martes, 6 de mayo de 2008

1. Rescate en la cumbre

La tormenta azotaba sin piedad a los cinco aventureros. La noche, cerrada, era iluminada de cuando en cuando por los relámpagos que surcaban el negro cielo. Los jinetes cabalgaban rumbo a Costasur. Acababan de pasar por el último desvío y distaban poco más de dos kilómetros hasta la pequeña ciudad costera de Azeroth. Cuatro caballos y un gran carnero de las montañas, que cabalgaban con paso inseguro por el embarrado camino. Los jinetes llevaban las gruesas capas de viaje abrochadas, resguardándose de la fría lluvia y del viento.

Cuando llegaron a la ciudad, se encaminaron, directamente, hacia la posada. Al llegar, tres mozos de cuadra salieron de ella, para hacerse cargo de las monturas, mientras ellos desmontaban. Uno de ellos cogió una espada de su silla antes de dejar que los mozos se llevasen a los caballos y al carnero hacia los establos. Encogidos, avanzaron hacia la puerta de la posada. Cuatro figuras altas y una pequeña y rechoncha, lo que denotaba que eran un enano y humanos o elfos.

Cuando entraron en la posada, el humo y la luz inundaron sus sentidos, así como los olores de la cerveza, el vino y la carne asada. Uno a uno, se fueron quitando las capuchas y las capas de viaje, dejando que el calor de la sala entrase en sus fríos cuerpos. Tres humanos, una elfa y un enano, eran los componentes de aquel variopinto grupo. Una de las humanas, una bella mujer de pelo corto del color del trigo, se acercó al posadero para pedir alojamiento y cena para los cinco, mientras el resto, se sentaba en una mesa cercana a la gran chimenea. Los cinco llevaban en su pecho un pequeño símbolo que los identificaba como miembros de la Hermandad de los Caballeros del Grifo, una de las más famosas de todo Azeroth. Aquella Hermandad era conocida como gran defensora de la corona. Lo que hubiese llevado a cinco de sus miembros a aquella parte de Azeroth era un misterio para los parroquianos que se encontraban aquella noche en la posada.
- Ya tenemos habitaciones para esta noche y cena,- dijo la mujer que se había separado del grupo. Pero casi no nos queda dinero.
La mujer se sentó junto a sus compañeros, mientras una camarera se acercó a ellos para tomar nota de lo que querían cenar.
- Yo tomaré una copa de vino caliente,- dijo la mujer rubia, de nombre Jezabel.
Jezabel era una de las pocas brujas que había entre las filas de la Hermandad, de un poder muy superior al resto.
- Yo quiero una jarra de vino darnassiano,- dijo la elfa, cuyo nombre era Namis.
- Los demás tomaremos cerveza,- dijo uno de los humanos.
El que había hablado era un guerrero llamado Zadhar. A sus treinta años, en sus ojos había una nobleza poco típica de los guerreros. Quizá se debía a su ascendencia noble, aunque hacía años que su familia había perdido toda su fortuna y Zadhar había tenido que emplearse como mercenario. Un mostacho a la antigua usanza recorría su labio superior, dándole cierto aire de duque. El enano, pelirrojo, los miraba a todos con cara de ansiedad. Odiaba no tener dinero. Tendrían que buscar algo de trabajo para poder continuar con su viaje. El otro miembro del grupo era un humano de rostro apacible y taciturno. De pelo negro y largo, su mirada parecía perdida en las llamas del fuego que ardía en la chimenea.
- Nos estamos quedando sin dinero,- dijo Torvald Macleod, el enano. Si no conseguimos más, no vamos a poder llegar a nuestro destino.
- Siento mucho haberos arrastrado a esto,- dijo Zadhar. Tal vez deberíais volver a Villadorada. Seguiré yo solo.
- Nada de eso,- dijo Namis. Somos un equipo. Estaremos contigo hasta el final. ¿No es cierto, Wulbaif?
- Cada día que pasa, siento que os he embarcado en una misión estúpida,- dijo Zadhar.
- Ninguna misión es estúpida,- dijo Wulbaif volviendo el rostro hacia sus compañeros.
