Durante cuatro días, cabalgaron hacia el este, hacia el bosque de los Argénteos, donde se encontraba su destino. Durante aquellos cuatro días, aprovecharon el calor del sol en los últimos días del otoño, mientras, al acercarse, podían ver unas negras nubes sobre el bosque.
Wulbaif no volvió a tener ninguna pesadilla más, gracias al brebaje del gnomo que habían rescatado en las cumbres de Alterac. Incluso el humor del paladín, otras veces, triste y taciturno, se había vuelto un poco más relajado, más distendido, compartiendo las bromas de sus compañeros. Jezabell tampoco había vuelto a soñar con las cicatrices del cuerpo de su amigo, pero le preocupaban todos los rumores que circulaban sobre él, no porque le tuviera miedo, sino por el afecto que sentía por Wulbaif.
La mujer quería al extraño paladín. No de forma amorosa, pues Jezabell estaba prometida con Therzeon, uno de los magos de más poder de la Hermandad, y que ostentaba uno de los rangos más altos dentro de la jerarquía de la misma. Pero Jezabell sentía una afinidad con Wulbaif que no sentía con nadie más. Y le asustaba que alguno de los rumores que hablaban sobre el pasado del paladín fuesen verdad.
Durante las jornadas de viaje, Zadhar les habló de lo poco que recordaba de su familia. Sus padres, su hermano, su hogar… Cada vez que lo hacía, Wulbaif se sumía en la tristeza, recordando el combate con el vampiro y de la revelación que le había hecho. El Maestro Kler gobernaba en el Castillo del Colmillo Oscuro. ¿Sería un familiar de Zadhar? Si era así, sería un golpe muy duro para el valiente guerrero. Wulbaif seguía pensando en la forma de decirle a su amigo lo que había descubierto. Pero aún no les había dicho nada a ninguno sobre la visita del vampiro al campamento en las laderas de Trabalomas, cuando volvían a Costasur después de rescatar al gnomo.
Al atardecer del cuarto día de viaje, los compañeros llegaron a la linde del bosque de los Argénteos. Se encontraron con un gran campamento lleno de actividad. Humanos, elfos y gnomos se movían por doquier. Todos llevaban una túnica roja, que los delataba como miembros de la Orden de Dalaran, una antigua cofradía de magos, que luchaba contra la Plaga.
Uno de los elfos se les acercó.
- Sha matthra, Hul-lud,- dijo el elfo saludándoles con la mano. Bienvenidos.
- Gracias,- dijo Wulbaif, que iba el primero.
- ¿Qué os trae a estas tierras desoladas?
- Una misión,- dijo Wulbaif. ¿Podríamos pasar la noche en vuestro campamento? No queremos continuar de noche por el bosque.
- Por supuesto,- dijo el elfo. Avisaré a Zhuomar, el jefe del destacamento. Estoy seguro de que querrá hablar con vosotros. Por favor, seguidme.
Los compañeros desmontaron y llevaron las monturas a un pequeño establo habilitado entre las tiendas de campaña. Tras dejar a los animales, el elfo les guió hasta una de las tiendas centrales.
- Zhuomar,- dijo el elfo en la entrada,- un grupo de viajeros ha llegado al campamento. Solicitan pasar la noche aquí.
Un humano salió de la tienda. Era un hombre mayor, de unos sesenta años. De largo pelo blanco y mirada pálida. El hombre les miró a todos y los saludó con la mirada. Imperceptiblemente, la mirada del viejo mago se detuvo en el rostro de Wulbaif.
- Será un placer compartir nuestra cena con los miembros de la Hermandad de los Caballeros del Grifo,- dijo el mago. Por favor, pasad a la tienda y descansad de vuestro viaje.
Los cinco entraron en la tienda, acompañados de Zhuomar y del elfo.
- Thanariël,- dijo Zhuomar,- envía a alguien con comida y bebida para nuestros huéspedes.
El elfo se retiró, tras hacer una reverencia.
- Bien,- dijo el mago una vez solos. ¿Qué os trae a esta tierra maldita?
- Vamos hacia el Castillo del Colmillo Oscuro,- dijo Jezabell. Tenemos algo que hacer allí.
El mago los miró con cara de asombro.
- No me imagino qué negocios tiene una hermandad como la vuestra en un lugar tan siniestro y maligno como el Castillo del Colmillo Oscuro.
- Es un asunto particular,- dijo Zadhar.
El guerrero no quería desvelar todo a un desconocido.
