Jezabel había estado observando que el gnomo les había estado mirando durante toda la cena, con cierto interés.
- Disculpad,- dijo el gnomo. No he podido evitar escuchar vuestra conversación de antes y quizás podamos ayudarnos mutuamente.
Los integrantes del grupo lo miraron con curiosidad.
- Siéntate, gnomo,- dijo Torvald. Cuéntanos tu oferta.
El gnomo se sentó junto al enano y pidió una pinta de cerveza.
- Me llamo Grildur,- dijo el gnomo. Tengo un socio en mi negocio que ha sido secuestrado recientemente.
- ¿Secuestrado?,- preguntó Namis. ¿Por quién?
- Por una tribu de ogros que vive en las Montañas Alterac.
- Ogros…,- dijo Wulbaif en tono pensativo.
- Así es,- dijo el gnomo. Necesito que lo rescatéis lo antes posible. Tiene en su mente una receta que nadie más conoce. Una receta para crear una máquina que servirá para crear pociones en gran cantidad.
Zadhar miraba al gnomo con suspicacia. Todo el mundo sabía que la ciencia gnómica era muy impredecible e inestable. Seguramente, aquella máquina explotaría nada más la pusieran en funcionamiento.
- ¿Cuál es tu oferta?,- dijo Jezabel.
- Os pagaré 50 monedas de plata,- dijo el gnomo. Sé que no es mucho, pero no dispongo de más dinero. Al menos os ayudará a seguir vuestro viaje.
- Tenemos que pensarlo,- dijo Zadhar. Solo somos cinco, y no nos apetece enfrentarnos a toda una tribu de ogros en su propio terreno.
- No es una tribu muy numerosa,- dijo el gnomo.
Zadhar le miraba desconfiado. No sabía porqué, pero no estaba muy seguro de aquello. Wulbaif se levantó y se dirigió hacia el exterior. Jezabel le siguió a los pocos segundos.
Fuera, había dejado de llover, aunque aún soplaba el viento, y algunos truenos se oían en la lejanía. Wulbaif estaba cerca de la puerta de los establos, mirando hacia el bosque cercano.
- ¿En qué piensas?,- dijo Jezabel.
- Tenemos que rescatar a ese gnomo. Es lo que…
- Sí, ya lo sé, ya lo sé. Es lo que debe hacerse,- dijo la mujer. Eso lo tenemos todos claro. Te he preguntado en lo que piensas ahora. No creo que pienses en el gnomo.
Wulbaif la miró a los ojos.
- ¿Sigues teniendo esas pesadillas?,- preguntó la mujer. Todos están preocupados por ti. Yo también.
- Se repiten noche tras noche. Algo está a punto de ocurrir. Se acercan días oscuros.
- No debes preocuparte por ello, Wulf. Las Hermandades estarán listas para cualquier emergencia.
- No tenéis que preocuparos por mí,- dijo Wulbaif con una sonrisa en sus labios. No valgo tanto.
- No vuelvas a decir eso,- dijo Jezabel. Eres muy importante para todos nosotros. Y un referente para los reclutas. Cualquier problema que tengas tú, lo tendremos todos.
- Hace frío,- dijo Wulbaif. Volvamos dentro.
Ambos entraron de nuevo en la posada y se sentaron en sus sillas.
- Muy bien,- dijo Jezabel. Iremos a rescatar a tu amigo. Saldremos al amanecer…
- ¿Cómo?,- dijo el gnomo alarmado. Pensé que iríais ahora mismo.
- ¿Estás loco, gnomo?,- dijo Torvald. No pensarás que nos vayamos con el frío que hace, en plena noche, a combatir con toda una tribu de ogros en sus territorios. Si piensas eso, es que estás como una cabra.
- Saldremos al amanecer,- volvió a decir Jezabel. No antes.
- Está bien,- dijo el gnomo. Es que estoy preocupado por mi socio. Os veré cuando regreséis y os pagaré.
El gnomo se levantó y se dirigió hacia las habitaciones.
- Creo que tengo un mapa de la región,- dijo Namis. Pero no sé por donde buscar. Le preguntaremos al gnomo…
- No es necesario,- dijo la camarera en aquel momento. Rud os puede indicar el camino.
- ¿Rud?,- dijo Zadhar.
- El dueño de la posada. En tiempos fue un explorador. Él os puede ayudar. Le avisaré.
Minutos después, Rud, el dueño de la posada, se sentaba con ellos en la mesa. Rud era un hombre gordo y algo calvo, aunque se veía una fortaleza en su cuerpo, consecuencia de una vida de aventuras.
- Rimina me ha dicho que necesitabais ayuda,- dijo el posadero. ¿Estáis buscando a los Aplastacresta?
- Si los Aplastacresta son la tribu de ogros que ha raptado al gnomo, sí,- dijo Torvald.