- Wulbaif tiene razón,- dijo Jezabel. Somos compañeros de armas. Tú necesitas nuestra ayuda. Comida no va a faltarnos, pues Namis puede cazar para nosotros. Y seguro que sale algo que hacer antes de que lleguemos al castillo.
En aquel momento, la camarera regresó con las bebidas y carne asada para todos. Torvald cogió un buen trozo de carne y comenzó a comer, ruidosamente, como siempre. Mientras comían y bebían, permanecían callados, en sus pensamientos.
Hacía varios días que Zadhar había descubierto algo sobre el pasado de su familia y quería investigarlo. Había pedido ayuda a sus amigos de la Hermandad, que no habían dudado en negársela. Pero era un viaje largo y peligroso, pues tenían que atravesar territorios que estaban bajo el control de los restos de la Plaga. Había llegado un rumor de que en el Castillo del Comillo Oscuro quedaba un pequeño legado de la familia de Zadhar. El guerrero quería recuperarlo a toda costa. El castillo estaba en el centro del Bosque de los Argénteos. Una zona peligrosa para viajar en solitario.
Cuando acababan de comer, un gnomo se les acercó a ellos. Jezabel había estado observando que el gnomo les había estado mirando durante toda la cena, con cierto interés.
- Disculpad,- dijo el gnomo. No he podido evitar escuchar vuestra conversación de antes y quizás podamos ayudarnos mutuamente.
Los integrantes del grupo lo miraron con curiosidad.
- Siéntate, gnomo,- dijo Torvald. Cuéntanos tu oferta.
El gnomo se sentó junto al enano y pidió una pinta de cerveza.
- Me llamo Grildur,- dijo el gnomo. Tengo un socio en mi negocio que ha sido secuestrado recientemente.
- ¿Secuestrado?,- preguntó Namis. ¿Por quién?
- Por una tribu de ogros que vive en las Montañas Alterac.
- Ogros…,- dijo Wulbaif en tono pensativo.
- Así es,- dijo el gnomo. Necesito que lo rescatéis lo antes posible. Tiene en su mente una receta que nadie más conoce. Una receta para crear una máquina que servirá para crear pociones en gran cantidad.
Zadhar miraba al gnomo con suspicacia. Todo el mundo sabía que la ciencia gnómica era muy impredecible e inestable. Seguramente, aquella máquina explotaría nada más la pusieran en funcionamiento.
- ¿Cuál es tu oferta?,- dijo Jezabel.
- Os pagaré 50 monedas de plata,- dijo el gnomo. Sé que no es mucho, pero no dispongo de más dinero. Al menos os ayudará a seguir vuestro viaje.
- Tenemos que pensarlo,- dijo Zadhar. Solo somos cinco, y no nos apetece enfrentarnos a toda una tribu de ogros en su propio terreno.
- No es una tribu muy numerosa,- dijo el gnomo.
Zadhar le miraba desconfiado. No sabía porqué, pero no estaba muy seguro de aquello. Wulbaif se levantó y se dirigió hacia el exterior. Jezabel le siguió a los pocos segundos.
Fuera, había dejado de llover, aunque aún soplaba el viento, y algunos truenos se oían en la lejanía. Wulbaif estaba cerca de la puerta de los establos, mirando hacia el bosque cercano.
- ¿En qué piensas?,- dijo Jezabel.
- Tenemos que rescatar a ese gnomo. Es lo que…
- Sí, ya lo sé, ya lo sé. Es lo que debe hacerse,- dijo la mujer. Eso lo tenemos todos claro. Te he preguntado en lo que piensas ahora. No creo que pienses en el gnomo.
Wulbaif la miró a los ojos.
- ¿Sigues teniendo esas pesadillas?,- preguntó la mujer. Todos están preocupados por ti. Yo también.
- Se repiten noche tras noche. Algo está a punto de ocurrir. Se acercan días oscuros.
- No debes preocuparte por ello, Wulf. Las Hermandades estarán listas para cualquier emergencia.
- No tenéis que preocuparos por mí,- dijo Wulbaif con una sonrisa en sus labios. No valgo tanto.
