El amanecer fue oscuro. Una espesa niebla cubría toda la zona y el frío era muy intenso. Los compañeros estaban preparados para partir. Esperaban a que los magos de Dalaran les encantaran las armas.
- El sol nunca sale en esta tierra maldita,- dijo Thanariël acercándose a Wulbaif.
El paladín esperaba pacientemente, a que los magos terminaran su trabajo. Apenas había dormido durante la noche, aunque no había tenido ningún sueño más.
- La niebla nos ocultará de posibles enemigos,- dijo Wulbaif.
- Tampoco podréis verlos.
- Pasaremos sin peligro,- dijo el paladín. Pero gracias por tu preocupación.
- Vivo para luchar contra la Plaga, Wulbaif, igual que tú. Tened cuidado ahí. El bosque no es un lugar para pasear.
- Gracias,- dijo Wulbaif estrechando la mano del elfo.
Minutos después, los compañeros montaron y salieron del campamento en dirección este, hacia el Castillo del Colmillo Oscuro. Durante toda la mañana, viajaron a través de la niebla. No se oía ningún sonido excepto el de los cascos de sus monturas y el de sus respiraciones. Todo estaba en silencio, como si nada vivo existiera en aquel lugar.
Wulbaif cabalgaba junto a Jezabell, en el centro del grupo. Namis y Torvald iban delante. En la retaguardia, Zadhar iba solo, oteando a ambos lados. El guerrero estaba nervioso, con la mano en la empuñadura de una de sus hachas, como si temiera que en cualquier momento, algún ser diabólico saltara de entre los árboles para atacarlos.
- El aire es tan oprimente aquí,- dijo Torvald en voz baja, como si temiera alzar demasiado la voz y despertar a los espíritus malignos que habitaban aquel maldito bosque.
- Tiene un olor extraño,- dijo Namis. Huele a…
- Muerte,- dijo Wulbaif, terminando la frase de la bella elfa.
Jezabell miró a su amigo. Estaba un poco asustada, debido a la atmósfera del bosque. Pero Wulbaif parecía muy tranquilo. Todo el grupo estaba nervioso y asustado, incluso el valeroso Zadhar. Pero el paladín seguía apacible.
- ¿No te da miedo este ambiente?,- dijo Jezabell.
- No demasiado,- contestó Wulbaif. No debes preocuparte. Yo estoy a tu lado y sabes que te protegeré. Therzeon jamás me perdonaría si te ocurriese algo, y yo tampoco.
- Lo se, Wulf,- dijo Jezabell con un tono de voz más calmado. Pero no puedo evitar sentir pavor en este lugar. Es todo tan…extraño.
- No nos pasará nada, Jezabell. Te lo prometo. Yo no voy a permitirlo.
Jezabell sonrió a su amigo.
- Tenemos que pensar en como pasar las noches. Zhuomar nos advirtió sobre los licántropos.
- Yo me encargo de eso,- dijo Wulbaif.
- Ya sabes que no me gusta que estés tanto tiempo sin dormir, Wulf,- dijo Jezabell. Te debilita. Y últimamente no has dormido demasiado. Vuelves a tener ojeras.
- Anoche no dormí bien, pero no tuve ningún sueño.
- No me engañes, Wulf.
- Te lo juro. No soñé.
La mujer le miró con cara de preocupación.
Durante todo el día, cabalgaron sin descanso, hasta que un descenso brusco de la temperatura, les indicó que la noche llegaba. Decidieron acampar en el camino. Torvald extrajo madera seca de sus alforjas y encendió una hoguera, cuyo fuego apenas les calentó el cuerpo y los corazones. Tras una frugal cena, se echaron a dormir, excepto Wulbaif que decidió hacer guardia y Jezabell, que se ofreció para hacerle compañía durante un rato.
Ambos permanecían sentados junto al fuego, mientras sus amigos dormían. En el silencio de la noche, no se oía nada, excepto los ronquidos de Torvald y el crepitar del fuego.
- ¿Cuándo, Wulbaif?,- dijo Jezabell de repente. ¿Cuándo vas a sincerarte conmigo?
- ¿A qué te refieres?
- ¿Cuándo vas a hablarme de ti? ¿Cuándo vas a hablarme de tu vida, de tu pasado? Te veo triste, Wulf. Tus ojos te delatan. Y eso me apena a mí, y al resto. ¿Qué es lo que tanto te atormenta, Wulf?
- Por favor, Jezabell,- dijo Wulbaif,- deja de preguntarme.
- Pero…
- No puedo,- dijo Wulbaif en tono tajante. Libera tu mente de preguntas para las que no quieres oír la respuesta. Eres la persona en la que más confío. Te confiaría mi vida sin pensarlo ni una sola vez, pero… esto…, no puedo confiártelo, Jezabell.
- Pero, ¿porqué no? No lo entiendo.
- Porque no puede ser, Jezabell. Sé que quieres ayudarme y que te preocupas por mí. Pero…, mi vida…, mi pasado es…, demasiado complicado.
El silencio volvió a imperar en el pequeño campamento, mientras Jezabell se abrazaba al brazo del paladín.
- Namis y yo vimos tus cicatrices,- dijo Jezabell tras unos minutos de silencio.
- ¿Cuándo?
- En la posada, cuando te tomaste la poción. Te quitamos la armadura para que estuvieras más cómodo y las vimos.
- No debisteis hacerlo,- dijo Wulbaif.
