viernes, 9 de mayo de 2008

Anales de la Hermandad: 2. Del cautiverio de los Grifos

En los rincones de la antigüedad del mundo, hace más de un milenio, la vida era muy distinta de lo que conocemos hoy. Hubo un tiempo en el que los grifos, magníficos animales, nobles y regios, estaban esclavizados por los humanos. Utilizados como bestias de carga y para combates a muerte, los grifos llevaban una existencia penosa y servil, muy lejos de la vida de paz y armonía que llevan en la actualidad, en conjunción con la Alianza y bajo la supervisión de la Hermandad de los Caballeros del Grifo, defensores de tan fantásticas criaturas.
En aquella época, durante el reinado de Asgalar, rey de los Chedneks, los humanos conformaban un gran reino que comprendía desde los espesos bosques del norte de Azeroth hasta las heladas cumbres de Dun Morogh, hogar hoy de los enanos, que fueron expulsados siglos después, por los orcos, de su gran reino de Runkthaerk, la actual Rocanegra.
Asgalar era un tirano, un dictador, que había sometido a los humanos a su capricho. Durante su reinado, los grifos vivieron la peor de sus épocas como esclavos de los hombres. Asgalar había temido una rebelión de los grifos, pues en su interior, les tenía miendo. Temía a estos magníficos seres mágicos. Temía que llegasen algún día a entender que eran muy superiores a los humanos. Para evitar una tragedia como aquella, Asgalar había ordenado recoger todos los huevos de grifo que las hembras habían tenido, y esconderlos en cuevas secretas. Allí, los nuevos grifos nacerían bajo la supervisión de sacerdotes leales a Asgalar, sin que los grifos adultos supiesen donde se escondía su descendencia y con el temor omnipresente de que, si desobedecían a los humanos, los jóvenes grifos sufrirían las consecuencias.
Hoy en día, los hombres nos avergonzamos de aquel comportamiento. Pero nos ganamos el perdón de los grifos gracias a Nurion, el primer rey de Lordaeron. El rey Nurion Corazón de Grifo.

En las minas de hierro al este de Sthranbrad, una multitud de esclavos excavaban en la tierra, en busca del preciado mineral utilizado para armas y armaduras. Humanos, enanos y orcos, se afanaban bajo los golpes de los látigos de los capataces, picando la roca y extrayendo el mineral. Una vez fuera de la tierra, el mineral era transportado hacia grandes carros de madera, para sacar las menas al exterior de las minas, donde se fundiría para conseguir el mineral puro, que sería utilizado después en las forjas y herrerías del reino.
Atado a uno de estos grandes carros, un imponente grifo esperaba, con paciencia, a que los esclavos cargasen las menas de hierro en su interior. El grifo, esclavo al igual que el resto, transportaba el carro una y otra vez hacia el exterior. Durante toda su vida, el animal no había hecho otra cosa. Uno de sus hermosos ojos aparecía velado y el rostro alrededor del mismo, estaba circundado por una cicatriz en la que no habían crecido las plumas. Cicatriz producida por un latigazo no hacía mucho tiempo. El resto del cuerpo del grifo presentaba varias cicatrices de latigazos.
Un chasquido sacó al grifo de su ensimismamiento. El animal había estado cavilando sobre su desdichada vida, y no se había fijado en que el carro de madera ya estaba cargado con las menas de hierro de la mina.
- ¡Vamos, bestia estúpida!,- gritó el capataz que había agitado el látigo. ¡Muévete de una vez, o te cortaré las alas!
El grifo comenzó a avanzar, penosamente, pues el peso del carro era demasiado grande para una criatura como él. Aún así, poco a poco, el grifo consiguió sacar el carro de la mina y llevarlo hasta donde otros esclavos lo descargarían y lo arrojarían a las grandes forjas para extraer el mineral puro.
Una vez descargado, otro capataz hizo restallar su látigo, obligando al grifo a volver al interior de la mina, para extraer otro carro lleno.
Ese era el día a día de los grifos destinados en aquel lugar. Extraer carros cargados con menas de hierro de la mina, y volver dentro con los carros vacíos. Una y otra vez, una y otra vez.
Para evitar que volaran, los capataces los ataban a los grandes carros, sabiendo que los grifos, mal alimentados, no podrían volar con el peso muerto de los enormes transportes de madera arrastrando tras ellos. Cada vez que dos carros se cruzaban ambos grifos se miraban con tristeza, ansiando tiempos mejores y recordando los lejanos días en los que surcaban los cielos en libertad. Silenciosas palabras se dirigían uno a otro, en su extraño idioma telepático, cualidad que los humanos, por entonces, desconocían de los grifos. En aquel silencioso y triste idioma, se daban ánimos y apoyo espiritual, esperando, con ansiedad, el día de su liberación.
Los grifos lloraban en la noche, encerrados en grandes rediles dentro de las minas, y atados a sus enormes carros de por vida, añorando su libertad y preocupados por sus huevos y su descendencia. Los jóvenes grifos nacían en cautiverio, y desde el primer momento de su nacimiento, los humanos ya les golpeaban y les obligaban a trabajar, en tareas menores, minando su fuerza de voluntad, hasta hacerla desaparecer por completo.
Pero Nanai-Shai, el grifo tuerto, sentía en su corazón que, tarde o temprano, llegaría el final de la esclavitud, aunque para muchos, aquello suponía morir por los latigazos o los golpes, propinados por los capataces que se extralimitaban en sus castigos. De todas formas, había grifos de sobra, y la muerte de uno de ellos en las minas, no importaba absolutamente nada a los humanos, ya que tenían reservas de sobra.

Anales de la Hermandad: 1. Prólogo

Como una de las Hermandades más antiguas y famosas de Azeroth, los Caballeros del Grifo tienen una historia antigua y detallada de sus hazañas.
Con una serie de relatos que llevarán todos el título de Anales de la Hermandad, quiero relatar la historia de esta magnífica Hermandad de jugadores de World of Warcraft.
Como dijo el gran bardo Thalwar cuando leyó por primera vez nuestra historia, cautivado por la magnificencia de los grifos:

Vuela raudo y veloz,
Hacia el cielo has de ir.
Huye lejos de aquí,
Tienes que sobrevivir.
Perseguido serás,
La tierra surcarás.
Maltrecho animal,Ni una lágrima te caerá”