- No vuelvas a decir eso,- dijo Jezabel. Eres muy importante para todos nosotros. Y un referente para los reclutas. Cualquier problema que tengas tú, lo tendremos todos.
- Hace frío,- dijo Wulbaif. Volvamos dentro.
Ambos entraron de nuevo en la posada y se sentaron en sus sillas.
- Muy bien,- dijo Jezabel. Iremos a rescatar a tu amigo. Saldremos al amanecer…
- ¿Cómo?,- dijo el gnomo alarmado. Pensé que iríais ahora mismo.
- ¿Estás loco, gnomo?,- dijo Torvald. No pensarás que nos vayamos con el frío que hace, en plena noche, a combatir con toda una tribu de ogros en sus territorios. Si piensas eso, es que estás como una cabra.
- Saldremos al amanecer,- volvió a decir Jezabel. No antes.
- Está bien,- dijo el gnomo. Es que estoy preocupado por mi socio. Os veré cuando regreséis y os pagaré.
El gnomo se levantó y se dirigió hacia las habitaciones.
- Creo que tengo un mapa de la región,- dijo Namis. Pero no sé por donde buscar. Le preguntaremos al gnomo…
- No es necesario,- dijo la camarera en aquel momento. Rud os puede indicar el camino.
- ¿Rud?,- dijo Zadhar.
- El dueño de la posada. En tiempos fue un explorador. Él os puede ayudar. Le avisaré.
Minutos después, Rud, el dueño de la posada, se sentaba con ellos en la mesa. Rud era un hombre gordo y algo calvo, aunque se veía una fortaleza en su cuerpo, consecuencia de una vida de aventuras.
- Rimina me ha dicho que necesitabais ayuda,- dijo el posadero. ¿Estáis buscando a los Aplastacresta?
- Si los Aplastacresta son la tribu de ogros que ha raptado al gnomo, sí,- dijo Torvald.
- Están al norte,- dijo el posadero. Cerca de las ruinas de la ciudad de Alterac.
Rud cogió el mapa que le tendía Namis y señaló una pequeña hondonada en el centro de la cordillera de Alterac.
- Aquí, en la Cuenca de la Matanza. Pero debéis tener mucho cuidado. Es una tribu muy numerosa. Están casi a un día de camino. Si salís al amanecer, llegaréis poco después del atardecer.
- Gracias,- dijo Jezabel.
El posadero se marchó.
- Bien,- dijo Jezabel. Vayamos a descansar. Mañana nos espera un duro día de viaje.
Los cinco se levantaron y se dirigieron hacia sus habitaciones. En el trayecto, Namis agarró a Jezabel del brazo y la metió en su habitación.
- ¿Cómo está?,- dijo la elfa, refiriéndose a Wulbaif.
- Sigue con las pesadillas,- dijo la hechicera. Cree que algo malo va a ocurrir dentro de poco.
- Con el paso del tiempo, he aprendido a confiar en sus sentidos,- dijo Namis.
- Yo también. Eso es lo que me preocupa. Desde que lo conocemos, no recuerdo ni una sola vez en la que Wulf se equivocase en algo.
- Yo tampoco. Debemos estar pendientes de él. Los cuatro.
- Lo sé. Además estos días será peor. Ya sabes lo que le afecta la muerte. Nos acercamos a lugares donde murió mucha gente hace poco, durante la Gran Guerra.
- Sí. Mañana pasaremos cerca de Strahnbrad…
- La matanza de Strahnbrad…,- dijo Jezabel pensativa. Toda una ciudad purgada por el ejército de Arthas.
- Los lamentos de los muertos se harán muy evidentes para Wulbaif conforme nos acerquemos a Alterac.

El amanecer fue frío y neblinoso, consecuencia de la lluvia del día anterior. Con la primera luz del día, el grupo partió de la posada hacia el norte, camino a las ruinas de la ciudad de Alterac.
