Zadhar había llegado a su destino. El castillo del Colmillo Oscuro. Extrañamente, el puente estaba bajado y el rastrillo abierto. Zadhar intentó cruzar, pero su montura se negó a seguir adelante. Algo asustaba al caballo, haciendo que reculara y se encabritara. Al guerrero no le quedó más remedio que bajar del caballo y entrar a pie en el castillo. Cogió su hacha, la única que le quedaba y entró en el patio de armas del castillo. No recordaba lo que le había pasado a su otra hacha. Recordaba que la última vez que la tuvo en la mano, fue cuando amenazó a Wulbaif, pero luego…, no recordaba donde la había dejado. Cuando cruzó la puerta de la muralla del castillo, el rastrilló bajó haciendo un chirriante sonido, hasta que se cerró completamente. Zadhar estaba atrapado en el interior. Pero aquello no lo amedrentó. El guerrero siguió caminando a través de la espesa y mortecina niebla que inundaba el patio de armas.
El guerrero presentía que no estaba solo en aquel patio de armas. Podía oír susurros, y el sonido de pisadas leves sobre el suelo de piedra. De repente, un hombre lobo surgió de la niebla, rugiendo con fiereza. El licántropo atacó a Zadhar con rapidez, pero la defensa del guerrero fue más rápida que la de la criatura. La cabeza del hombre lobo cayó al suelo, cercenada por el hacha encantada de Zadhar.
- No vas a continuar vivo mucho tiempo, humano,- dijo una voz femenina.
Zadhar intentaba descubrir el origen de la voz. No veía nada a través de la niebla.
- Vas a morir, humano.
- Ven a por mí, zorra.
- Matadlo,- dijo la voz.
Varios hombres lobo surgieron de la niebla, atacando al guerrero. Zadhar se defendía con rapidez y fuerza, deteniendo los zarpazos de los licántropos. El guerrero hería a sus enemigos, con su hacha encantada, cercenando brazos y piernas, atravesando los pechos de los mismos. Matándolos uno a uno. Uno de ellos atravesó la defensa de Zadhar, dando un fuerte zarpazo en el pecho del guerrero. Un sonido chirriante avisó a Zadhar de que su coraza había resultado dañada, aunque las garras no habían llegado a herirle. El tabardo de la hermandad había quedado hecho trizas. Zadhar miró al hombre lobo que le había herido, el único que quedaba. El licántropo gruñó y atacó a Zadhar con furia. El movimiento del guerrero fue rápido y contundente. Cercenó la pierna del hombre lobo. El licántropo cayó al suelo aullando de dolor. Zadhar lo remató con un hachazo en la cabeza. El hombre lobo expiró su último aliento, con la cabeza partida por la mitad. Zadhar recuperó su hacha, mientras la mujer que mandaba a los licántropos, aparecía lentamente detrás del guerrero.
De rostro bello y fiero, la mujer abrió la boca, mostrando sus colmillos, dispuesta a atacar a Zadhar por la espalda. Pero en un movimiento sorpresivo, Zadhar se giró y lanzó su hacha hacia la vampira. El impacto fue brutal. El hacha se clavó en su pecho, lanzándola hacia atrás en la niebla. La vampira gritaba de dolor. Zadhar no podía ver nada, debido a la niebla, pero se acercó lentamente hacia el origen de los gritos. Cuando pudo ver su hacha, la encontró clavada en un poste de madera. En el suelo, había un montón de cenizas, donde antes había estado el cuerpo de la vampira. Zadhar recogió el hacha y se dirigió hacia el interior del castillo.
Durante bastante rato, los compañeros habían vagado por los pasillos de las mazmorras del castillo, en busca de la salida. De cuando en cuando, eran atacados por licántropos, vampiros y zombies. Jezabell se había ido recuperando de los efectos del veneno. De repente, llegaron a la sala de guardia. Había allí varios licántropos, comandados por un enorme hombre lobo de pelo negro, que portaba un látigo. Antes de que pudieran reaccionar, uno de los hombres lobo se lanzó contra Wulbaif, tirándolo al suelo. El licántropo intentaba morder al paladín, pero Wulbaif detenía sus dentelladas con las cadenas. Por su parte, Namis, aún en forma de oso, se lanzó al centro de la sala, embistiendo contra el resto de los hombres lobo, destrozándolos con sus zarpas y sus colmillos. Torvald se dirigió hacia el jefe de los guardias, el gran hombre lobo del látigo.