- Están al norte,- dijo el posadero. Cerca de las ruinas de la ciudad de Alterac.
Rud cogió el mapa que le tendía Namis y señaló una pequeña hondonada en el centro de la cordillera de Alterac.
- Aquí, en la Cuenca de la Matanza. Pero debéis tener mucho cuidado. Es una tribu muy numerosa. Están casi a un día de camino. Si salís al amanecer, llegaréis poco después del atardecer.
- Gracias,- dijo Jezabel.
El posadero se marchó.
- Bien,- dijo Jezabel. Vayamos a descansar. Mañana nos espera un duro día de viaje.
Los cinco se levantaron y se dirigieron hacia sus habitaciones. En el trayecto, Namis agarró a Jezabel del brazo y la metió en su habitación.
- ¿Cómo está?,- dijo la elfa, refiriéndose a Wulbaif.
- Sigue con las pesadillas,- dijo la hechicera. Cree que algo malo va a ocurrir dentro de poco.
- Con el paso del tiempo, he aprendido a confiar en sus sentidos,- dijo Namis.
- Yo también. Eso es lo que me preocupa. Desde que lo conocemos, no recuerdo ni una sola vez en la que Wulf se equivocase en algo.
- Yo tampoco. Debemos estar pendientes de él. Los cuatro.
- Lo sé. Además estos días será peor. Ya sabes lo que le afecta la muerte. Nos acercamos a lugares donde murió mucha gente hace poco, durante la Gran Guerra.
- Sí. Mañana pasaremos cerca de Strahnbrad…
- La matanza de Strahnbrad…,- dijo Jezabel pensativa. Toda una ciudad purgada por el ejército de Arthas.
- Los lamentos de los muertos se harán muy evidentes para Wulbaif conforme nos acerquemos a Alterac.

El amanecer fue frío y neblinoso, consecuencia de la lluvia del día anterior. Con la primera luz del día, el grupo partió de la posada hacia el norte, camino a las ruinas de la ciudad de Alterac.
Alterac, una de las ciudades que cayó bajo el golpe del Azote de la Plaga. Ahora solo había ruinas. La Corona de Ventormenta había querido recuperar la ciudad, pero había resultado imposible. Se habían enviado dos expediciones para evaluar la situación, pero la zona estaba plagada, no solo de ogros, sino de no-muertos del ejército de la Plaga.
Durante toda la mañana, avanzaron por el camino, envueltos en la niebla. Iban callados, poniendo atención a los sonidos del bosque. Namis y Torvald iban primero, evaluando el camino. Hacia el mediodía, habían pasado el cruce hacia el Molino de Tarren, una de las aldeas que dependían de Alterac y que también estaba en manos de la Plaga.
Wulbaif había estado callado y taciturno durante todo el día. Jezabel y Zadhar le habían estado observando durante todo el viaje, con la sensación de que su amigo estaba sufriendo en su interior. El callado paladín tenía ojeras bajo sus ojos, señal de que dormía poco o nada. Se rumoreaba que Wulbaif podía sentir la muerte de la gente. Jezabel estaba segura de que ahora, el paladín podía oír el lamento de los espíritus de las personas que murieron en aquella zona.
Como les dijo Rud la noche anterior, hacia el atardecer llegaron a las ruinas de Alterac. Namis sacó el mapa y lo observó.
- Las cuevas que Rud nos indicó están cerca, en aquellas colinas del norte.
- Tendremos que dejar las monturas,- dijo Zadhar. No creo que puedan ir por ahí.
Cogieron lo que iban a necesitar y dejaron a los caballos y al carnero sueltos, para que pudiesen pastar de la poca hierba que quedaba en el suelo. Wulbaif había cogido su gran martillo de guerra y la espada de su silla de montar. La espada era un arma que el paladín nunca abandonaba, aunque rara vez la utilizaba. Una espada de factura nórdica, con un extraño poder que pocos conocían. El grupo emprendió la marcha, montaña arriba, de camino al territorio de los ogros.

Durante casi una hora, caminaron por las laderas de la montaña, hasta que poco después de anochecer, llegaron al límite de la Cuenca de la Matanza. Desde su promontorio, podían observar a varios ogros alrededor de unas cuantas hogueras. Vieron a uno de ellos portar una gran jaula hacia una de las hogueras. Namis, la elfa, pudo observar que dentro había un gnomo asustado.
- Creo que lo van a cocinar,- dijo Namis entre susurros. Tenemos que actuar con rapidez.
- Son muchos,- dijo Torvald. Y puede que dentro de las cuevas haya más.
- Tenemos que crear una distracción,- dijo Wulbaif. Si conseguimos distraerlos lo suficiente, Namis, tú podrás acercarte a la jaula y abrirla.
- No hay problema,- dijo la elfa.
