Tras abandonar el campamento ogro en la Cuenca de la Matanza, el grupo de aventureros puso de nuevo rumbo a Costasur.
Abrían la peculiar comitiva la joven elfa Namis y Jezabell, la poderosa bruja. Un poco más atrás les seguían Torvald, el enano con cabello ígneo del clan Macleod, y Zadhar el guerrero que antaño perteneció a una de las familias más ricas y poderosas de Azeroth. El enigmático paladín Wulbaif cubría la retaguardia al grupo.
Todos habían permanecido en silencio desde que abandonaron la Cuenca de la Matanza. Todos menos uno. El gnomo al que habían salvado de ser la cena de los ogros, no había parado de hablar desde que abandonaron las Montañas de Alterac. El pequeño humanoide respondía al nombre de Grits y era muy nervioso. Era un gnomo joven, con una enmarañada melena negra y con unos ojos verdes muy vivos que dejaban entrever una mente inquieta.
Zadhar, tras abandonar el campamento de los ogros y comprobar que no se encontraba herido, lo acomodó en la grupa de su montura. Una hora después comenzó a arrepentirse de haber decidido ser él quien portara aquella pesadísima carga.
El rescatado no paró de hablar desde que fue rescatado y a estas alturas el guerrero se sabía de memoria su nombre, el de sus padres, su profesión, su lugar de nacimiento y estaba comenzado a sentir un terrible dolor de cabeza.
Para Torvald, que cabalgaba junto al guerrero, era evidente el malestar de éste, lo cual le hacía sonreír aliviado al no ser él aquel que tuviera que soportar al pequeño ser tirando de su capa y parloteando sin parar tras su oreja.
Zadhar no hacía mucho caso a la incesante verborrea del gnomo, estaba demasiado ocupado pensando en sus problemas.
La aventura a la que se enfrentaban esta vez quizás fuera peligrosa, pero no era aquello lo que más le preocupaba, pues su maestría en el manejo de las armas, la habilidad de sus compañeros de viaje y el buen trabajo en equipo darían buena cuenta de cuantos enemigos y dificultades salieran a su paso. Lo que le preocupaba era aquello que pudiera descubrir sobre el pasado de su familia en el Castillo del Colmillo Oscuro.
Había otro problema que le corroía por dentro, aún no sabía si la pista que seguía era de fiar.
Unos días atrás el guerrero había estado tomando más de una cerveza con un viejo amigo enano llamado Mirlok. A Zadhar le gustaba charlar con el viejo enano que regentaba la posada El Cerdo Borracho en el casco antiguo de Ventormenta. Disfrutaba con las historias de sus viajes y oía con atención los sabios consejos del enano. Esa noche en aquella taberna, Mirlok bebía y hablaba sin parar. Fue tanta la cantidad de alcohol ingerida por el viejo enano, que a la hora del cierre fue Zadhar el que tuvo que encargarse de despachar a los pocos parroquianos, casi todos tanto o más borrachos que su amigo enano, y echar el cierre a la taberna.
Mirlok casi no podía dar dos pasos sin perder el equilibrio así que a Zadhar no le quedó más remedio que cargarlo al hombro y llevarlo hasta su casa.
Zadhar lo llevó a su casa, lo subió a su habitación y lo tumbó en la cama. Ya se disponía a salir de la estancia cuando el enano se incorporó en la cama torpemente.
- Zadhar, mi joven amigo Zadhar Kler,- dijo el enano desde el lecho
- Vamos Mirlok, necesitas dormir un poco. Esta noche la cerveza te ha ganado la partida
El guerrero sentía por aquel viejo enano un cariño especial. Él perdió a su padre siendo muy joven y aquel viejo enano, en muchas ocasiones, hacía las veces de padre.
- Zadhar, eres un buen amigo...
Los ojos del enano comenzaban a llenarse de lágrimas.
- Pero que demonios ...
El guerrero se acercó a la cama y se sentó junto a su amigo.
- Mirlok, sabes que no me gustan estas sensiblerías ebrias. ¿Qué demonios te pasa ahora?
Mirlok no pudo contener el llanto y comenzó a hablar entre sollozos.
- No, Zadhar, no son sensiblerías de borracho.
El enano colocó sus manos sobre el hombro del guerrero.
- Todos estos años hemos sido amigos, hemos compartido secretos, historias y tú me has confesado tus sueños. El sueño de recuperar el nombre y todo aquello que antaño perteneció a tu familia.