El licántropo movió el látigo, haciéndolo chasquear, pero el enano no se arredró. Torvald cerró los puños con fuerza y se lanzó hacia el hombre lobo. El licántropo atacó al enano con su látigo, produciendo dos cortes en sus brazos y uno en su frente. El látigo era largo y el hombre lobo lo usaba con gran habilidad. Era difícil acercarse a él para matarlo. A Torvald se le ocurrió una sola idea. Cuando el licántropo volvió a atacar con el látigo, el enano colocó su brazo izquierdo en la trayectoria del mismo. El látigo se enroscó en su muñeca. Torvald sujetaba con fuerza el látigo, tirando de él, al mismo tiempo que el hombre lobo intentaba derribar al enano con su fuerza. Pero Torvald era demasiado fuerte para el hombre lobo. Poco a poco, el enano fue acercándose al licántropo, hasta que, de un fuerte tirón, lo derribó al suelo. Entonces, se lanzó hacia él y, poniéndose sobre su pecho, comenzó a lanzar fuertes puñetazos a su rostro, con la intención de debilitarle y aturdirle, hasta que Namis o Wulbaif pudieran matarlo.
Por su parte, Wulbaif, luchaba contra el hombre lobo que le había derribado. Las garras habían destrozado el tabardo del paladín y la cota de mallas también había resultado afectada, mientras que el licántropo seguía lanzando dentelladas hacia el cuello de Wulbaif. El paladín estaba herido por las garras de la bestia. La niña, que estaba a cargo de Jezabell, gritaba y chillaba de horror, al ver que el paladín tenía problemas para salir victorioso de aquella lucha.
- ¡Wulf!,- gritó Jezabell. ¡Intenta apartarte de él!
Wulbaif sabía que Jezabell lanzaría un hechizo contra el licántropo, y le avisaba para que el hechizo no le afectara también a él. Pero, ¿cómo escapar de aquella situación? La presa que el licántropo mantenía sobre él, era demasiado fuerte. Entonces, reuniendo fuerzas de flaqueza, Wulbaif cogió las mandíbulas del hombre lobo y comenzó a tirar de ellas, con fuerza. El licántropo intentaba escapar de aquella situación, pero el paladín mantenía sus manos aferradas con fuerza a las mandíbulas del hombre lobo. Tras varios segundos de forcejeo, se oyeron crujidos de huesos, mientras el licántropo aullaba de dolor, cuando su mandíbula fue desencajada por los fuertes brazos del paladín.
El hombre lobo se levantó, mientras movía la cabeza, intentando colocar de nuevo la mandíbula en su sitio. Fue lo que Jezabell necesitaba para matarlo. La bruja recitó las palabras de un hechizo. Un vórtice de sombras apareció en el suelo, a los pies del hombre lobo. Largos tentáculos negros surgieron del vórtice, aprisionando al licántropo, tirando de él, hacia el mundo de las sombras, mientras el hombre lobo aullaba, intentando escapar. El licántropo fue engullido por el vórtice, antes de que éste se cerrase.
Wulbaif se levantó y vio que Torvald tenía problemas con el gran hombre lobo. El paladín, rezando de nuevo a los dioses, atacó al licántropo.
- Que la ira de los dioses de Azeroth caiga sobre ti, criatura maligna.
Un rayo de luz dorada surgió de las manos de Wulbaif, impactando sobre el hombre lobo. Torvald se retiró a tiempo, mientras la luz impactaba en el pecho del gran licántropo. El hombre lobo estaba muerto en el suelo, mientras su cuerpo se consumía por la magia divina de Wulbaif.
La niña se soltó de la mano de Jezabell y corrió hacia el paladín, para abrazarse a él, asustada. Namis, había acabado con el resto de los hombres lobo. Con grandes convulsiones, el oso comenzó a aullar de dolor, mientras su cuerpo volvía a transformarse en la bella elfa. Tras varios segundos, Namis estaba en el suelo, arrodillada y desnuda, jadeando por el esfuerzo. Jezabell le alcanzó su ropa, para que la elfa se vistiese. Mientras Namis se vestía, Torvald observó que sus armas y posesiones estaban allí, en aquella sala. El enano también cogió las llaves de las celdas y quitó los grilletes de Wulbaif con ellas. Wulbaif se fijó en que el hacha de Zadhar estaba allí también. El hacha con la que el guerrero lo había amenazado. El paladín cogió el hacha, para devolvérsela a su dueño. Cada uno cogió sus armas y se las colocó. La niña seguía abrazada al paladín.