- Supongo que tendréis vuestras razones para ir allí,- dijo Zhuomar. Aunque en mi opinión, es una locura. Esta noche podéis descansar aquí. No hay problema. Tenemos sitio de sobra. Aunque os sugiero que no os alejéis de los límites del campamento durante la noche. Cuando la luz del sol se desvanece, oscuras criaturas nos acechan. No se atreven a entrar al campamento, debido a los hechizos de mis magos, pero no puedo garantizar vuestra seguridad fuera de los límites del campamento.
- Gracias,- dijo Jezabell. Estaremos en deuda con vosotros.
- No tiene importancia. Como ya he dicho tenemos sitio de sobra. Varios de mis hombres están buscando a una criatura que salió del bosque hace seis noches y aún no ha vuelto.
- ¿Una criatura?,- dijo Namis. ¿Qué criatura?
- No lo sabemos con seguridad. Volaba muy alto y envuelto en una nube de oscuridad, pero pensamos que podría ser un vampiro. Es extraño que no haya regresado aún. Esa criatura es demasiado lista como para que le sorprenda el amanecer fuera de su refugio.
Wulbaif seguía la conversación en silencio. Sabía a quien se refería Zhuomar. Era el vampiro que les había atacado aquella noche. ¿Cómo había podido ir tan lejos? ¿Tal vez los buscaba a ellos? ¿Le habría enviado el tal Maestro Kler? Eran demasiadas preguntas para las que no quería saber la respuesta. Y una cosa más estaba por llegar. Wulbaif sentía el dolor pasado de la gente que murió en el interior del bosque. Sabía que lo peor estaba por llegar. El ataque de dolor estaba próximo y no quería que sus amigos viesen aquello. Tenía que buscar una excusa para alejarse del campamento.
En aquel momento, Thanariël y dos magos más entraron en la tienda portando comida y bebida para ellos. Wulbaif aprovechó el momento para salir de la tienda y alejarse del campamento, pero Jezabell salió detrás de él.
- ¿A dónde vas?,- preguntó la mujer.
- A dar un paseo,- dijo Wulbaif. No tengo hambre.
- ¿Te ocurre algo?
- No, tranquila. Estoy bien. Es que necesito estirar las piernas. Llevamos muchos días cabalgando.
Jezabell le miró a los ojos. Wulbaif rezaba por que el dolor esperase a que estuviese solo. Presentía que aquel ataque sería muy fuerte y no sabía si podría aguantar lo suficiente para que la mujer no lo viese.
- Esta bien,- dijo Jezabell sonriendo. Pero no te alejes demasiado. Ya has oído a Zhuomar.
- Estaré de vuelta antes de que anochezca, te lo prometo. Además,- dijo Wulbaif agarrando su espada,- no voy a estar desarmado.
Tras acariciar el rostro del paladín, Jezabell volvió a la tienda, mientras Wulbaif se apresuraba a salir del campamento y a alejarse todo lo posible. Sentía en su estómago el inicio del dolor.
Apenas se había alejado unos cien metros, cuando el dolor se intensificó y cayó de rodillas al suelo. Wulbaif desenvainó la espada y la clavó en el suelo, con fuerza. Otro de los poderes de aquella maldita espada era el de proteger a su dueño cuando éste no podía luchar por sí mismo.
Instantes después de clavar la espada, una corriente de dolor recorrió su espina dorsal. Wulbaif apoyó sus manos en el suelo, mientras un dolor intenso inundaba su cuerpo. Mientras, la espada comenzaba a realizar su tarea. Una neblina morada surgió de la hoja, creando un área de protección alrededor del paladín.
Wulbaif boqueaba, intentando respirar. Los pulmones le ardían de dolor, el cerebro le martilleaba, sus músculos se agarrotaban, impidiendo que se moviera. Aquel ataque era demasiado fuerte. En aquel bosque había habido demasiadas muertes, demasiado dolor acumulado. Wulbaif luchaba para que su cuerpo se adaptara al dolor, pero en aquella ocasión le estaba costando más de la cuenta. Una bocanada de sangre inundó su garganta. Lo último que el paladín vio antes de desmayarse por el dolor, fue su sangre brotando de la boca, hacia el suelo…
- ¿Dónde está?,- dijo Zadhar.
- Ha ido a pasear,- dijo Jezabell sentándose junto a sus amigos. Dice que necesita estirar las piernas.
- Vuestro amigo es muy temerario,- dijo Zhuomar.
