Torvald forcejeaba con la puerta del calabozo. Se hallaba encerrado junto con Namis y con Jezabell. La bruja aún no se había despertado. Namis había asegurado que la flecha tenía un veneno paralizante, no letal. Aunque la dosis parecía demasiado alta. La elfa había extraído la flecha y había intentado curar la herida, pero algo no iba bien. Su magia curativa no funcionaba dentro de aquella celda. Lo que más preocupaba a la elfa era que la herida se infectase.
- Maldita sea,- dijo Namis. No sé que ocurre, pero no la puedo curar.
- Debemos salir de aquí cuanto antes,- dijo Torvald.
Namis desgarró su capa, improvisando algunas vendas para tapar la herida de Jezabell.
- Al menos la hemorragia se detendrá,- dijo la elfa, acariciando el cabello de la bruja.
- No te preocupes,- dijo el enano. Zadhar está de camino. Aunque creo que está como una cabra, aún no me explico lo que le pasó.
- Un simple hechizo,- dijo Namis. Alguien lanzó un conjuro para confundir su mente. Jamás se atrevería a golpear a Wulbaif, ni a atacarnos a nosotros.
- Lo sé,- dijo Torvald. Lo sé.
- Pronto vendrá. Pero está solo. Debemos idear la manera de escapar de aquí.
Torvald volvió a golpear la puerta con sus puños. Era de madera recia, demasiado recia para su fuerza.
- Maldita sea,- dijo el enano. ¿Y dónde demonios han llevado a Wulbaif? ¿Por qué no le han encerrado con nosotros?
- No lo sé,- dijo Namis entristecida. Temo por él.
- Ah, Wulbaif no se dejará matar tan fácilmente.
- Lo sé. No es eso lo que me preocupa.
Torvald miró a la elfa.
- Ya sabes lo que cuentan de él,- dijo Namis. ¿Y si algo de lo que dicen es cierto?
- Vamos, Namis. Si tuviéramos que creer todo lo que dicen de él…, entonces Wulbaif sería desde un demonio antiguo, hasta un ángel vengador enviado por los dioses.
- Ya lo sé, Torvald. Pero…, ¿y si su mente está dividida? ¿Y si fue siervo del mal? Recuerda lo que Zhuomar nos dijo.
- ¿Temes que se vuelva malvado? ¿Temes que se vuelva contra nosotros?
- Espero que no,- dijo Namis abrazándose las piernas. Si eso ocurriera, no creo que ninguno de nosotros fuera capaz de derrotarle.
- Él no se volverá malvado. Estoy seguro de que escapará y nos sacará de este tremendo lío, como casi siempre.
- Espero que tengas razón, Torvald.
Wulbaif permanecía colgado en una celda, solo. Las cadenas aprisionaban sus muñecas. El frío inundaba su cuerpo. Le habían quitado la armadura y su espada. En la soledad de la celda, el paladín estaba preocupado por sus amigos. Sobretodo por Jezabell y por Zadhar. El guerrero estaba solo. Era un buen luchador. Pero no podría con todos en aquel castillo. Además, Wulbaif sospechaba que la mente del guerrero estaba ofuscada por algún hechizo. No había otra explicación para su comportamiento. Tenía que salir de allí, pero ¿cómo? Había intentado usar su fuerza y su magia, pero era imposible. Había algo en aquella celda que bloqueaba todo tipo de magia, incluso la magia divina.
En aquellos pensamientos, Wulbaif oyó como alguien abría la puerta de la celda. El brujo que los atrapara entró, con la capucha echada sobre la cabeza, apoyándose en un bastón de madera negra. Un olor a podredumbre inundó las fosas nasales de Wulbaif, cuando el brujo se acercó a él.
- ¿General?,- dijo el brujo. Celebro ser vuestro anfitrión.
Wulbaif lo miraba en silencio.
- Seguramente, no me recuerdes,- dijo el brujo. Hace mucho que nos vimos por última vez y…, mi aspecto era algo distinto.
El brujo se quitó la capucha para dejarse ver. Wulbaif vio horrorizado que aquel brujo estaba muerto. Al menos su cara lo estaba. Era un zombie. La cara de aquel ser estaba medio podrida, mostrando partes del hueso de la mandíbula entre su piel ennegrecida. Sus ojos, vacíos y sin vida, miraban al paladín atentamente.
- No sé quién eres,- dijo Wulbaif arrugando la nariz. No sé de qué me hablas.
El brujo rió.
- Vamos, General. No insultes mi inteligencia. Tú eres el gran Wulbaif, General y Jefe del Batallón de Sangre, el Cuerpo de Élite de Arthas.
Wulbaif miró al brujo sorprendido. ¿Cómo sabía quién era?