Alterac, una de las ciudades que cayó bajo el golpe del Azote de la Plaga. Ahora solo había ruinas. La Corona de Ventormenta había querido recuperar la ciudad, pero había resultado imposible. Se habían enviado dos expediciones para evaluar la situación, pero la zona estaba plagada, no solo de ogros, sino de no-muertos del ejército de la Plaga.
Durante toda la mañana, avanzaron por el camino, envueltos en la niebla. Iban callados, poniendo atención a los sonidos del bosque. Namis y Torvald iban primero, evaluando el camino. Hacia el mediodía, habían pasado el cruce hacia el Molino de Tarren, una de las aldeas que dependían de Alterac y que también estaba en manos de la Plaga.
Wulbaif había estado callado y taciturno durante todo el día. Jezabel y Zadhar le habían estado observando durante todo el viaje, con la sensación de que su amigo estaba sufriendo en su interior. El callado paladín tenía ojeras bajo sus ojos, señal de que dormía poco o nada. Se rumoreaba que Wulbaif podía sentir la muerte de la gente. Jezabel estaba segura de que ahora, el paladín podía oír el lamento de los espíritus de las personas que murieron en aquella zona.
Como les dijo Rud la noche anterior, hacia el atardecer llegaron a las ruinas de Alterac. Namis sacó el mapa y lo observó.
- Las cuevas que Rud nos indicó están cerca, en aquellas colinas del norte.
- Tendremos que dejar las monturas,- dijo Zadhar. No creo que puedan ir por ahí.
Cogieron lo que iban a necesitar y dejaron a los caballos y al carnero sueltos, para que pudiesen pastar de la poca hierba que quedaba en el suelo. Wulbaif había cogido su gran martillo de guerra y la espada de su silla de montar. La espada era un arma que el paladín nunca abandonaba, aunque rara vez la utilizaba. Una espada de factura nórdica, con un extraño poder que pocos conocían. El grupo emprendió la marcha, montaña arriba, de camino al territorio de los ogros.

Durante casi una hora, caminaron por las laderas de la montaña, hasta que poco después de anochecer, llegaron al límite de la Cuenca de la Matanza. Desde su promontorio, podían observar a varios ogros alrededor de unas cuantas hogueras. Vieron a uno de ellos portar una gran jaula hacia una de las hogueras. Namis, la elfa, pudo observar que dentro había un gnomo asustado.
- Creo que lo van a cocinar,- dijo Namis entre susurros. Tenemos que actuar con rapidez.
- Son muchos,- dijo Torvald. Y puede que dentro de las cuevas haya más.
- Tenemos que crear una distracción,- dijo Wulbaif. Si conseguimos distraerlos lo suficiente, Namis, tú podrás acercarte a la jaula y abrirla.
- No hay problema,- dijo la elfa.
- Yo me encargo de distraerles,- dijo Jezabel. Invocaré algunos demonios que los sacarán de ahí.
La hechicera sacó una pequeña bolsa de uno de sus muchos bolsillos ocultos de la túnica y extrajo algunas canicas de cristal de su interior. En voz baja, la mujer habló en el idioma de la magia, hasta que las canicas comenzaron a brillar con una luz verdosa. Después, miró a sus compañeros.
- Tú las lanzarás más lejos,- dijo Jezabel a Zadhar, tendiéndole las canicas. Arrójalas en medio de los ogros.
Zadhar cogió las canicas de manos de Jezabel. Con todas sus fuerzas, el guerrero lanzó las canicas hacia donde los ogros esperaban con ansiedad a que su compañero llegase con la jaula que portaba la cena. En cuando las canicas cayeron al suelo, estallaron. Pequeños fogonazos de luz verde, que asustaron a los ogros. De repente, cuando las luces se apagaron, varios diablillos aparecieron de la nada. Los diablillos comenzaron a atacar y a provocar a los ogros, logrando que la mayoría se levantase y se lanzara contra ellos. Los diablillos se alejaban del campamento, alejando así, a los ogros del objetivo de los aventureros. Los ogros, como se sabía, no eran demasiado inteligentes.
Quedaban pocos ogros en el campamento. Los compañeros salieron de su escondite y se lanzaron hacia los que quedaban.