- Tranquila, pequeña,- dijo Wulbaif. No pasará nada.
Aún así, la niña no soltaba su capa. Wulbaif se la quitó y la arropó con ella, pues la niña parecía tener frío. Después, desenvainando la espada, se dirigió hacia la salida de las mazmorras, seguido por la niña y sus amigos.
Una vez dentro del castillo, Zadhar avanzaba despacio por los oscuros pasillos. Oía gritos y aullidos de dolor y agonía. El guerrero no sabía hacia donde dirigirse, por lo que decidió seguir aquellos gritos, para ver a donde le llevaban. El castillo estaba abandonado. La mugre, la suciedad y las telarañas inundaban todos los espacios posibles en las paredes, tapando los tapices que, tiempo atrás, habían adornado con opulencia aquel sitio. Poco a poco, Zadhar se acercaba al origen de los gritos.
Tras girar en una esquina, el guerrero vio una luz al final del pasillo. Los gritos eran ahora muy fuertes. El guerrero estaba llegando a su destino. Lentamente, con el arma preparada, Zadhar avanzó por el pasillo, hacia la luz y el origen de aquel tremendo jaleo.
Cuando llegó al final del pasillo, Zadhar miró horrorizado la escena que se le presentaba ante él. Había llegado a una gran sala rectangular. La luz provenía de multitud de antorchas encendidas y distribuidas por toda la pared. Alrededor de la sala, había varias columnas, rematadas con diversas gárgolas de piedra, que miraban amenazantes a toda la sala. En el centro de la sala, había un gran foso circular, rodeado por varios vampiros, que jaleaban el espectáculo que había en él. Al otro lado del foso, había un trono oscuro, donde un ser encapuchado se sentaba.
Fue la escena del foso lo que horrorizó al guerrero. En el interior de aquel horrible foso, varios zombies se alimentaban de personas. Personas vivas, que gritaban y aullaban de dolor, mientras los zombies los despedazaban y destripaban, ante la divertida mirada de los vampiros. Hombres, mujeres, niños, todos eran arrojados al foso, desnudos y desarmados. Aquella pobre gente no tenía ninguna posibilidad de salvación.
Una arcada de bilis inundó la garganta del guerrero. Zadhar dobló su cuerpo para vomitar, asqueado por aquella visión. Cuando se recuperó, el guerrero se levantó, dispuesto a acabar con aquella escena tan horrenda.
El ser del trono no parecía haber reparado en él, pues estaba absorto, mirando el espectáculo que se le ofrecía a sus pies. Zadhar lanzó dos ataques con su hacha hacia los dos vampiros más cercanos, cortándoles la cabeza. Sus cuerpos se convirtieron en ceniza, mientras Zadhar saltaba al interior del foso, gritando. Los vampiros, sorprendidos, comenzaron a gritar, mientras el ser del trono, observaba todo con mucha atención.
Zadhar lanzaba ataques a todos lados, decapitando zombies. Algunos de ellos se volvieron hacia él, ante la nueva amenaza, otros, morían mientras se comían a aquellas infelices personas. En poco tiempo, Zadhar acabó con todos los zombies. Ahora le quedaba el trabajo más duro. Aquellas personas aún estaban vivas, pero no había salvación para ellas. Era tarde. Lo único que Zadhar podía hacer por ellos es darles una muerte rápida e indolora. Levantando el hacha, el guerrero decapitó al primer hombre que gritaba de dolor. El guerrero fue acabando con todas las víctimas, una a una, decapitando sus cabezas, mientras las lágrimas afloraban a sus ojos.
Un leve aplauso se oyó cuando Zadhar acabó con aquella terrible faena. El guerrero miró hacia arriba, hacia el trono, pues era el ser que lo ocupaba quien aplaudía.
- Bien hecho, hermano,- dijo el brujo.
Zadhar lo miró sorprendido.
- ¿Hermano?,- preguntó el guerrero. ¿Ilgor?
El brujo comenzó a reír.
- ¿Qué te hace pensar que soy el pequeño Ilgor?,- dijo el brujo.
- Me has llamado hermano. ¿Quién eres?