El enano se limpió las lágrimas con la manga de su camisa. Zadhar fue a abrir la boca con la vana intención de finalizar aquella patética conversación, pero el enano se lo impidió adelantándose a sus palabras.
- Has sido mi amigo, Zadhar y me lo has demostrado en más de una ocasión.
El enano guardó silenció un instante, pero no el suficiente para que su joven amigo zanjará la conversación. Tenía cosas importantes que contarle y gracias a la cerveza había reunido el valor suficiente para hacerlo.
- Hace años que sé cosas, cosas que a ti te gustaría saber, cosas sobre tu familia.
De repente, el joven guerrero mostraba interés, pese a su perplejidad. ¿Acaso eran simples delirios de borracho o realmente sabía aquel viejo enano cosas sobre su familia? Quería hablar, saber y escuchar todo a una misma vez, estaba aturdido.
- Es por eso, por ese secreto que llevo dentro que ahora no sé si acaso soy digno de que me llames amigo.
La voz del enano volvía a ahogarse en un sollozo. No obstante recuperó rápidamente el hilo de la conversación.
- En mi juventud fui muy amigo de tu padre. Conocí a tu madre y a tu hermano. Incluso a ti, pero eras muy pequeño por eso no me recuerdas.
Un recuerdo fugaz abordó la mente de Zadhar. Se vio a sí mismo en el patio de una lujosa casa, en un precioso jardín. Su padre le miraba sonriente y lleno de orgullo. Veía claramente a su padre, alto, fuerte y noble. Veía su cara y era como mirarse en un espejo. Aquel bigote y el pelo castaño cortado al estilo de los nobles, sus ojos marrones llenos de seguridad. Se vía a él mismo en el regazo de alguien, de alguien que era casi como un familiar. Jugaba con las barbas de ese familiar y tiraba de ellas mientras reían juntos. Se veía con cuatro años, sentado en el regazo y tirándole de las barbas a Mirlok.
De pronto el guerrero sintió como un sinfín de sentimientos inundaban su alma. Sentía añoranza, rabia, ternura... todo un amplio abanico de sentimientos canalizados hacia aquel enano borracho que le hablaba entre lágrimas.
El enano volvió a hablar antes de que pudiera decir nada.
- Debes buscar a tu hermano y debes hacerlo pronto,- dijo el enano sin dejar de llorar.
- Mi hermano murió, no llegó a la edad adulta
El guerrero notó como poco a poco se iba sumergiendo en una enorme espiral. Se sentía mareado y no sabía que era todo aquello. Estaba perplejo.
- Busca a tu hermano Zadhar Kler. Busca en el Castillo del Colmillo Oscuro y, cuando vuelvas de la búsqueda, perdóname si puedes.
Dicho esto el enano se volvió a tumbar y pronto sus sollozos dejaron paso a los ronquidos.
Zadhar quiso por un momento despertarlo, quería saber más. Más su perplejidad le impedía reaccionar. Además su amigo estaba más borracho que el vino y cualquiera sabe qué podía haber de cierto y qué de leyenda en aquellas palabras. Pero por otro lado estaba ese recuerdo, el recuerdo de él mismo jugando con un Mirlok mucho más joven, en la casa de su familia y bajo la orgullosa mirada de su padre.
Aquella noche no pudo dormir y, bajo la taciturna mirada de la luna, pasó el tiempo paseando por los canales del distrito de Mercaderes de la ciudad de Ventormenta.
Fue un guardia, que realizaba su patrulla, el que le despertó bien entrada la mañana. Se había quedado dormido en un banco del parque de la ciudad.
Fue a toda prisa a casa de Mirlok. Tenía que volver a hablar con él y esta vez con la compañía inestimable de la sobriedad. No encontró a su viejo amigo en casa. A pesar de la resaca, aquella mañana había madrugado. Se encaminó entonces a la taberna, dándose de bruces con la frustración al encontrarla cerrada a cal y canto. Finalmente, fue un vecino de Mirlok el que le contó que esa mañana lo vio salir temprano, equipado igual que siempre que salía para emprender un largo viaje.