Zadhar empuñaba sus dos hachas gemelas. Con un grito de guerra, se lanzó hacia dos ogros, que lo miraron estupefactos. Antes de que pudiesen reaccionar, ambos cayeron muertos al suelo, con las cabezas cercenadas por las hachas del guerrero. Torvald empuñaba una espada de factura enana y luchaba contra otro ogro, dando varios cortes en las piernas y esquivando los torpes ataques de su enemigo. Poco a poco, el enano consiguió hacer caer al ogro al suelo, donde lo remató de una estocada en el corazón.
Jezabel y Wulbaif, como siempre, se pusieron espalda contra espalda. Mientras Jezabel lanzaba descargas de magia contra los ogros, Wulbaif la protegía de aquellos que llegaban hasta la pareja. Mientras, Namis había llegado a la jaula y comenzaba a forzar la cerradura.
Los enemigos caían con facilidad, ante la destreza de los Caballeros del Grifo. Entonces, ocurrió algo inesperado. De las cuevas comenzaron a salir ogros, que se lanzaron contra ellos, sobretodo, contra Jezabel y Wulbaif. Con un grito, el paladín se lanzó contra ellos, evitando así que la hechicera se viese superada en número. El ataque del paladín, paró la carga de los ogros, permitiendo que Jezabel pudiese invocar a otro demonio para que luchara con ellos.
Zadhar y Torvald ayudaron a su amigo a combatir contra los ogros, pues eran demasiados, incluso para el diestro paladín. Wulbaif luchaba contra uno ogro, entrechocando sus armas una y otra vez. El paladín sabía que no podrían aguantar mucho más tiempo. Los ogros que habían salido del campamento, persiguiendo a los diablillos no tardarían en volver. Atacó de forma rápida y sorpresiva al ogro, golpeando su rodilla derecha. Un grito de dolor surgió de la garganta de la bestia, que cayó al suelo, con la rótula destrozada. Wulbaif giró sobre sí mismo, impulsando aún más su gran martillo de guerra, hacia el rostro del ogro. El sonido de huesos rotos se oyó en el momento en el que el martillo de guerra impactó contra la cara del ogro. La bestia cayó muerta al instante.
Wulbaif observó la zona. Los ogros eran demasiados para ellos. Dejó caer el martillo al suelo y levantó los brazos, implorando el poder de los dioses. Mientras sus amigos combatían, los ojos de Wulbaif brillaron con una luz plateada, mientras el poder de los dioses inundaba su cuerpo.
- ¡Dioses de Azeroth!,- gritó el paladín. ¡Prestadme vuestro poder! ¡Bendecid esta tierra maldita! ¡Que nuestros enemigos ardan con el fuego divino!
Una neblina naranja surgió de los pies de Wulbaif, extendiéndose por toda la zona que ocupaban los ogros. De repente, un fuego surgió del suelo, quemando a los ogros con el poder divino de los dioses. Los ogros comenzaron a correr, desesperados, en un intento vano de apagar el fuego que consumía sus cuerpos. Aquello dio tiempo a sus compañeros a reagruparse y reponer fuerzas, mientras los ogros caían ardiendo a suelo.
Wulbaif se agachó para recoger su arma.
- ¡Cuidado, Wulf!,- gritó Jezabel de repente.
A pesar del grito de alarma, el paladín fue cogido por sorpresa. El golpe fue tan fuerte, que Wulbaif fue lanzado hacia un lado varios metros, estrellándose contra la pared de roca. Cuando consiguió levantarse, el paladín vio a un gran ogro que había escapado de su hechizo. Era el que le había golpeado con un inmenso garrote que portaba. Sus amigos se dirigían hacia él, para reducirle, pero el ogro tenía la vista puesta en Wulbaif. Con el golpe, el paladín había perdido el yelmo y una herida en la cabeza le cubría el rostro de sangre.
Wulbaif empuñó con fuerza su martillo de guerra y, lanzando un grito, se dirigió a la carrera hacia el ogro. Entrechocaron las armas. Wulbaif esquivaba los ataques del ogro, moviéndose con rapidez, mientras sus amigos se acercaban a ellos. La sangre se le metía en los ojos, no dejando ver a Wulbaif con claridad. Los ataques del paladín no parecían afectar demasiado al ogro.