- No es extraño que no me conozcas, hermano. Pero dime, ¿nunca te pareció extraño que tus padres fuesen tan mayores? ¿Nunca te preguntaste porqué tardaron tanto en tenerte a ti?
- ¿Quién eres?,- volvió a preguntar Zadhar.
- Mi nombre es Aldan, y soy el primogénito de la familia Kler.
- Mientes. Yo soy el primogénito, yo era el hijo mayor…
La cruel risa del brujo cortó las palabras de Zadhar.
- Eras muy pequeño, Zadhar, cuando nuestro estúpido padre me desheredó y me echó de las tierras de la familia.
Zadhar lo miraba con una expresión idiotizada, asimilando todo lo que aquel ser le contaba.
- Cuando tenía trece años,- siguió el brujo,- nuestro padre me… sorprendió con una de mis aficiones más queridas. Me encantaba el sufrimiento y el dolor. Me gustaba oír como los mortales gemían y gritaban con el dolor que yo les administraba. Padre me sorprendió torturando a una de las criadas de la hacienda. Me expulsó de la familia. Tú tenías dos años, Zadhar. No creo que lo recuerdes. Durante mucho tiempo, vagué por el mundo, en busca de un lugar donde poder realizar mis deseos, hasta que llegué a un lugar, donde el dolor y la tortura eran el pan de cada día. El gran nigromante Khel’tuzad me ayudó. Me dio los poderes que yo andaba buscando. Me convirtió en lo que ahora soy.
Con estas palabras, el brujo se quitó la capucha, dejando que Zadhar viera su rostro horrorizado.
- ¿Te asusta mi aspecto, hermano? Con mis nuevos poderes, regresé. Fui yo quien asesinó a nuestro padre y a nuestra madre. Los torturé hasta la muerte. Y el pequeño Ilgor…, sus gritos y chillidos…, aún los recuerdo… No imaginas el placer que me dieron aquellas tres muertes, Zadhar. Y de no ser por aquel estúpido enano…, tú también me lo habrías dado.
Zadhar entendió que Mirklo le había salvado la vida. Con una furia inmensa, nacida dentro de su corazón, Zadhar apretó su mano sobre el mango de su hacha, dispuesto a acabar con aquel maldito ser.
- Noto tu furia, hermano. Lo veo en tus ojos. Quieres acabar conmigo. Pero, no podrás. Morirás, de una forma lenta y muy dolorosa, igual que nuestros padres. Morirás, para darme placer a mí. Pero, antes de que mueras, verás algo mucho más divertido. Verás como aquel en quien más confías, se convierte en el ser maligno más poderoso que jamás haya existido. Tu amigo Wulbaif, volverá a ser la criatura que era. Lo doblegaré a mi voluntad.
- ¡Nooooooo!,- gritó Zadhar. ¡Te mataré!
El brujo volvió a reír de forma tenebrosa.
- Dadle una lección, pero no le matéis aún. Lo quiero vivo.
Los vampiros saltaron al foso. Nueve vampiros rodearon al guerrero, que levantó su arma, presto a combatir contra ellos. Pero, una fuerte explosión los dejó a todos parados. Una de las puertas laterales de la sala, estalló, levantando una gran cantidad de polvo y trozos de piedra y madera. Cuando el polvo bajó al suelo, el brujo observó a Jezabell, con las manos en su dirección. La bruja acababa de lanzar un hechizo de explosión de fuego contra la puerta. Jezabell bajó las manos. En aquel instante, los compañeros entraron en la sala. Wulbaif iba primero. El brujo gritó con odio hacia los recién llegados.
- Moriréis, todos,- dijo el brujo. Sométete, General.
- Jamás,- dijo Wulbaif. Soy un paladín. Yo lucho por la libertad y la justicia, brujo. Lucho por unos ideales que están más allá de tu comprensión. Prefiero morir a unirme a tu causa.
- Que así sea, paladín,- dijo el brujo con desprecio. Tenías el poder en tus manos. Tenías todo ante ti, y lo has tirado. Has defraudado a nuestro Amo. Mereces morir de forma lenta. Todos moriréis. Aznag zoth gumtark, arkons.
Tras aquellas extrañas palabras, las gárgolas de las paredes cobraron vida y se lanzaron en picado hacia los compañeros, mientras los vampiros, volvían a la carga contra Zadhar.
- ¡Ayuda a Zadhar!,- gritó Torvald. ¡Nosotros nos ocupamos de las gárgolas!
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