- Imagínate mi sorpresa, cuando nuestro Amo se puso en contacto conmigo, para comunicarme que vendrías a mis dominios. Me encargó la misión de volver a acogerte en nuestro seno. Todos te tomaban por muerto, General. Se decía que caíste ante los elfos en la noche de la última batalla. Pero veo que no fue así.
- Te equivocas. No soy quien dices. Soy Wulbaif, paladín de la Hermandad de los Caballeros del Grifo. Soy defensor de la…
- ¡Cállate!,- gritó el brujo de repente. Quizás esa falsa identidad, esa falsa apariencia, sirva para los estúpidos mortales, General, pero no para mí.
El brujo observaba a Wulbaif detenidamente.
- Sí,- dijo el brujo. No me explico como, pero has anulado la Sed. Has podido viajar en compañía de los mortales, sin que éstos supieran lo que de verdad eres… Increíble. Tú y yo sabemos quién eres en realidad, General.
- ¿Qué es lo que quieres?
El brujo volvió a reír.
- No se trata de lo que yo quiero, General, sino de lo que nuestro Amo desea. El rey Exánime está formando un nuevo ejército en el norte, General. Él desea que tú lo mandes hacia la victoria sobre la Alianza. Ah, los buenos tiempos volverán…
- No.
- ¿Cómo?
- No volveré atrás. Me libré de mi maldición. Los dioses me la quitaron.
- Claro que sí. Volverás con nosotros. Los dioses te quitaron tu poder, te quitaron la inmortalidad, pero yo puedo volver a dártelo todo. Solo tienes que desearlo.
- No.
- No estás en disposición de negarte, General.
- Yo no soy general. No me llames así.
El brujo lo miró enfurecido.
- Tú volverás a nosotros, General,- dijo el brujo de forma despectiva. Tus amigos siguen aquí, atrapados. Sus vidas no me importan en absoluto. Regresa a nosotros, y yo te los daré a todos, para que sean tus esclavos. Estoy seguro de que las mujeres serán buenas esclavas, ¿verdad, General?
- Tócalas y te mato,- dijo Wulbaif.
- Si no te conviertes a nosotros, los verás morir a todos, y luego, morirás tú. Tienes hasta mañana por la noche, General. Decide bien.
El brujo se giró para marcharse.
- ¿Qué le hiciste a Zadhar?,- preguntó Wulbaif. Confundiste su mente. ¿Por qué?
- La mente de mi hermano no es asunto tuyo, General.
- ¿Tu hermano?
- Sí, mi hermano menor.
- Tú no eres su hermano. Zadhar es el primogénito de su familia.
- Eso es lo que él cree, como todos. Mis padres tuvieron un hijo antes de Zadhar. Me tuvieron a mí. Pero, digamos que… mis aficiones, no eran del agrado de mi padre. Zadhar tenía dos años cuando mi padre me desheredó y me echó de casa. Aquel día juré que me vengaría de mi familia. Fue Khel’tuzad, el nigromante, quien me dio el poder y la posibilidad de efectuar mi venganza. Fui yo quien asesinó a toda mi familia, excepto a Zadhar. De no haber sido por aquel estúpido enano, amigo de mi padre, Zadhar ya estaría muerto. Pero eso pronto estará solucionado. Mi hermano llegará mañana por la noche y mi venganza será completa.
El brujo se marchó, dejando a Wulbaif sumido en la desesperación. La vida de sus amigos estaba en sus manos, pero el precio…, era demasiado alto. No volvería atrás. No podía. Tenía que escapar de allí, pero… ¿cómo? Wulbaif lloraba, implorando a los dioses su ayuda.
- Ayudadme, por favor, ayudadme. No lo hagáis por mí, hacedlo por ellos. No dejéis que mueran…
Wulbaif se despertó. Su cuerpo estaba dolorido y maltratado. Poco a poco, se levantó del frío suelo en el que se hallaba. Estaba en un lugar extraño. Una gran sala dorada, con columnas y un trono en el centro. El trono estaba vacío. Junto al trono, había un pequeño altar, y sobre el altar, reposaba una extraña espada.
Wulbaif estaba desnudo. Su cuerpo estaba surcado por cientos de cicatrices. No sabía de donde habían salido. Entonces, recordó el atroz dolor que sufrió cuando aquel Ser le dijo que estaba condenado. ¿Habría sido un sueño?
Wulbaif se fijó de nuevo en la espada. Había algo en ella que lo asustaba. Era de factura nórdica, como la que él había usado hacía muchos años, antes de que la Oscuridad se adueñara de él, antes de que la Sed del Vampiro se adueñara de su corazón. Wulbaif no había sido siempre vampiro. Antes, fue un gran caballero de la Mano de Plata, una antigua orden de caballeros, ahora extinguida, que protegía el norte de Azeroth del Mal.