- Es muy diestro en la lucha,- dijo Torvald mientras arrancaba un gran pedazo de carne asada de la fuente.
- No lo pongo en duda,- dijo el mago. Aún así, me ha parecido ver algo extraño en él.
- ¿Extraño?,- dijo Namis. ¿En qué sentido?
- No estoy seguro. He visto una pena y una tristeza en él poco comunes. Como si el dolor de esta tierra cayera sobre él como una losa.
Ninguno dijo nada. Todos siguieron comiendo. Jezabell supo ahora porqué Wulbaif se había marchado del campamento. El dolor y la muerte del lugar lo agobiaban.
Wulbaif se despertó. Aún jadeaba por el dolor. No sabía cuanto llevaba inconsciente, pero la noche se cerraba sobre él y una extraña niebla inundaba el claro del bosque en el que se hallaba. El paladín se levantó con cierto esfuerzo. Miró a su alrededor. No parecía el mismo bosque en el que se desmayara y su espada había desaparecido. Eso fue lo que más lo alarmó. Nadie la había podido coger. Extrañado, Wulbaif observó la oscuridad entre los árboles, cuando de pronto, se vio a sí mismo, corriendo, con una espada de hoja negra en su mano, mientras cuatro elfos nocturnos le perseguían. Las plateadas hojas mágicas de las lanzas de los elfos brillaban en la oscuridad de la noche.
De repente, Wulbaif recordó aquella escena. La tenía grabada a fuego en su mente. Fue la noche de la última batalla de la Gran Guerra. La noche en la que la Alianza derrotó a las fuerzas de Arthas. La noche en la que debió morir.
El Wulbaif del pasado dejó de correr y se giró, para enfrentarse a los elfos nocturnos que le perseguían. Con un gesto de odio en su rostro, Wulbaif atacó a sus perseguidores con rápidas estocadas de su espada negra. Los elfos paraban y desviaban todos los ataques de su enemigo. Wulbaif recordaba aquella pelea, la última de su vida anterior. Durante unos minutos, el Wulbaif del pasado resistió ante sus enemigos, pero al final, su espada se rompió, y las lanzas élficas atravesaron su cuerpo. Wulbaif sintió el dolor de aquella noche. Recordó el punzante dolor que sintió cuando las lanzas de plata le arrebataban la vida.
Aquella noche debió morir, pero los dioses no se lo permitieron. No entraba en los planes de los dioses que uno de los generales más temibles del ejército de Arthas muriese sin más. Debía pagar su castigo por la sangre que había derramado.
Mientras tres de los elfos nocturnos despedazaban el cadáver inerte del Wulbaif del pasado, el cuarto se giró hacia él, como si pudiese verlo.
- Debes volver a casa,- dijo el elfo mirando hacia el paladín. Tu Amo te reclama.
Wulbaif se despertó sobresaltado. Un sudor frío recorría su piel. El paladín jadeaba, presa del miedo. Se hallaba en el interior del círculo de niebla morada que su espada había creado para protegerle. La noche cerrada inundaba el bosque. Wulbaif se levantó, temblando. Jamás había tenido un sueño como aquél. El paladín estaba aterrado. Su cuerpo ya se había adaptado al dolor de aquella tierra, pero le inquietaba el extraño sueño que acababa de tener. Sacó su espada de la tierra y volvió a envainarla. La neblina morada que lo rodeaba desapareció. Wulbaif se dirigió hacia el campamento, para pasar la noche. Le esperaban unos días muy duros.
Cuando llegó al campamento, el silencio imperaba en él. Había guardias y centinelas vigilando el perímetro. Algunos le saludaron cuando pasó a su lado, otros, en cambio, apenas le dirigieron la mirada. El paladín tenía frío. Se acercó a una de las hogueras que ardían en el centro del campamento. Era tarde y tenía hambre. Pero no quería despertar a nadie. Se sentó junto al fuego para calentarse. Al menos eso, lo podía conseguir sin molestar a sus amigos ni a los magos. El paladín alimentó un poco el fuego con más madera.
- Ha sido un largo paseo,- dijo una voz a sus espaldas.
Wulbaif se giró. Zhuomar estaba de pie, tras él.
- ¿Puedo sentarme a tu lado?
- Claro,- dijo Wulbaif.
El viejo mago se sentó a su lado, en una piedra, y tendió las manos hacia el fuego, para calentarlas.
- Jamás había conocido a nadie como tú,- dijo Zhuomar.
- ¿A qué te refieres?