- Namis no tiene la culpa. Fui yo la que quiso verlas.
- Son… viejas heridas de guerra,- dijo Wulbaif.
- No me lo creo…
- He luchado en muchas batallas, Jezabell. Tantas, que no puedo ni contarlas ya… Por favor, créeme.
- Entonces, ¿por qué temes mostrarlas? Cualquier guerrero estaría orgulloso de sus heridas de guerra. ¿Por qué tú no?
- Porque me recuerdan algo que no quiero recordar.
- ¿El qué te recuerdan?
- Mis pecados.
- Tus…
- Duérmete, Jezabell,- dijo Wulbaif. Mañana será un día muy largo. Necesitas descansar.
El paladín miró a los ojos de la mujer. En su mirada había una petición. Jezabell besó la mano de Wulbaif y se acostó a su lado. Le reconfortaba dormir cerca del paladín cuando viajaban, le hacía sentir más segura. Una lágrima recorría su mejilla, mientras se dormía. Tenía miedo por su amigo.
Mientras Jezabell se dormía, Wulbaif fijó su mirada en el fuego, reprochándose su actitud frente a la mujer.
“Lo siento, Jezabell”, se dijo, “pero si supieras mi verdadero pasado, te aterrarías”. Mientras tenía estos pensamientos, la mente del paladín se hundía en el pasado…
El alma de Wulbaif caía en el Vacío. Aún sentía el dolor de la muerte, pero era un dolor que lo abandonaba poco a poco. Sentía algo extraño, algo que ansiaba tener desde hacía mucho tiempo. Sentía la paz de la muerte. Por fin podría descansar en paz, en compañía de su familia, fallecida ya, hacía años. Ansiaba poder descansar en paz junto a su esposa y a su hija, asesinadas hacía mucho tiempo por una vil criatura…
Pero en su caída al Vacío, había algo más con él. No sabía precisar el que, pero le acompañaba hacia las profundidades del Abismo. De repente, su caída se vio frenada por algo. Algo o alguien le impedía llegar a su deseado descanso eterno. Suspendida en la Nada, el alma del general del ejército de Arthas intentaba abandonarse en el descanso y el olvido eternos de la muerte, sin conseguirlo
- No vas a morir,- dijo una voz. Hoy no vas a morir, Wulbaif.
- Déjame morir en paz…
- ¿En paz?,- dijo la voz. ¿Quieres morir en paz? ¿Acaso los que han muerto por tus manos han muerto en paz?
- Déjame…
- No vas a encontrar la paz de la muerte, Wulbaif. Aún no. ¿Cuánta sangre has derramado, Wulbaif? Los dioses quieren que pagues, Wulbaif, quieren que pagues tu deuda de sangre.
- Estoy muerto…
- Aún no, Wulbaif, aún no. Volverás a la vida y servirás a los dioses hasta que tu deuda se haya saldado.
- No…
- ¿Qué has dicho?
- No…, no volveré a ser el títere de nadie…
Una mano ardiente y fuerte le cogió del cuello, izándolo en la oscuridad del Vacío.
- ¡Estás condenado, Wulbaif!,- gritó la voz. ¡Sentirás cada muerte pasada y presente como si fuera tuya!
Un dolor intenso recorrió el alma de Wulbaif. El que fuera general del ejército de Arthas gritó de dolor.
- ¡Pagarás por cada muerte que has provocado en tu larga vida de asesinatos, Wulbaif! Lo único que tendrás en tu vida será el dolor, Wulbaif, el dolor y la agonía de todo lo que te rodee.
Wulbaif gritaba. El dolor que sentía era mucho más fuerte que el que había sentido en la hora de su muerte. El Vacío, la Nada, se llenaron con los aullidos de dolor de un alma condenada…
Un sonido sacó a Wulbaif de sus recuerdos. El paladín se alertó, llevando su mano hacia la empuñadura de su espada. No había cogido su martillo de guerra, pues era inútil contra las criaturas que poblaban aquel bosque. De nuevo sonó el ruido. Era una especie de gruñido. Wulbaif se levantó, desenvainando la espada, dispuesto a repeler cualquier ataque.
En silencio, Wulbaif observó todo el límite del campamento, girando la cabeza lentamente, hasta hallar el origen del gruñido. Volvió a sonar otro gruñido, y algunas ramas se movieron.
- Muéstrate, bestia,- dijo Wulbaif en tono amenazador.
Tras otro gruñido más fuerte, un hombre lobo apareció frente a él. Era una criatura enorme, de pelo blanco y colmillos amarillentos. Sus ojos rojos le miraban impasibles y amenazantes, mientras el paladín le esperaba con paciencia. Pero el licántropo no atacó. Tras gruñir un par de veces más, se giró y volvió a perderse en la oscuridad de la noche.
- ¿Porqué no ha atacado?,- preguntó Zadhar que se había despertado.
- No lo sé,- dijo Wulbaif mientras envainaba la espada. Tal vez no se ha atrevido a atacarnos a todos. Vuelve a dormirte.
- No creo que pueda ya,- dijo el guerrero acercándose al fuego. Descansa tú, yo continuaré la guardia.
- Como quieras,- dijo Wulbaif.
El paladín se tendió en el suelo, junto a Jezabell y en poco rato se quedó dormido, esperando no tener ninguna pesadilla. Había decidido guardar el licor gnomo, pues ya se le estaba acabando.
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