jueves, 8 de mayo de 2008

11. Sinceridad

Tres noches después, los compañeros estaban acampados en el campamento de los magos de Dalaran. Zhuomar había quedado impresionado con la historia de lo que había ocurrido en el castillo. Y, sobre todo, le había agradado mucho que el mal de aquel sitio hubiera recibido aquel fantástico golpe.
Zadhar estaba en el límite del campamento, solo. Intentaba asimilar todo lo que había vivido aquellos días.
- ¿Porqué no me lo dijiste, Mirklo?,- se preguntaba el guerrero. ¿Porqué no me lo contaste?
- ¿Estás bien?,- preguntó Wulbaif.
El guerrero se giró sobresaltado.
- Sí. No pasa nada. Es que…
- Lo entiendo,- dijo el paladín. Han sido demasiadas emociones, demasiados asuntos ocultos. Necesitas tiempo para adaptarte…
- Tú lo has dicho, Wulf,- dijo Jezabell acercándose al paladín desde atrás. Demasiados asuntos ocultos.
El paladín se giró y vio a sus amigos acercarse a ellos.
- Sí,- dijo Torvald. ¿Cómo conocías ese veneno?
- ¿Y a qué se refería mi… hermano con lo de que tú volverías a ser la criatura que eras antes?,- dijo Zadhar.
Wulbaif se quedó pensativo, con la mirada perdida. La niña, que no se había separado del paladín en ningún momento, se cogió de sus manos.
- Wulf,- dijo Namis. Ha llegado la hora de que nos cuentes todo, ¿no crees?
- No podéis pedirme eso,- dijo el paladín.
- Vamos, muchacho,- dijo Torvald. Somos compañeros, hermanos de armas. ¿Aún no has aprendido a confiar en nosotros?
- Confío plenamente en vosotros, Torvald,- dijo Wulbaif. Os confiaría mi vida a todos vosotros, sin dudarlo. Pero, esto…
- Por favor, Wulf,- dijo Jezabell. No vuelvas a decir que tu pasado es muy complicado. Cuéntanos, ¿qué te atormenta? ¿De qué tienes miedo?
- ¿Tienes miedo de nosotros?,- preguntó Zadhar.
- No. Temo vuestra reacción a saber la verdad de mi pasado.
Wulbaif volvió a quedarse callado, pensativo, hundido en sus pensamientos. Tal vez había llegado la hora de sincerarse con sus amigos, al menos, con aquellos.
- ¿Qué visteis en los vampiros del castillo?,- preguntó de repente Wulbaif. ¿Qué visteis en sus ojos?
- ¿A qué te refieres?,- dijo Zadhar. Vimos vampiros, vimos seres malignos.
- Yo me vi a mí mismo,- dijo Wulbaif con una amarga sonrisa en sus labios. Vi mi pasado.
Sus amigos se quedaron callados.
- Fui el General del Batallón de Sangre de Arthas,- dijo Wulbaif. Fui un vampiro al servicio de la Plaga.
Sus compañeros estaban en silencio, conmocionados por lo que el paladín acababa de decir. De repente, Namis se acercó a él, con lágrimas en los ojos.
- Maldito,- dijo la elfa. ¡Tú mataste a mi pueblo!
La mujer elfa abofeteó el rostro del paladín, que recibió los golpes con estoicismo, sin defenderse. Fue Jezabell quien apartó a la elfa de Wulbaif. Namis cayó al suelo llorando, mientras el resto miraba a Wulbaif con miedo, tal y como el paladín había sospechado que pasaría. Un hilo de sangre le salía de su boca, consecuencia de los golpes de Namis.
- Por eso no quería contaros nada,- dijo Wulbaif. Ahora me teméis, aunque no hay motivo. Aún así, os contaré todo.
Wulbaif les contó todo lo ocurrido durante el final de la Gran Guerra, su caída en el Abismo y su resurrección, a cargo de los dioses. Les contó todo sobre su condena y su maldición. Ellos escucharon todo en silencio, excepto por Namis, que seguía llorando.
- Eso es todo lo que queríais saber,- dijo Wulbaif quitándose el destrozado tabardo de la Hermandad.
- ¿Porqué te quitas el tabardo?,- preguntó Jezabell.
La bruja fue la única en poder articular palabra, tras unos segundos. Wulbaif permanecía en silencio, mientras doblaba el tabardo con cariño. Tras doblarlo, el paladín observó el símbolo que había dirigido los últimos años de su vida. El grifo dorado, desgarrado por los últimos combates. Wulbaif lo acarició con los dedos, después, se lo tendió a Jezabell, en silencio.