- Nunca conocí a nadie que paseara por este bosque tan tranquilamente como tú. Ni siquiera mis hombres se atreven a hacerlo durante la noche.
- No he estado alejado del campamento.
- ¿Estáis dispuestos a seguir hacia Colmillo Oscuro?
- Sí. No podemos regresar hasta terminar nuestro trabajo allí. Se lo prometimos a Zadhar.
- Ya veo. Será un viaje muy peligroso. Puedo daros algunas indicaciones.
- Serán bienvenidas.
- Seguid por el camino hacia el este, hasta que lleguéis a la aldea Piroleño, está en la falda de la montaña en la que se encuentra el castillo. Tardaréis unos tres días en llegar, más o menos. Pero debéis de tener mucho cuidado, sobretodo por las noches. El bosque se llena de hombres lobo.
- ¿Hombres lobo?
- Si. Hemos dedicado mucho tiempo a saber de donde vienen. No hemos podido concretarlo con seguridad, pero todo parece indicar que proceden del castillo.
- Entiendo,- dijo Wulbaif. ¿Hay algún pueblo antes de llegar a Piroleño?
- Amistoso no. Hay algunas granjas y el antiguo Sepulcro de Valnar, pero están bajo el control de la Plaga. No os aconsejo que os acerquéis allí. No deberíais abandonar el camino. Cerca de Piroleño hay un pequeño campamento de mi Orden. Os daré una misiva para ellos. Os ayudarán en lo que puedan.
- Gracias, Zhuomar,- dijo Wulbaif.
- Haremos algo más,- dijo el mago. Necesitaréis mejores armas para enfrentaros a los hombres lobo y vampiros que pueblan el bosque. Os encantaremos las armas para…
- La mía no será necesario encantarla,- dijo Wulbaif. Ya lo está. Pero te agradeceré que encantes las de mis amigos.
- Claro. No hay problema. Bueno, creo que es hora de que me vaya a dormir. Mi viejo cuerpo ya no aguanta trasnochar tanto.
- Antes de que te vayas, me gustaría preguntarte algo,- dijo Wulbaif.
- Por supuesto.
- ¿Has oído alguna vez el nombre de Maestro Kler?
Zhuomar miró a Wulbaif con una extraña expresión en sus ojos.
- ¿Dónde has oído ese nombre?
- El vampiro del que hablabas esta tarde,- dijo el paladín,- no regresará nunca. Yo le maté.
- ¿Cómo dices?
Wulbaif le relató al mago el combate con el vampiro y la extraña revelación que hizo antes de morir.
- Eres aún más increíble de lo que había imaginado, Wulbaif,- dijo Zhuomar. Por tu descripción, ese vampiro debía de ser Nalthross, uno de los más poderosos del castillo. Y le derrotaste tú solo.
- Sí,- dijo Wulbaif. Había dejado incapacitados a mis amigos. Tenía que ayudarles.
- El Maestro Kler es el amo del castillo,- dijo Zhuomar tras unos segundos de silencio. Controla a cada vampiro y licántropo de este bosque.
- ¿Es un vampiro?
- No lo sabemos. Nadie ha podido verle jamás. Al menos, nadie que estuviese vivo. Lo único que se sabe de él es que apareció de repente hace algunos años, justo al final de la Gran Guerra, y se adueñó del bosque. Hay muchas historias de ese castillo, Wulbaif. Y todas son horribles. Os pido que no vayáis.
- El apellido de Zadhar es Kler,- dijo Wulbaif mientras miraba fijamente las llamas de la hoguera. Si algún familiar suyo está sembrando el terror en esta tierra, es su deber destruirlo. Por eso hemos venido hasta aquí.
- Entiendo,- dijo el anciano. Tenéis una misión muy complicada ante vosotros. Os deseo toda la suerte del mundo. Hasta mañana, Wulbaif.
- Hasta mañana, Zhuomar. Que descanses.
El mago se marchó hacia su tienda, con paso cansado. Thanariël le esperaba dentro.
- ¿Debemos actuar contra él, Zhuomar?,- dijo el elfo cuando el viejo mago entró en la tienda.
- No,- dijo Zhuomar. Tal vez, en un tiempo, fue un servidor del mal. Pero ahora solo es un alma atormentada. Dejemos que sigan su camino. Si es miembro de los Caballeros del Grifo, no puede ser malvado.
- Aún así, es un ser extraño,- dijo el elfo observando a Wulbaif desde lejos.
- Es un ser consumido por el dolor y la culpa,- dijo el anciano.
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