Zadhar estuvo dos días desaparecido. Dos días en los que nadie supo de él y en lo que él solo supo de aquellos recuerdos. Las dudas lo embargaban y tenía que tomar una decisión. El viaje al Castillo era largo y peligroso, aunque sabía que podía contar con la ayuda de la hermandad y de sus habituales compañeros de viaje. Aunque no estaba seguro de si estaría bien arrastrar a sus amigos en esta búsqueda. Ni siquiera sabía qué tan fiable podía ser la pista de un enano borracho que le mintió desde el primer día de conocerse y que tras confesar sus culpas había huido.
No tardó en ponerse en contacto con sus amigos, sus compañeros de viaje, aquellos a los que podía llamar hermanos. No quiso desvelarles gran cosa, pero ellos tampoco hicieron preguntas. Solo les dijo que había descubierto una pista que podría ayudarle a saber que fue lo que pasó con su familia, el porqué de aquella terrible maldición.
-¿Sabes una cosa, Zadhar? Una vez, en Forjaz vi a un enano que...
La voz del gnomo sacó al guerrero de sus pensamientos una vez más. Estaba harto de oírlo contar historias.
- ¡Ya está bien!,- gritó el guerrero girándose hacia el gnomo.- Estoy más que harto de tus historias. ¿Por qué no te callas de una maldita vez? Me está empezando a doler la cabeza y me enfado mucho cuando me duele la cabeza.
El guerrero parecía estar lleno de ira y la penetrante mirada de rabia que lanzó al gnomo hizo que este callara de inmediato. El guerrero se preguntaba cuanto tiempo disfrutaría del silencio. Su pregunta fue respondida en menos de un minuto.
- Mi abuelo, que era un famoso ingeniero, tenía un remedio infalible contra el dolor de cabeza. Sufría continuos dolores de cabeza...
El guerrero hizo parar bruscamente su corcel y se giró de nuevo hacia el gnomo.
- ¡Maldita sea! Me importa un rábano el remedio de tu abuelo. Si no te callas de una maldita vez harás el resto del viaje a pie... así que, tú mismo.
En este punto Torvald estalló en una sonora carcajada al más puro estilo de los enanos.
- Vamos Zad, no seas gruñón. ¿No sería ese mi papel?,- comentó el enano entre risas.
- Tú no tienes que aguantarlo,- contestó el guerrero.
- A mí no me molestan sus historias, tienen su gracia.
El guerrero lanzó una inquisidora mirada al enano de cabello de fuego. Justo cuando Zadhar se disponía a contestarle, Namis se les acercó.
- Creo que deberíamos pensar en acampar. Aún quedan unas horas hasta que amanezca y deberíamos descansar un poco. Más adelante hay un lugar perfecto junto al río. Estamos lejos del Molino de Tarren y el lugar parece seguro.
- No es mala idea,- contestó el guerrero,- así podremos descansar, comer algo y calentarnos junto a buen fuego.
- Lo del fuego será difícil,- comentó Namis.- Con las lluvias y esta maldita humedad, toda la madera estará mojada.
- Eso no es problema,- intervino Torvald.- En una de las alforjas de mi carnero siempre llevo algo de madera seca para estas situaciones.
- Tú siempre tan previsor.
Namis sonrió a Torvald.
Media hora más tarde llegaron al lugar que Namis había elegido para acampar. Zadhar desmontó y consiguió deshacerse del gnomo, al cual dejó a cargo de Torvald. Torvald hizo que Grits le ayudara a encender el fuego, mientras el resto del grupo extendía sus mantas y se preparaban para pasar el resto de la fría noche a la intemperie. Zadhar observó con detenimiento a sus amigos. Estaban allí por él, por ayudarle en su causa y en parte se sentía responsable de lo que pudiera pasarles a cualquiera de ellos.
Torvald y Grits habían terminado su fogata y se encontraban sentados junto a ella. Ambos parecían disfrutar de la compañía mutua y se pasaban uno a otro un odre de aguardiente enano que Torvald había extraído de su mochila. Zadhar se sentó alejado de aquel binomio, pues temía que el aguardiente soltara aún más la lengua del gnomo y este reparara en su persona. El guerrero comenzó a afilar sus hachas sin dejar de observar al grupo.
Namis y Jezabel hablaban en voz baja y la curiosidad se apoderaba del guerrero, pues desde donde estaba, no podía escucharlas, más no quería pecar de entrometido, así que siguió observándolas. El guerrero había aprendido a observar el comportamiento de la gente y era consciente de que si sabías observar a la gente, esta podía desvelarte aquello que quisieras saber sin que tuvieras que ir a preguntar. Entre sus cuchicheos, la elfa y la bruja lanzaban miradas de soslayo al paladín, con lo que el guerrero descubrió que, sin duda alguna, hablaban de él, como la gran mayoría de los miembros de la Hermandad. Wulbaif casi siempre era el centro de las conversaciones y rumores de todos en Villadorada y en Ventormenta.
Zadhar estaba más que acostumbrado al halo de misterio que envolvía al paladín y a su carácter afable, aunque taciturno. Pero también se había dado cuenta de que, quizás, estaba más raro de lo normal. Además estaba empezando a pensar que las dos féminas del grupo sabían algo que él no sabía. Y eso no le gustaba.
A Zadhar le gustaba saber que era lo que pasaba a su alrededor, pues pensaba que esto le ayudaba a estar prevenido para cualquier circunstancia que pudiera surgir, y odiaba que algo escapara a su conocimiento.
Él tenía plena confianza en sus compañeros, pero siempre sintió que Wulbaif no acababa de confiar en él. Muchos dirían que Wulbaif no confiaba casi en nadie, pero eso a Zadhar le traía sin cuidado. Él confiaba en Wulbaif y esperaba de éste lo mismo. El ver a Namis y Jezabel hablando entre ellas y el pensar que quizás ellas supieran algo, que él no sabía lo irritaba y afianzaba su creencia de que el paladín no terminaba de confiar en él.
Zadhar buscó con la mirada a Wulbaif para encontrarlo mirando al río, como si durmiera con los ojos abiertos. Se levantó despacio y se encaminó hacia su amigo.
- Wulf,- comenzó a decir el guerrero,- ¿Por qué estás aquí?
El paladín lo miró, como si acabara de salir de un trance.
- Solo estaba pensando. Me relaja mirar el agua.
El guerrero lo miró en silencio.
- No me refiero a eso, amigo... ¿Por qué me acompañas? ¿Por qué te embarcas en este viaje?
- Porque necesitas de mi ayuda, amigo. Tú viniste a mí en busca de ayuda y yo nunca niego mi ayuda a aquellos a los que puedo llamar amigos.
- Eso es,- contestó el guerrero satisfecho.- Por eso os pedí ayuda a vosotros. Sabes bien, Wulf, que éste es un asunto delicado para mí y que solo puedo recurrir a aquellos que tienen mi confianza. No sé que es lo que puedo descubrir allí. Quizás sea algo de lo que me arrepienta toda mi vida, algo sucio, oscuro... y si es así deberá permanecer enterrado. Sois de mi plena confianza y el mero hecho de que me hayáis acompañado lo demuestra. Pero dime Wulf... ¿Tu, realmente me consideras tu amigo?
Esta pregunta perforó el corazón del paladín y quedo perplejo.
- ¡Pues claro!,- le contestó el paladín indignado.- No sé a que diablos viene semejante pregunta y me ofende.
- Siento ofenderte Wulf, pero espero que me comprendas. Sé que últimamente tienes pesadillas y deben ser horribles, por como gritas por las noches. Hemos compartido habitación y sé por eso de esas pesadillas.
El paladín guardó silencio unos instantes mientras los ojos de su amigo le escrutaban. El guerrero lo tomó del hombro.
- Wulf... Sé que siempre has sido así de raro y perdona la expresión, sé que no te gusta, pero sabes que es mi forma de describirte. Pero, últimamente estás más raro de lo normal. ¿Y sabes porqué te veo más raro de lo normal?
El paladín lo miró, consciente de que su amigo no esperaba que le respondiera. Zadhar seguía con sus ojos castaños clavados en los suyos.
- Porque hay una palabra que te define. Valentía. Nunca te he visto tener miedo a nada, pero últimamente veo el miedo en tus ojos, y no es el miedo a lo que podamos encontrar en este viaje. Es un miedo que va más allá, un miedo a algo que sólo tú sabes. No sé cómo ni porqué, pero tú notas algo... algo que te asusta
Los dos se quedaron callados con las miradas clavadas el uno en el otro, y continuaron así un minuto que se tornó eternidad. Finalmente fue el guerrero el que rompió el silencio.
- Ha llegado la hora de que me cuentes que pasa, que es eso que sientes. Si va a pasar, algo quiero estar prevenido.
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