- Pero, ¿qué haces?,- preguntó Jezabell.
- He perdido vuestra confianza,- dijo Wulbaif mientras se giraba para marcharse. Eso es algo que nunca voy a poder recuperar. Es mejor que me marche, que me aleje de vosotros. Estaréis mejor sin mí. Ya no tengo derecho a volver con vosotros a la Hermandad. Buscaré mi perdón en otro sitio.
Zadhar vio como su amigo se marchaba, internándose en al oscuridad del bosque, con un nudo en la garganta. Jezabell lloraba también, igual que Namis. Torvald, el enano del clan Macleod, se quedó sin hablar, sin saber qué decir, mientras Wulbaif se marchaba.
La niña seguía cogida de la mano de Wulbaif. El paladín intentó que se marchara, que volviera con los otros.
- Tienes que ir con ellos,- dijo Wulbaif. Estarás más segura que conmigo.
Pero la niña no hacía caso. Lo miraba con calma y tranquilidad, sin soltar su mano.
- Has escuchado lo que fui una vez,- dijo el paladín. ¿No me tienes miedo?
La niña negó con la cabeza y, con una sonrisa, se abrazó a Wulbaif.
- Está bien,- dijo Wulbaif. Ven conmigo. Junto a mí, no tienes nada que temer.
Wulbaif siguió andando, en la oscuridad. Se dirigiría hacia el sur, hacia las montañas. Intentaría buscar un nuevo hogar en Forjaz, la capital del gran reino de los enanos.
Namis se levantó, con lágrimas en los ojos. Se dio cuenta de que Wulbaif se había marchado. Sin decir nada, la elfa corrió, detrás del paladín. Tras varios minutos de carrera, Namis alcanzó a Wulbaif en el bosque, cortándole el camino. Wulbaif se quedó parado, en pie, sin hacer nada, mientras Namis le apuntaba con una flecha preparada en su arco. La niña miraba asustada a Namis.
- Adelante, Namis,- dijo Wulbaif. Apunta bien al corazón. No vaciles.
Namis temblaba y lloraba al mismo tiempo. La elfa luchaba por no disparar al paladín.
- Vamos, Namis. Hazlo,- dijo Wulbaif con calma. Acaba con tu sufrimiento y con el mío. Lo único que te pido es que cuides de esta niña, nada más.
Namis lloraba amargamente. La elfa bajó el arco, disparando la flecha hacia el suelo, donde quedó clavada. Namis cayó de rodillas al suelo, mientras lloraba. Wulbaif se acercó a ella y se arrodilló a su lado.
- No llores, Namis,- dijo Wulbaif. ¿Por qué no lo has hecho? Tenías todo el derecho de acabar con mi vida.
- No podía matarte,- dijo Namis entre sollozos.
- Debiste hacerlo. Debes hacerlo.
- No…,- dijo Namis. No…
- Lo siento. Siento mucho todo el mal que le causé a tu pueblo, Namis. No hay dolor suficiente en el mundo para pagar por todo aquello. Cada día que me levanto, imploro el perdón para mí, y admito mi castigo por mi pasado.
- No te vayas,- dijo Namis. Quédate con nosotros.
- No puedo, Namis. Ahora no. Tengo que marcharme.
- No te dejaré. No voy a dejar que te vayas.
- No, Namis. No puedo quedarme. Ya no. No volveréis a confiar en mí. Ya no puedo estar a vuestro lado sin que me miréis con desprecio y odio.
- No has perdido nuestra confianza. La mía no.
- Ni la nuestra,- dijo Jezabell detrás de ellos.
Ambos se giraron. Jezabell, Zadhar y Torvald estaban allí, de pie, observando la escena.
- Quédate,- dijo Zadhar. Tu secreto estará a salvo con nosotros.
- Sí,- dijo el enano. No se lo diremos a nadie. Tú eres nuestro hermano de armas. No creas que vamos a dejar que te diviertas tú solo por ahí, sin contar con nosotros.
Jezabell se acercó a ellos y le tendió el tabardo a Wulbaif.
- Ten,- dijo la mujer,- creo que se te ha caído. Mañana te lo coseré.
Wulbaif cogió el tabardo, mientras las lágrimas afloraban a sus ojos. Se levantó y se lo volvió a poner.
- Gracias,- dijo Wulbaif.

No hay comentarios: