Zadhar cabalgaba sin descanso. Lo había hecho durante toda la noche. Sentía su caballo agotado, pero tenía una necesidad imperiosa por llegar a su destino. Poco a poco, su ira se había ido apagando, hasta que llegó a cuestionarse su actuación frente a sus amigos. ¿Por qué había golpeado a Wulbaif? El guerrero no lo sabía. No recordaba lo que el paladín había dicho. Solo recordaba que, de repente, había sentido una necesidad de golpear a Wulbaif, incluso de matarlo. Zadhar aún no se explicaba porqué había ocurrido aquello. Jamás se le habría ocurrido atentar contra la vida de su amigo. Pero…, algo en su mente le había incitado a hacerlo.
Zadhar siguió cabalgando, refrenando un poco a su montura. No quería matarla de agotamiento, al menos, hasta que llegase al castillo.
Jezabell se despertó. Estaba en la oscuridad de la celda. Tenía frío y su brazo izquierdo estaba entumecido. Apenas podía moverse y no veía casi nada. La mujer no sabía si era causa de la celda, o de su herida. Oía los ronquidos de Torvald en la oscuridad. Jezabell intentó levantarse, pero no pudo. Un punzante dolor le laceraba el hombro. Un gemido de dolor alertó a Namis de que Jezabell se había despertado. La elfa se acercó a la bruja.
- No te levantes,- dijo Namis. Estás débil.
- ¿Qué ha sucedido?,- preguntó Jezabell con voz débil.
- Nos atraparon.
- Me duele el hombro.
- Te dispararon una flecha con un veneno paralizante,- dijo la elfa. Te extraje la flecha, pero no he podido curarte la herida. Algo en esta celda bloquea la magia. Te he vendado la herida. Espero que no se te infecte.
- Intenté lanzar un hechizo, pero…
- Lo sé, Jezabell. Lo sé. No te culpes. Ninguno de nosotros pudo resistir.
- Solo Wulbaif,- dijo Torvald, que se acababa de despertar. Con él no pudieron. Le atraparon, porque el brujo que mandaba a los no-muertos amenazó con matarte.
- ¿Dónde está?
- No lo sabemos,- dijo Namis. No le han encerrado con nosotros.
- Tengo frío,- dijo la bruja.
Namis puso una mano sobre la frente de Jezabell.
- Tienes un poco de fiebre,- dijo la elfa. Creo que se te ha infectado la herida. Aguanta. Pronto saldremos de aquí.
- No estoy preocupada,- dijo Jezabell. Wulf vendrá a por nosotros. Estoy segura.
Wulbaif se despertó de repente. El paladín se había quedado dormido. Sus brazos le dolían, debido a que estaba colgado del techo. ¿Cuánto tiempo hacía ya? El paladín había perdido la cuenta de las horas que llevaba allí. ¿Horas? Tal vez días. Wulbaif tenía que salir de allí. Eso lo tenía claro. Y cuanto antes mejor. El paladín observó sus grilletes y las cadenas. Demasiado fuertes para romperlas. Quizás pudiera arrancarlas del techo de la celda. El paladín flexionó sus brazos, levantando su cuerpo. Wulbaif fue trepando por las cadenas, hasta llegar al techo. La celda estaba tan oscura, que no podía ver bien el estado del anclaje de las cadenas al techo, pero confiaba en que su fuerza le ayudaría a arrancarlas de allí. Wulbaif giró en el aire, colocando sus pies en el techo. El paladín comenzó a hacer fuerza con sus piernas, tirando de las cadenas con sus manos. Sus músculos se tensaron al máximo, y las venas de su cuello se dilataron, debido al esfuerzo que realizaba. Durante largos segundos, no ocurrió nada, pero, de repente, los anclajes de las cadenas se soltaron. Wulbaif cayó al suelo, de espaldas.
Durante un rato se quedó en el suelo, frotándose la dolorida espalda. Después, se levantó y se acercó a la puerta. Era una sólida puerta de madera, revestida de metal. No había forma de que pudiera echarla abajo. Wulbaif exploró toda la celda, en busca de algo que pudiera utilizar, pero, salvo alguna rata, no encontró absolutamente nada. Sin saber qué hacer, comenzó a observar las cadenas que aprisionaban sus muñecas. Eran sólidas y gruesas. Podría utilizarlas como arma contundente, aunque no haría verdadero daño a las criaturas del aquel castillo, tal vez, le dieran el tiempo suficiente para escapar y recuperar su espada.
Wulbaif se volvió a acercar a la puerta. Intentó mirar por la rendija que había entre la puerta y el marco de la misma. Un hombre lobo, como el que les visitó la otra noche en el bosque, estaba de pie, haciendo guardia ante la puerta de su celda. El paladín no podía ver más, con lo cual, no sabía si había más enemigos cerca de su puerta. Pero tenía que arriesgarse. Además, tenía la certeza de que aquel maldito brujo no lo quería muerto.
Decidido, Wulbaif comenzó a dar patadas a la puerta, con todas sus fuerzas, gritando.
- ¡Eh! ¡Licántropo! ¡Abre la puerta!
El hombre lobo observaba la puerta de la celda sin moverse.
- ¿Es que no me oyes, imbécil? ¡Abre esta maldita puerta! ¡Obedece!
El licántropo seguía sin hacer nada.
- ¡Abre la puerta! Soy el jefe del Batallón de Sangre. Debes obedecerme…
El hombre lobo se acercó a la puerta y la golpeó con fuerza.
- ¡Silencio!,- gritó el hombre lobo con una voz siniestra y oscura.
- Abre la puerta,- dijo Wulbaif. Dile a tu Amo que acepto su propuesta. Quiero recuperar mi poder y mi inmortalidad.
El hombre lobo se quedó unos segundos pensando, para después, desaparecer del campo de visión de Wulbaif.
- ¡Eh! ¿A dónde vas? ¡Vuelve aquí y abre esta maldita puerta!
Tras largos segundos, el hombre lobo volvió, acompañado de alguien más.
- Retírate de la puerta,- dijo el acompañante.
Wulbaif se retiró, hacia el centro de la celda. La puerta se abrió y entraron el hombre lobo y su acompañante, un humanoide.
- Vaya, te has soltado. Veo que sigues teniendo parte de tu fuerza,- dijo. Soy Ilvatar, vampiro al servicio del Maestro Kler.
- Sí, te conozco,- dijo Wulbaif. Eres el que descendió en la nube de oscuridad en el bosque.
- Así es. ¿Qué es lo que quieres?
- Acepto la propuesta de tu Maestro,- dijo Wulbaif. Quiero volver a ser el que era.
- Vaya. Esto es una sorpresa. El Maestro Kler aseguraba que tardarías más en doblegarte. Veamos si es cierto. Tráela,- dijo volviendo la mirada hacia el hombre lobo.
El licántropo salió de la celda y volvió a los dos minutos. Traía consigo a una niña de unos doce años. La niña lloraba. Estaba aterrada y sucia. Debía de ser una cautiva de aquellas mazmorras, como Wulbaif y sus amigos. Tras aquella máscara de mugre, la niña debía de ser preciosa. El paladín la miraba con ternura en sus ojos.
- Adelante,- dijo Ilvatar. Aliméntate de ella.
Wulbaif lo miró enfurecido. No iba a matar a aquella preciosa niña.
- Cuando los dioses me quitaron la Sed, también me quitaron los colmillos, Ilvatar. No puedo morderla. Préstame un cuchillo y la degollaré para poder beber su sangre.
Ante aquellas palabras, la niña se arrodilló al suelo, llorando, totalmente aterrada. Ilvatar golpeó a la niña con su pie varias veces, ordenándole que se callara. Después, dirigió su vista hacia Wulbaif, que lo observaba todo con ira.
- No voy a darte ningún arma, hasta estar seguro de tus intenciones. Si no tienes los colmillos, muerde su cuello, desgárraselo hasta que la sangre mane. Arranca su carne y bebe su sangre, y yo te sacaré de aquí.
Wulbaif estaba acorralado. La niña seguía llorando. El paladín tenía que pensar con rapidez. Se acercó a la niña y se agachó junto a ella. La rodeó con sus brazos y la cogió. Mientras se levantaba con la niña en sus brazos, ésta lloraba amargamente. Wulbaif besó el delicado cuello de la niña. Cuando sus labios estuvieron cerca de su oreja, Wulbaif le susurró:
- No te preocupes,- dijo el paladín en susurros. Yo te voy a proteger.
Al haber rodeado a la niña con sus brazos, Wulbaif había permitido tener las cadenas totalmente sueltas, para atacar. Con una rapidez inusitada, Wulbaif atacó al vampiro. Lanzó una patada hacia sus testículos, haciendo que Ilvatar se doblara de dolor. Pero antes de que Ilvatar pudiera hacer nada, Wulbaif lanzó una fuerte patada hacia su rostro. El vampiro cayó al suelo, con la nariz rota y sangrando. Wulbaif sabía que en pocos segundos, el vampiro atacaría, totalmente curado, pero su ataque había sido tan rápido, tan sorpresivo, que el licántropo miraba al vampiro totalmente desprevenido. Wulbaif se lanzó hacia el hombre lobo y lo derribó de un fuerte empujón. Después salió de la celda, justo cuando el vampiro se levantaba.
Wulbaif no sabía en qué dirección correr. Con la niña en brazos, corrió por el pasillo de las mazmorras, seguido de cerca por el vampiro y el hombre lobo.
Namis daba vueltas en la celda, pensativa. No había parado de hacerlo desde que Jezabell se había despertado.
- ¿Quieres parar de una vez?,- dijo Torvald enfadado. Me estás poniendo nervioso.
- Cállate, Torvald,- dijo Namis. Tal vez pueda sacarnos de aquí.
- ¿Quién?
- Yo.
- ¿Tú? ¿Cómo? Tu magia no sirve aquí dentro.
- Mi magia curativa no,- dijo Namis. Pero, mis transformaciones, funcionan de otra manera.
- Podrías transformarte y derribar la puerta, Namis,- dijo Jezabell. ¿Por qué no lo intentas?
Torvald se levantó y se acercó a la puerta. Madera sólida y revestida de metal.
- Haría falta mucha fuerza para derribar esta puerta,- dijo el enano.
- Puedo transformarme en oso,-dijo la elfa. Tendré la fuerza suficiente para derribar la puerta y encontraremos a Wulbaif. Apártate de la puerta, Torvald.
Rezando para que funcionara, Namis se concentró. La transformación en oso siempre era la más dolorosa de todas. La elfa se quitó la ropa, para no destrozarla. Aquello ya lo había hecho otras veces, y no le avergonzaba estar desnuda frente a sus amigos. Buscó en su interior el espíritu del bosque, el espíritu del oso y lo dejó fluir a través de su sangre. Inmediatamente, la fuerza del poderoso animal inundó su cuerpo, comenzando la transformación. Namis gritaba de dolor, mientras su cuerpo se retorcía. Sus huesos se estiraban, sus músculos se fortalecían. Su cuerpo se transformaba en un enorme oso pardo. Los gritos de dolor se cambiaron por feroces aullidos de bestia. Cuando la transformación acabó, el oso que ahora era Namis, se lanzó hacia la puerta.
La puerta aguantó el primer embiste de la bestia. Y el segundo. Pero al tercer golpe, los goznes saltaron de la pared de roca y la puerta voló por los aires, dejando el camino abierto para los compañeros.
Una pesada puerta estuvo a punto de aplastar a Wulbaif y a la niña contra la pared del pasillo. El paladín frenó a tiempo, mientras la puerta se estrellaba frente a él. De repente, un enorme oso pardo salió de la celda que cerraba la puerta, seguido por Torvald y Jezabell. La bruja se apoyaba en el enano, mientras el oso, rugía enfurecido en dirección a Wulbaif. El paladín comprendió que aquel oso era Namis y, que no le rugía a él, sino a sus perseguidores. Con ferocidad, el oso se lanzó hacia el licántropo, embistiéndole y destrozando su pecho con sus poderosas zarpas, mientras Ilvatar, levitaba sobre ellos, poniéndose lejos del alcance del oso. Wulbaif tenía que reaccionar rápido. Namis no podría con los dos a la vez.
El paladín soltó a la niña, dejándola a cargo de Torvald. Entonces, lanzó las cadenas hacia uno de los tobillos de Ilvatar. La cadena se enredó en la pierna del vampiro y Wulbaif tiró de ella. Cuando el vampiro estuvo en el suelo, Wulbaif comenzó a pelear con él, con sus manos desnudas, intercambiando puñetazos. Mientras, Namis mordía con fuerza el cuello del hombre lobo, haciendo que la criatura aullara de dolor.
Wulbaif enredó la cadena alrededor del cuello del Ilvatar, en un intento de asfixiarle, para debilitarlo, pero el vampiro era muy fuerte.
- No me matarás así,- dijo Ilvatar con la voz forzada por la cadena.
Mientras luchaban, Wulbaif había notado algo nuevo en su interior. Sentía que la fuerza de los dioses volvía a su cuerpo. Tal vez, fuera de las celdas, su magia funcionaría de nuevo.
- Tal vez, no, vampiro,- dijo Wulbaif. O tal vez sí.
Sin soltar la presa que hacía sobre el cuello del vampiro, Wulbaif colocó su mano derecha en la espalda de Ilvatar, abierta, y rezó a los dioses.
- Dioses de Azeroth, prestadme vuestro poder purificador. Yo te exorcizo de esta tierra, criatura del mal.
Ilvatar comenzó a gritar de dolor, mientras por su boca, su nariz y sus ojos, surgían estelas de luz amarillenta. El vampiro aullaba, mientras su malvado espíritu abandonaba su cuerpo para siempre, ahuyentado por el poder del paladín. Entre aullidos de dolor, el cuerpo de Ilvatar comenzó a desintegrarse, convirtiéndose en cenizas, entre los brazos de Wulbaif. Cuando el cuerpo del vampiro desapareció, Namis había acabado con el hombre lobo. El oso había destrozado tanto el cuerpo del licántropo, que era imposible que se recuperara, sobretodo, porque Namis le había arrancado y destrozado el corazón a mordiscos. Wulbaif la miró. El oso relamía la sangre de su hocico y miraba en busca de más presas que no tardarían en llegar.
Wulbaif se acercó a Jezabell y la abrazó con cariño.
- ¿Estás bien?,- dijo el paladín.
- Tengo frío,- dijo la mujer. Pero estoy bien.
- No, no lo estás,- dijo Wulbaif tocando el rostro de la mujer. Tienes demasiada fiebre.
- La herida se le ha infectado,- dijo Torvald. Tal vez…
- No es la herida,- dijo Wulbaif. Es el veneno. La está matando lentamente.
- Pero…, Namis dijo que era un veneno paralizante…,- dijo Jezabell.
- Tiéndete en el suelo,- ordenó Wulbaif.
La mujer le obedeció, mientras el paladín retiraba las improvisadas vendas que Namis había hecho con su capa. El hombro de Jezabell se veía ennegrecido y su carne había empezado a pudrirse alrededor de la herida de la flecha.
- Que infección más extraña,- dijo Torvald.
- No es una infección,- dijo Wulbaif. Son los efectos del veneno. La matará y la convertirá en una no-muerta.
- ¿Qué?,- dijo Jezabell asustada.
- No te asustes,- dijo Wulbaif. Sabes que conmigo no te pasará nada. No usaron un veneno paralizante normal. Es ragzakre, un raro veneno que paraliza los músculos poco a poco, hasta que llega al corazón. Al mismo tiempo, convierte a las víctimas en zombies.
- ¿Cómo sabes eso?,- preguntó el enano.
El paladín no contestó la pregunta de Torvald. Wulbaif colocó sus manos sobre el hombro de Jezabell y volvió a rezar a los dioses.
- Dioses de Azeroth, purificad este cuerpo con vuestro poder, libradlo del mal que lo consume.
Las manos del paladín comenzaron a brillar. Jezabell gimió de dolor, mientras el veneno comenzó a salir de su cuerpo por la herida del hombro. Poco a poco, la carne del hombro de la bruja volvió a tener su color normal, mientras el veneno abandonaba su cuerpo. Por último, la herida de Jezabell se cerró completamente, sin dejar marca alguna de la herida.
Antes de que Jezabell pudiese dar las gracias a Wulbaif, oyeron gritos y aullidos por el pasillo.
- Preparaos,- dijo Torvald. Tenemos compañía.
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