Antes de que Zadhar y Torvald llegasen hasta ellos, el ogro cogió a Wulbaif con una de sus grandes manos y lo levantó, apretando con fuerza el torso del paladín. Wulbaif gritó de dolor, mientras el ogro volvía a estrellar su cuerpo contra la pared de roca una y otra vez, sin dejar de apretar su mano. La coraza que llevaba le aprisionaba el pecho, impidiendo que respirara. Wulbaif sentía el metal de su coraza cortar su piel, mientras luchaba por introducir aire en sus pulmones. El martillo de guerra cayó de sus manos. El paladín estaba indefenso ante su gran enemigo.
El ogro levantó su gran maza para rematar al paladín. Pero antes de que ocurriera, Wulbaif, reuniendo fuerzas, desenvainó su espada y, gritando, descargó un tremendo golpe hacia abajo, contra el brazo que le tenía aprisionado.
El ogro lanzó un bramido de dolor, mientras su mano caía cortada al suelo. Wulbaif cayó también, luchando por respirar. El ogro le miraba sorprendido, mientras una extraña infección subía por su brazo. Gracias a aquello, Zadhar y Torvald pudieron llegar a ellos a tiempo. Entre los dos acabaron con el gran ogro, que acabó decapitado por una de las hachas del guerrero.
Mientras, Wulbaif, intentaba quitarse la coraza. Jezabel llegó corriendo hasta donde estaba el paladín. Wulbaif estaba de rodillas, tosiendo y escupiendo sangre.
- ¿Estás bien?,- dijo la mujer.
- La coraza….,- dijo Wulbaif entre jadeos,- quítame…., la cor…, la coraza….
Jezabel le desajustó a toda velocidad las correas de la deformada coraza, hasta que se la pudo quitar. Cuando aquello sucedió, Wulbaif sintió como la vida volvía a su cuerpo, aunque el dolor se intensificó con cada bocanada de aire que entraba en sus pulmones. Con un gemido de dolor, cayó al suelo, mientras la sangre volvía a salir por su boca.
- ¡Namis!,- gritó Jezabel.
La elfa y el gnomo, ya liberado, se acercaron corriendo hasta donde estaban sus compañeros.
- Deprisa,- dijo Jezabel. Saca una poción de tu mochila.
- Maldito….,- dijo Wulbaif. Creo que … me ha roto una … costilla.
- No te preocupes,- dijo Jezabel. Te curaremos en seguida.
- No será…, necesario,- dijo Wulbaif poniendo su mano derecha en el lugar donde tenía la costilla rota.
El paladín invocó de nuevo el poder de los dioses. Segundos después, su mano brilló con una luz intensa, mientras sus compañeros oían como la costilla crujía y sanaba por sí sola, gracias al poder de la magia divina de Wulbaif. Zadhar observó incrédulo el estado en el que había quedado la coraza de su amigo.
Wulbaif se levantó, con la camisa ensangrentada allí donde la coraza había cortado su piel y su carne. Tras coger sus armas, el paladín les miró a todos. La herida de la cabeza también había sanado gracias a su magia.
- Vayámonos antes de que vuelva el resto,- dijo Wulbaif.
Todos estuvieron de acuerdo. Con los agradecimientos del gnomo, los compañeros se alejaron del campamento por el sendero que habían tomado para subir. Justo antes de que se marcharan, Wulbaif volvió la vista hacia atrás. Había sentido una presencia en el campamento. Una energía sutil, aunque esquiva. Una presencia que parecía observarlos. Aunque solo había sido un instante. El paladín se preguntó que sería. Sin ninguna respuesta lógica en su mente, Wulbaif se giró hacia sus compañeros y les siguió.
Durante el camino de vuelta, no dijo nada a ninguno de ellos. Era noche cerrada y no quería preocuparles. Además, les quedaba un largo y peligroso camino de vuelta hacia Costasur en plena noche. No les apetecía dormir cerca de un campamento lleno de ogros a los que les acababan de quitar la cena.

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