- Yo me encargo de distraerles,- dijo Jezabel. Invocaré algunos demonios que los sacarán de ahí.
La hechicera sacó una pequeña bolsa de uno de sus muchos bolsillos ocultos de la túnica y extrajo algunas canicas de cristal de su interior. En voz baja, la mujer habló en el idioma de la magia, hasta que las canicas comenzaron a brillar con una luz verdosa. Después, miró a sus compañeros.
- Tú las lanzarás más lejos,- dijo Jezabel a Zadhar, tendiéndole las canicas. Arrójalas en medio de los ogros.
Zadhar cogió las canicas de manos de Jezabel. Con todas sus fuerzas, el guerrero lanzó las canicas hacia donde los ogros esperaban con ansiedad a que su compañero llegase con la jaula que portaba la cena. En cuando las canicas cayeron al suelo, estallaron. Pequeños fogonazos de luz verde, que asustaron a los ogros. De repente, cuando las luces se apagaron, varios diablillos aparecieron de la nada. Los diablillos comenzaron a atacar y a provocar a los ogros, logrando que la mayoría se levantase y se lanzara contra ellos. Los diablillos se alejaban del campamento, alejando así, a los ogros del objetivo de los aventureros. Los ogros, como se sabía, no eran demasiado inteligentes.
Quedaban pocos ogros en el campamento. Los compañeros salieron de su escondite y se lanzaron hacia los que quedaban.
Zadhar empuñaba sus dos hachas gemelas. Con un grito de guerra, se lanzó hacia dos ogros, que lo miraron estupefactos. Antes de que pudiesen reaccionar, ambos cayeron muertos al suelo, con las cabezas cercenadas por las hachas del guerrero. Torvald empuñaba una espada de factura enana y luchaba contra otro ogro, dando varios cortes en las piernas y esquivando los torpes ataques de su enemigo. Poco a poco, el enano consiguió hacer caer al ogro al suelo, donde lo remató de una estocada en el corazón.
Jezabel y Wulbaif, como siempre, se pusieron espalda contra espalda. Mientras Jezabel lanzaba descargas de magia contra los ogros, Wulbaif la protegía de aquellos que llegaban hasta la pareja. Mientras, Namis había llegado a la jaula y comenzaba a forzar la cerradura.
Los enemigos caían con facilidad, ante la destreza de los Caballeros del Grifo. Entonces, ocurrió algo inesperado. De las cuevas comenzaron a salir ogros, que se lanzaron contra ellos, sobretodo, contra Jezabel y Wulbaif. Con un grito, el paladín se lanzó contra ellos, evitando así que la hechicera se viese superada en número. El ataque del paladín, paró la carga de los ogros, permitiendo que Jezabel pudiese invocar a otro demonio para que luchara con ellos.
Zadhar y Torvald ayudaron a su amigo a combatir contra los ogros, pues eran demasiados, incluso para el diestro paladín. Wulbaif luchaba contra uno ogro, entrechocando sus armas una y otra vez. El paladín sabía que no podrían aguantar mucho más tiempo. Los ogros que habían salido del campamento, persiguiendo a los diablillos no tardarían en volver. Atacó de forma rápida y sorpresiva al ogro, golpeando su rodilla derecha. Un grito de dolor surgió de la garganta de la bestia, que cayó al suelo, con la rótula destrozada. Wulbaif giró sobre sí mismo, impulsando aún más su gran martillo de guerra, hacia el rostro del ogro. El sonido de huesos rotos se oyó en el momento en el que el martillo de guerra impactó contra la cara del ogro. La bestia cayó muerta al instante.
Wulbaif observó la zona. Los ogros eran demasiados para ellos. Dejó caer el martillo al suelo y levantó los brazos, implorando el poder de los dioses. Mientras sus amigos combatían, los ojos de Wulbaif brillaron con una luz plateada, mientras el poder de los dioses inundaba su cuerpo.
- ¡Dioses de Azeroth!,- gritó el paladín. ¡Prestadme vuestro poder! ¡Bendecid esta tierra maldita! ¡Que nuestros enemigos ardan con el fuego divino!
Una neblina naranja surgió de los pies de Wulbaif, extendiéndose por toda la zona que ocupaban los ogros. De repente, un fuego surgió del suelo, quemando a los ogros con el poder divino de los dioses. Los ogros comenzaron a correr, desesperados, en un intento vano de apagar el fuego que consumía sus cuerpos. Aquello dio tiempo a sus compañeros a reagruparse y reponer fuerzas, mientras los ogros caían ardiendo a suelo.
Wulbaif se agachó para recoger su arma.
- ¡Cuidado, Wulf!,- gritó Jezabel de repente.