Wulbaif observó que una extraña niebla morada envolvía la hoja de la espada. Oía una extraña voz en su mente. Una voz femenina. Wulbaif creyó que era la espada. Aquello lo asustó más. Wulbaif se apartó de ella, como si fuera una serpiente venenosa. Entonces, un fajo de ropa cayó a sus pies.
- Vístete,- dijo alguien.
Wulbaif levantó la mirada y se encontró con un extraño ser. Un hombre, alto, con ojos plateados y brillantes. Vestía una armadura de oro, muy decorada. En su rostro había una inmensa paz y sus ojos reflejaban una sabiduría infinita.
Wulbaif cogió la ropa y se vistió lentamente, ante la atenta mirada de aquel ser.
- ¿Quién eres?,- preguntó Wulbaif después de vestirse. ¿Por qué me has traído a este lugar?
- Soy Einjerth, Campeón de los dioses. Soy tu guardián y tu condena.
- Pero, estoy muerto. ¿Por qué?
- ¿Aún te atreves a preguntar? No estás muerto, Wulbaif. Los dioses te han vuelto a traer de entre los muertos. Han anulado la Sed, para que puedas ir por el mundo, aunque aún hay una pequeña parte en tu alma, que sigue sirviendo al Mal. Los dioses te han condenado por tus asesinatos, Wulbaif.
- Pero..., yo era un vampiro. ¿Qué podía hacer? Tenía que alimentarme, no podía…
- Silencio,- dijo Einjerth. No hablo de tus actos para alimentarte. Has sembrado la devastación por donde has pasado. Has destruido ciudades enteras. Has masacrado a poblaciones enteras, torturado hasta la muerte a toda clase de criaturas. No lo hacías para alimentarte, Wulbaif, sino por placer. Por el placer de una venganza vana y fútil, que nada tenía que ver con la gente a la que tú y tus tropas asesinasteis.
Wulbaif callaba. Lo que decía Einjerth era cierto. Había saciado su sed de venganza asesinando a cuantos seres vivos se ponían a su alcance. Andorhal, Stratholme y muchas otras ciudades habían caído bajo sus huestes. Había torturado a miles de personas, en un ansia vana de saciar su venganza. Una venganza que no tenía nada que ver con la Alianza.
- Descubrirás que has recuperado todos tus poderes anteriores, de cuando eras un Caballero de la Mano de Plata. Puedes usar tu poder para sanar a los demás, los dioses escucharán tus plegarias de nuevo. A medida que te vayas redimiendo, tu poder aumentará. Ahora, coge esa espada.
- No…,- dijo Wulbaif con miedo.
- Coge la espada.
- No. Le tengo miedo. No la quiero.
- Coge…la…espada,- dijo Einjerth mirando a los ojos de Wulbaif.
Algo entró en la mente de Wulbaif. El hombre se vio a sí mismo alargando la mano hacia la empuñadura de la espada. Wulbaif intentaba parar, pero no podía. Su mano se cerró alrededor de la empuñadura. En aquel instante, un intenso dolor recorrió su brazo, hasta su pecho. Wulbaif gritó de dolor, intentando soltar la espada, pero no pudo. Durante lo que a Wulbaif le pareció una eternidad, soportó un dolor inmenso, hasta que, poco a poco, el dolor fue remitiendo.
Wulbaif cayó al suelo jadeando, con la espada en su mano.
- Esta espada está forjada con un fragmento de Froustmourne, la espada maldita de Arthas. Absorberá la vida de todo lo vivo que toque. Tú eres el único que es inmune a su poder. Ahora, levántate.
Wulbaif se levantó con cierto esfuerzo. Cogió la vaina que aquel ser le tendía y envainó la espada.
- El tiempo que lleves tu espada determinará el tiempo de tu condena. Llegará un día, en el que el legítimo dueño de esta espada la reclame. Ese día, tu condena habrá concluido y tú te habrás redimido.
Resignado, Wulbaif se colocó el cinto alrededor de su cintura. Einjerth le tendió un pequeño disco plateado con un símbolo. Un grifo dorado de dos cabezas.
- Viaja a Ventormenta.
- Ventormenta está arrasada,- dijo Wulbaif. Cayó durante la guerra.
- Han pasado algunos años desde la guerra, Wulbaif. Descubrirás que algunas cosas han cambiado. Ventormenta ha sido reconstruida y nuevas hermandades están surgiendo para ayudar a la Alianza a luchar contra la Plaga.
- ¿La Plaga aún existe?
- Sí. No fue totalmente destruida. Un nuevo poder se alza en el norte, Wulbaif. Viaja a Ventormenta y busca la hermandad a la que pertenece este símbolo. Será entre sus filas donde obtengas tu perdón.
Wulbaif cogió el símbolo y se dispuso a partir. A una orden de Einjerth, salió por un pequeño portal mágico, que lo transportó a otro lugar. Y fue allí, en mitad de las montañas de Cretagrana, donde Wulbaif volvió a renacer como Caballero Paladín.
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