A pesar del grito de alarma, el paladín fue cogido por sorpresa. El golpe fue tan fuerte, que Wulbaif fue lanzado hacia un lado varios metros, estrellándose contra la pared de roca. Cuando consiguió levantarse, el paladín vio a un gran ogro que había escapado de su hechizo. Era el que le había golpeado con un inmenso garrote que portaba. Sus amigos se dirigían hacia él, para reducirle, pero el ogro tenía la vista puesta en Wulbaif. Con el golpe, el paladín había perdido el yelmo y una herida en la cabeza le cubría el rostro de sangre.
Wulbaif empuñó con fuerza su martillo de guerra y, lanzando un grito, se dirigió a la carrera hacia el ogro. Entrechocaron las armas. Wulbaif esquivaba los ataques del ogro, moviéndose con rapidez, mientras sus amigos se acercaban a ellos. La sangre se le metía en los ojos, no dejando ver a Wulbaif con claridad. Los ataques del paladín no parecían afectar demasiado al ogro.
Antes de que Zadhar y Torvald llegasen hasta ellos, el ogro cogió a Wulbaif con una de sus grandes manos y lo levantó, apretando con fuerza el torso del paladín. Wulbaif gritó de dolor, mientras el ogro volvía a estrellar su cuerpo contra la pared de roca una y otra vez, sin dejar de apretar su mano. La coraza que llevaba le aprisionaba el pecho, impidiendo que respirara. Wulbaif sentía el metal de su coraza cortar su piel, mientras luchaba por introducir aire en sus pulmones. El martillo de guerra cayó de sus manos. El paladín estaba indefenso ante su gran enemigo.
El ogro levantó su gran maza para rematar al paladín. Pero antes de que ocurriera, Wulbaif, reuniendo fuerzas, desenvainó su espada y, gritando, descargó un tremendo golpe hacia abajo, contra el brazo que le tenía aprisionado.
El ogro lanzó un bramido de dolor, mientras su mano caía cortada al suelo. Wulbaif cayó también, luchando por respirar. El ogro le miraba sorprendido, mientras una extraña infección subía por su brazo. Gracias a aquello, Zadhar y Torvald pudieron llegar a ellos a tiempo. Entre los dos acabaron con el gran ogro, que acabó decapitado por una de las hachas del guerrero.
Mientras, Wulbaif, intentaba quitarse la coraza. Jezabel llegó corriendo hasta donde estaba el paladín. Wulbaif estaba de rodillas, tosiendo y escupiendo sangre.
- ¿Estás bien?,- dijo la mujer.
- La coraza….,- dijo Wulbaif entre jadeos,- quítame…., la cor…, la coraza….
Jezabel le desajustó a toda velocidad las correas de la deformada coraza, hasta que se la pudo quitar. Cuando aquello sucedió, Wulbaif sintió como la vida volvía a su cuerpo, aunque el dolor se intensificó con cada bocanada de aire que entraba en sus pulmones. Con un gemido de dolor, cayó al suelo, mientras la sangre volvía a salir por su boca.
- ¡Namis!,- gritó Jezabel.
La elfa y el gnomo, ya liberado, se acercaron corriendo hasta donde estaban sus compañeros.
- Deprisa,- dijo Jezabel. Saca una poción de tu mochila.
- Maldito….,- dijo Wulbaif. Creo que … me ha roto una … costilla.
- No te preocupes,- dijo Jezabel. Te curaremos en seguida.
- No será…, necesario,- dijo Wulbaif poniendo su mano derecha en el lugar donde tenía la costilla rota.
El paladín invocó de nuevo el poder de los dioses. Segundos después, su mano brilló con una luz intensa, mientras sus compañeros oían como la costilla crujía y sanaba por sí sola, gracias al poder de la magia divina de Wulbaif. Zadhar observó incrédulo el estado en el que había quedado la coraza de su amigo.
Wulbaif se levantó, con la camisa ensangrentada allí donde la coraza había cortado su piel y su carne. Tras coger sus armas, el paladín les miró a todos. La herida de la cabeza también había sanado gracias a su magia.
- Vayámonos antes de que vuelva el resto,- dijo Wulbaif.
Todos estuvieron de acuerdo. Con los agradecimientos del gnomo, los compañeros se alejaron del campamento por el sendero que habían tomado para subir. Justo antes de que se marcharan, Wulbaif volvió la vista hacia atrás. Había sentido una presencia en el campamento. Una energía sutil, aunque esquiva. Una presencia que parecía observarlos. Aunque solo había sido un instante. El paladín se preguntó que sería. Sin ninguna respuesta lógica en su mente, Wulbaif se giró hacia sus compañeros y les siguió.
Durante el camino de vuelta, no dijo nada a ninguno de ellos. Era noche cerrada y no quería preocuparles. Además, les quedaba un largo y peligroso camino de vuelta hacia Costasur en plena noche. No les apetecía dormir cerca de un campamento lleno de ogros a los que les acababan de quitar la cena.